domingo, 15 de noviembre de 2020

Los gallos de San Isidoro de León


Hace unos pocos años pudimos admirar en la localidad francesa de Bayeux, una de las obras más impresionantes de la Edad Media fechada en el s. XI: el Tapiz de Bayeux (La Tapisserie de Bayeux), también conocido como el "Tapiz de la reina Matilda"(http://www.fonsado.com/2011/09/bayeux-centro-de-dos-invasiones.html).

Se trata de un gran lienzo bordado de 70 metros que narra la conquista de Inglaterra por el normando Guillermo el Conquistador. En uno de los apartados historiados se narra la muerte y el entierro del último rey sajón, Eduardo “el confesor”. Las imágenes del entierro muestran como los restos del monarca inglés son llevados a hombros por sus fieles a la Abadía de Westminster en Londres, donde fue enterrado. 


Sobre el tejado del templo se puede observar como un personaje instala en lo alto de la torre un gallo, dejando constancia y notoriedad de la importancia que ostentaba la conocida abadía al encontrarse bajo la advocación de San Pedro. Como sabemos, la presencia del gallo entre los cristianos rememora el episodio bíblico de la traición, de la negación por tres veces de Pedro en los momentos previos a la Pasión, cuando el gallo, cantando dos veces, recuerda al apóstol que Jesús le había profetizado su acto de cobardía (Mc 14,30) (En los Evangelios de Mt. 26,34, Lc. 22,34 y J. 13,38, Pedro niega a Jesús tres veces, antes de que cante el gallo una vez). 

A partir del s. IX el gallo se convirtió en la imagen recurrente de la mayoría de las iglesias. El papa Nicolás I implantó la costumbre de situar sobre las veletas existentes en lo alto de las Iglesias un gallo que simbolizase la resurrección de Cristo, pero también con la finalidad de alejar al demonio, por la vinculación del gallo con San Pedro, personificado éste como germen y cimiento de la Iglesia: “Sobre esta piedra edificaré mi iglesia, y las puertas del infierno no prevalecerán contra ella”.

Esta simbología de "resurrección y defensa del mal", aparece significativamente en la Real Colegiata Basílica de San Isidoro de León en tres lugares emblemáticos: 

-Dibujado en el más bello y completo de todos los beatos, el Beato de San Isidoro, también conocido como Beato de los reyes Fernando I y Dª Sancha.

- Coronando altivamente la veleta de la formidable torre románica, desde donde vigila desde hace siglos el devenir de la ciudad.

- En las extraordinarias pinturas románicas del Panteón Real, en las que no aparece una sino dos veces. 

Fechado en 1047 el Beato de San Isidoro permaneció en la Colegiata hasta el siglo XVI-XVII, en las que pasó a manos de los marqueses de Mondéjar. Felipe V, tras la guerra de Sucesión, incautó la biblioteca de los marqueses y el Beato pasó a la Biblioteca Real y de ahí a la Biblioteca Nacional, en la que actualmente se encuentra.

El gallo del Beato de San Isidoro se halla dentro de una de las 98 miniaturas que contiene, conocida como el Arca de Noé. La ilustración nos muestra el Arca en forma de casa, con un tejado a dos aguas que cobija cinco estancias, cuatro de animales y la superior reservada a Noé, su mujer y sus tres hijos y esposas. 

Hay que señalar que desde antiguo el Arca de Noé se usaba normalmente para representar a la Iglesia, identificándola como la “casa de salvación”. Bajo la representación de Noé y su familia, en la miniatura se muestran las cuatro estancias llenas de animales. En la primera o más baja, se representan los grandes mamíferos: elefante, camello, jirafa, … En la segunda aparecen animales mitológicos y fantásticos que, por supuesto, nunca “estuvieron” en el Arca, aunque se encontraban presentes en la mente del hombre medieval. La tercera estancia corresponde a los grandes depredadores y en la cuarta aparecen los animales “domésticos” entre los que destaca y se define claramente un gallo amarillo con cresta y carúncula roja que, sobre el fondo negro, es el animal que más fácil resulta de identificar en la bella miniatura. 


Desde el año 2002 se expone en el Museo de la Real Colegiata de San Isidoro de León el gallo-veleta, uno de los emblemas de la ciudad, que desde hacía casi mil años coronaba la torre campanario de la Basílica, acompañando así el quehacer cotidiano de la ciudad y que ahora ha sido sustituido por una magnífica réplica fundida en bronce dorado.


