



- Anagrama República francesa.
- La Libertad guiando al pueblo. Eugene Delacroix.
- Juan de Mariana. Anónimo.
- Enrique III de Francia. Anónimo.
- Enrique IV de Borbón, Rey de Francia. Mytens
- Moneda francesa.

Sería muy simple identificar el Carnaval con las fiestas Saturnalias romanas. Tal y como hoy lo conocemos, el Carvanal, guste o no, tiene su origen en la Edad Media y es un producto del cristianismo. Ello no impide que dentro de los diversos festejos quedaran incluidas algunas celebraciones con clara raigambre pagana.
La esencia de la fiesta era disfrutar de los placeres de la vida antes de la llegada del principal periodo de penitencia, la Cuaresma, que se impone en la religión cristiana a partir del s. IV. Las celebraciones conducirán, según la zona, a diferentes comportamientos folclóricos buscando realizar todo aquello que no será posible efectuar en la Cuaresma: diversión continua, canciones y representaciones burlescas, bufonadas, sexo y abundante comida y bebida.
Los antecedentes hispanos del Carnaval se pueden seguir desde el s. VII. Durante el periodo visigodo, San Isidoro de Sevilla criticó las actuaciones de los fieles en el periodo previo a la Cuaresma: “… adquieren monstruosas apariencias, disfrazándose a modo de fieras; otros toman aspecto mujeril, afeminando el suyo masculino. Hacen gritería y danzan y con torpe perversidad se unen los de uno y otro sexo formando cuadrillas y esa turba de enflaquecidos espíritus se excita con el vino.”
La invasión árabe debió hacer un gran paréntesis en las celebraciones, pero el arraigo debía ser tan fuerte en la sociedad, que nuevamente aparecen en el s. XIII bajo la denominación de carnestolendas, vocablo referido a que después de las celebraciones habría que cumplir con el precepto cuaresmal de no comer carne. Un siglo más tarde se conocerá como carnal, y será en el siglo XVI cuando la definición de las fiestas previas a la Cuaresma se italianizará bajo el apelativo de Carnaval.
El antropólogo Julio Caro Baroja incide en un término muy español para estas festividades: “Antruejo”. Este nombre castellano, varía en el noroeste español: Portugal, Galicia, Asturias y León. La forma “Entroido”, que aparece por primera vez en un texto leonés de 1229, es muy popular actualmente en Galicia y León. Pero también aparecen “Antroido” en Asturias y “Antruydo” en Santander. Estos nombres, dice el antropólogo, proceden sin duda de la palabra latina, “Introito”, entrada, introducción, comienzo, …
Carlos I llegó a prohibir, bajo diferentes penas, la costumbre cada vez más extendida de disfrazarse en las celebraciones ocultando el rostro mediante máscaras: “… porque de traer máscaras resultan tan grandes males y se disimulan con ellas y encubren, mandamos que no haya enmascarados en el Reyno”. Con el paso del tiempo se relaja la prohibición, muestra de ello, es la crónica que durante un viaje de Felipe II a Zaragoza, a finales del XVI, en la que se relata la utilización de la máscara durante las Carnestolendas: “Es costumbre en España las máscaras por las calles diciendo coplas y cosas para reír, echando huevos llenos de agua de colores donde ven doncellas en las ventanas, ésta es la mayor inclinación de los de esta tierra, que son muy deseosos de luxuria, echar manojos de harina, nieve si cae, o naranjas”.
Los jesuitas españoles persiguieron los excesos carnales que se producían en estas fiestas, presentando como alternativa el piadoso “ejercicio de las cuarenta horas”, que consistía en acudir a los templos para escuchar sermones y música sacra durante el tiempo que duraba el Carnaval.
La última proscripción importante en España hacia el Carnaval, culminó con la prohibición que hizo de las celebraciones el Gobierno del General Franco. No obstante, en el medio rural no llegó a ser tan efectiva, manteniéndose en vigor antiguas costumbres que a veces cambiaban de nombre para "camuflar" la celebración, pero manteniendo su esencia.
Como vemos, estas celebraciones han pasado por momentos de declive y prohibición, pero siempre han resurgido con más fuerza. En general, durante siglos se ha producido una pugna entre el pueblo, liberado de las normas sociales por la fiesta, y las autoridades del momento que no deseaban perder el control de la calle.
Actualmente, son innumerables las celebraciones por toda la Península, en las predominan los desfiles de disfraces, máscaras, danza y música, imitando los desfiles brasileños de baile y lentejuelas. Sin embargo, persisten innumerables ritos antiguos por toda la geografía española que sobresalen por su variedad, originalidad, su pequeña localización, y enigmáticos trajes, utensilios y máscaras: zancarrones, cascamorras, zipoteros, carantoñas, etc., y los espectaculares guirrios de Llamas de la Ribera (León).
