viernes, 30 de diciembre de 2016
Feliz año 2017!!!
jueves, 22 de diciembre de 2016
La Sibila regresa a León tras cinco siglos
El anuncio en la prensa ha sido todo una sorpresa. Mañana, día 23 de diciembre, la Sibila “volverá” a nuestra Catedral después de cinco siglos, gracias a la iniciativa del titular del órgano catedralicio, D. Samuel Rubio.
Según la noticia, la actuación de mañana en nuestra catedral será una referencia cultural nacional e internacional, debido a lo antiguo del espectáculo que, cada 24 de diciembre y a medianoche, se realizaba el solemne canto compuesto por la Profecía de Isaías, seguido por el Canto de la Sibila. Estos dos cantos trataban de significar la “venida” de Cristo, con su Nacimiento en estas fechas, mientras la Sibila anunciaba a continuación la segunda “venida”, el Juicio Final.
La Sibila siempre ha estado presente en nuestra Catedral entre las tallas de la Portada Occidental, es la Sibila Eritrea, ahora situada en el claustro. ¿Qué hacía un personaje pagano cercano a la mitología griega y romana, en la portada de la catedral? La presencia de la Sibila Eritrea en el templo leonés y en la religión y tradición cristiana, obedece a que la pitonisa es considerada, desde los primeros tiempos del cristianismo, como la voz del mundo antiguo, del mundo pagano, al que se le prometía un Salvador de igual manera que los profetas anunciaban al pueblo judío la llegada de un Mesías.
Las sibilas eran mujeres que, en la cultura griega y romana, se creía estaban inspiradas para interpretar las respuestas de los dioses sobre la predicción del futuro. Según la tradición, la primera de estas mujeres se encontraba en Delfos y se llamaba Sibila, generalizándose el nombre a todas las demás.
También se las denominaba pitias o pitonisas, nombre tomado de la serpiente Pitón (antes designada como un dragón llamado Delfine, de ahí el nombre de Delfos) vivía dentro de una cueva en la ciudad griega de Delfos y a la que el dios Apolo (Apolo Pitio) dio muerte con el fin de apoderarse de su sabiduría. Delfos fue el oráculo más nombrado y sus prácticas las más conocidas y divulgadas por los autores de la Antigüedad.
La sibila o pitonisa de Delfos se sentaba sobre un trípode y, después de haberse purificado con el agua sagrada de Delfos y haber masticado hojas de laurel, escuchaba la pregunta y devolvía a los solicitantes el oráculo del dios que hablaba a través de ella.
En el siglo II aparecen una serie de libros de poemas, denominados sibilinos, compilados por cristianos orientales que tenían como base textos con contenidos históricos, políticos y religiosos de origen y antecedentes paganos, judíos y cristianos. Entre estos contenidos, figuraban los oráculos de la Sibila Eritrea que fueron considerados tan importantes como las predicciones de los profetas del Antiguo Testamento.
Durante la Edad Media, las profecías de la Sibila gozaron de gran estima e influencia, dando lugar a las representaciones teatrales más antiguas (s. XI) sobre el misterio de la Navidad. Eran, en principio, ceremonias sencillas que solían celebrarse el 24 de diciembre y que se limitaban al solemne canto de la “Profecía de Isaías” y al denominado “Canto de la Sibila”, que se componía principalmente de su antigua profecía sobre el Juicio Final y las horrendas consecuencias que le acompañaban.
En el XII y XIII surgen sobre el mismo asunto verdaderos dramas teatrales. Al profeta Isaías y a la Sibila Eritrea les acompañan ahora las prefiguras de Cristo y los profetas mesiánicos y escatológicos: Jeremías, Daniel, Samuel, Ezequiel, Elías, Asuero, Esther, etc.; también figuras con simbolismo escatológico: Baalam, Aarón, la Sinagoga, la Iglesia, la Virgen, San José, la reina de Saba, etc… Es el conocido drama denominado Ordo Prophetarum, que deriva de un sermón, atribuido a San Agustín, que se leía en la vigilia de Navidad.
