lunes, 31 de agosto de 2015

PLAZA MAYOR DE LEON (II)



El proceso de construcción de la Plaza Mayor leonesa comprende un periodo de 23 años: de 1654 a 1677. En este espacio de tiempo se distinguen claramente dos etapas constructivas: la comprendida desde el incendio ocurrido en 1654 hasta 1673, año en el que se acuerda una nueva ampliación del primer proyecto; el segundo periodo alcanzaría desde 1673 a la conclusión prácticamente de la obra en 1677.

En la primera fase, el proyecto primitivo del jesuita Antonio Ambrosio se sustituye por el que realiza el arquitecto Francisco del Piñal. En este nuevo plan se contempla el traslado al lado occidental de la plaza de la mencionada Casa de las Panaderías una vez desmontada de su antiguo emplazamiento en la calle Santa Cruz. El traslado del edificio ocupará tres años: de 1654 a 1657.

Siguiendo el nuevo proyecto de Piñal, se trabajará también en otros lugares del solar: se derriba, en el lado norte, parte de la muralla romana que entorpece las obras, se levantan algunos arcos y se construye la conocida escalerilla que unirá la plaza con Puerta Sol. Un asunto administrativo significativo a tener en cuenta en esta primera fase, es el fallo que en 1673 emite el Consejo de Castilla a favor del Municipio leonés para que se celebre la corrida de toros prevista en el área de la nueva plaza, en detrimento de los derechos que invocaba el Cabildo para que realizase, como venía haciéndose hasta el momento, en la Plaza de Regla.

En 1672 Francisco del Piñal propone al Municipio un proyecto de ampliación del solar, que se aprueba al año siguiente siendo ya corregidor D. Juan de Feloaga. Se abre una nueva fase o etapa en la transformación del espacio, derribándose y perdiéndose definitivamente el inmueble de la Casa de las Panaderías que no encaja en el nuevo proyecto, y al año siguiente, en 1674, se encarga al propio Francisco del Piñal el edificio que presidirá y preside la plaza: el Mirador, llamado también Pabellón o Casa del Consistorio, que será la construcción representativa del poder civil en la ciudad.


Este nuevo edificio, característico del Barroco, fue finalizado en 1677, quedando centrado en el lienzo occidental y adosado al ábside de la iglesia de San Martin. Es un palacio rectangular con torres a ambos lados rematadas con chapiteles; consta de cuatro plantas: bajo, primer piso, segundo piso y un tercer piso en las torres que lo flanquean. En la cornisa e interrumpiendo la balaustrada, de alza una peineta donde se instaló un reloj en el s. XIX.

El Mirador descompone el programa de altura de las edificaciones de la plaza, siendo protagonista y punto de atracción visual del conjunto. Desde su edificación apenas ha sufrido modificaciones, salvo la realizada en el s. XIX en el que se le abren dos accesos en los laterales destinados al establecimiento del Peso Real, llamado también Peso Merchán (aduana por la que debían pasar determinados artículos para ser fiscalizados: pescado, carne, especias, etc.). También fue sede de una academia de dibujo, archivo de la milicia, fue escuela pública municipal, Registro Civil, sede de los Juzgados y Gota de Leche. Actualmente se realizan actividades propias del Taller Municipal de Artes Plásticas y sede de la Junta de Cofradías de la Semana Santa.

Aunque el edificio aparenta un Ayuntamiento al uso, resulta quimérica su utilización administrativa debido a su estrechez y superficie interior: 32 metros de largo por 5,30 de ancho. En un primer momento su por los responsable del Municipio se centró en ser almacén de mercaderías pero, especialmente, tribuna o balconada presidencial durante las celebraciones y festejos, función que todavía hoy persiste en algunas celebraciones. Desde su balcón principal se realizaban las proclamaciones reales, pregones públicos, se utilizaba como tribuna para espectáculos, se presenciaban ajusticiamientos o se efectuaban sermones.


