La nueva ruta prevista por Senderines para esta primavera, nos llevará otra vez a la comarca de Omaña. Este territorio del noroeste de la provincia de León se encuentra incluido por la UNESCO desde 2005 en una de las Reservas de la Biosfera, conocida como Valles de Omaña y Luna, que, junto a otras Reservas leonesas, conformarán en un futuro la Gran Reserva de la Biosfera Cantábrica. Asimismo, Omaña por su altísimo valor natural y paisajístico, se incluye en los Lugares de Importancia Comunitaria (L.I.C.) y en Zona de Especial Protección para las Aves (Z.E.P.A), pertenecientes ambos a la Red de Espacios Naturales de la Unión Europea (Red Natura 2000 - Red ecológica europea de áreas de conservación de la biodiversidad).
Pero el recorrido no será esta vez en su totalidad por esta hermosa comarca, ya que, aproximadamente medio trayecto transcurrirá por tierras bercianas. La ruta elegida coincide con una de las etapas, concretamente la que hace número 16, del Viejo Camino de Santiago, también llamado Camino de la Montaña y últimamente “promocionado” como Camino Olvidado: Fasgar-Colinas del Campo de Martín Moro Toledano-Igueña.
El Viejo Camino de Santiago fue en un momento la opción para los peregrinos medievales europeos que dirigían sus pasos a Compostela. Una vez franqueados los pasos pirenaicos y debido a la cercanía de la frontera musulmana, los peregrinos, utilizando en parte las vías romanas norteñas, se protegerán del peligro con la seguridad que ofrece la baja montaña. A pesar de tratarse de una ruta sinuosa y con más dificultades orográficas, resultaba mucho más segura que el conocido y tradicional Camino Francés.
El profesor-escritor Julián González en su libro Vexu Kamin incluye una carta escrita en latín en el año 902 por el abad Gundisalvo dirigida al obispo de León, Froilano (San Froilán), fundador de monasterio de Viseo (Valdorria). Este documento fue “traducido” por un monje llamado Valero en el 1002 a la “lengua del momento”. Gundisalvo cuenta su peregrinación a Santiago, acompañando al cortejo real de la hermana de Alfonso III, Leodegundia, tras su boda con García, rey de Pamplona. El texto describe puntualmente la ruta y muchas costumbres de la zona.
La importancia del documento resulta
extraordinaria, ya que se adelanta doscientos años a la narración que el Códice
Calixtino hace de la peregrinación a Compostela. Julián González en varias
declaraciones, señala que la carta en cuestión se encuentra en Asturias, en manos
privadas, por lo que dicho documento, con relatos y crónicas tan importantes
sobre las peregrinaciones medievales a Santiago de Compostela, resulta muy cuestionado y ofrece muchas dudas sobre su veracidad
histórica.
El pasado sábado día 4 de junio, nos dirigimos desde León en autocar hacia la localidad de La Magdalena. Desde allí, la LE-493 se introduce en la comarca de Omaña por las localidades de Soto y Amio y Riello, siguiendo el curso del río Omaña. Al pasar Vegarienza, se toma un desvío a la izquierda en dirección oeste por el curso del río Vallegordo, que discurre por el conocido Valle Gordo de quince kilómetros de longitud. Se cruzan los pequeños pueblos de Aguasmestas, Marzán, Barrio de la Puente, Torrecillo, Posada de Omaña y Vegapujín, por donde serpentea la estrecha carretera entre las cumbres de la Sierra de Gistredo (llamada así por la abundancia de la planta aromática gistra, que encontremos en varios puntos del camino). Esta estrechez hace que en las pronunciadas curvas se eviten con dificultad las edificaciones en las que predomina la piedra y la madera, materiales preferidos en la arquitectura tradicional omañesa.
Todas las casas cuentan con cubiertas inclinadas, como suele ser habitual en un clima donde las nevadas son abundantes. Los tejados, que tradicionalmente se recubrían con cuelmos (manojos de paja del centeno), que constituían un buen aislante térmico, actualmente se cubren con teja o pizarra, en donde se instalan cortanieves que evitan el peligro que supone el desplazamiento en grandes bloques de la nieve acumulada.