Durante la representación del drama son llamados a dar testimonio del advenimiento de Cristo y de los sucesos que acaecerán en el Juicio Final, los profetas del Antiguo Testamento, interviniendo también prefiguras de Cristo y de la Virgen, personajes mesiánicos y, por supuesto, la Sibila Eritrea.
El denominado “Canto de la Sibila”, del que mañana disfrutaremos después de cinco siglos, es una ceremonia propia de las iglesias españolas. Se representó en ciudades levantinas: Gerona, Barcelona, Palma, Valencia, etc., pero también en León. Desde la capital del Reino se expande la tradición a ciudades como Santiago, Toledo y, según avanzan las conquistas militares, a tierras portuguesas, extremeñas y andaluzas.
domingo, 18 de diciembre de 2016
El origen del villancico
A lo largo del siglo XVI la Iglesia empieza a utilizar durante los actos litúrgicos obras en castellano para acercar al pueblo las celebraciones religiosas. De esta forma, los villancicos cambiarán paulatinamente sus temas tradicionales a formas y temas que interesan a la Iglesia.
Hoy se asocia el villancico con los cánticos navideños, pero esto no fue así en un principio. La denominación de villancico procede del término “villano”, habitante de la villa, por lo que este tipo de cánticos eran propios de la gente del pueblo, que narraban la vida cotidiana y los sucesos de la aldea o villa y en donde no faltaban las sátiras, las intrigas amorosas o las gestas de armas; todo ello ajeno por completo a la religión y a las celebraciones navideñas.
Estos temas profanos van desapareciendo lentamente de las costumbres del pueblo, como consecuencia de la poderosa influencia de la comunidad eclesiástica conservadora que destierra por completo cualquier tradición ajena a la religiosidad, hasta hacerla prácticamente desaparecer a lo largo del siglo XIX.
El apogeo de las celebraciones navideñas a lo largo del siglo XX, permite la recuperación de las coplas y letrillas religiosas que adoptan el apelativo de villancico, pero únicamente como tonadillas propias de la Navidad. Realizadas con instrumentos simples y populares e interpretados la mayoría de las veces por voces infantiles, cuentan con letras poco elaboradas y una sencilla estructura armónica y melódica.
En la actualidad, el villancico tradicional permanece anclado en el siglo XX mientras está tomando enorme auge el villancico flamenco, sobre todo la “zambomba” de Jerez, nombre por el que se conoce la fiesta distintiva de la Navidad jerezana, que tiene su origen en las reuniones que se organizaban al caer la noche en las casas de vecinos durante estas fechas.
domingo, 11 de diciembre de 2016
Loteria de Navidad: el retablo Alfa y Omega
“NAVIDAD”
Nacimiento flamenco. Anónimo.
Siglo XV. Retablo de madera policromada.
Catedral Santa María. León.
Este es el texto que figura bajo la imagen que se muestra a la izquierda en la Lotería de Navidad de 2016. Junto a las cinco cifras de la “suerte”, aparece en los décimos una ilustración que, desde hace unos años, suele ser representativa de la Navidad. Este año se incorpora la reproducción de un pequeño grupo escultórico realizado en el siglo XV en madera de nogal, que se encuentra en una de las capillas de la girola de la Catedral de Santa María de León y que escenifica el misterio de la Natividad de Cristo.
Es desde el sorteo navideño de 1974 cuando la imagen de los décimos de lotería se desplaza definitivamente a la izquierda y, unos años más tarde en 1986 se incorporan las representaciones de “Nacimientos”, que llegan hasta la actualidad. Con anterioridad se mezclaban todo tipo de imágenes y iconografías, tanto religiosas como civiles o deportivas, por ejemplo el campo de fútbol de la Romareda, la Huida a Egipto, homenaje al tenis, monumentos de España, etc.… Algunos resultan tan peregrinos como el sorteo correspondiente al año 1969, cuyo décimo contenía un dibujo de celebración navideña con el texto: “Por Nadal cada oveja a su corral”.
