sábado, 31 de mayo de 2014

Museo de León: Ara de Diana





El Museo de León se ha unido a la iniciativa del Consejo Internacional de Museos, con la intención de acercar al público los museos y a los profesionales que los gestionan. El pasado 18 de mayo se celebró el Día Internacional de los Museos, y el Museo de León facilitó la entrada gratuita a todos sus visitantes durante la semana del 12 al 18 de mayo.


Sin embargo, esta iniciativa del museo leonés ha pasando

prácticamente desapercibida, no ya para los visitantes que acuden a la ciudad, sino para la totalidad de la ciudadanía que, salvo una pequeña reseña en los periódicos locales, apenas ha trascendido a la calle y escasamente a las redes sociales.

Otra de las iniciativas del Museo de León para este mes de mayo que finaliza, como viene haciendo desde hace años, ha sido designar la “pieza del mes”. Esta elección ha recaído en una de las obras más emblemáticas e interesantes de su fondo museístico, considerada como uno de los mejores y más bellos ejemplares epigráficos de la Hispania romana: el Ara de Diana.



Fue en el siglo XIX, durante la demolición de los cubos o torres del lienzo norte de la muralla romana, cercana a Puerta Castillo, cuando apareció incrustada en ella este pequeño altar dedicado a la diosa Diana entre el material de derribo. Se trata de un ortoedro de 145 x 72 x 35, realizado en caliza marmórea, bien trabajada y conservada, de tono parduzco y con algunas vetas rosáceas.

Impresiona su tamaño, sobriedad y belleza, resultando una pieza espléndida de factura que cuenta con las cuatro partes fundamentales de las aras votivas: inferior o base, el cuerpo o parte central, el coronamiento o parte superior y el focus que, situado en la cara superior, es el punto donde se centralizaban las ofrendas.

En la misma cara superior se aprecian cuatro orificios, cuyo origen puede estar en una reutilización posterior, pero que, posiblemente, sirvieron de anclaje para la colocación de otra pieza sobre ella: una efigie o un retrato. Como muestra contamos con el medallón existente en el Arco de Constantino (“Sacrificio a Diana”), pero, sobre todo, en el primoroso mosaico de la Villa del Casale (Sicilia): “El sacrificio a Diana”, realizado con teselas de mínimo tamaño, donde se narra con inusitado realismo una jornada de caza menor. También en el mosaico de las Estaciones, procedente de Turquía, en el que una de sus partes  es conocida como “El sacrificio a Diana”, se aprecia un ara con otra parte superpuesta que contiene la imagen de Diana.

El ara de León presenta en su base un zócalo en sus cuatro lados, con moldura enmarcada entre dos listeles. En el coronamiento o parte superior, cuenta con una acanaladura y frontón central delantero y trasero en donde se aprecia grabado un creciente lunar con los cuernos hacia arriba, símbolo de Diana. Esta simbología se observa perfectamente en el cuadro de Jan Breughel el joven, “Paisaje con Diana y las ninfas volviendo de la caza”, en el que la Diosa, vestida con una túnica de un rojo intenso, es fácilmente reconocible por la diadema con el creciente lunar sobre su cabeza.




En el centro de la cara superior se encuentra un pequeño focus u hogar de 12 cm de lado, destinado directamente a depositar o quemar las ofrendas, y en el que se nota perfectamente los restos del fuego. Siguiendo con la cara superior, el ara conserva en los laterales los pulvinos, elemento arquitectónico y decorativo utilizado para rematar monumentos y que recuerdan los primitivos haces de ramas. Están decorados con varios símbolos astrales, entre los que se descubren cuatro lunas: Febea o Luna es el nombre que recibe la diosa Diana en el cielo, Hécate o Proserpina en el infierno y Delia (nacida en la isla de Delos) o Diana en la tierra. De ahí que Diana sea
considerada diosa triple, diosa de tres formas (triforme), como luego veremos en el detalle epigráfico.

El ara contiene cuatro inscripciones en cada una de las caras del cuerpo o parte central. La cara principal está redactada en prosa y las laterales y trasera en verso. Éstas últimas hacen del pequeño altar una de las muestras epigráficas más bellas entre las numerosas inscripciones leonesas, y una de las más sobresalientes del país. Nos encontramos ante un poema latino con clara influencia clásica y cuyo autor, sin duda una persona culta, pudo pertenecer al círculo de allegados al legado de la legión, o tal vez, ser obra del propio legado augustal.

En la cara principal, el texto en prosa hace referencia a la divinidad a la que está consagrado el pequeño altar: Diana. Además, se identifica al oferente: Quinto Tulio Máximo, legado de la Legio VII Gémina Féliz.

