miércoles, 31 de diciembre de 2008

¡¡¡ 2009 !!!




Video: pablo8686
Mecano: Un año más


¡ BUEN AÑO !


domingo, 28 de diciembre de 2008

Una de "postales" ...

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"Día de los Santos Inocentes, 28 de diciembre de 2.006. Los dos pequeños focos instalados en la explanada frente al monasterio, escasos 3000 vatios, pugnan con el ocaso y, poco a poco, van aflorando las bellas siluetas de los arcos y sus trece columnas sobre la pared interior del pórtico de San Miguel ..."

Así comenzaba la entrada cometida hace casi un año, concretamente la publicada el 2 de febrero, y que contaba lo que realizamos justamente dos años atrás, el día de los Inocentes del 2006 en la explanada meridional de San Miguel de Escalada.

Leemos en la prensa que el pasado viernes el señor Director General de Patrimonio Cultural de la Junta de Castilla, D. Enrique Sáiz, visitó, alabó y cruzó su "kiosco", su puerta a la irracionalidad y al mal gusto instalada frente al pórtico del Monasterio de San Miguel de Escalada, manifestando a sus acompañantes, entre ellos la alcaldesa de Gradefes y el pedáneo de Escalada, que la iluminación del Monasterio no resulta prioritaria y que, simplemente, es un tema "para una postal".

Como el ingenioso Director General no estuvo el día que iluminamos San Miguel, le mostramos algunas "postales" por si las quiere incluir en algún panel de sus próximas ocurrencias.




martes, 16 de diciembre de 2008

La fiesta del solsticio de invierno: la Navidad

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Miles de años antes al nacimiento de Cristo, las sociedades primitivas celebraban el solsticio de invierno, la victoria de la luz sobre las tinieblas, la noche en que se anunciaba un nuevo nacimiento de la luz, el cambio del ciclo productivo que predecía una nueva primavera y, con ella, la continuación de la vida.

En los inicios de la era cristiana se ignoraba por completo la fecha en la que había nacido Jesús. Se especuló con distintos momentos: en los inicios de la primavera, también en otoño, hasta que en el año 350, el Papa Julio I dictaminó que Jesús fue alumbrado el 25 de diciembre.

¿Por qué el 25 de diciembre? Los romanos celebraban la fiesta en honor a Saturno, Saturnalia, dios de la agricultura y la cosecha, entre el 17 y el 24 de diciembre, tiempo en el que el ciclo climatológico cambiaba dando lugar al inicio de un nuevo periodo agrícola. En esos días la sociedad romana celebraba banquetes, se bebía y bailaba, adornaban las casas con siempreverdes: muérdago, acebo, etc., y se entregaban regalos. El día 25, la fiesta era denominada Brumalia y conmemoraba el día más corto del año (calendario juliano) y un “nuevo Sol”, era la fiesta del Natalis Solis Invicti, el “Nacimiento del Sol Invicto”.

Los nuevos cristianos vieron con agrado la decisión de Julio I de conmemorar el nacimiento de Jesús en esas mismas fechas, y continuar así con las celebraciones ancestrales que se encontraban muy arraigadas en las costumbres populares. De esta manera, la Navidad (del latín nativitatem, nacimiento) o Christmas, (en lengua inglesa, “misa de Cristo”), se introdujo en nuestro mundo occidental como continuación o remedo de las mismas fiestas paganas del culto al Sol.

No se deben obviar como antecedentes de la Navidad, los ritos solsticiales que se celebraban en Egipto, donde la triada Isis-Osiris-Horus eran los protagonistas y el 25 de diciembre era precisamente la fiesta de Isis, un verdadero trasunto de María. Del mismo modo, Buda, Tammuz en Babilonia, el dios frigio Attis, Dionisio en Grecia, entre los vikingos, Frey, hijo de Odín, y Krishna en la India, todos muy anteriores a Cristo, poseen múltiples coincidencias en lo referido a su nacimiento: celebración el 25 de diciembre, hijos de una madre virgen, aparición de estrellas, pastores, alumbramiento en pesebre o cueva, magos, ofrendas, presencia de rumiantes, etc.

Especial referencia merece el culto a Mitra, que enlaza fuertemente con las fiestas romanas que hemos citado. Las primeras noticias sobre el dios Mitra aparecen ya 3.500 antes de Cristo en la India como dios del la luz, del amanecer y del Sol, extendiéndose su influencia hacia el oeste y absorbiendo también usos y prácticas de todos los pueblos de la zona.

Mitra, llamado El Salvador, hijo de madre virgen, nació el día 25 de diciembre en una gruta en donde, curiosamente, también se hallaban una mula y un buey. Avisados por las estrellas y una luz resplandeciente, fueron a adorarle pastores y unos magos que le obsequiaron con ofrendas ... Dejaremos aquí las comparaciones con el nacimiento de Jesús, porque son múltiples y variadas, tanto en el alumbramiento, vida y obra, como en la liturgia y el culto posterior a su muerte .

El culto a Mitra se extendió por todo el Imperio Romano llevado por las legiones, que la adoptaron en masa después de su paso por Asia Menor. La práctica religiosa resultaba muy atractiva a los soldados romanos que admiraban y seguían sus ceremonias machistas, acentuando y reforzaban sus lazos masculinos, resultando una práctica necesaria y positiva entre los guerreros que les afianzaba como grupo compacto.

Fue una religión mistérica, es decir, celebraba las ceremonias en secreto sólo para grupos reducidos de iniciados que practicaban un culto exotérico del que se apartaba a las mujeres. Se realizaba en templos denominados mitreos, espacios que en un principio eran cuevas naturales y, más adelante, construcciones que imitaban las cavernas oscuras, con capacidad limitada para grupos inferiores a cincuenta personas. Es seguro que algunas de las criptas bajo las iglesias cristianas fueron en su momento mitreos.

A finales del siglo III se fundió la religión mitraica con el culto al Sol, cristalizando en la nueva religión del "Sol Invictus". El emperador Aureliano la hizo oficial en el año 274 y cada 25 de diciembre se celebraba el festival del Natalis Solis Invicti (el Nacimiento del Sol Invencible).

Los emperadores del s. III fueron protectores del mitraismo, en parte porque su estructura, fuertemente jerarquizada, les servía para afianzar su autoridad y poder, si bien, el poder político de la época resultó permisivo en cuento a prácticas religiosas mientras no amenazara el orden vigente.

Cristianismo y mitraismo convivieron hasta la llegada de Constantino en el 306. Constantino el Grande proclamado emperador por las legiones, seguidor de Mitra y político pragmático, no dudó en aprovechar la ocasión para intervenir y elegir como opción preferida, a pesar de las leyendas surgidas alrededor sobre una intervención divina, el cristianismo para reforzar su posición política y declararla religión oficial del Imperio con el fin de mantenerlo unido.