En el Valle Gordo la vegetación se muestra exuberante. En el fondo del valle predominan los chopos, salgueros, fresnos y abedules. En las laderas las retamas o piornos, que ahora muestran un amarillo fantástico, mezclados con el brezo que alterna por las pendientes sus manchas blancas y moradas. Se cuenta que “Gordo” equivale a “Rico”, denominación que posiblemente sea debida a la existencia contrastada de asentamientos romanos como consecuencia de varias explotaciones auríferas, comprobándose la existencia de minería de derrubio similar al empleado en las Médulas.
Fasgar, perteneciente al municipio de Murias de Paredes, es el último pueblo del Valle Gordo y allí finaliza la carretera asfaltada. El pueblo se alinea en las dos orillas del Riogordo, encauzado en parte y alimentado por las corrientes del Urdiales y Fasgares que bajan de las vertientes del Tambarón a 2102 metros de altura. Esta población es la más alta del valle (1350 m.) y, a primera vista, comprobamos la restauración de muchas de sus casas que han mantenido las costumbres constructivas de la comarca: piedra, madera y pizarra, conservando los típicos corredores y balconadas en sus fachadas.
Dejamos atrás la iglesia de Santa María, con su característica espadaña y su pórtico lateral encalado, para llegar a la plaza de D. Pedro Tapia donde el amplio espacio permite parar y aparcar el autocar. Allí realizamos los últimos preparativos para iniciar la ruta en un espléndido día primaveral.
Se comienza cruzando el Riogordo por el puente del Medio siguiendo el camino marcado que nos llevará hasta el Campo de Santiago. Se gira a la derecha, continuando por la calle principal que discurre junto a un viejo potro para herrar y una gran fuente abrevadero. La salida de la población se produce por el Piornalín, un fuerte repecho hormigonado, que trascurre entre huertas y prados, hasta llegar a la bella ermita del Santo Cristo, con su pequeño pórtico bajo pequeña espadaña con campana. La floración de la primavera, no solo se apodera de las cercas de piedra, totalmente cubiertas por plantas, flores y musgos, sino de las paredes de la ermita donde han tomado alojo distintas especies de plantas rupícolas, entre las que creemos distinguir la conocida hierba de San Jorge, con su característica flor morada.
Sin duda, el edificio más destacado en las localidades omañesas suele ser su iglesia, que, aparte de los oficios religiosos, servía para que en sus sencillos pórticos se reuniera y tomara acuerdos el concejo. De construcción muy simple al exterior, suelen contar con hermosos y antiguos retablos en su interior. En todas prevalece la espadaña en vez de torres campanario.
Tras la salida del pueblo, pasado el depósito de agua, el desnivel se suaviza y el camino hormigonado se convierte en pista de tierra que se adentra hacia el oeste por la hermosa Vega de Urdiales, encajonada entre las alturas de Fernán Pérez en el lado sur y el monte Cueto, al norte. La vega nos ofrece un intenso paisaje primaveral: verdes praderas, donde las cercas de piedra seca desaparecen por la altura de la vegetación, y los árboles muestran su color más intenso; entre ellos, cuatro hermosos ejemplares de quejigos se erigen como guardianes de la entrada del valle.
Destaca la expansión de floración, sobresaliendo sobre todas el amarillo de las retamas y el morado y blanco del brezo; pero no faltan las jarillas, junto a castañuelas y perdigueras, que se alternan en los tupidos bordes del sendero, donde tampoco faltan cerezos en floración.
Mientras el camino se adentra en la profundidad del Valle de Urdiales que en dirección norte lleva directo a los pies del Tambarón, nos desviamos a la izquierda por la cuesta de Ocidiello que atraviesa el abedular de la Guariza, que conduce directamente al Collado del Campo. En la ladera, a nuestra izquierda, son constantes los cursos de agua que rápidamente se dirigen al valle. Es la subida más importante, el tramo más duro del recorrido.