Esta es la tercera vez que León aparece indirectamente en los décimos de la Lotería de Navidad. La primera fue en 1973, año en el que se mostraba como fondo del décimo la portada del Santuario de la Virgen del Camino, con las conocidas esculturas de José María Subirachs. En 1976 los décimos exponían, ya a la izquierda, un dibujo del “Anuncio a los Pastores”, detalle de las célebres pinturas románicas del Panteón Real de San Isidoro.
Este año la imagen corresponde a un pequeño retablo flamenco que ocupa la capilla del Nacimiento de la Catedral. En la girola de la Catedral de Santa María de León, al lado del Evangelio, se encuentra la capilla del Nacimiento. El origen de este oratorio data de mediados del siglo XIII, donde en uno de los paños está el sepulcro del obispo Arnaldo, fallecido en 1253. Se supone que, en un principio, la capilla estuvo dedicada a San Ildefonso y San Pedro, santos que aparecen representados en las vidrieras de la propia capilla; pero es a mediados del s. XV cuando el obispo leonés Pedro Cabeza de Vaca “funda” la capilla del Nacimiento, donde se situó el retablo de la Natividad, también llamado el “retablo de Alfa y Omega”.
Ésta denominación es debida a una de las particularidades de este conjunto que mide dos metros de ancho y unos centímetros más de alto, y que está formado por dos cuerpos unidos por el centro. En la parte izquierda se distingue perfectamente la letra alfa y en la derecha, un poco menos identificable, la letra omega. Son la primera y la última letra del alfabeto griego, el primero y el último, el principio y el fin, es la simbología tradicional de Dios que de esta manera afirma el poder y la deidad.
Estas letras griegas están situadas sobre la “techumbre” del establo, bajo la cual se representa la escena central: la Natividad y Adoración de la Virgen y San José a Jesús recién nacido, escena en la que no falta la mula y el buey. Sobre el tejado se desarrolla otro suceso en una exposición muy saturada: sobre un paisaje abrupto y rocoso, tres pastores que miran al cielo cubiertos con tabardos y capuchas, reciben el Anuncio del ángel (que no existe). El rebaño de cabras y ovejas ramonea por la montaña, en donde también se aprecian dos perros y varios robles. En lo más alto, la ciudad de Jerusalén representada por castillos y palacios.
San José y la Virgen figuran en primer plano arrodillados y adorando al Niño desnudo, que se muestra recostado sobre un cojín y el extremo del manto de su Madre. Un San José calvo, con barba y entrado en años, viste túnica bajo loba, mientras sostiene un bastón. María, con las manos cruzadas sobre el pecho, se nos muestra de perfil, mientras contempla al Niño con gesto arrobado. Viste túnica que cubre con un amplio manto y un velo sobre la cabeza, que resguarda en parte su larga y ondulada melena.
En la parte derecha del establo, que ofrece aspecto de ruina con cubierta muy inclinada en la que afloran varios ventanucos, asoma la mula y el buey que, de frente al espectador, muestran fisonomías naturalistas y formas proporcionadas.
Ejecutada en el s. XV con claro estilo flamenco, no existen datos sobre el autor de esta pequeña obra, si bien pudiera ser Juan de Malinas o Copín de Holanda, artistas y promotores de la sillería del coro de la Catedral obra exquisita realizada también en madera de nogal y en la misma época.
El conjunto escultórico debió de estar integrado originalmente en una caja que no se conserva. Consta de ocho bloques de madera, cuatro en la Adoración y otros cuatro en la Anunciación, que se ensamblan entre ellos, y a los se les han añadido fragmentos o piezas sueltas que no parecen corresponder con la obra original. Se han perdido también algunos volúmenes, como el ángel anunciador, los pies del Niño, fragmentos de arquitectura, etc. Asimismo, la policromía no es la que inicialmente presentaba, según se comprueba en numerosos puntos: manto de la Virgen, túnica de San José, encarnaciones, etc.
En definitiva, se trata de un pequeño conjunto escultórico de máximo interés, que muestra un fuerte realismo debido a los múltiples detalles, además de revelar la indumentaria de la época. Una bella obra.