En el Concilio de Nicea, convocado por el propio Constantino en el año 325, "nace" el cristianismo más o menos como lo conocemos hoy, apropiándose, retocando y adoptando fechas y hechos de la religión mitraica, copiando además su estructura clerical e iniciando a la vez un acoso hacia esta última. El culto a Mitra queda definitivamente proscrito con el edicto imperial de Tesalónica firmado por Teodosio en el 380, que supone su persecución, el derribo de templos, la quema de libros, etc., hasta su completa desaparición.

Todas estas consideraciones expuestas sobre los orígenes de las celebraciones navideñas, han servido siempre como argumento para desvirtuar, cambiar o tergiversar esta antigua conmemoración. Por una parte, se emplean estas evidencias para señalar las “eternas mentiras” de la Iglesia Católica, pero también, los grupos más ortodoxos abogan por abandonar este celebración que, según ellos, conmemora, con un empalagoso envoltorio cristiano, las fiestas paganas del culto al Sol.

Los hay que reniegan de estas celebraciones por el salvaje y progresivo consumismo que todo lo envuelve, o se quejan de una perenne obsesión por la apología del amor fraterno en estos días, mientras el resto del año se abandona o se pierde por completo esta práctica. En definitiva, estas fiestas son un auténtico abanico de opiniones: desde los que disfrutan plenamente de ellas, hasta los que verdaderamente las aborrecen.

Sin embargo, a pesar de la festividad religiosa, la alegría infantil, la confraternidad exacerbada, etc., nadie declara o defiende públicamente que, a la mayoría, en el fondo, lo que verdaderamente nos entusiasma en estos días es el cambio, el triunfo del día sobre la noche. Y es que, desde el origen del mundo, la naturaleza del hombre persigue y anhela la renovación que se produce con el "triunfo de la luz sobre la oscuridad", con el nuevo florecer y resurgir de la vida que comienza con el solsticio de invierno.


¡Feliz solsticio de invierno! ¡Io, bona, Saturnalia! ¡Feliz Navidad!



La adoración de los magos
. Pedro de Campaña (Catedral de León)
L´hiver ou les Saturnales. Antonio Callet.
Adoración de los pastores. Jan Victors.
La adoración de los magos. Rembrandt.
Arco de Trajano en Benevento. Fragmento.
Mitra, como Sol Invicto. Museos Vaticanos.
El sueño de Constantino. Piero della Francesca.
La juventud de Baco. William-Adolphe Bouguereau

lunes, 15 de diciembre de 2008

Vuelve la nieve ...

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La nieve, niños, la nieve,
baja la nieve.
Por Quintanar de la Sierra
danzando viene.
Temblando la nieve viene,
flor de diciembre.
Ángeles hilan copos,
ruecas celestes.

Colmen niños vuestras manos
trapos de nieve.

La nieve, mozas, la nieve
vuelve la nieve, vuelve la nieve,
a besar vuestras mejillas,
manzana y leche, manzana y leche.
Ya viene sobre los pinos,
ya nada es verde.

Nieva sobre las palomas,
nadie se mueve.
Ay qué silencio tan hondo,
callan las fuentes.
Si no fuera por el río,
callar de muerte.
Ya nieva la nieve nueva
sobre la nieve.

La nieve, viejos, la nieve,
que fría viene.

Ya mide más de una vara,
por las paredes.
Caperuza de la torre,
nata en copete.
Qué bien arde la carrasca.
La noche crece.

Y nieva la nieve fuera
sobre la nieve.

. Gerardo Diego





martes, 2 de diciembre de 2008

León, Nicolás Framel y la alquimia

Es seguro la existencia en el Castro de los Judíos de una importante comunidad erudita que, tras la destrucción del asentamiento en 1196 por castellanos y aragoneses, se traslada a la zona sur de la ciudad de León, contribuyendo así a que, durante los siglos XII y XIII, la ciudad fuera, calladamente, uno de los más importantes focos de espiritualidad y sabiduría occidental.


Como es lógico, en el éxodo hebreo del Castro a la ciudad, se llevan con ellos todos sus libros y documentos. Como cuenta Abraham Zacut en su obra Séfer Yuhasin, "El Libro de los Linajes", la importancia de los manuscritos y documentos custodiados en el Castro era asombrosa; según referencia del propio autor, algunos de los libros tenían más de seiscientos años y eran considerados textos únicos: “eran los libros perfectos que corregían todos los libros”.


Prueba irrefutable de esa hegemonía intelectual, es que León fue la ciudad en donde se gestó la obra mística que, en cierta manera, forma parte de la base del pensamiento universal, el Séfer ha-Zohar, el “Libro del Esplendor”. Su autor, un leonés, un rabino nacido en el seno de la comunidad judía leonesa y del que hemos hablado en distintas entradas: Moshe´ben Sem Tob, conocido universalmente como Moisés de León.


Es también el tiempo en el que, bajo la advocación de Santa María, se construye la Catedral que surgirá en la ciudad de León como una obra extraordinaria, sobrenatural, que aún hoy se encuentra envuelta, como el Séfer ha-Zohar, en halo de asombro, hechizo y misterio.


Parte de la magia de Santa María es su espacio traslúcido, el abandono de sus muros a la luz, que filtran sus vitrales con maravilloso prodigio, trasformando y creando en el interior del templo un clima, un ambiente sorprendente. Esa virtud de los vidrios, es consecuencia de una técnica oculta, de un proceso exclusivo y excepcional en su fabricación que, a pesar de los medios y la tecnología actual, resultan imposibles de imitar. Según se dice, son el resultado de un proceso alquímico.


El hombre se inicia en la práctica de la alquimia, inducido por la codicia y la ambición que le lleva a perseguir unos objetivos utópicos, a los que algunos dedicarán por entero toda su vida a pesar de las prohibiciones y persecuciones de la Iglesia, que no permitirá más estudios científicos que los límites que marca la Teología.



Los primeros estudios sobre la alquimia ya se encontraban en la biblioteca de Alejandría. Entre estos primitivos escritos, se incluían tratados sobre la química práctica y mística, conocidos como "el arte egipcio", o khemeia, que contenía, entre otros temas, la manera de cambiar el color de los metales. El emperador romano Diocleciano llegó a prohibir esta práctica alegando la falsedad de sus teorías, medida que resultó muy desfavorable para el avance y progreso de la química.