Como curiosidad destacar que a mediados del siglo XIX, en un año sin determinar, Gustavo Adolfo Bécquer estuvo presente el día de Viernes Santo en la Plaza Mayor de León. El poeta sevillano cuenta así la experiencia: “En uno de los balcones del piso principal de la Casa del Consistorio (Mirador), y bajo dosel, se coloca un sacerdote, el cual, forzando la voz de modo que pueda hacerse oír de los fieles que ocupan el extenso ámbito de la plaza, comienza a trazar a grandes rasgos y en estilo tan dramático como original todas las escenas de la Pasión y la Muerte del Redentor del mundo.

Durante el sermón, el paso de Jesús Nazareno con la cruz a cuestas está al extremo de la plaza, a la derecha del predicador y en un momento determinado los de San Juan y la Virgen de las Angustias comienzan a bajar por una de las calles próximas y en dirección contraria.

Cuando unos y otros se encuentran comienza lo más importante de la ceremonia. El predicador interroga a los sagrados personajes o habla con ellos; otras veces se dirige a la multitud, explica la escena que se representa ante sus ojos, y con sentidos apóstrofes y vehementes exclamaciones trata de conmoverla, despertando por medios de sus palabras, que ayudan a la comprensión y al efecto de las ceremonias, un recuerdo vivo del encuentro de Jesús con su Santa Madre en la calle de la Amargura”.


En 1677 la Plaza Mayor de León está prácticamente finalizada. A pesar de las reformas y cambios en su trazado, no fue posible conseguir un cuadrado perfecto. El resultado es un recinto trapezoidal que ocupa algo más de 4.000 m2, se encuentra rodeado de soportales conformados por arcos de medio punto sobre pilares de piedra, que soportan dos plantas de viviendas realizadas en ladrillo. La primera planta se encuentra articulada por un balcón corrido y la segunda posee balcones independientes. Solamente en el lado del Mirador, en la parte occidental, se interrumpe la sucesión de los soportales.

En el verano de 1695 la Plaza Mayor sufrió un nuevo incendio de grandes proporciones y con fatales consecuencias. El fuego se cebó en algunas edificaciones del lado sur y otras de la zona este. Durante tres largos años y debido a una gran crisis financiera municipal, el conjunto mantuvo un estado de abandono. Poco a poco comenzó su restauración que implicó una importante modificación en el sector este, en el que se abrió un paso que, mediante bóveda, unía la plaza con la calle Caño Badillo, como se recoge en el conocido plano del padre Risco del s. XVIII (nº 22 Puerta de Caño Badillo).



Este paso abovedado se debió eliminar a raíz de un nuevo incendio que se produjo en 1946 y que, casualmente, también afectó a las viviendas de la panda este de la plaza. Varios años después, en 1958, el Ayuntamiento se hizo cargo de los solares incendiados construyendo un pequeño edificio en piedra al que añadió una pequeña torre con chapitel, que fue sede durante el resto del siglo XX de la policía local y, en sus últimos años, oficina y almacén arqueológico municipal. Hoy ese edificio alberga un moderno hotel.



El acceso a la plaza es bastante heterogéneo. En el ángulo noroeste dos calles muy próximas: Plegaria y Mariano Berrueta, separadas por un acceso peatonal, en parte porticado y con algunos escalones: calle Escalerilla. En su ángulo suroccidental, la calle Santa Cruz y dos accesos peatonales: calle Matasiete (porticado en parte) y la peatonal Ramiro III; éstas dos últimas también disponen de graderías para acceder a la plaza. En el rincón opuesto, en el noroeste, otro paso peatonal en parte porticado, la calle Bermudo III, por el que se accede a la calle Caño Badillo. Por último, en la zona sureste, la conocida y tradicional escalera abovedada que salva mediante empinados escalones el importante desnivel entre la plaza y la calle Puerta Sol.

