sábado, 2 de febrero de 2008

Las Candelas y San Miguel de Escalada: una bella historia, un triste escenario

Día de los Santos Inocentes, 28 de diciembre de 2.006. Los dos pequeños focos instalados en la explanada frente al monasterio, escasos 3000 vatios, pugnan con el ocaso y, poco a poco, van aflorando las bellas siluetas de los arcos y sus trece columnas sobre la pared interior del pórtico de San Miguel.

Desde la muerte de Filipo de Macedonia, ocurrida poco después de que emplazara su estatua en el teatro de Egas junto con las doce imágenes de los dioses principales macedonios, el número trece es considerado como el número de mal augurio, de mala suerte. Y esta mala suerte, este abandono, esta desidia es la que rodea y persigue a San Miguel de Escalada.

Allí mismo, mientras cae la noche y el frío se hace más intenso, bajo el pórtico iluminado, adquirimos el compromiso de conseguir que San Miguel, esa noche iluminado y destacando entre la oscuridad de los montes de Valdabasta, tenga la dignidad que merece y que, esa pretensión legítima, hoy transformada en luz, llegue a todas partes. Que todo el mundo conozca la indolencia de la que hacen gala los administradores del patrimonio de nuestra tierra.

Fue un día muy largo. Durante la mañana, el silvar, que lleva años frente al Monasterio, se “viste de luces”, se envuelve de Navidad, de adornos y bombillas, y por primera vez, después de haber tendido un centenar de metros de cable, la electricidad llega a los aledaños del Monasterio. El día de los Inocentes del 2.006, llevamos la luz a San Miguel, pero la situación del templo no está para bromas.

A la convocatoria de ese día acudieron al templo dos de sus mejores conocedores. Allí estuvo Gerardo Boto Varela, actual coordinador de Historia del Arte de la Universidad de Gerona, y Artemio Martínez Tejera (UAM), autor de la única tesis que se ha escrito sobre el Monasterio de San Miguel. Ambos, habían participado unos días antes en el congreso “Monasterio et territorio,” celebrado en la Universidad Autónoma de Madrid, donde habían presentado las lamentables imágenes de la situación en que se encuentra San Miguel de Escalada.

Martínez Tejera y Boto Varela expusieron públicamente esa mañana su inquietud por el Monasterio de San Miguel. Consideraron la falta de alumbrado como hecho incalificable, pero sobre todo, destacaron el estado penoso en el que se encuentra el templo a pesar de las obras realizadas en el 2.003. Apuntaron, entre otros asuntos preocupantes, la situación precaria del arco que separa la zona de los fieles de los ábsides, al no cumplir la función de soportar el peso del edificio, generando un problema serio de estabilidad. Del mismo modo, el arco geminado del pórtico, una de las joyas más interesantes y representativas de San Miguel, está agrietándose de manera espectacular.

Denunciaron también las fisuras aparecidas en algunos sillares, que demuestran la torsión del edificio, y la necesidad de poner en funcionamiento, de modo apremiante, un procedimiento de drenaje que evite las filtraciones permanentes de agua y el sellado urgente de la unión de la parte románica y la mozárabe, unión por la que fluye permanentemente el agua. De la misma manera, enjuiciaron la consolidación reciente de la parte románica, considerándola un fiasco, un cúmulo de irregularidades, como demuestran los últimos incidentes ocurridos, así como las condiciones en las que se encuentra la armadura que soporta el tejado, donde los tirantes están obligados a trabajar más de la cuenta debido al exceso de longitud del pendolón, la pieza vertical que va desde la hilera o espina a los tirantes.

Artemio Martínez aprovechó la ocasión para señalar la apremiante puesta en marcha y la realización de un plan que englobe un proyecto arqueológico de investigación y una rehabilitación seria del Monasterio. Criticó la restauración realizada en el 2.003, y recuerda que, en la reforma que se realizó entre los años 1829 y 1833, ya se levantó un muro trasero semejante al recientemente construido con el fin de evitar las filtraciones de agua. Ese muro no funcionó, con lo que resulta difícil comprender por qué se ha caído en el mismo error.

Por el contrario, las canalizaciones de agua ejecutadas por Menéndez Pidal en la década de los años cuarenta cuyo objeto era drenar y dirigir el agua para que no se filtrara hacia el Monasterio, se han destruido en las últimas reparaciones con el consiguiente deterioro para el templo.

La denuncia sobre el estado lamentable de la estructura del Monasterio que realizaron los dos historiadores resulta aplastante y debe de ser tenida en cuanta con urgencia. Pero no solo San Miguel necesita una consolidación arquitectónica. Nada se ha hecho hasta hoy, de aquella velada promesa, allá por el año 1993, en la que la administración autonómica insinuó dotar a San Miguel de un pequeño espacio museístico y de su rehabilitación definitiva. Han pasado 15 años sin que el edifico haya recibido apenas atenciones, con excepción de la última y descabellada restauración.