El retablo, que contiene una fuerza expresividad impresionante, se puede contemplar, como se ha dicho, en la capilla de la Anunciación de la girola de la Catedral de Santa María de León, en el lado del Evangelio. Un buen momento para disfrutarlo y llevar hasta allí nuestro décimo de la lotería navideña. Quién sabe …
jueves, 8 de diciembre de 2016
sábado, 19 de noviembre de 2016
De Llamardal a Pola de Somiedo
Como todos los años, el inicio del otoño es el momento para volver a disfrutar de la montaña y sus paisajes. En esta ocasión no será por nuestra provincia, sino en la vecina Asturias, concretamente por el Parque Natural de Somiedo, primer espacio asturiano declarado Parque Natural en 1988 y Reserva de la Biosfera el año 2000. Somiedo forma parte de la Cordillera Cantábrica, un accidentado relieve vestido con un hermoso manto de verdes pastos y bosques, es vecino norteño de la comarca leonesa de Babia, también declarada Reserva de la Biosfera por la UNESCO.
La diversidad de la cubierta vegetal de Somiedo es uno de los aspectos que más llama la atención, sobre todo por el dominio del bosque caducifolio, el bosque denominado “atlántico”. Es el robledal y el hayedo, sobre todo este último, el que ocupa la mayor superficie del Parque, extendiéndose por las laderas sombrías, en tanto que el roble ocupa las vertientes soleadas. En las cotas altas el clima y sobre todo el suelo, no permiten la existencia de roble ni haya, pero si el crecimiento del abedul, al que acompaña abundante matorral: piornos, aulagas, retamas, etc.
El Parque de Somiedo tiene cuatro valles principales, atravesados por los cuatro ríos más importantes que dan su nombre a los valles. De izquierda a derecha: el Pigüeña, Somiedo, del Valle y Saliencia. El lugar elegido para visitar será el estrecho valle del río Somiedo, una ruta corta de aproximadamente 11 kilómetros, pero que promete unas vistas espectaculares, además de la observación y constancia de un hábitat concreto basado en una pobre agricultura de montaña y una forzosa trashumancia. Esto ha supuesto que el paisaje, aparte de los imponentes roquedos, aparezca tapizado con extensos pastos (brañas), que son fruto de la acción de los hielos cuaternarios que suavizaron el relieve y donde se levantan las típicas cabañas de teito, auténticas reliquias de tiempos castreños que hoy nos parecen propias de cuentos de hadas.
El Parque de Somiedo tiene cuatro valles principales, atravesados por los cuatro ríos más importantes que dan su nombre a los valles. De izquierda a derecha: el Pigüeña, Somiedo, del Valle y Saliencia. El lugar elegido para visitar será el estrecho valle del río Somiedo, una ruta corta de aproximadamente 11 kilómetros, pero que promete unas vistas espectaculares, además de la observación y constancia de un hábitat concreto basado en una pobre agricultura de montaña y una forzosa trashumancia. Esto ha supuesto que el paisaje, aparte de los imponentes roquedos, aparezca tapizado con extensos pastos (brañas), que son fruto de la acción de los hielos cuaternarios que suavizaron el relieve y donde se levantan las típicas cabañas de teito, auténticas reliquias de tiempos castreños que hoy nos parecen propias de cuentos de hadas.
El sábado 22 de octubre partimos en dirección a Babia cruzando el pantano de Luna, por el siempre espectacular puente Fernández Casado. Por tierras babianas viajamos hacia el oeste por la carretera que conduce a Villablino: Sena, Huergas, Cabrillanes y Piedrafita de Babia, en éste último pueblo un café ambientará una mañana ventosa y fría. Desde esta población nos desviamos por la calzada que se dirige al norte, hacia el Puerto de Somiedo. Se cruza un embrionario río Sil en Vega de Viejos y, posteriormente, la localidad de Meroy, último pueblo leonés donde el arroyo del Puerto forma profundas y vistosas cárcavas.