Algo de este saber se preservó después de la caída del Imperio Romano. Una parte por las comunidades occidentales monásticas cristianas que realizaron un gran trabajo de compilación y sistematización del conocimiento y pensamiento, tanto teológico como ajeno, figurando dentro de este último, aunque escasamente, algo sobre el conocimiento químico antiguo.


Por otra parte, cuando Egipto, y por supuesto Alejandría, fue dominado en el s. VII por los árabes, el saber clásico que allí se albergaba se trasfirió a la cultura islámica, y los conocimientos sobre la khemeia fueron asimilados como Al-chemeia o alquimia, palabra que tiene en sí una connotación diferente a la de la química, al hacer referencia a lo trascendental, a lo espiritual.


Los árabes, sin embargo, utilizaron mucho más ese conocimiento, pero derivado hacia el área de la medicina y la química medicinal. Todos los químicos árabes más significativos fueron excelente médicos: Yabir, Razes, Avicena, etc.


Uno de los objetivos fundamentales que persigue la alquimia, es la búsqueda permanente de la inmortalidad y la denominada “panacea universal”, una sustancia o elixir que pudiera curar todas las enfermedades, acabando con las plagas, las dolencias y los males que conducían inevitablemente a la muerte. Otro de los anhelos de los alquimistas, seguramente el más divulgado y conocido, es la búsqueda de la trasformación de los metales en oro y plata. De esta manera, la producción y posesión de metales preciosos sin apenas coste, implicaba obtener la riqueza suficiente para poder adquirir o conseguir todo lo soñado.



Al final, todo se resumía en la búsqueda de la "piedra filosofal", considerada como la única sustancia capaz de lograr la transmutación, la panacea universal y la inmortalidad. La creencia más extendida afirmaba que esta sustancia, puesta en un metal innoble como el hierro y mediante un proceso de fusión, se transformaría en oro.


En relación con la ciudad de León y la alquimia, surge la figura enigmática del francés Framel. Cuentan que en París en el año 1357, un escriba llamado Nicolás Framel, recibió o compró, con el propósito que ni él mismo logró entender nunca, un misterioso e incomprensible libro que, según sus propias manifestaciones, cambiará por completo su vida.


Según su relato, la obra no estaba realizada en papel o pergamino, sino elaborada de cortezas de arbustos protegidas con unas bellas tapas de cobre. Su contenido se encontraba repleto de figuras, números, dibujos, textos cabalísticos y mitología griega, que no conseguía comprender ni descifrar.


Estuvo años tratando de entender o adivinar su contenido, sin ningún resultado positivo. Recurrió a expertos y buscó infortunadamente entre sus vecinos a sabios hebreos que, perseguidos por la monarquía francesa, habían huido o se habían convertido para, posteriormente, perderse en el anonimato.


Pasado el tiempo, realizó algunas copias sobre fragmentos del libro y, encomendándose a Santiago, dirigió sus pasos hacia España como peregrino y con el sueño de encontrar, en alguna de las sinagogas de las abundantes aljamas de la Península, al experto o maestro judío que pudiera ayudarle a interpretar el manuscrito.


Después de cumplir con el voto a Santiago y ya de vuelta de su peregrinación, se detuvo en León para contactar con los grandes expertos de la Cábala. Allí conoce a un sabio converso, el maestro Canches (posiblemente Sánchez), que reside en la ciudad. Framel entabla amistad con él y le muestra algunas de las copias que había realizado de algunas partes del texto. El judío leonés reconoce e identifica en las copias que le muestra el galo, la obra que creía perdida de Abraham el Judío, Aesch Mezareph, libro inspirado en las claves de la Cábala y basado en el Sepher Yetzirah, texto atribuido al profeta Abraham, del que se dice que lo recibió en el Monte Sinaí y que era la clave que permitía interpretar las Sagradas Escrituras.


El maestro Canches será la llave para desvelar el misterio. Lentamente comenzó a descifrar los enigmas y a ilustrar a Framel sobre los entresijos de la obra. Llegado el momento, se impuso el viaje a París con el fin de observar el tratado original y completar la interpretación de la totalidad del texto.


Buscando el viaje más rápido posible, parten desde León hacia Oviedo, para desde allí, en barco, llegar a la costa francesa. El destino quiso que en territorio francés el maestro Canches cayera muy enfermo y muriera a los pocos días, dejando a Nicolás Framel solo en su empresa.


De vuelta en París, Framel reconoce y describe en las anotaciones que realizó sobre su vida, que, a pesar de la desaparición del maestro Canches, con las indicaciones y premisas que había adquirido, tras muchos errores y casi tres años de trabajo, consiguió y obtuvo el fruto perseguido, logrando obtener plata y oro con una base de mercurio, y hay quien asegura, que llegó a conseguir la inmortalidad.


Pero entre los objetivos del franco no estaba la persecución de la riqueza, y en esto coinciden los grandes personajes y conocedores de la alquimia a lo largo del tiempo. La búsqueda del proceso alquímico requiere de quien lo practica una trasformación interior, de una “muerte y una resurrección”; pero sobre todo que el alma, el espíritu del alquimista, se encuentre imbuido de caridad además de una sincera generosidad y una total falta de ambición en cuanto a bienes materiales. Actualmente se sostiene que la denominada "piedra filosofal", capaz de transmutar los metales en oro, era sólo un símbolo que los antiguos tomaban para representar la transformación del hombre de "hierro" en hombre de "oro", gracias a la permanente búsqueda del conocimiento.


Como vemos, en León, durante los primeros siglos del segundo milenio, confluyen una serie de situaciones y acontecimientos que rayan lo extraordinario. Por entonces, la ciudad, capital y enseña del Reino de León, lleva el peso de la lucha contra la invasión musulmana; es el lugar más importante de la ruta a Santiago de Compostela, vía que promueve y protege, llegando a decir Aymerid Picaud, autor del Codex Calixtinus, al referirse a León: "la ciudad llena de todo tipo de felicidades".


Curiosamente, esta ruta es el camino ancestral que conducía hasta el mar, a la costa atlántica, al lugar más occidental de Europa, donde los peregrinos, los caminantes atávicos con anterioridad al descubrimiento de la tumba del “Apóstol”, mucho antes de su simbolismo cristiano, recorrían en busca de una nostalgia, de un encuentro, de una memoria remota que se perdía en el tiempo y que les arrastraba hacia allí, hacia el Sol poniente, hacia el fin de la tierra, en busca del conocimiento y de una vida renovada. ¿No es lo mismo que perseguían los alquimistas en su búsqueda de la "piedra filosofal"?