El zigzagueo de las fuertes rampas nos deja ver en algún tramo a nuestra derecha toda la vega de Urdiales, con las alturas al fondo del Tambarón, todavía con neveros en su cumbre. Cruzamos uno de los cursos de agua más importante conocido como La Guariza y un paso canadiense para el ganado. Más adelante, uno de esos múltiples arroyos que se precipita por la ladera hacia el valle, origina una fuente de tres caños: Las Fuentes. El manantial se instala en una zona sombría rodeada de abundante vegetación: abedules, servales, avellanos, retamas, brezos, ... Es una parada obligada para sosegar la subida y disfrutar del agua fresca que vierte por sus caños. Unos versos de Samuel Rubio, poeta, maestro y montañero, nacido en Fasgar, dejan constancia de la lírica popular en un costado de los surtidores.
A pocos metros de la fuente y una vez finalizado el abedular, se alcanza la collada, el alto de Campo a 1641 metros. Desde lo alto se observa, espléndido, el Campo de Santiago y el fantástico circo de montañas que rodea la vega. De izquierda a derecha: Las Peñonas (1986 m), Pico Cernella (2119), Pico Rebeza (2036) y Las Garabas de Valdoso (2017).
Contemplamos un circo de morfología claramente glacial que, con sus alturas de más de 2000 metros y su situación en el noroeste peninsular, favoreció la acumulación de nieve durante la última glaciación que, con el paso de los años, se transformó en hielo dando lugar a la lengua glacial que ha labrado el valle en forma de U. Desde lo alto del collado del Campo resulta impresionante comprobar el espesor que tuvo la lengua de hielo, que se percibe perfectamente observando el cambio brusco de pendiente en ambas vertientes. La acción de esta tremenda lengua de hielo, en su desplazamiento por el valle del Boeza, se puede comprobar a lo largo de la ruta en las rocas estriadas y pulidas como consecuencia del desplazamiento y rozamiento de la masa de hielo.
Como hemos dicho, desde la collada se tiene una panorámica espléndida del valle del Campo de Santiago, donde nace el río Boeza, afluente del Sil, por acción de varios arroyos que se juntan y originan varios meandros. La construcción que se divisa a lo lejos, es un caserón conocido como “de Donato” que en el verano sirve de establo al ganado. Una foto del grupo resulta obligada.
Para llegar hasta el fondo del valle, hay que descender hacia la izquierda por una tortuosa pista cuyos márgenes se encuentran saturados de brezos y retamas. Se “unieron” varias mariposas azules comunes y una ortiguera o mariposa de la ortiga, que destaca por sus variadas y fuertes tonalidades. Casualmente, serán las mariposas una de las protagonistas de la leyenda del Campo de Santiago.
Según descendemos va quedando a la vista la ermita de Santiago, que forma parte de una de las dos tradiciones “clavijeñas” o de la aparición del Apóstol Santiago Matamoros en la provincia de León: Camposagrado y aquí, en el Campo de Santiago.
La actual ermita data de mediados del s. XVIII. Ésta sustituyó a la que se levantó en el s. X, en agradecimiento por la ayuda que el santo prestó a las tropas de Ramiro II de León, contra las numerosas huestes de Almanzor, comandadas por Martín Moro de origen toledano. La leyenda, por el lugar en la historia que ocupan sus actores, resulta imposible, ya que el rey leonés Ramiro II reinó en León medio siglo antes (931-951), que las conocidas correrías de Almanzor por el reino leonés, que se sucedieron en torno al año 1000.
Así todo, cuenta la tradición que los cristianos del lugar atemorizadas ante el número de invasores enemigos, solicitaron ayuda al rey Ramiro. El monarca leonés les contestó que la batalla, debido al número de musulmanes, no tendría ningún éxito y que “sería más fácil coger a un oso vivo que conseguir una victoria”. Al día siguiente, los lugareños se
presentaron ante el rey con un oso, lo que hizo que Ramiro reuniese todos los
hombres posibles para hacer frente a la tropa invasora. Eso describe la
leyenda.