Muchos de estos accesos, muy arraigados en el paisaje urbanos leonés, son protagonistas de tradiciones y leyendas muy conocidas en la ciudad: la caída y muerte del coracero francés y su caballo por la escalera que accede de la plaza a la calle Puerta Sol, la reyerta de espadachines en la calle Matasiete en defensa del rey leones Alfonso IX o la conocida “plegaria” el día de Viernes Santo ante la Virgen Dolorosa de Doña Constanza, madre del pequeño Alfonso XI, ante la persecución a muerte que sufría el Rey niño.

La Plaza Mayor de León fue el centro comercial de la ciudad continuando con la tradición de aquel espacio extramuros dedicado a mercado desde tiempo inmemorial. A pesar de los dos mercados semanales, en sus soportales se situaron comercios y tiendas, principalmente alimenticias que, con el tiempo, se reubicaron en la Plaza del Conde. Allí se dispusieron boticas, ferreterías, platerías, artesanía, telas, etc., todo entramado comercial del s. XIX, antes de su expansión por otros lugares de la ciudad siguiendo el desarrollo urbanístico. Allí se encontraban las casas comerciales con más solera de León: Pallarés, Lobato, etc…

La Plaza leonesa es la sexta Plaza Mayor más antigua de toda España: Valladolid (1561), Toledo (1589), Madrid (1590), Almagro (1654), Tembleque (1657) y León (1657), y, posiblemente, la más representativa del s. XVII al no haber sufrido, prácticamente, ni cambios ni alteraciones importantes, salvo los dos incendios en algunas de sus casas, desde su finalización. Decimos esto porque la plaza de Valladolid, a pesar de haber sido el modelo a seguir, sus actuales edificios son todos modernos, incluido el Ayuntamiento. Recientemente, todos sus edificios ha sido pintados de almagre a imagen de la Plaza mayor de Madrid, para dar una cierta homogeneidad al conjunto.

































Del mismo modo, la plaza madrileña, aunque el espacio data de finales del s. XVI (1590-1610), ha sufrido tres destructivos incendios. Los edificios actuales datan de 1790, siglo y medio más tardíos que los de León. El resto de plazas más antiguas: Toledo, Almagro o Tembleque, aunque forman bellos y atractivos conjuntos, no mantienen la forma convencional ni los condicionantes ni características de las Plazas Mayores españolas. Es verdad que a la plaza leonesa carece de las dimensiones en espacio y edificios que le puedan dar la grandiosidad de otras, pero la regularidad de su plano, su pórtico continuo y su Mirador, le dan la fastuosidad necesaria para no desmerecer ni desafinar con ninguna de las grandes plazas clásicas.


Sin embargo, si se realiza una consulta en “internet” sobre “las plazas porticadas más bellas de España”, “las plazas más bonitas e interesantes de España”, “cuál es la Plaza más bonita de España” o “las mejores plazas de España”, etc., etc., será difícil encontrar entre ellas la plaza leonesa. Es verdad que no se puede comparar con la espectacularidad que ofrecen las plazas de Madrid, Santiago, Salamanca … o la monumentalidad que ofrece la de Sevilla, pero que figuren seleccionadas por delante de la leonesa conjuntos como el de Sigüenza, Aínsa, Arévalo, Pedraza y hasta el de Bilbao, Vitoria, Avilés, Burgos, o San Sebastián, resulta paradójico. 

Todo esto es producto del mismo virus que desde décadas padecemos: la ineptitud en la promoción y divulgación de nuestro patrimonio a cargo de los comisionados para ello. León posee una historia y un patrimonio artístico y natural difícil de igualar. No obstante, la torpeza e incompetencia de nuestros políticos, no importa el partido que gobierne, impide que León muestre su verdadero potencial turístico con fomento y desarrollo de eventos que evoquen y den a conocer sus legendarias tradiciones, su envidiable pasado romano, su inigualable epopeya medieval, o, mismamente, su importante tradición cultural judía, sin contar con sus construcciones barrocas, como nuestra Plaza Mayor, las joyas renacentistas, sus envidiables edificios modernistas o su revolucionaria arquitectura actual.