León fue asimismo, la capital del Reino del monarca que será coronado emperador en 1135 en el mismo solar, en la pequeña colina de la ciudad, en la que pocos años después se alojará la actual Catedral de Santa María, considerada como el templo de la luz por excelencia que, como hemos señalado, guarda profundos secretos en sus vitrales y en su edificación. Se cuenta de la fábrica que, cuando se golpea convenientemente una de sus piedras directoras, se siente vibrar y estremecer la totalidad de edificio; de la misma manera, siempre ha resultado inquietante e inexplicable, las vibraciones y sensaciones que a veces se experimentan en medio del templo, en el centro del crucero, que muchos reconocen haber notado.


Del mismo modo, León será la ciudad de la Cábala, el lugar donde se generó uno de los libros místicos más importantes de la historia de la Humanidad, el Séfer ha-Zohar, el “Libro del Esplendor”, que influirá poderosamente en todo el pensamiento occidental posterior; pero también, como hemos visto, la ciudad que, en aquellos momentos, guardaba el saber y el conocimiento del proceso alquímico que el francés Nicolás Flamel se llevó de León hasta París. Allí, en su laboratorio subterráneo parisino, cuentan que había plasmados en las paredes extraños planos y dibujos de la Catedral de León.


* "Sabbat", Isidor Kaufmann * "Laboratorio de un alquimista", David Teniers el Joven * Interior Catedral de León * "Alquimista", David Ryckaert * "El alquimista", David Ryckaert * "El alquimista en busca de la piedra filosofal", Joseph Wright * "Alquimista en un laboratorio", David Ryckaert * Representación de Nicolás Framel * "Judío de Jaffa", Hermann Struck * "El laboratorio", Thomas Wyck * Biblia Románica de San Isidoro (León) * Vitral Catedral Santa María de Regla (León) * Edición del libro "Séfer ha-Zohar"




lunes, 24 de noviembre de 2008

El "parto" de la Junta en San Miguel de Escalada

La Consejería de Cultura y Turismo de la Junta de Castilla y León, responsable del patrimonio de la Comunidad, ha dado muestra, una vez más, de su profunda preocupación por el patrimonio leonés, y gracias a su empeño inigualable, a la generosidad de sus presupuestos y a las ideas de sus grandes políticos, profesionales y expertos, ha solucionado los problemas que desde hace tiempo mantiene San Miguel de Escalada, sin duda, una de las más bellas representaciones del arte mozárabe en la Península.


¿Se ha consolidado efectiva y definitivamente el edificio, solucionando la torsión, la carga sobre la armadura del tejado, las filtraciones entre la parte románica y mozárabe, o el drenaje del exterior del edificio? ¿Se han valorado los restos de la última restauración? ¿Han habilitado, por fin, un lugar de interpretación sobre su historia y arquitectura? ¿Han ofrecido alguna solución para la rehabilitación de la casa del guarda, o su traslado a otro lugar? ¿Se ha realizado la señalización oportuna y un aparcamiento adecuado? ¿Ya se ha reparado el grave problema del arco geminado del pórtico? ¿Existen indicios de una zona de esparcimiento y unos aseos públicos? ¿Posee, de una vez, electricidad y una iluminación adecuada? ¿Se ha establecido un horario de apertura regular y una vigilancia eficiente?

En definitiva, ¿La Junta de Castilla y León, ha terminado finalmente con los problemas de rehabilitación y conservación, y ha transformado San Miguel de Escalada en un foco de recepción de visitantes a nivel nacional e internacional, que puedan disfrutarlo en las mejores condiciones y con el máximo de garantías, integrándolo, además, en el circuito de espacios museísticos de León?

Rotundamente: NO.

Pero al parecer no se encuentran ociosos. Están trabajando en ello y muestra de ello, mientras tanto, nos han deleitado, ahora que se acerca la Navidad, con un “portal”, un inútil y antiestético bodrio maderil (le llaman "cubo informativo"), con “pasarela” incluida, fruto de los delirios de algún/os iluminado/s, que rompe y destruye incomprensiblemente la inigualable vista meridional del edificio con su pórtico de doce arcos, además de ofrecer una sensación de penuria e irracionalidad.

Es, sin duda, el portal, la puerta, el homenaje a su inutilidad, su inoperancia y su mal gusto. Juzguen ustedes.






Video de AlfredoEscalada (12-10-08)
http://sanmigueldeescalada.spaces.live.com

jueves, 20 de noviembre de 2008

La Iglesia Martirial de Marialba


Nuevamente vuelve a estar en primer plano la mejor muestra de construcción paleocristiana de la Península, pero una de las mayores vergüenzas del patrimonio de León: la Iglesia Martirial de Marialba.

De planta basilical, Marialba es una joya arqueológica única en todo el occidente. Este tipo de iglesias, denominadas martiriales, surgen a partir de los siglos III-IV, cuando se extiende entre los fieles la costumbre de acudir a los cementerios, en aquellos momentos las catacumbas, para venerar las tumbas de los mártires.

Ante el apogeo que tomó este culto, unido a la mayor libertad religiosa y a la escasez de espacio subterráneo en las catacumbas, los fieles comenzaron a levantar en el exterior, sobre los enterramientos y las reliquias de mártires y santos, edificios para el culto. Con el fin de identificarlos, los primeros cristianos utilizaron el término griego, ecclesia, cuyo significado es “convocar”, en vez del término templum que utilizaban los paganos para señalar el santuario.

El origen de Marialba de la Ribera, datada en el s. IV, puede estar relacionado, según la hipótesis de Antonio Viñayo, con los trece sepulcros que se encuentran bajo el ábside, y que pudieron corresponder a la familia martirizada de San Marcelo y Santa Nonia. Sin embargo, la orientación de su ábside hacia el sur hace suponer que pudo tener un uso anterior ajeno al religioso, ya que el resto de los templos de la época siguen la norma que establecen las Constituciones Apostólicas de finales del s. IV: su orientación hacia el este. Esta disposición es consecuencia en parte del antiguo sincretismo solar al que estaban habituados los primeros cristianos (paganos convertidos), pero también a lo que relatan los Evangelios sobre la Parusía (retorno glorioso de Jesús), que sucederá por el este, por el oriente.

En cuanto a su topónimo, Marialba parece formado por dos raíces latinas, la primera procedería del latín marginem que designaría el terreno más próximo al río, y el segundo, Alba, que, según algunos autores, es el nombre antiguo del río Bernesga. Según esto, su nombre guardaría relación con su localización geográfica, con un hidrónimo: en los márgenes u orillas del Bernesga.

