sábado, 21 de junio de 2008

El Águila de Decio Junio Bruto

En el 137 aC., el cónsul Decius Junius Brutus "Gallaicus" al mando de dos legiones avanza desde el sur después de enfrentarse y vencer cerca del Duero a más 50.000 galaicos. Pero delante de su ejército está el río Limia, curso que nace en la sierra de San Mamed (Orense) y desemboca en el mar por Viana do Castelo.

Por entonces, los romanos calificaban al río Limia como un Lethes, un Río del Olvido. Cruzarlo, tocar sus aguas, significaba perder la memoria y, más tarde, la muerte. Esta creencia, junto con la del Sol que es devorado al atardecer por el horizonte, por el Océano en el caso del oeste peninsular, son una constante entre los mitos de la geografía clásica antigua: era peligroso, mortal, cruzar o traspasar ciertos límites, eran lugares donde se enclavaban toda clase sucesos mágicos y prodigiosos.

En el año 1866 el escritor Benito Vicetto describe de esta portentosa manera el suceso (o la leyenda) (1):

"Al llegar a este río Decio Junio Bruto con sus legiones, es de presumir que tratara de salvarlo por el punto más vadeable, y por lo mismo consideramos como tal el territorio en que aun el Limia no recibe las aguas del Salas y del Olelas.

El cónsul llegó, pues, a este punto, y dio la orden de vadear el Limia.

Pero las legiones se detuvieron, inmóviles, petrificadas por el pánico.

Era la caída de la tarde, de una tarde dulcísima de primavera, de una tarde de oro y rosa: había suavidad en la atmósfera, azul y plata en el cielo, frescura en la enramadas, aroma en las flores que cerraban sus corolas, y sonoridad en los cantos de las aves que agitaban sus alas de colores en las florestas.

Nada había que no fuera grato y apacible en el cielo y en la tierra a aquellas horas; nada había en fin que impusiera en la naturaleza; y, sin embargo, las legiones no pasaban el Limia.

Decio Junio Bruto espolea su corcel y se adelanta hasta las primeras centurias formadas en el orden más completo.

Avanza el cónsul hasta las márgenes del Limia, mira a su frente, la orilla opuesta, para ver si descubre a las huestes galaicas que se empeñasen en disputar el paso del río a sus tropas; pero nada, nada descubre su vívida mirada.

Reflexiona el cónsul; comprende la causa de aquel pánico que petrificaba a sus soldados, educados con las fábulas de los griegos; y mandando formar el cuadro a las legiones, se coloca en el medio, y la perora con animoso esfuerzo, haciéndole ver cuan errónea era su creencia respecto a tocar las aguas de aquel río.

En seguida manda deshacer el cuadro, y formar las cohortes en buen orden de marcha para vadear el Limia; pero al dar la señal de avanzar, nota en ellas la misma inmovilidad, el mismo pánico, la misma petrificación.

Entonces fue cuando, apeándose de su caballo, corre junto al alquilifer, le arrebata el águila, y lanzándose sobre las aguas del Limia, lo vadea animosa y denodadamente.

El ejército, sin embargo a pesar de este gran rasgo de su general, proseguía inmóvil, sobrecogido de un pavor supersticioso, clavado en fin en su puesto.

Decio Junio Bruto desde la orilla opuesta, vuelve la vista centelleante para aquella gran masa de hombres, y les habla; y al hablarles con elocuencia, llama a los centuriones por sus nombres, les hace patente que él ha tocado el cristal móvil del Limia y que no había perdido la memoria, por lo que era una preocupación, tan solo una preocupación, la idea de que tenían sus cohortes sobre la cualidad fantástica de aquellas aguas.

La atmósfera era purísima y amante; las arboledas alzaban por donde quiera sus ramas de anchas hojas de esmeralda; las montañas dibujaban sus curvas en el fondo del horizonte, confundiendo su azul oscuro con el azul pálido de los cielos; el Limia extendía a la vista su animada corriente, rizándose en ondas de perlas al chocar en los peñascos; y las aves parecían saludar a la legión con sus redoblados trinos de amor.

Todo era poético en el cielo y en la tierra.

La voz del cónsul, vigorosa y persuasiva, rompía las ondas de luz, arremolinándolas sobre la masa silenciosa de sus tropas; las legiones titubean al escucharla; algo de verdad, de sentimiento y de honra penetra en aquellos corazones acobardados, que les obliga a bajar la vista; los mas bravos de una centuria se mueven por fin a su frente, y se arrojan al río atraídos por las razones que modulaba aquella voz; en pos de ellos siguieron centurias completas rápidamente; y por último, y con igual rapidez, una cohorte, que arrastró a todo el ejército."


(1) El hecho lo describe Tito Livio en su libro
, "Desde la fundación de la ciudad" (Liber LV Periocha)
Imágenes: Río Limia (Orense). Xinzo de Limia (Rio do Esquecemento)




4 comentarios:

Leodegundia dijo...

No hay duda de que cada lugareño se defiende como puede del invasor, unas veces luchando y otras inventando leyendas que siembren la duda en el valor del atacante. Este es un suceso o una leyenda, en realidad no estoy muy segura de que hubiera sucedido realmente, que siempre me pareció muy interesante.
Un saludo

Anónimo dijo...

Vine a visitarte, y me voy muy ilustrada.
saludos

Anónimo dijo...

Lo único a lo que recurre Decio para cruzar el río es al emblema de la legión: el águila.
Esto demuestra el poder de los símbolos en la Antigüedad, y en particular en el ejército romano.

Anónimo dijo...

No se trata de una leyenda, es un suceso real; ocurrido en los márgenes del río Limia y que cada año se conmemora con una fiesta a través de la cual se dá a conocer la historia del pueblo a los demás