En la campa se encontraron frente a frente cristianos y moros, pero el Apóstol Santiago a caballo, ya incorporado como uno más a las tropas cristianas, sugirió una retirada estratégica y solicitó “ayuda” a la Virgen María. Como señal la Virgen envió las mariposas que abundaban en la zona, que iniciaron un vuelo en círculo alrededor del campo de batalla. Las tropas cristianas, con el Apóstol Santiago al frente, comprendieron la estrategia e iniciaron giros rápidos en torno a las tropas musulmanas imitando el movimiento de las mariposas. La estrategia cristiana dio resultado, desconcertando a las soldados islamistas que huyeron en dirección al Bierzo por el valle del río Boeza, perseguidos y hostigados por los soldados de Ramiro.
La parada es obligatoria junto a la ermita. Desde allí se tiene la perspectiva de todo el Campo de Santiago, el legendario campo de batalla, una enorme cuenca glacial todavía con numerosos neveros en lo alto y atravesada por los caudalosos meandros donde nace el río Boeza. En estos regatos, ahora bastante caudalosos y repletos de algas, pudimos descubrir en algunos puntos pamplinas, también conocida como maruja, planta que crece durante unos pocos días al inicio de la primavera en arroyos y regatos de aguas limpias.
La estructura de la ermita es muy sencilla. De aparejo irregular y con varios contrafuertes al exterior, en la actualidad tiene añadido un pequeño pórtico bajo espadaña sin campana y con un mínimo óculo que iluminará tenuemente el interior. Por un ventanuco de la puerta pudimos ver, con mucha dificultad, la imagen de Santiago Matamoros sobre su caballo blanco, situado en el centro del retablo. Cada 25 de julio se realiza una romería en honor a Santiago, donde acuden y se hermanan omañeses y bercianos.
Nuevamente en ruta, continuamos ahora hacia el sur siguiendo el curso por la margen izquierda del Boeza y en un continuo descenso, dejando a nuestra derecha la masa caliza de Las Peñonas, aún con neveros. El camino es una autentico túnel de vegetación, donde aparecen por centenares las incipientes gencianas y varias orquídeas silvestres. El Boeza se encajona y se pierde de vista en el fondo de la angosta cañada, plagada de follaje, en donde únicamente se le oye romper contra las rocas de su estrecho cauce. La profunda garganta y la vegetación de alisos, sauces, fresnos y avellanos, hace que en varios puntos el río resulte inaccesible.
Aparecen profusamente los servales con su floración blanca y se multiplican los abedules, arándanos, tejos, acebos, avellanos y robles, muchos de éstos últimos con su tronco tapizado de musgo.En los escasos claros y entre el verde exultante del herbaje, reina el blanco de jarillas, el amarillo de perdigueras y castañuelas y el morado de los ramos exuberantes de campanillas silvestres.
El camino se ha transformado en un pedregal por donde corre, en varios lugares, el agua que baja de la ladera. En numerosos tramos se muestran claramente las consecuencias del rozamiento, del deslizamiento lento del hielo del glacial que discurrió por esta angosta cañada. También son frecuentes los derrubios de vertiente, ejemplo de geoformas asociadas a ambientes periglaciares.
Tras un pequeño repecho, surgen centenares de gamones al inicio de su floración, que se alojan por la ladera y las márgenes del camino, donde se descubren en el suelo las huellas significativas de los jabalíes, resultado de su constante hozar en busca de los suculentos bulbos.
Dejamos la comarca de Omaña y entramos en tierras bercianas. Una señal indica que al otro lado del río se encuentra el “Corral de las Yeguas”, antiguo asentamiento prerromano, imposible de distinguir desde nuestra orilla. Junto al indicativo se muestra también, como en varios tramos del camino, la flecha amarilla que indica que estamos en un tramo del “Camino de Santiago”.
Conviene señalar, que esta marca universal, la “flecha amarilla”, tiene un origen curioso. Es obra del Padre Elías Valiña, sacerdote de la parroquia del Cebreiro, que fue artífice, en parte, del resurgimiento de las peregrinaciones a Compostela. Tras varios siglos en decadencia, en los años 50 del pasado siglo el Padre Elías impulsó la restauración del Santuario y Hospital de Santa María del Cebreiro para renovar la tradicional acogida al peregrino. Años más adelante, se le ocurrió
señalar con flechas amarillas los tramos del Camino desde los Pirineos hasta Compostela. ¿Por qué amarillas? Simplemente porque le regalaron o compró a bajo precio pintura sobrante de las obras de señalización de las carreteras.