Nada más cruzar el límite de provincia se alcanza el Alto de Somiedo a 1486 m., y a pocos metros el primer pueblo asturiano, Santa María del Puerto, donde se inicia una bajada vertiginosa hacia el Valle de Somiedo por las comprometidas curvas de Niseléu, que desde el autocar resultan aún más impresionantes.
Durante el descenso, la panorámica del Valle resulta espectacular por la grandiosidad que ofrece esta perspectiva, sobre todo el tramo de carretera antes de alcanzar el desvío que conduce a la pequeña población de La Peral, situada en una pequeña loma.
Antes de la finalización del puerto, hay que detenerse en la desviación que señala la aldea de Llamardal, todavía a 1200m. de altura, desde donde iniciaremos la ruta señalada como PR.AS. 11.
A esta primera hora de la mañana no acompaña el tiempo que se muestra desapacible, con viento frío y clara amenaza de lluvia, mientras se inicia el camino por una pista asfaltada que, en ligera subida, nos acerca al caserío que se encuentra a unos 500 metros de la carretera, en las estribaciones de la Sierra de Peñalba, cadena montañosa que se despliega de norte a sur.
La pista se encauza con un muro de piedras por la derecha repleto de musgos, líquenes y helechos, donde no faltan los escaramujos y los majuelos; a la izquierda se extiende a lo largo del camino un largo cercado de estacas con alambre de espino, que protegen los prados que rodean Llamardal en donde pasta un abundante rebaño de vacas rubias.
Llegando a la aldea, justo al lado de la primera casa, observamos en un aprisco guardado por mastines, unos cuantos ejemplares de latxa de cara negra, ovejas adaptadas a zonas desfavorecidas de difícil acceso y elevada pluviosidad, que son muy estimadas por su leche y carne. Curiosamente, en algunas zonas del norte, como es el caso, tanto hembras como machos presentan cuernos. Al lado de la majada y una vez sobrepasada una gran fuente-abrevadero, una casona presenta el distintivo TA (Turismo Activo). Bajo la casa, a la entrada del establo, la imponente figura de un caballo alazán observa nuestro paso.
Unos metros más adelante se abandona el caserío de Llamardal por un sendero que, partiendo a la izquierda, continúa hacia el norte delimitado por murias de piedra saturadas de vegetación, ascendiendo por las laderas de Pico Alto y Peña de Gúa, elevaciones que forman parte de la Sierra de Peñalba.
El camino se va estrechando hasta, prácticamente, convertirse en un sendero que en estos primeros metros atraviesa pequeños tramos de arbolado donde predominan las hayas. Pero también se dejan ver con facilidad robles, así como acebos y majuelos repletos de frutos y cuantiosos escaramujos que se dejan notar en los ahora descarnados rosales silvestres. En algunos tramos el roquedo aparta el arbolado haciéndose dueño de la ladera, aunque no faltan entre la caliza las retamas, aulagas, piornos, helechos, bellos ejemplares de brecina con su intenso color rojo amarronado y, curiosamente por la fecha en que estmos, abundantes colchicos o comemeriendas, que no dejaremos de ver durante todo el recorrido.
Bajo Peña de Gúa, siempre asomados a la ladera, el paisaje se abre por completo y el tiempo mejora lentamente, permitiendo disfrutar de las sorprendentes vistas sobre el valle que se muestra salpicado de rojos, amarillos y marrones, mezclados con el verde de las majadas y el blanco y gris de las calizas. En el fondo, a la derecha, el caserío de Caunedo, enfrente el cordal donde se encuentra el Pico Mocoso (1990 m.); mucho más a la izquierda Peña Penouta (1886 m.) y más alejado el Cornón, cerca de 2200m., la mayor altura de Somiedo.
Desde un privilegiado mirador natural colgado en la ladera del Gúa (Canto Mostachal), aún resulta más admirable el valle del río Somiedo, una estrecha planicie interrumpida a la izquierda por la altura del Castiechu (1300 m.) que surge cual excrecencia en el medio del valle, por donde zigzaguean rio y carretera; a nuestra derecha, tras las casas de Caunedo, la caliza del Mochada (1700 m.), iluminada ahora por los primeros rayos de sol que consiguen filtrarse entre las nubes.