Descubierta en el s. XIX, no es hasta los años 60 cuando, por medio del Instituto Arqueológico Alemán, se produce el primer estudio cuyos resultados son todavía una incógnita. Después de casi 40 años de olvido, en el verano del 2006, ante el rechazo de la Junta de Castilla y León del desarrollo de un plan director para salvar y valorar el yacimiento,sulaeocristiana de la Pentrucci a n bajo el se difundió a bombo y platillo la firma de un acuerdo entre el Ayuntamiento de Villaturiel, la Diputación Provincial de León y La Fundación del Patrimonio Histórico de Castilla y León (de derecha a izquierda), por la que esta última se comprometía a recuperar y musealizar los restos el templo a partir del año 2007, previo el estudio y las autorizaciones oportunas, con distintas intervenciones y un presupuesto total de 700.000,00 €.

Pero todo fue humo. Las intenciones del antiguo presidente de la Diputación de León, que por aquél entonces se convirtió en el paladín del patrimonio leonés, con ostentosas declaraciones personales, firmas de acuerdos históricos, portadas de periódicos, fotos de visitas, nombramiento de socio honorario, etc…, y que comprometió para Marialba una subvención de 105.000,00 €, se han esfumado junto a la voluntad, el dinero y hasta la persona. Lo mismo ha ocurrido con el compromiso del Ayuntamiento de Villaturiel, que tenía previsto apoyar el proyecto con 35.000,00 €.

Pero más bochornoso es el comportamiento de la Fundación del Patrimonio, que agrupa algunas de las Cajas de Ahorros de la Comunidad y a la Junta de Castilla y León, que “firmó”, por medio de su antiguo presidente, Victorino González Ochoa, un documento de compromiso para realizar las obras de acondicionamiento y rehabilitación durante el año 2007, con una aportación de 560.000,00 €. Después de más de dos años, no existe ni documento ni compromiso ni obras ni vergüenza.

Las últimas noticias que ofrece Cristina Fanjul en Diario de León, es que la Fundación del Patrimonio, según manifestaciones de la propia entidad, “sigue trabajando” en Marialba, pero con una merma sustanciosa en el presupuesto, de 560.000,00 € comprometidos a 250.000,00 €, (no está mal la rebaja), y sin ninguna previsión en el comienzo de las obras.

Marialba de la Ribera fue declarada Monumento Nacional en 1979 y Bien de Interés Cultural en el 2000, ¿dónde está el amparo y la protección debida y obligatoria del Estado? ¿Por qué no interviene de inmediato la consejería de Cultura y Turismo de la Junta de Castilla y León?

Excavación en los años 60 de Schlunk y Huaschild

¿Hace falta recordarle a esta última que, según la legislación vigente, su obligación es promover, proyectar, dirigir, coordinar, ejecutar e inspeccionar en el ámbito territorial de la Comunidad Autónoma las actuaciones en materia de protección del patrimonio? ¿Cuáles son los planes para la protección futura de Marialba que le marca la legislación y ante la que deben responder?

En la actualidad, los restos de los muros de Marialba siguen entre la maleza esperando algún plan, acuerdo o proyecto que contenga, por parte de los autores en cuanto a sensibilidad, voluntad y compromiso, un mínimo de decencia.

sábado, 8 de noviembre de 2008

Santa María de Sandoval: La alimentación en un monasterio cisterciense


En líneas generales, se conocen las reglas, conductas y costumbres de los monjes cistercienses en el refectorio: el silencio obligado, la sobriedad extrema, la lectura de textos sagrados durante la comida, etc. Pero, ¿qué tipo de alimentos llevaron estos monjes a la mesa durante siglos? Para ahondar un poco más en la vida cotidiana, en cuanto a los hábitos alimenticios en los cenobios cistercienses, tomaremos como referencia el monasterio leonés de Santa María de Sandoval sirviéndonos de la documentación existente sobre el mismo, también de la obra de P. Sahelices, “Villaverde Sandoval, Monasterio y pueblo”, y de una consueta o reglamento interno del propio monasterio realizada en el s. XVII.
Al hablar del monasterio de Sandoval, es primordial tener presente que el claustro pasó por tres etapas bien diferencias a lo largo de los siglos, desde su fundación sobre el año 1167, hasta la Desamortización de Mendizábal en 1835. Estas tres fases o etapas están profundamente relacionadas con los cambios en las costumbres y reglas internas monásticas y, sobre todo, con la cuestión económica, que influyó poderosamente en los prácticas alimenticias de sus moradores.
En sus primeros tiempos, la débil situación económica y la observancia rigurosa de su Regla, implicó la escasez y sobriedad en los alimentos que llegaban a la mesa de los monjes de Sandoval, proviniendo casi exclusivamente de lo cultivado exclusivamente en sus posesiones y por sus propias manos.
Durante los siglos XIV y XV las costumbres del claustro se suavizan, y los abades son más señores feudales que “conductores” de una comunidad religiosa, resultando una relajación en las normas y reglas monásticas que supuso una permisividad importante a la hora de la alimentación. A partir del siglo XV, surge desde dentro de la propia comunidad una reforma y autocrítica en sus costumbres, coincidente con una decadencia económica, iniciándose la tercera y última etapa que se caracteriza por la mesura y la suficiencia.
Antes de entrar en detalles, hay que tener en cuenta que, en cuanto a la alimentación, la Regla de San Benito sigue los preceptos del ascetismo primitivo. Se admitía comer dos veces al día durante el verano, no existía el desayuno, y una sola vez en invierno, concretamente desde el mes de septiembre hasta Pascua. Del mismo modo, ordenaba la privación de carne durante todo el año, en la confianza de que un cuerpo mortificado aumentaba la vigilancia espiritual y era un fuerte escudo ante los deseos carnales. El refranero castellano deja clara constancia de esta norma de los primeros tiempos de austeridad monacal: “El lobo, harto de carne, se mete fraile”.
Siguiendo la Regla, el almuerzo cisterciense consistía en una generosa ración de pan, una libra diaria (450 gr.), y dos platos a base de legumbres cocidas, hortalizas y fruta de temporada. Cuando se cenaba, se servía nuevamente verduras y fruta. Con ocasión de festividades solemnes, se incorporaba al almuerzo pescado y queso, por el contrario, los viernes de Cuaresma los monjes ayunaban a pan y agua.
Estas normas generales se atemperaban o suavizaban según los casos. Las referencias que tenemos sobre Sandoval, indican que el monasterio no seguía cuidadosamente la Regla de San Benito, primando en la mesa del convento los productos naturales de la zona que cultivaban, pero también el pescado, muy abundante por las ricas pesquerías de la comarca. La carne en principio se reservaba para los días de fiesta o para celebrar o agasajar a alguna visita importante, pero con el tiempo se autorizó y extendió su consumo haciéndose cada vez más habitual su presencia en la mesa.
También era frecuente y usual el uso de aderezos, condimentos y especias que adquirían para sazonar los guisos. Los libros de gastos del monasterio, que recoge Paulino Sahelices en su obra, hacen mención a la compra habitual de azúcar, azafrán, aceite, chocolate, dulces para los enfermos, etc.
Existen referencias a las fiestas solemnes, entre la que sobresalía la de San Bernardo, celebrándose con gran ceremonial al ser la figura más representativa de la Orden y en la que no se reparaba en gastos. Consta en los libros de registros del monasterio, que un año se mató una vaca para ese día, y en otro se compraron 23 pollos y 25 libras de trucha para la misma festividad.