Una fuerte pendiente entre rocas y grandes losas conduce directamente a donde calzada y río se encuentran. Los helechos, las milenrrama y las mostacillas invaden las riberas, donde se descubren, al borde del agua, bellos y enormes ejemplares de calta, aun sin florecer. El Boeza sigue su curso vivo entre la enorme vegetación que le escolta y que también se muestra en el centro del cauce, sobre rocas emergentes, donde crece el cálamo y donde asoman y sobrevuelan las retorcidas ramas de salgueros, que, en algunos lugares, alcanzan la otra orilla.
El camino cruza a la margen derecha del río sobre un nuevo puente de madera que se apoya en vigas de acero, es el Pontón de Salgueirón; muy cerca el antiguo y rústico paso realizado sobre troncos trenzados, ya inservible. Es el punto más estrecho del camino. Vuelve el paisaje de robles tapizados por el musgo que se retuercen junto a la orilla del joven Boeza, mientras éste sigue su curso vigoroso y sonoro, originando pequeñas pero mágicas cascadas que se suceden medio ocultas por la vegetación.
Más adelante y tras dejar atrás la pequeña fuente de Oscar, se cruza nuevamente el río hacia a su margen izquierda por el Pontón de las Palombas, totalmente reconstruido como el anterior, y donde subsisten restos también del antiguo puente, que aúna muestra su entereza a pesar del tiempo y el clima extremo de la zona.
Es una zona que corresponde a la parte baja del bosque del Paleiro, bosque citado en la bella historia del “tributo del oso” (el oso siempre presente). El Paleiro es una importante masa boscosa formada, principalmente, por robles en una zona muy escarpada de pizarras que tiene su máxima altura en Picos de Arcos del Agua a 2058 m. Junto con los predominantes robles, también se dejan ver sauces, alisos, tejos y acebos. Es el lugar ancestral donde el urogallo y el oso tuvieron parte de su feudo.
Cuentan que desde tiempo de Alfonso IX de León, los hombres de estos bosques (Colinas, Urdiales y Los Montes) estaban exentos del servicio de armas y de otras contribuciones a las arcas reales. Según la tradición, el rey leonés comentó por estos pagos que sería más fácil cazar un oso que expulsar a los moros del bosque de Paleiro (conviene señalar que en tiempos de Alfonso IX ya no existían musulmanes por estos pagos, pero la leyenda así lo narra).
Los mozos, entendiendo que su valentía estaba en entredicho por las insinuaciones reales, no sólo cazaron el oso, sino que derrotaron y desalojaron a los moros del Paleiro. Como recompensa a la proeza el monarca les concedió los privilegios citados y en gratitud por las prerrogativas del rey, los vecinos regalaban una piel de oso cada año, primero al rey, más tarde al señor de la jurisdicción. Se tiene constancia que esta costumbre estaba todavía vigente a mediados del XVIII, pero, con la abolición de los señoríos en el siglo siguiente, desapareció el “tributo del oso” pero no su caza. Ésta se realizaba en continuas monterías que continuaron hasta bien entrado el s. XX, pudiendo ser ésta una de las causas de la práctica extinción de la especie. Un ejemplo de lo habitual que eran este tipo de batidas la tenemos en la hazaña, relativamente reciente, del “Tío Perruca”, relatada en un libro de Suaréz Ramos, en el que se describe la lucha a muerte del protagonista con una osa, y del que luego hablaremos.
La senda, ahora un auténtico cantizal, se convierte en un “camino de agua”. Dejamos a nuestra derecha el Pontón de Suso que cruza el río hacia las alturas de El Catoute de 2117 m, y la fuente de San Juliano que, según indica, posee la mejor agua de la zona. A escasos metros, las primeras casas de Colinas del Campo de Martín Moro Toledano, localidad con uno de los nombres administrativos más largo de España, que toma parte del caudillo árabe procedente de Toledo derrotado en Campo de Santiago. Antes de llegar descubrimos una “resbaladera” o “resbaladizo” natural en la roca, efecto del glacial, que por la marca que tiene en su centro, ha debido servir de juego y diversión a varias generaciones de jóvenes del lugar.