La estrecha senda continúa hacia el norte entallada en la pendiente por donde surgen estrechas alfombras de derrubios. Tras una revuelta finaliza el declive del Gúa apareciendo amplios prados de siega cercados por murias de piedra seca, sin argamasa, que en Asturias se llaman corradas, y una serie de cabañas con teitos de retama o escoba dentro de los cercados. Es la Braña de Mumián.
Las brañas son antiguas formas de explotación de los pastos de altura, que aprovechan especialmente los recursos de una forma integral, a la vez que se asocian y funden con su entorno, tanto por los materiales que se utilizan en las construcciones como en los ciclos de explotación de las mismas. Restauradas con ayuda de fondos del Programa Europeo LIFE (Programa de Medio Ambiente y Acción por el Clima), las 17 cabañas que posee esta braña son de planta cuadrada, cubierta de retamas, con la cuadra abajo y el henil en el desván. En la planta baja, en algunos casos, a un lado de la puerta de acceso, puede existir una pequeña portilla que da acceso a una pequeña estancia de uso exclusivo del ganadero.
Las cabañas, que parecen sacadas de narraciones fantásticas, no son exclusivas de Asturias, apareciendo en otros lugares como en el norte de la provincia de León. Son regularmente de planta cuadrada o rectangular y techo a cuatro aguas, con bastante inclinación para que pueda resbalar fácilmente la lluvia y la nieve. El cubrimiento se apoya sobre pequeños muros de piedra irregular, siendo la parte más significativa y sorprendente. Se sustenta sobre vigas de madera, la mayoría de haya al ser el árbol predominante.
Sobre la estructura de madera se coloca una capa de brezo entrelazada con varas de avellano, también abundante en el lugar. Las ramas de retamas o escobas se van clavando sobre la estructura con el tallo hacia arriba y se comienza la cubrición de abajo arriba. Este trabajo tiene que ser ejecutado tras la corta de la escoba a ras de suelo después del verano, entre los meses de septiembre y noviembre. Este corte periódico de matorrales supone también un beneficio para las brañas o praderías, pues de lo contrario esta planta las invadiría por completo.
Las ramas han de clavarse verdes, pues de ello depende la impermeabilización de toda la construcción. La capa suele ser muy gruesa, de más de 50 cm, siendo las reparaciones frecuentes cada año después de soportar los rigores del invierno. La parte superior del techo, llamada cume, suele protegerse de forma especial, generalmente con largos maderos, llamados zancos, que se colocan a horcajadas sobre el cume o parte superior del tejado.
La Braña de Mumián pertenece a las brañas de “construcciones rectangulares”. En este tipo de brañas, que se utilizaban en primavera, verano y otoño, se recogía el heno seco y se acostumbraba a estabular el ganado durante la noche, consumiendo la hierba almacenada a la vez que se producía el estiércol como abono para los prados cercanos. Durante los veranos los brañeiros subían a la braña por la tarde, ordeñaban el ganado y pasaban la noche en la cabaña. Por la mañana, después de ordeñar, bajaban al pueblo para volver a subir por la tarde. En primavera y otoño, con las noches más largas y frías, no se dormía en la braña, el pastor subía por la mañana, ordeñaba mañana y tarde y bajaba por la noche a los pueblos.
Nos acercamos a la braña recorriendo los estrechos senderos que unen las cabañas, entrando en algunos de los cercados para observar de cerca las construcciones. La cercanía da crédito del trabajo que supone su construcción y mantenimiento.
En medio de la braña, la fuente del Cañu. Junto a ella, a su derecha, una de las joyas del patrimonio etnográfico de Somiedo, aunque común en otros lugares del norte: las olleras (otcheras). Las olleras son oquedades o construcciones realizadas normalmente con piedra labrada, que en el interior tenían un pequeño curso de agua que podría brotar del mismo terreno o de una fuente o arroyo cercano, permitiendo así mantener en su interior una baja temperatura, incluso en los meses de verano.