Texto y traducción cara anterior (en prosa):

Dianae / sacrvm / Q(vintvs) Tvllivs / Maximvs / leg(atvs) Avg(vsti) / leg(ionis) VII gem(inae) / [f]elicis.

«Consagrado a Diana. Quinto Tulio Máximo, legado Augustal de la legión VII Gémina Félix».

La identificación del donante Tulio Máximo se realiza gracias a un homónimo que se conoce que gobernó Tracia entre el 161-169, periodo de los emperadores Marco Aurelio y Lucio Vero. También se sabe que en esos primeros años el gobierno de Tracia estuvo en manos de Apio Claudio Martialis, deduciéndose que Q. Tulio debió llegar a Tracia en el 166. Su destino anterior fue el mando de la Legio VII, por lo que el ara puede fecharse entre el 162-165 dC.

Diana es la diosa protectora de los bosques y de los seres vivos que los habitaban. Los cazadores le imploraban para que les ayudara y protegiera de los posibles peligros, realizando votos y prometiendo trofeos para ganarse su favor. Marco Tulio, sin duda amante de la caza, deja constancia de su afición y religiosidad dedicando a Delia Virgo Triforme (Diana) estos bellos versos.


Texto y traducción cara posterior (en verso):

ae[q]vora  conclvsit campi/ divisque dicavit / et templvm statvit tibi / Delia Virgo Triformis / Tvllivs e Libya rector / legionis hiberae / vt qviret volvcris cap[re]as / vt figre cervos / saetigeros vt apros vt / eqvorvm silvicolentvm / progeniem / vt cvrsv certari / vt disice ferri / et pedes arma gerens et / eqvo iacvlator hibero.

«Acotó la planicie de un campo y se la consagró a los dioses; y a ti, Virgen Delia Triforme, te erigió un templo Tulio, natural de Libia, legado de la legión ibera, para poder ensartar a las corzas veloces, y a los ciervos; para cazar a los jabalíes de irsutas cerdas, y atrapar a la raza de caballos que se cría en los bosques; para poder competir en la carrera y con el filo de hierro, bien portando las armas a pie, bien lanzando la jabalina desde un caballo ibero».

Texto y traducción lateral derecho (en verso):

Dentes aprorvm / qvos cecidit / Maximvs / dicat Dianae / pvlchrvm vir/ tvtis decvs.

«Los colmillos de los jabalíes que ha abatido Máximo, se los consagra a Diana, como hermoso trofeo de su valor».



Texto y traducción lateral izquierdo (en verso):

Cervom altifrontvm cornva / dicat Dianae / Tvllivs / qvos vicit in parami aeqvore / vectvs feroci / sonipede

«La cornamenta de los ciervos de erguida testuz, a los que ha vencido Tulio en la planicie del campo a lomos de un impetuoso caballo, se la consagra a Diana».

Junto al ara del Museo de León es necesario mencionar el epígrafe que se encuentra en otro soporte distinto, que fue hallado a mediados del XIX formando parte de la escalera del claustro del Palacio de los Guzmanes y que, desgraciadamente, se trasladó al Museo Arqueológico de Madrid como consecuencia de la desamortización.


Se trata de una placa de mármol de color gris, mal conservada, cuyo texto se encuentra enmarcado por moldura con doble acanaladura, y en la que se narra la gran afición cinegética del legado Quinto Tulio Máximo.

Texto y traducción:

Donat hac pelli D[iana] / Tvllivs te Maxi[us] / rector Aeneadvm [--] / legio qvis est se[ptima]/ ipse qvam detrax [it vrso]  / lavde opima [--]

«Tulio Máximo, general de los descendientes de Eneas alistados en la legión séptima, te hace ofrenda a ti, Diana, de esta piel que él mismo ha arrancado a un oso, merecedor de la más gloriosa alabanza».

Los cinco epígrafes descritos se realizarán en tres momentos diferentes. En primer lugar, se ejecutaron los textos de la cara anterior y posterior del ara votiva: la dedicación a Diana y la acotación y consagración de un espacio para la construcción de un pequeño templo a la Diosa.

Posteriormente, se realizaron las inscripciones de las caras laterales, en las que el legado ofrece como voto a Diana los codiciados atributos de ciervos y jabalíes: astas y colmillos. La leyenda que figura en la placa del Museo Arqueológico resulta posterior en el tiempo, constatando la caza por parte de Quinto Tulio de un oso, pieza muy codiciada, y la posterior ofrenda de su piel a la Diosa. En el cuadro mencionado de Jan Breughel el joven, Diana está rodeada de dos ninfas y varios perros de caza. A la derecha se observa el abundante producto de la cacería: ciervos, pájaros, liebres y jabalíes. Al fondo se aprecian más ninfas que se acercan con un caballo cargado con un ciervo y un oso.