Esta pieza excepcional ha permanecido imperturbable cientos de años en lo alto de la torre, desde la que ha sobrevivido a mil circunstancias adversas, sobre todo a los acontecimientos del convulso siglo XIX, en el que San Isidoro pasó por delicados momentos de supervivencia, como los graves sucesos provocados por la entrada, ocupación y saqueo de las tropas francesas, durante los cuales algún soldado gabacho consiguió hacer impacto en la pieza con su mosquetón.

Pero también resistió a los complicados períodos de la Desamortización de mediados de siglo, además de sobrevivir a las revueltas y asaltos de la revolución de 1868 y a las tristes incautaciones gubernamentales de los años 1868-69 que se sucedieron en la Basílica, que supusieron el traslado a Madrid de varias piezas únicas que ahora se exhiben en el MAN http://www.fonsado.com/2013/01/la-incautacion-de-obras-de-san-isidoro.html

Su localización en lo alto de la torre debió de tener con seguridad una doble función. En primer lugar, su ubicación debe dirigirse a una funcionalidad simbólica, como símbolo solar que anuncia la salida del sol, el triunfo de la luz contra las tinieblas; pero también, como emblema particular de Cristo poniendo particularmente de relieve su simbolismo solar: luz y resurrección. 

Gracias a la importante restauración de la torre románica en el año 2001, se produjo el desmontaje y posterior restauración de la excepcional pieza, permitiendo también una serie de actuaciones que implicaron estudios artísticos, históricos, entomológicos, palinológicos, además de un profundo análisis metalográfico y hasta paleográfico, cuyos resultados se dieron a conocer públicamente en el 2004 mediante las actas de las “Jornadas Isidorianas sobre el gallo de la torre”, espléndidamente publicadas por la Cátedra de San Isidoro. 


En principio, no hay ninguna duda de que el gallo es una pieza de metalistería islámica con un claro destino palatino. Pero, ¿cuál puede ser su verdadera procedencia, su ubicación en la Península? No existe una respuesta definitiva al respecto, pero durante el siglo XI existe una curiosa e interesante línea de conexión entre la ciudad de León, capital del Reino, con el al-Ándalus. En esta conexión o vínculo, que se concreta en una serie de sucesos armados, podría haber tenido lugar el traslado a la ciudad de esta sugestiva obra.

Se desconoce el momento concreto en el que el gallo se situó en el campanario. Su instalación va unida a la construcción del segundo cuerpo o campanario de la torre, si bien, en la pieza cónica ajena a la figura del gallo que protege el vástago o eje central permitiendo la movilidad de la veleta, existe una inscripción cuya grafía, según los estudios realizados, corresponde a finales del siglo XI o inicios del XII. 

Aunque los islamitas de la Península eran expertos metalistas, como lo demuestran los importantes talleres y las obras que han llegado hasta nosotros, los análisis terrígenos realizados al gallo por el Departamento de Biología Vegetal de la Universidad de León, demuestran la presencia de pólenes de especies vegetales distintas a las que existen en la cubierta de la torre donde estaba anclado, al tener éstos un origen oriental, concretamente pertenecen a especies propias de la cuenca del Golfo Pérsico. De esta manera, fácilmente puede tratarse de una obra artística más de la frecuente importación de materiales o piezas de arte que los andalusíes se hacían traer de Oriente.

A pesar de ello, la hipótesis expuesta de que nos encontramos ante una obra posiblemente importada de Oriente, no desvirtúa la posibilidad de su llegada al Reino de León desde el al-Ándalus, como adquisición, tributo o acción militar. 

Esta última opción es probablemente la más factible debido a las incursiones militares leonesas en esa época, como la ocurrida en 1009 donde tropas leonesas saquearon el palacio califal de Medina Azahara, o pudo haber sido traído por Alfonso VI como parte de los saqueos realizados en 1072-1075 en los alrededores de Córdoba en apoyo a su aliado Al-Mamún, rey de Toledo. Tampoco se puede descartar su origen valenciano como parte del botín obtenido por Alfonso VI, motivado por  los impagos del musulmán Al-Qadir, o también, proceder de alguno de los palacios que el propio Al-Mamún tenía en Toledo y que, tras la conquista de la ciudad en  1085 por Alfonso VI, pudo haber sido trasladado a la capital leonesa para adornar la torre del Panteón Real de San Isidoro de León, tumba de sus padres Fernando I y Sancha. (http://www.fonsado.com/2009/03/el-gallo-de-san-isidoro-de-leon-ii.html).