Los brañeiros, recién ordeñado el ganado y recogida la leche en vasijas de barro u ollas, colocaban éstas dentro de las olleras, en la parte donde discurría el agua, agilizando así el enfriamiento de la leche. El objetivo era refrescarla con el fin de su conservación, además de recoger la nata con la que luego elaboraban la mantequilla. Este último proceso oscilaba entre las 24 horas en verano y 36 en invierno, según hemos podido leer en las publicaciones sobre la actividad en las brañas.
Las ollas podían ser de forma de cono invertido, con la boca grande y un vertedor, llamados herradones, donde, cuidadosamente, se retiraba la nata acumulada en la superficie y en los costados. Otra vasija común para las olleras era la fabricada en barro con el interior vidriado, que en su parte inferior poseía un orificio con una pequeña espita de madera que lo taponaba. Cuando transcurría el tiempo determinado, se abría la espita para que saliera la leche completamente desnatada, quedando en su interior la nata que podía recogerse fácilmente.
La ollera de la fuente de la Braña de Mumián es una estructura en piedra labrada magníficamente conservada y orientada al norte, que contiene cinco olleras que aún mantienen parte de su cerramiento en madera.
Abandonamos la braña para continuar por el camino empinado que nos asomará a otra vertiente del Parque, mientras el sol resalta su presencia y cambia por completo el aspecto del día. Bordeando el Pico del Miro, que dejamos a la derecha, se descubre a lo lejos otro de los valles de Somiedo, donde a lo lejos se distingue el caserío del Valle del Lago. Frente a nosotros las impresionantes calizas de Peñas de Urria, que con sus alturas: Palombera, Piniecha, Piedralba y Gurugú, forman una gigantesca pared que encajona por el norte el río Sousas, que vierte sus aguas en el Somiedo.
Se entra ahora en una zona catalogada como de “uso restringido especial”, por lo que está prohibido abandonar la senda. Ésta desciende hacia el valle por la ladera de la Peña el Molinón. Lentamente se entra en el hayedo de la Enraimada, impregnado de los colores otoñales que hacen de cada recodo una imagen saturada de magia, un cuadro de silencio donde se siente intensamente la naturaleza. La ruta discurre en continuo zigzag para evitar la fuerte pendiente, resultando imprescindible el refuerzo artificial con entramado de troncos en algunos taludes para evitar los frecuentes argayos. Cerca de uno de estos taludes y creciendo al mismo lado del camino, descubrimos un ejemplar de belladona que, junto con la mandrágora, pertenece a la tradicional farmacopea de las “hierbas de las brujas”.
Entre las viejas y retorcidas hayas aparecen al borde de la senda gran cantidad de acebos, moreras, majuelos, escaramujos, y grandes alfombras de helechos que han perdido su clásico verdor para dejarnos los bellos tonos marones y amarillos del otoño. A mitad de la pendiente y después de dejar atrás la Fuente del Tornu, la arboleda permite observar parte del valle al que descendemos. Enfrente, bajo las paredes calcáreas y a media ladera, el pueblo de Urria con su particular acceso por carretera en enérgico zigzag.
El paisaje se abre al llegar al pueblo de Coto de Buenamadre, manifestándose un cambio de vegetación al ser sustituido el hayedo por pastizales de siega, con diversidad de especies entre las que destacan unos altos cerezos de un amarillo intenso. Los hórreos aparecen en varios lugares dentro del apretado caserío, con su clásica planta cuadrada y sus cuatro pies de piedra tallada. Se cruza por delante de la fuente de la Riba, una enorme fuente-pilón, con su cruz patada labrada en el frente, que mantiene también dos olleras a la izquierda.
Breve parada al pasar por la pequeña capilla de San Claudio del siglo XVIII, con su minúscula espadaña de piedra y su campana, para continuar por la carretera hacia el fondo del valle por donde transcurre el río Sousas. Se dejan atrás los apartamentos rurales Buenamadre y el cementerio y la iglesia parroquial de San Miguel de la Llera, para abandonar la carretera por la margen izquierda del río, siguiendo la señalización de la PR. AS. 11.