Son muy frecuentes las referencias al pescado, tanto de río como del mar, entre las viandas consumidas por los monjes de Sandoval, lo que demuestra una inclinación especial por ese tipo de productos. Así, en la fiesta de San Bernardo del año 1694, se encuentra una relación de gastos en la que destaca el consumo de marisco y pescado de calidad, además de diversos ingredientes para la elaboración de dulces:
“Se gastó lo siguiente: dos docenas de barriles de ostras a seis reales cada uno montan 144 reales. Más dos docenas de barriles de lenguado y sardinas a siete reales y medio cada una, (...) dos arrobas de truchuela en 80 reales; (...) 4 arrobas de truchas a treinta reales la arroba son 120 reales. Una anguila en 3 reales. En huevos 100 reales. En azúcar rosado, vizcochos, azúcar, almendras, cuatro lajas de perada (conserva de pera), 140 reales. Una arroba de barbos en doce reales, Que todo suma y monta 844 reales.”
Un manuscrito del siglo XVII trascrito por Miguel Asúa a comienzos del siglo XX, y reproducido por Juan Atienza en su obra, Monjes y monasterios españoles en la Edad Media, aconseja e indica las pautas a seguir para la compra, cuidado y preparación del pescado en los monasterios españoles de la época:
“... el cocinero tendrá cuenta de darlo diferenciado todos los días, de la mejor forma que él pudiere y supiere (...). Los domingos, ensalada cocida y un poco de pescado; y la vigilia de Navidad, besugos, si se podían tener, u otro pescado fresco (...). Y procuren que sean siempre buenos los pescados que compre, porque no sea malogrado el dinero (...). Cuando sea salmón, que lo tenga tres o cuatro días en remojo y que la salsa para él es el perejil (...).”
El empleo de carne en la alimentación, en principio prohibida por la Regla, con el paso del tiempo se suavizó, tendiendo a una total relajación en la norma, fundamentalmente en materia de abstinencia perpetua. La transformación se inició, lógicamente, en las enfermerías de los monasterios, donde se consentía comer carne a los enfermos con el fin de que se restablecieran con prontitud. La facilidad para ingresar pícaramente en la enfermería, proporcionó la oportunidad a los monjes de comer un poco de carne.

El Capítulo General de la Orden de 1439, aprobó discretamente esta situación de hecho, y aunque mantenía la dieta regular, permitía comer carne pero nunca más de dos veces por semana. Pocos años después, la bula promulgada por Sixto IV el 13 de diciembre de 1475, no otorgó la dispensa absoluta, pero facultó al Capítulo General y al Abad del Císter para adoptar una ley de abstinencia.
Una autorización al monasterio alemán cisterciense de Eberbach, en 1486, sirvió como nueva norma de observancia: los monjes podían comer carne tres veces por semana, los domingos, martes y jueves.
Uno de los cuadros más conocidos y representativos de Zurbarán es el conocido como, “San Hugo en el refectorio”, cuyo tema, aunque a primera vista parece intrascendente, hace especial referencia al consumo de carne en los monasterios. San Hugo, obispo de Grenoble, obsequió con unos platos de carne a la incipiente comunidad de La Cartuja (Alpes) el domingo de Quincuagésima, domingo anterior al comienzo de la Cuaresma. San Bruno y sus seis compañeros, acostumbrados a la comida frugal, empezaron a discutir si era oportuno consumir la carne o abstenerse de ella siguiendo el ejemplo de los primeros anacoretas. Milagrosamente, el debate quedó interrumpido al caer todos los monjes en un profundo sueño, que se prolongó durante cuarenta y cinco días.


La comunidad no se despertó hasta después de la Cuaresma, momento en que San Hugo, personaje de pie a la derecha, acudió al claustro con su paje para celebrar con los cartujos el Jueves Santo. El obispo, sorprendido al ver carne en los platos en plena Cuaresma, preguntó a San Bruno, que todavía no se había percatado del paso del tiempo, si sabía la fecha en la que se encontraban. Cuando el monje le respondió que era el domingo de Quincuagésima, la carne se convirtió en ceniza, milagro que interpretaron todos los presentes como una señal del cielo, perpetuándose desde entonces en la Orden cartujana la total abstención de comer carne.
Pero la Orden de la Cartuja no es la referencia a seguir. El manuscrito del siglo XVII, al que anteriormente se ha hecho referencia, habla de esta manera sobre la presencia de la carne en la cocina de los cenobios, su cuidado y preparación según los tipos. Como se observa, la dieta de los monjes por esta época, no sigue ninguna norma restrictiva, consumiéndose cualquier tipo de carne y cualquier día de la semana:
“...tenga el cocinero cuenta, los días de carne, que las raciones pesen cada una tres cuarterones (cuarterón = cuarta parte libra) para las comidas y media libra (una libra, 450 gr. aproximadamente) para las cenas, salvo los viernes, que las raciones son de a libra (...); pero estas cantidades son solamente cuando es carnero (...).
Después de curados los tocinos, se cortan algunos perniles para guardar y dar en torreznos entre el año cuando se dan pitanzas (pitanza = ración de comida suficiente para un día) (...) y debe guardar mucho el cocinero que siempre dé tocino, poco o mucho, y mayormente dé más cuando esté el cordero flaco.
Con el carnero cocido siempre ha de dar el cocinero salsa, la cual ha de mudar conforme los tiempos, porque en el verano dará perejil o agraz (uva sin madurar), cuado lo hubiere, y en otro tiempo dará mostaza y, cuando diere espinazo o testuces, dará su ajo comino, que así lo manda el tiempo, que se da frío, y también lo quiere la vianda, y es más sano que otras salsas para las cosas de puerco (...).

