Hace ya tiempo realizamos una entrada sobre el “cuadro de todos juntos” http://www.fonsado.com/2010/01/el-cuadro-de-todos-juntos.html. Esta obra se puede admirar actualmente en el Museo del Prado; es un óleo de grandes dimensiones de Francisco de Goya que en realidad se denomina “La familia de Carlos IV”. Colgado de las paredes del Palacio Real, el monarca Borbón Carlos IV lo señalaba vulgarmente como el “cuadro de todos juntos”.
El sacerdote y escritor José María Blanco White llegó a decir de Carlos IV que realmente era un hombre de grandes ideales pero que carecía del más mínimo sentido político. Era un ingenuo feliz, un “tonto divino”.
Es evidente que a lo largo de su triste reinado heredó de su padre Carlos III las buenas intenciones y propósitos, pero, de ninguna de las maneras, adquirió la inteligencia que siempre manifestó su antecesor. Se cuenta que siendo ya hombre adulto y delante de toda la Corte española, tuvo la audacia de preguntarle a su progenitor: “Padre, no puedo comprender… si todos los reyes somos designados por la gracia de Dios, ¿cómo pueden existir malos reyes? ¿No deberían ser todo los reyes buenos? Ante la candidez y simplicidad de la pregunta Carlos III miró a su hijo y ante toda la Corte le endosó: “Pero que tonto eres, hijo mío! Esta fama de ingenuo e incauto que persiguió en vida al monarca español se difundió por todos los reinos europeos. Así nos fue.
Tuvo, como su padre, una gran devoción por la caza dedicando buena parte de su tiempo a esta actividad, tanto por afición como por la creencia de que un permanente ejercicio físico los alejaría de la “tristeza y melancolía”, sobrellevada por sus antecesores Felipe V y Fernando VI.
En una de estas excursiones cinegéticas por Riofrío, ocurre una de las anécdotas más curiosas y "gastronómicas" de la historia de la monarquía española. Acompañado el rey por parte de la Corte y escoltado por cadetes del Colegio de Artillería de Segovia, el monarca sintió hambre. En aquel momento, por uno de los caminos del cazadero real, apareció un vendedor ambulante con sus mulas cargadas de un oloroso y rico embutido: chorizos.
Dicen que el vendedor choricero era un tal José Rico (o Constantino Rico), conocido por sus vecinos de Candelario (Salamanca) como el Tío Rico. Candelario era y es una localidad conocida por la calidad de sus embutidos y la especial celebración de la fiesta de La Candelaria cada 2 de febrero; pero también por ser el lugar donde surge el conocido dicho: “Atar los perros con longanizas”, dicho en el que, al parecer, también tiene protagonismo el Tío Rico.
Este choricero tenía montada en su casa una afamada fábrica en la que trabajaban varias vecinas de Candelario. La actividad era tan frenética que, al observar que en el lugar había entrado un perrillo y que no conseguían sacarlo del lugar, una de las empleadas, ante el posible estropicio que pudiera originar el animal y la premura de su trabajo, solo se le ocurrió atar rápidamente al perro a un banco utilizando lo que tenía entre manos: una ristra de longanizas.
Antes de continuar con el encuentro de Carlos IV y el choricero de Candelario, comentar que el embutido que se denomina chorizo no es de anteayer. En el Calendario Románico del Panteón Real de San Isidoro de León, del siglo XII, en la representación del mes de noviembre se describe gráficamente la matanza o "sanmartino", apareciendo la figura de un hombre sujetando a un cerdo al que va a sacrificar.
Los embutidos, en concreto el chorizo, es uno de los grandes productos de la matanza del cerdo. La imagen ya señalada del Panteón Real de San Isidoro, refleja una de las tradiciones gastronómicas, culturales, festivas y hasta religiosas, con más tradición en las sociedades rurales.
Así todo, ya en la antigua Grecia y Roma existían los embutidos. Un ejemplo lo tenemos en una comedia de Aristófanes, el famoso comediógrafo griego, donde el principal personaje aparecía con una vasija repleta de “chorizos”. En la Odisea, del siglo IX antes de Cristo, Homero hace mención a la tripa rellena con sangre y grasa que puede asarse al fuego: la morcilla, que parece ser el primer embutido del que existen referencias.