La necesidad de supervivencia que obligaba a obtener los alimentos del entorno mediante batidas periódicas, acabó convirtiéndose en una actividad de ocio para los poderosos. Entre ellos los terratenientes y, sobre todo, los altos mandos del ejército que, gracias a la práctica de la caza, conservaban la forma física y se ejercitaban con las armas en tiempos de paz. El historiador romano Salustio habla sobre la caza en la Roma del s. I aC, calificándola como “… honrosa e imagen viva de la guerra”. El triunfo en la caza suponía una victoria sobre la muerte y tenía un significado propiciatorio, por eso la existencia de múltiples representaciones cinegéticas en los sepulcros.

Al emperador Augusto le entusiasmaba la vida campestre y las actividades cinegéticas, rodeándose de poetas que, siguiendo sus gustos, componen obras en las que se ensalza las
actividades relacionadas con la naturaleza y la caza, como hará también el gran Virgilio en las Geórgicas. Pero, sin duda, será el poeta romano Quinto Horacio quien sitúa el arte de la caza en el primer lugar de los placeres campestres: “ … viril, solemne, digna de romanos, útil a su renombre y reposo …”

Hace 2000 años, en el sur, este y oeste del campamento de la Legio VII, hacia la confluencia de los dos ríos Torío y Bernesga que rodean la ciudad, dominaba un paisaje plenamente fluvial, predominando las inundaciones estacionales y las zonas pantanosas que mantenían diversas lagunas alrededor del asentamiento campamental. En el norte el paisaje resultaría más agreste debido a las elevadas terrazas formadas por los dos ríos: Monte Aureo sobre el Torío y Monte Frío sobre el Bernesga, repletas de generosa arboleda donde predominaban los robles y quejigos. También serían abundantes los abedules y alisos, más cercanos a los cursos fluviales y a los abundantes pozos, arroyos y fuentes existentes en la zona, como demuestran las conducciones de agua que abastecían la ciudad.


El escenario natural que representaban los humedales, ríos, lagunas, arroyos, fuentes, bosques, etc., resulta un espacio propicio para una abundante caza menor. Más hacia el norte, hacia la montaña, sería habitual encontrar las grandes piezas de caza: cérvidos, lobos, caballos salvajes, jabalíes y osos.

El legado Tulio Máximo, presumiblemente gran aficionado a las cacerías, encontraría en los alrededores del campamento de la Legio VII Gémina, el lugar ideal para practicar y disfrutar de grandes jornadas cinegéticas. Tras su llegada, buscó un espacio apropiado a extramuros de la ciudad, que delimitó y consagró a los dioses. En él no faltaría la referencia a las ninfas (www.fonsado.com: León y las ninfas), compañeras de Diana, a la que erigió un pequeño templo o santuario en el que instaló un ara votiva con el propósito de realizar ofrendas y ofrecer votos antes de iniciar sus jornadas de caza. A su regreso, depositaria, a modo de homenaje y agradecimiento, los preciados atributos de las distintas piezas cobradas.


Diana, hija de Júpiter y Latona, fue originalmente la diosa de la caza, estando relacionada con los animales y la naturaleza. Siendo testigo de los dolores del parto de su madre, concibió tal aversión hacia el matrimonio que pidió y obtuvo de su padre la gracia de guardar perpetua virginidad. El propio Júpiter la armó con arco y flechas y la hizo reina de los bosques, dándole como comitiva un numeroso grupo de hermosas ninfas, que debían hacer voto de castidad y que se dedicaban, como ella, a la caza, su ocupación preferida.

Sin embargo, a veces resultaba cruel y vengativa. No tenía escrúpulos con los que se ganaban su odio, llegando a cometer todo tipo de humillaciones y crímenes. Su brutalidad llegó hasta el pastor Acteón que la vio bañándose desnuda junto a sus ninfas. Diana lo trasformó en venado e hizo que sus propios perros le diesen caza y muerte. Pero también tenía su lado de ternura. Diana llegó a enamorarse platónicamente de otro pastor, Endimión, a quien besaba cuando dormía, tan suavemente, que no llegaba a despertarle.


Pero volvamos al comandante de la Legio VII Gémina, el libio Quinto Tulio Máximo y a su afición a las cacerías. En una de sus habituales jornadas de caza, el legado, acompañado de sus fieles, amigos y hombres de confianza, además de los siervos y esclavos que portarían la significativa intendencia, dirigirá su caballo desde los principia o cuartel general de la legión, hacia la puerta decumana, situada al norte del campamento.