Los miércoles y los sábados, por todo el año, cuando en ellos se come grosura, acostumbra dar el cocinero a las comidas las asaduras de los carneros, conviene a saber: el hígado guisado de tal manera se llama badulaque; y a las cenas a la noche se dan dos o tres menudos de carnero, conviene saber: las morcillas y pies y manos, y de los livianos (pulmones) se da guisado, después de las raciones en escudilla, y si este guisado falta alguna vez, por no haber de qué lo hacer, da en lugar de él un hueso cocido en cada ración con lo demás que está dicho que se acostumbra a dar. Tenga mucha cuenta el cocinero con dar bien sazonado y con gracia lo que diese, a los monjes, así a los de mesa 2ª como de 1ª, para los cuales ha de apartar algunas raciones con su caldo en una olla, antes que comience a dar al convento, porque se pueda dar después caliente y con gracia (...).
Nunca envíe el cocinero ración señalada para ningún monje, fuera de la del Prelado (abad), si él no hubiese mandado otra cosa para alguno que tuviese alguna necesidad o por ser muy viejo (...).”
En Santa María de Sandoval el consumo principal de carne provenía de la ganadería propia que pastaba en los terrenos del monasterio. Los datos que tenemos del siglo XVII hacen referencia a la crianza de ganado vacuno (entre 50 y 100 cabezas), y ovino y caprino, que oscilan entre 300 y 500 cabezas, según los datos. En el año 1618 se deja constancia de este consumo, según los apuntes de Sahelices:
“(...) el toro se domó para el carro porque se mató el buey viejo para cecina. Matóse una vaca para cecina porque siempre abortaba y no valía para adelante. De las 16 ternales se mató una ternera en la venida a la Visita de Ntro. Rmo. Y los lobos han muerto tres.”
Existe, aunque incompleto, un reglamento de régimen interno del monasterio, denominado consueta, probablemente del siglo XVII, que refleja los usos y costumbres de los monjes en el refectorio de Sandoval. Esta ordenanza completa y desarrolla los preceptos de las Constituciones de la Orden del Císter, mostrándose como una perfecta guía sobre las maneras y modos del claustro. En relación con la comida y las obligaciones del mayordomo, encargado del control de pagos e ingresos, se dice lo siguiente:
“El Abad, y el Mayordomo ha(n) de tener mucho cuydado, que la comida del Convento se de muy bien sazonada, y limpia; y el q(u)e la aderezare se estremara en aderezarla co(n) toda limpieza, y puntualidad. Lo que ha de dar, y en que forma, lo dispondra con el Cillerizo (ayudante principal del mayordomo), à quien ha de estar subordinado: darsele han otros ministros que le sirva(n) de fregar, traer agua, y lo demas toca(n)te à aquella oficina, teniendo el cuydado de aderezar la comida sin remitirlo à otro, y de andar muy limpio, poniendose delante algun paño: no ha de faltar un punto de la oficina.
Tendra particular cuydado de lo que se aderezare para los enfermos, y q(u)este con toda pu(n)tualidad apercibido para el tiempo que se ha de dar.
Ha de cuydar de que los mozos que le sirven sean fieles, y que frieguen todos los instrume(n)tos de la cocina, en acaba(n)do de servirse dellos, y las tablas (ver detalle obra Brueguel) en que se lleva la comida al Convento, y en particular los platos; y no dara alguno dellos, ni para la enfermeria, ni para la celda del Abad, pues han de tener sus platos diferentes de los que estan para el servicio de la comunidad.
Al principio de la comida, ò cena entregara al Refitolero (ayudante del cillerizo) por cuenta todos los platos, y escudillas que uviere para el servicio del Convento; y tendra cuydado de cobrarlos despues.”
Capítulo aparte merece la bebida. Donde existían buenas tierras para el cultivo de viñas, países mediterráneos principalmente, la bebida que se consumía esencialmente era el vino, en su momento aceptado, con cierto reparo, por la Regla de San Benito. De acuerdo con la Regla, la cantidad de vino que un monje podía beber al día era una hemina, es decir, poco más de 1/4 de litro:
“(...) no obstante, atendiendo a la debilidad de los flacos, creemos que basta a cualquiera una hemina de vino al día; pero los que han recibido de Dios el don de pasarse sin él, estén ciertos que recibirán por ello un particular galardón.
Pero si la situación del lugar, el trabajo o el calor del estío exigiere que se dé algo más, estará al arbitrio del superior el concederlo, considerando siempre, que no se debe dar lugar a ningún exceso en la comida y bebida.
Aunque leemos que el vino es totalmente ajeno de los monjes; pero en nuestros tiempos no se les puede persuadir esto, convengamos a lo menos en que beban algo, pero en corta cantidad, y guardando toda la templanza debida; por que el vino hace apostatar hasta a los sabios. Pero en donde la necesidad del lugar sea tanta que ni aun se pueda hallar la sobredicha medida, sino mucho menos, o nada absolutamente, alaben a Dios los que allí viven, y no murmuren; y sobre todo encargamos que nunca den lugar a la murmuración.”
En climas más fríos, y en los que la producción de vino resultaba imposible, se tomaba sidra o cerveza. Una costumbre primitiva y ampliamente difundida, era servir una bebida, vino o cerveza, especialmente en verano, después de hora Nona y antes de comenzar el trabajo de la tarde, sobre las tres.
El vino es la bebida por excelencia. Es apreciado y codiciado, y se le atribuyen facultades curativas y reconstituyentes. Los religiosos no eran ajenos a estas apetencias y los monjes de Santa María de Sandoval cultivaban viñedos y consumían su vino. Según los libros de gastos, el monasterio no producía lo suficiente y tenía que adquirir uva, o vino ya elaborado.
Los datos que nos facilita Paulino Sahelices sobre el consumo de vino, nos indican un gasto importante. Durante el siglo XVII, las cifras de consumo anual de Sandoval ascienden a una media de 800 cántaras (cada cántara aproximadamente 16 litros), unos 12.800 litros anuales, lo que equivale a un consumo en el monasterio de 35 litros diarios.
Conocemos que el Monasterio de Sandoval nunca tuvo gran número de monjes. El propio Sahelices señala en su obra que, en los momentos más florecientes del monasterio, los monjes, contando los legos, no pasarían de los treinta. Teniendo en cuenta los criados, que también residían en el propio monasterio, podemos fijar una cifra media-alta de residentes de cincuenta personas. De estas cifras, se puede deducir que en el cenobio se consumía la nada despreciable cantidad de 3/4 de litro por persona y día.