Colinas, en el Valle del Boeza, a 1100 m. de altitud se encuentra enclavada entre montañas, entre las Sierras de Los Cilleros y Gistredo. Localidad declarada BIC con categoría de Conjunto Histórico desde 1994 por la Junta de Castilla y León como muestra excelente de arquitectura tradicional. Los bellos miradores-corredores en las fachadas dan un encanto especial al conjunto, destacando su puente medieval (no romano), la plaza de la Iglesia, con su típico pórtico o la ermita del Santo Cristo, con su característico y fotografiado arco. Su conjunto es un auténtico reclamo turístico al que hay que añadir la belleza paisajística y natural que ofrece la zona.
Lamentamos el poco tiempo disponible para disfrutar de la hermosa localidad, pero el horario implica continuar hacia Igueña, el final de la ruta, tras casi 13 kilómetros de camino. Los últimos kilómetros hasta Igueña se hacen por carretera y en autocar. El restaurante y la hora concertada esperan.
Igueña tuvo un importante desarrollo económico y demográfico gracias a la minería del carbón a comienzos del s. XX, pero la crisis actual de la minería la ha sometido a una permanente decadencia. Sin embargo, ha sabido actualizarse y se ha convertido en un gran pueblo turístico del Alto Bierzo, que promociona varias rutas de bicicleta de montaña y de senderismo (entre las que se encuentra la del “Tío Perruca”). Asimismo, ha buscado también la promoción turística gracias al auge y promoción del “Camino Olvidado” y ser el final de unas de las etapas del mismo, por lo que se está construyendo el primer “albergue de peregrinos” del Viejo Camino.
En Igueña, y como hemos visto a lo largo de toda la ruta, el oso también está presente. La última película oscarizada, “El Renacido” (12 nominaciones, 3 Oscar, dirigida por el mejicano Iñárritu y protagonizada por DiCaprio), basada en un hecho real, relata la historia de un cazador americano que es atacado por una osa, ataque al que sobrevive tras dar muerte al animal.
Esta gesta no es extraña por estos lares. Un personaje de Igueña, José Pardo Crespo, el “Tío Perruca”, recorría los montes de los alrededores siguiendo el rastro de piezas de caza mayor para vender sus pieles, actividad complementara de subsistencia para algunos vecinos durante la primera mitad del pasado siglo. Al “Tío Perruca”, se le describe de esta manera: “… su estatura era más bien baja, su cuerpo un tanto de líneas apucheradas, tenía un andar de oso, cuando este animal trata de hacerlo con las dos patas de atrás; .. era tan recia su fuerza que, aunque salió mal parado, no dudo agarrarse brazo a brazo con el mismo oso.”
En una de sus correrías localiza el rastro de una osa y, encontrándose con ella, le pega un “trabucazo” en la cabeza. El animal herido se levanta sobre sus patas traseras y le propina varios y mortales zarpazos, pero el “Tío Perruca” se abraza a ella cuchillo en mano hasta cortarle la yugular. Mal herido y en abrazo mortal con la osa, aún tiene el coraje de advertir a su joven ayudante: ¡Nun la pinches, hom, que estrupeyas el pilleyu!.
El “Tío Perruca” logra sobrevivir al ataque de la osa y su historia queda reflejada y narrada por el sacerdote Benigno Suárez en 1976, en un libro ya descatalogado, pero que hemos podido leer. La obra, aparte de la hazaña, resulta una completa guía de las gentes del lugar, sus costumbres, pero también del espacio en el que viven y trabajan, así como el lenguaje que, hasta no hace muchos años, se utilizaba en toda la montaña leonesa y que, prácticamente, ha desaparecido.
Tras un pequeño aseo, nos acercamos hasta el restaurante La Playa, un amplio local que se encuentra cercano a la playa fluvial del río Boeza. Tras la comida, sobremesa obligada y un reconfortante paseo por el jardín que ocupa toda la zona. Un día para recordar y un lugar para volver.