No lejos de allí se encontrará el espacio consagrado a los dioses que recientemente ha dispuesto el legado, y en el que, junto a otros, se hallaría el templete dedicado a Diana. En él se alojaría el ara que el propio legado augustal se ha preocupado de encargar y ofrecer a la Diosa, y en la que ha dejado constancia de su nombre y título, además del bello poema que contiene sus votos.


Rodeado de sus fieles, encaminará sus pasos hacia el altar en donde él o uno de sus allegados, portando la patena con la ofrenda, realizará a la Diosa un pequeño sacrificio consistente en la quema en el pequeño hogar del ara, de algún costoso perfume mientras se invocarían las correspondientes plegarias y rogativas para la jornada.


Los dioses romanos eran considerados responsables de todo tipo de sucesos. Cualquier cosa podía ocurrir si los dioses lo deseaban o se encontraban descontentos. La vida romana, en tanto a acciones como a decisiones, se tenían que tomar contando con el favor y aprobación de los dioses, esto se conocía como pax deorum.

Cuando se realizaba un sacrifico o ritual, como en este caso a Diana, se pronunciaba la oración pertinente acompañada de los ritos establecidos según una fórmula determinada. Primero se invocaba a la deidad, posteriormente se realizaba la ofrenda y finalmente la petición.

El poeta latino del s. III, Marco Aurelio Olimpio, conocido como Nemesiano, en su poema Cynegetica, nos traslada una posible plegaria o ruego a la Diosa antes de comenzar la caza:

“Solo tú, Diana, gran gloria de Latona (hija de Leto), que recorres los pacíficos claros y bosques, ven rápido, asume tu traje, arco en mano, y cuelga la aljaba coloreada de tu hombro; sean de oro tus armas y tus flechas; y deja que tus relucientes pies calcen botas púrpuras; deja que tu manto sea ricamente tejido con hilo de oro, y un cinturón con hebilla enjoyada ciña tu plegada túnica, sujeta tus trenzas enroscadas con una banda... Diosa, levanta, dirige a tu poeta por el bosque sin pisotear, a ti seguimos, muéstranos las guaridas de las bestias. Ven conmigo, que estoy aquejado de amor a la caza”.

Después de las invocaciones y ofrendas obligadas a Diana, partirán los esclavos y criados con los perros hacia los cazaderos previstos, para iniciar el rastreo y la preparación de trampas y emboscadas. Otros les seguirán tras la partida del legado y su séquito, trasladando los numerosos utensilios necesarios para la jornada: alimentos, enseres, carpas y menaje para los descansos y ágapes campestres.

La jornada transcurriría, como hace referencia el poema de la cara posterior del ara leonesa. Se prepararían trampas con redes y trincheras camufladas en el suelo, también se tenderían potentes redes en las caminos de huida. Se rastrearía a todo tipo de cérvidos y jabalíes tratando de alancearles a pie o a caballo (www.youtube.com/watch?v=6vGxL-U-mgE#t=21), o asaetearles desde la propia montura o en puestos estratégicos, mientras son acosados por siervos y esclavos con la ayuda inestimable de los perros, señalando y hostigando a las piezas. Para las aves, zorros y liebres se pondrían trampas o los conocidos señuelos con liga para las aves, que impediría la huida del animal, permitiendo unos segundos de concentración al cazador para no fallar el lance.

Los caballos salvajes, muy apreciados, serían atrapados mediante redes y lazos una vez perseguidos y encauzados por los caminos previstos de huida. Como piezas especiales estarían los grandes cérvidos y, ocasionalmente, el oso. Éste último es la presa más escasa, difícil y apreciada. Acosado por los perros, sería, en principio, objetivo de los dardos de los cazadores, hasta el momento en el que los más audaces armados con una jabalina echasen pie a tierra y se enfrentaran cara a cara con el plantígrado, hiriéndole hasta acabar con él.

No sería nada frecuente esta situación, como lo demuestra la escasez de representaciones del oso entre las muestras musivarias de caza, pero su importancia queda patente en la placa que Tulio Máximo dedica a Diana, a la vez que le ofrece la piel que, según deja escrito, ha arrancado personalmente a un oso y de lo que se siente plenamente orgulloso.

Las jornadas de caza estarían jalonadas con grandes almuerzos campestres, una vez instaladas todas las las comodidades propias de la clase dirigente romana, y en los que no podrían faltar todo tipo de manjares exclusivos, vino abundante y, tal vez, algunas de las piezas cobradas.