En el inventario de bienes del monasterio de Santa María de Sandoval confeccionado durante la Desamortización, en lo referente al continente de la bodega, se relacionan: “ocho carrales (toneles) que harán cuarenta cántaras cada una poco más o menos”. Estos recipientes nos dan idea del vino que el monasterio podía almacenar en su bodega, más de 5.000 litros.
En el mismo inventario, se hace referencia, entre los utensilios relacionados, a “doce jarras de loza de a cuartillo usadas y seis idem de idem quebradas”; también “diez y ocho servilletas”, lo que pone de manifiesto la escasez de residentes en el momento de la Desamortización.
La consueta de Sandoval describe también las funciones del bodeguero del convento, que no dejan de ser curiosas. Por ejemplo, cuando se contempla la posibilidad de que un monje acuda al bodeguero en “pedir vino por necesidad”, la misión del monje-bodeguero será acudir con “caridad a socorrerle” :
“Si algun Mo(n)ge pidiere vino co(n) necesidad, acudira con charidad a socorrerle, principalmente si es Monge anciano, ò achacoso: y si fuere continuo en pedirlo, lo avisara al Abad, para que todo lo haga con licencia.
El Bodeguero ha de tener la Bodega muy limpia, y todos los vasos della: à ninguno dexe entrar en la bodega, sino fuere al Mayordomo; ni de vino sin licencia del Prelado.
Al Convento de siempre el mejor vino sin hazer mezclas, echando aperder con el vino malo lo bueno; y procurara que no se buelva vinagre, y para esto abrira a su tiempo las zerzeras q(ue) caen al bue(n) ayre, cerrando las otras: y si viere que algun vino corre peligro, avise al Mayordomo con tiempo, para que o se venda, o se gaste antes de perderse.”
Como se observa, el vino era un bien preciado al que había que custodiar y preservar, vigilándolo y cuidando la ausencia de mezclas delicadas. Sobre la posibilidad de mezclar, existe un dicho de la época sobre ello que dice: “No echéis agua en el vino, que andan gusarapas por el río”.
Resulta curioso a su vez, la obligatoriedad de aprovechar los restos que no se consumían en las comidas, aunque pensamos que no sería mucho:
“Para la comida y cena ha de poner en las servillas el vino en la cantidad que tiene dispuesto la Religion; y en acabando de comer, ò cenar el Conve(n)to, cogera lo que sobrare. En los Monasterios donde se usa no poner vino en servillas, ò jarras a cada Monge: echara la ca(n)tidad que fuere menester en alguna jarrafa, ò frasco, para que con el se vaya dando al Convento.”
En cuanto al comportamiento de los monjes en el refectorio, no dejan de ser curiosas ciertas situaciones:
“(...) acudiran todos con modestia sin cogullas, salvo el Iuebes, y Viernes Santo, y quando el Santisimo Sacramento esta descubierto, y la Iglesia abierta (...) los Novicios assi à comer, como a cenar las han de llevar siempre; y los nuevamente professos por espacio de un mes, ò poco mas, à voluntad de su Maestro.”
En Sandoval, seguramente como en otros cenobios, y al toque de cuatro golpes de campana para comer y dos para cenar, toques de los que se encargaba el Refitolero, los monjes se disponían a entrar en el refectorio. Se lavaban las manos en una fuente-lavabo que solía encontrarse en el claustro, cerca de la entrada al comedor, y seguidamente ocupaban sus lugares en las largas mesas:
“(...) y luego ira al lugar que le toca, poniendose delante de la mesa, haziendo esto con gravedad, y modestia, y hecha inclinación à los colaterales, pone las manos debaxo del escapulario, y aguarda en pie al Prelado sin arrimarse à la mesa; y si tardare en venir, se podran sentar, con licencia del mas anciano (...).”
Los modales y el respeto a los demás eran exquisitos. Se les exigía que bebieran sujetando la jarra o recipiente con ambas manos, que se sirvieran la sal con la punta del cuchillo o que limpiaran los cubiertos con el pan y no con la servilleta:
“(...) ni meta los dedos en el plato, ò escudilla, ni tampoco por otro estremo como con la punta del cuchillo; procurando escusar las demasias que dan en rostro y guardar en todo el aseo (...) Quando beve tendra la taza, ò vaso con las dos manos: las cosas que desechare dexelas en los platos, y no sobre los manteles, ni las eche en el suelo …”
Sobre la higiene en la mesa, las instrucciones que figuran en la consueta de Sandoval son claras y precisas:
“(...) Nadie de su plato embie cosa alguna à otro, solo el Superior puede hazerlo, y es permitido à los que estan en la mesa mayor(...) ni de proposito se limpien los die(n)tes, ni se laven la boca, ni metan los dedos, ni la servilleta para limpiarse: todo se dexe para la celda.”
Mientras un monje leía en voz alta pasajes escogidos de la Biblia, había silencio total durante la comida, siendo las indicaciones únicamente por señas. Todos tendrían sumo cuidado para evitar tirar o que cayese accidentalmente cualquier alimento o vajilla, ya que la pantomima que seguía al suceso resulta grotesca y en cierta manera divertida. Seguimos la consueta de Sandoval:
“Si estando comiendo Conventualme(n)te se cayere alguna cosa à alguno de los que estan comiendo se postrara en medio, y hecha señal por el Presidente se levantara; y estando en pie, pedira licencia por señas para levantar lo que se le cayo, y va por ello, y sientase; pero si se le quebrare algo, ò vertiere el vino, ò la escudilla, en postrandose, qua(n)do se le haze señal, se levantara quedandose de rodillas, y signifique por señas lo que se le quebro, ò vertio; y luego se bolvera à postrar, esperando la penitencia que el Preside(n)te le impusiere. Y hecha otra vez señal bolvera a su lugar. Lo mismo han de guardar los que sirviere(n), los quales para postrarse se quitaran los paños que traen ceñidos.”
No sólo existen normas y hábitos curiosos en el comedor y en la dieta alimenticia del religioso cisterciense; la mayoría de todos los actos cotidianos, están salpicados de preceptos, conductas y obligaciones que resultan cómicas desde nuestra perspectiva actual, pero a la vez entrañables.
Relación de obras:
"Cantarilla y pan" . Luis Eugenio Meléndez
"Servicio de Chocolate". Luis Eugenio Meléndez

"Dulces". Tomás Yepes
"Ostras, huevos y perola". Luis Eugenio Meléndez
"Besugos y naranjas". Luis Eugenio Meléndez
"Jamón, huevos y pan". Luis Eugenio Meléndez
"Bodegón de carnes". Mateo Cerezo
"Carnicería". Tomás Yepes
"Bodegón con empanada". Clara Peeters
"Boda aldeana". Pieter Brueguel
"Acerolas, queso y recipientes". Luis Eugenio Meléndez

"Bodegón con uvas". Tomás Yepes
"Copa de vino". Fragmento,
Van Es
"Monjes blancos". Vazquez Díaz
"Monjes cistercienses". Fragmento, Francisco Zurbarán