Los romanos también eran muy aficionados al embutido y poseían numerosas variantes de salchichas. El botulus, que se vendía por las calles, era una especie de morcilla cuyo nombre ha perdurado hasta hoy en el gran y exquisito y cada vez más conocido botillo leonés.
La “revolución” en la elaboración del chorizo y otros embutidos llega desde América en el s. XVI con el pimentón. Antes de la llegada a América, los embutidos eran blanquecinos o negros (morcillas) al llevar sangre. A partir del XVI se le añade el pimentón, que ahora se produce de gran calidad en Extremadura, dando lugar al color rojizo actual de la mayoría de embutidos.
Pero volvamos al “encuentro” entre el hambriento monarca y el Tío Rico. El choricero dio a probar al rey algunas de las piezas de sus mejores chorizos. Carlos IV, tal vez por el hambre acuciante de la jornada o porque las piezas eran realmente exquisitas, quedó deslumbrado por tan delicado y sabroso embutido, por lo que instó al choricero a servirle permanentemente sus productos. De esta manera, el Tío Rico se convirtió en “Proveedor de la Casa Real”, dando lugar a que
en aquellos últimos años del siglo XVIII los chorizos de Candelario alcanzasen una extraordinaria fama entre los cortesanos madrileños.
Fue tal la admiración que tuvo Carlos IV por este tipo de embutido, que se dice que ordenó al pintor Ramón Bayeu, uno de sus más afamados artistas de la Real Fábrica de Tapices y cuñado de Francisco de Goya, que realizase un lienzo sobre el tema para ser expuesto en la Sala de Embajadores de El Escorial.
Como en otras obras, el boceto del tapiz El choricero fue hecho por Francisco Bayeu, hermano de Ramón, y la obra pictórica fue ejecutada finalmente en 1780 por éste último. Se trata en este caso, de un cartón para tapiz de la Sala de Embajadores de El Escorial, realizado a partir del pequeño boceto de su hermano Francisco.
La obra de Ramón Bayeu refleja en primer plano a un comerciante que protagoniza la composición y que se muestra delante de un aguador que se aleja. Es una más de las tantas estampas que reflejan fielmente la España del siglo XVIII y los trajes populares de la época.
En el año en que León es la Capital Española de la Gastronómica, no se puede dejar de lado el Chorizo de León que posee fama reconocida y ha conseguido, hace ya algunos años, su Marca de Garantía. El clásico chorizo de León está confeccionado con carne magra y tocino de cerdo, adobado con pimentón picante o agridulce, sal, ajo y orégano. Tras macerar un día, la chacina se embute, normalmente en tripa delgada, luego se ahúma con leña de roble o encina y se orea al frío de la montaña leonesa para su curación. El chorizo de León está considerado como uno de los mejores embutidos de España y probablemente del mundo.
Prueba de la fama de su excelente calidad, está protagonizada en 1998 por el astronauta Pedro Duque que, en su primer viaje espacial con el transbordador espacial Discovery para realizar la supervisión del módulo espacial de la Agencia Espacial Europea (ESA), se llevó dentro de su “equipaje” un chorizo de León.
- La Familia de Carlos IV. Goya.
- Carlos IV. Goya.
- Carlos IV Cazador. Goya.
- Cadetes y Colegio de Artillería de Segovia. Grabado.
- Noviembre. Panteón Real de San Isidoro de León.
- Marca "Chorizo de León".
- El Choricero. Ramón Bayeu.
- León, Capital Española de la Gastronomía.
- Pedro Duque.
- La Familia de Carlos IV. Goya.
- Carlos IV. Goya.
- Carlos IV Cazador. Goya.
- Cadetes y Colegio de Artillería de Segovia. Grabado.
- Noviembre. Panteón Real de San Isidoro de León.
- Marca "Chorizo de León".
- El Choricero. Ramón Bayeu.
- León, Capital Española de la Gastronomía.
- Pedro Duque.