En el mosaico de Villa del Casale en Sicilia se maneja la hipótesis de que el personaje representado es el emperador Constancio Cloro (250-306 dC.) que, vestido con túnica corta de color rojo, dirige el ritual del sacrificio a Diana antes de iniciar la jornada de caza. Se aprecia perfectamente el ara votiva, situada a los pies de una pequeña imagen de Diana cazadora, en la que el César quema en el focus la ofrenda de perfume que contiene una patena. A la izquierda, tomando las bridas del caballo zaino, su hijo Constantino, y al otro lado, Magencio, sujetando el caballo bayo. La imagen del pequeño altar de Diana es prácticamente idéntica a la que se observa en el mosaico de las Estaciones de Daphne, en la costa turca.

El altar leonés formaría parte de un pequeño conjunto a extramuros del campamento de la Legio VII, posiblemente en su zona norte. Junto al ara o sobre ella, podría encontrarse la imagen de Diana cazadora, como se observa en el mosaico citado.  El ara y la placa dedicadas por Tulio Máximo, estarían rodeadas de los trofeos conseguidos en las jornadas de caza del legado, por lo que, seguramente, se encontrarían a cubierto dentro de un pequeño templo o protegidas de la intemperie por un templete.

Si bien el Ara de Diana de León sobresale en todos los estudios y comentarios por su bella e interesante epigrafía, su aspecto, prácticamente idéntico al altar que aparece en el mosaico de la Villa del Casale, nos permite conocer su uso práctico, además de adentrarnos en las costumbres religiosas y cinegéticas de los hombres que vivían en esta ciudad hace 2000 años.

Resulta insólito que el Museo de León seleccione esta admirable pieza arqueológica como “pieza del mes”, mes en el que precisamente se celebró el Día Internacional de los Museos, conmemoración en la que el Consejo Internacional de los Museos pretende acercar a la ciudadanía los museos y sus profesionales. Sin embargo, lo único que ha llegado a nosotros es la escueta noticia en el periódico. Ningún artículo ni información nueva sobre el Ara de Diana ni comentarios en las redes sociales ni folletos explicativos o divulgativos, ni siquiera una pequeña referencia en la entrada del Museo. La distancia entre los técnicos y los ciudadanos sigue siendo la misma que antes.

En junio la "pieza del mes" seleccionada por el Museo de León es un Cristo de marfil de origen incierto, pero con rasgos orientales, que relevará al Ara de Diana del "protagonismo que ha tenido" en este mes de mayo. Durante las visitas guiadas y gratuitas al Museo de León a partir del 1 de junio, parece ser que se darán explicaciones detalladas de la nueva pieza elegida. Bienvenido Cristo desconocido, adiós desconocida Ara de Diana. 


- Ara de Diana. Museo de León.
- Anagrama: Consejo Internacional de los Museos.
- Anagrama: Día Internacional de los Museos.
- León. Derribo torres norte de la muralla romana.
- Sacrificio a Diana. Medallón Arco de Constantino. Roma.
- Paisaje con Diana y las ninfas volviendo de la caza. Jan Breughel el joven.
- Idem. Detalle.
- Focus y pulvinos. Ara de Diana. León. Foto Javier del Hoyo.
- Ara de Diana. Trasera derecha. Museo de León.
- Ara de Diana. Trasera izquierda. Museo de León.
- Placa Museo Arqueológico. Madrid. Foto Javier del Hoyo.
- Mosaico del oso. Domus de Astorga. León.
- Escena de caza. Villa de Olmeda. Palencia.
- Mosaico de Meleagro y el jabalí de Calidón. San Pedro de Arroyo. Ávila.
- Diana y Endimión. Luca Giordano.
- Escenas de caza. Villa del Casale, Piazza Armerina. Sicilia.
- Escenas de caza. Villa del Casale, Piazza Armerina. Sicilia.
- Escenas de caza. Villa del Casale, Piazza Armerina. Sicilia.
- Escenas de caza. Villa del Casale, Piazza Armerina. Sicilia.
- Escena de caza. Villa Tellaro. Sicilia.
- Sacrificio a Diana, detalle. Villa del Casale, Piazza Armerina. Sicilia.
- Cristo. Museo de León.




domingo, 25 de mayo de 2014

El final más cruel, de nuevo para el Atlético de Madrid ....



Qué manera de aguantar,
qué manera de crecer,
qué manera de sentir,
qué manera de soñar,
qué manera de aprender,
qué manera de sufrir,
qué manera de palmar,
qué manera de vencer,
qué manera de morir ...............................