Por último, relatar una curiosa y vieja tradición medieval en las celebraciones carnavalescas, hoy por supuesto perdida, pero que enlaza con la actual costumbre de introducir un premio, un regalo, en nuestro típico Roscón de Reyes, en el que hace años, como muchos recordamos, era habitual ocultar una haba en su interior.
¿Porqué una haba? El hombre medieval creía que el aire era portador de vida, por lo que una simple ventosidad podía tener concepciones genéticas (en algunas sátiras se afirmaba que los campesinos nacían de un pedo de asno ¡!). Por eso, los seguidores del Carnaval pretendían que durante su celebración se comiera hasta reventar, y estaban “obligados” a comer los alimentos más flatulentos: guisantes, judías y habas, con el fin de que las ventosidades de esos días se “apoderaran” del mundo mediante las “almas-pedo”.
Según creencias filosóficas griegas (Pitágoras) el “alma-haba” que se come, se trasforma en un embrión a los 40 días. De ahí la tradición de esconder una haba dentro del dulce el día 6 de enero, festividad de los Reyes Magos. El que come la porción de roscón que la contiene se convertirá en rey, y a los 40 días (justo durante el periodo de Carnaval), se trasformará en el rey de los “truenos de Carnaval”.
Obras de José Gutiérrez Solana:
Aunque en estos momentos tan delicados el vocablo puede dar lugar a un fácil juego de palabras, puteal es un término latino cuyo significado es pozo. Esta obra que data del siglo I aC., corresponde a un brocal de pozo, tallado en una pieza de mármol blanco cuya superficie cilíndrica exterior ofrece en relieve el conocido pasaje mitológico del nacimiento de Atenea.
Aunque de factura romana, se desconoce su lugar de procedencia. La primera noticia que se tienen de la estructura, es que formaba parte de la importante colección de escultura que había reunido la reina Cristina de Suecia.
A su muerte, la colección de disgrega y pasa por distintas manos, hasta que a comienzos del siglo XVIII, Felipe V compra una parte de aquella colección de obras, entre las que se encontraba el puteal, al príncipe de D´Erba, con el fin de decorar el palacio de la Granja de San Ildefonso que en aquellos momentos se hallaba en construcción.
Allí estuvo hasta que el monarca Carlos III ordenó su traslado al palacio Real de Aranjuez. Posteriormente, con la reforma dispuesta en 1816 por Fernando VII del palacio del Real Sitio de la Moncloa, el brocal se trasladó hasta allí para adornar sus jardines. Su hija, Isabel II, cedió la propiedad de la Moncloa al Ministerio de Fomento y el puteal quedó olvidado. En 1868 Juan de la Rada, conservador del Museo, lo descubrió medio enterrado en los jardines sirviendo como simple macetero. Tras reconocer el valor de la pieza, dispuso su inventario y traslado al Museo Arqueológico Nacional, dejando una copia en su lugar como testimonio del hallazgo.
Según la tradición, en la antigua Grecia era costumbre erigir, de abrir un pozo de carácter sagrado en el lugar donde se producía la caída de un rayo, adornándolo y protegiéndolo con un puteal, con un brocal.
En aquel lugar sagrado, al lado del puteal, se sentaban los magistrados y políticos griegos con el fin de recapacitar y dictar convenientemente sus sentencias, y para calibrar y meditar sus decisiones que tendrían gran importancia y trascendencia para el futuro y bienestar del total de la ciudadanía a la que servían.
El tiempo y la casualidad ha hecho que el puteal y la Presidencia del Gobierno de España, hayan coincidido en el mismo lugar después de más de 20 siglos: el Palacio de la Moncloa (¿igual se referían a esto con la anunciada “coincidencia planetaria”?).
Sin embargo, y vistos los actuales resultados, en la Moncloa brilla por su ausencia cualquier tipo de meditación y decisión sensata y coherente por parte de los que dirigen la nación, y su pozo, el puteal, se utiliza únicamente para hundir, y arrojar todo lo que hasta ahora se había conseguido: credibilidad, influencia, bienestar, trabajo ...
Peligra la economía, la sanidad, la paz social, el estado del bienestar, las pensiones, la unidad, ... No obstante, impera la mentira, la incompetencia, la inoperancia, las guerras “buenas y malas”, los Dioclecianos que rezan, … Nuestra dirección política, tanto a un lado como al otro del Gobierno, forman un auténtico camino de maldición en una espiral de autodestrucción, que solo pasa por un urgente, contundente y estricto regeneracionismo de toda la clase política.
Ya en el siglo XVI Sebastián de Covarrubias, lexicógrafo y capellán de Felipe II, registra una expresión muy española y antiquísima, para referirse al desencanto que se produce cuando un asunto deseado, en el que se habían depositado grandes esperanzas, se malograba irremediablemente: “nuestro gozo en un pozo”. Ahora mismo nuestro futuro, nuestras esperanzas, se encuentran en el mismo borde del puteal de la Moncloa.