Posiblemente se tuviera previsto otro proyecto de más envergadura, como demuestra la excavación arqueológica parcial, la manipulación, sin sentido aparente, de restos y sarcófagos, los cierres de cristal, los paneles transparentes fijos en las paredes de la nave románica, ... Los responsables y ejecutores han logrado un perfecto despropósito por las muestras de deterioro evidente y por un patente mal gusto, como la colocación de una nueva puerta en el pórtico que repite los motivos de las paredes, resultando grotesca la pugna de las formas originales con las copias; o el muro de contención trasero, fantástico en tamaño, que, en vez de integrarse en el paisaje, se realza como moderno espigón, a la vez de que, como declara Martínez Tejera, se ha demostrado inoperante.

Es necesaria y urgente una consolidación efectiva y definitiva, la valoración de los restos, un lugar de interpretación de su arquitectura e historia, el traslado de la casa del guarda o, en todo caso, su rehabilitación, la señalización oportuna y un aparcamiento adecuado, aseos públicos, una zona de esparcimiento, una iluminación adecuada, la vigilancia y control que merece y un horario de apertura regular. San Miguel debe de ser un foco de recepción de visitantes a nivel nacional e internacional, que puedan disfrutarlo en las mejores condiciones y con el máximo de garantías, e integrado en el circuito de espacios museísticos de León.

Un día tan intenso no podía finalizar sin un colofón digno de San Miguel. Tras los testimoniales focos, llegó la potencia de modernos generadores que lanzaron sobre el templo 40.000 vatios de luz. La oscuridad del entorno y la luz sobre el Monasterio formaron un espectáculo mágico. En aquella fría noche de diciembre, la sutileza de San Miguel desafió el paso del tiempo y surgió poderoso, seductor, entre los ribazos que se asoman a los llanos del Esla, turbando a todos los que allí estábamos.

En los días siguientes fue incesante el apoyo entusiasta de diversos colectivos, municipios, vecinos, y todo tipo de personas comprometidas y sensibles con nuestro patrimonio. Había que volver a iluminarlo. Y que mejor ocasión que el día de la Fiesta de las Luces, las Candelas, el 2 de febrero, hace ahora un año, día en el que según la tradición popular, hoy casi perdida, finalizaba la Navidad, se bendecían las velas, las candelas, que se utilizarían en el hogar durante el año, se cantaban los últimos villancicos ante el Belén, que ese mismo día se retiraba, y se comían los restos de los turrones y dulces.

En las Candelas del año 2.007, la fiesta de luz y sonido atrajo a decenas de personas implicadas con el Monasterio, que participaron activamente en la fiesta y que, como manda la tradición, dieron buena cuenta de los últimos dulces de la Navidad y del orujo que por allí deambulaba. No faltó la luna llena, los discursos reivindicativos, la música medieval, los medios de comunicación, los trajes típicos, y, sobre todo, la procesión de todos los asistentes que, con una vela encendida, desfilaron en procesión por la explanada. El rito de los cirios (Lc. 2,32), en el que el anciano Simeón habla de Cristo como “luz para iluminar a las naciones ...”, se escenificó junto al Monasterio y todos los allí presentes pedimos al cielo que la luz, en todos los sentidos, llegue definitivamente a San Miguel e ilumine, de paso, a sus grises responsables.

Ante un giro inesperado en los acontecimientos, que ocasiona la llegada de personas indolentes e inoperantes a algún colectivo, otrora preocupado por la reivindicación del patrimonio leonés, en la fiesta de las Candelas del 2.008, este 2 de febrero, no se podrán repetir los mismos o parecidos actos que el pasado año con el fin de denunciar y exigir la protección y rehabilitación definitiva de San Miguel de Escalada, pero sirva este texto para recordar aquellos significativos y fascinantes días, que siempre estarán en nuestra memoria, y pedir ayuda haciendo nuestra la máxima del Obispo Sampiro: “Que la sabiduría encienda tu luz, ¡oh, San Miguel!, y desaparezcan las tinieblas.



2 comentarios:

Anónimo dijo...

Ahora que no nos oye nadie: tal vez podamos reavivar el proyecto de iluminar San Miguel con el concurso de cierta fundación privada. Estoy en ello. En cuanto tenga alguna noticia más concreto os lo contaré en este blog.

fonsado dijo...

Siento el retraso.
No estaría nada mal volver a llenar de magia San Miguel y encontrarse nuevamente con viejos amigos.
Esperamos noticias. Saludos.