El Panteón Real de San Isidoro es una pequeña estancia cuadrada abovedada de unos 65 m2 que se encuentra a los pies de la Basílica, con la que esta comunicada, y que ya pertenecía al anterior templo dedicado a San Juan Bautista. 

Dos corpulentas columnas parten el recinto en tres naves y junto con los arcos formeros y los arcos fajones forman seis bóvedas de crucería muy planas, que contienen un extraordinario y único ciclo de pintura románica realizado sobre una base de estuco blanco alrededor del año 1170, año en que todavía está vigente la liturgia mozárabe en el Reino leonés. 

Para su realización se utilizaron preferentemente colores como el ocre, amarillo, rojo y gris, todos ellos en diferentes matices; además se incorporan inscripciones que tratan de explicar las escenas que se muestran. Algunas de las paredes laterales también revelan pinturas con distintos hechos: “Crucifixión”, “Cordero de Dios” y “Natividad”, en el lado este (puerta de entrada a la iglesia); “Visitación y Anunciación” y “Epifanía y Huida a Egipto” en el paramento sur (la actual entrada). 


Las bóvedas se distribuyen de este a oeste: frente de la “Crucifixión” se localizan “Cristo Apocalíptico” y “La Pasión”; en el centro, frente a la representación del “Cordero”, las bóvedas del “Pantocrátor” y la “Santa Cena”; por último, frente a las imagines de la "Natividad", están las bóvedas del “Anuncio a los Pastores” y la “Matanza de los Inocentes”.


En una de las enjutas de la bóveda de la “Santa Cena” aparece en un lugar destacado un expresivo gallo que mira hacia la derecha, realizado en color negro salvo alas, cresta y carúncula que se muestran rojizas. Se localiza en un lugar destacad0 del conjunto apoyado en roleos vegetales y con su cartela identificativa: GALLVS.

Su presencia en la escena de la “Santa Cena”, considerada la escena principal del Panteón, confirma la importancia que para la tradición cristiana representaba el ave, como protagonista de la profecía en la que Jesús señalará la cobardía de Pedro al negarle tres veces: "Antes de que el gallo cante dos veces tú me negarás tres". Este triste episodio del Apóstol servirá para convertirle en pilar, base y sustento inmutable de la Iglesia, y el gallo pasará con el tiempo a ser símbolo de resurrección y firme protección ante el mal, como ya hemos citado.


Este gallo es una de las imágenes más conocida, divulgada y representada del Panteón Real y su parecido con la figura del gallo de la torre románica es patente. Colas, carúnculas, picos y sobre todo las crestas, son prácticamente semejantes. 

Pero no es la única imagen de ave del Panteón Real. La bóveda denominada de la “La Pasión” cuenta con una serie de escenas: Cirineo portando la cruz, Pedro cortando la oreja a Malco, Pilatos lavándose las manos, y varios soldados. En otra de las escenas, una sirvienta (MVLIER ANCILLA) afirma ante Pedro que él era uno de los seguidores de Jesús, a lo que este lo niega rotundamente como muestra la representación del Apóstol rechazando la afirmación con las dos manos alzadas. Al lado, se muestra otro gallo (figura poco conocida) que parece mirar la escena desde la percha en la que está apoyado, estira su cuello y con el pico abierto emite por segunda vez su canto (o primera, según Evangelios), cumpliéndose así el vaticinio de la negación por tres veces de Jesús por parte de Pedro: 


… Y enseguida cantó por segunda vez un gallo, y se acordó Pedro de la palabra que Jesús le había dicho: “antes de que el gallo cante dos veces me negarás tres”. Y recordándolo, lloraba. Cantó el gallo y Pedro volvió en sí. Jesús sale entonces de la casa de Anás a la de Caifás, y en el revuelo de la salida sus miradas se cruzan. Jesús le mira con compasión. Pedro se da cuenta de lo que ha hecho y "salió fuera y lloró amargamente" (Mc 14, 30). 


El gallo de esta bóveda aunque se orienta hacia la izquierda, posee los mismos colores, trazos y parecido que el anterior, aunque se aprecia más realista a pesar de su peor conservación. Bajo la imagen, la inscripción TRISTATVS EST PETRVS (Pedro está triste), haciendo referencia a la tercera negación del Apóstol. En otra escena de la misma bóveda, se muestra a Pedro llorando, fiel descripción del texto del Evangelio de Mateo (PETRVS FLEVIT, “Pedro lloró”, dice la inscripción).







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