La ruta señalada continua por un estrecho camino, siempre con el murmullo de las aguas del Sousas. La vegetación envuelve la senda, atravesada permanentemente por sonoros riachuelos que bajan atropellados por la ladera. El reino del haya no llega tan abajo y ahora prevalecen los fresnos, avellanos y también castaños, rodeados de una abundante vegetación de ribera.
Las murias que trazan el camino están prácticamente cubiertas de helechos, musgo y líquenes del tipo parmelia que gustan de invadir las rocas silícias y huyen de las zonas ventosas, como es el caso. También se hacen notar las setas como la lepiota, micena, ruxula o la yesca. Asimismo, aparecen flores como la campanita del té o poleo menta, las amarillas castañuelas, los curiosos pompones malvas de la hierba betunera y, hasta se descubre como si estuviera llegando la primavera, un vilano de diente de león.
Antes de cruzar el río Sousas por un pequeño puente, se observan en el suelo las aparatosas huellas que dejan los jabalíes en su búsqueda incesante de tubérculos. Unos metros más adelante el camino accede directamente a la carretera que lleva a la capital del Parque Natural: Pola de Somiedo, el final de la ruta.
Esta población nos recibe con sus múltiples y característicos hórreos, que aparecen salpicando todo el caserío. A la entrada la pequeña Iglesia de San Pedro fechada en el siglo XVIII, realizada en sillería y con su espadaña a los pies. Preside el altar un Cristo crucificado sin brazos y con las piernas cortadas, consecuencia de los tristes episodios ocurridos durante la Guerra Civil. Desmembrado y arrojado al río por partidarios del bando republicano, fue recogido por una vecina, envuelto en una sábana y enterrado en lugar cercano hasta el final de la contienda.
En Pola se localiza el “Centro de Interpretación del Parque Natural” con una amplia exposición, donde se proyectan varios videos y se facilita información sobre el Parque y sus distintas rutas. Igualmente, cerca de la iglesia de San Pedro, se encuentra el “Centro de Interpretación Somiedo y el Oso”, al que acudiremos a primera hora de la tarde.
Pero antes, la visita a la sidrería-restaurante Carión se hace imprescindible. Un tradicional pote asturiano y una carne asada, más los exquisitos, distintos y abundantes postres caseros, ponen el broche a una fenomenal jornada, solo pendiente de conocer el "reino del oso".
La asistencia tras la comida al pequeño Centro de “Interpretación Somiedo y el Oso” resultó muy interesante. Somiedo es una de las últimas zonas de Europa donde aún vive el oso pardo en libertad, aunque la zona de expansión alcanza plenamente en la zona norte de la montaña leonesa que limita con el Parque. Se calcula que entre las dos provincias, pueden habitar más de 200 osos pardos.
En el Centro se muestran las costumbres y supervivencia del oso, supervivencia limitada a áreas poco habitadas, tranquilas y con escasa presencia humana. Su hábitat ideal lo constituye, en el caso del oso cantábrico, un mosaico de bosque formado por hayedos, robledales, abedulares, praderías y pastizales, matorral de brezos y piornos, arandaneras y roquedos. Este medio se sitúa habitualmente entre los 1.100 y los 1.800 m. de altitud, por encima de las áreas de intensa actividad agrícola y ganadera y por debajo de la zona subalpina. Los ambientes más frecuentados son los bosques maduros de hayas, abedules, abetos, pinos silvestres o pinos negros, ya sean puros o mixtos.
Necesitan amplias extensiones para vivir, pero la edad y el sexo condicionan el uso del hábitat y el tamaño del área de campeo, que en las hembras reproductoras suele ser de algunas decenas de kilómetros cuadrados, mientras que en los machos son mucho más extensa, especialmente durante la época de celo.
Las amenazas a las que se enfrenta el oso cantábrico son variadas y todas provocadas directa o indirectamente por el hombre: caza furtiva, caza accidental, cambio climático, destrucción del hábitat, etc. Por eso su conservación es a la vez una historia de éxito y un reto de futuro.
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