miércoles, 31 de diciembre de 2008

¡¡¡ 2009 !!!




Video: pablo8686
Mecano: Un año más


¡ BUEN AÑO !


domingo, 28 de diciembre de 2008

Una de "postales" ...

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"Día de los Santos Inocentes, 28 de diciembre de 2.006. Los dos pequeños focos instalados en la explanada frente al monasterio, escasos 3000 vatios, pugnan con el ocaso y, poco a poco, van aflorando las bellas siluetas de los arcos y sus trece columnas sobre la pared interior del pórtico de San Miguel ..."

Así comenzaba la entrada cometida hace casi un año, concretamente la publicada el 2 de febrero, y que contaba lo que realizamos justamente dos años atrás, el día de los Inocentes del 2006 en la explanada meridional de San Miguel de Escalada.

Leemos en la prensa que el pasado viernes el señor Director General de Patrimonio Cultural de la Junta de Castilla, D. Enrique Sáiz, visitó, alabó y cruzó su "kiosco", su puerta a la irracionalidad y al mal gusto instalada frente al pórtico del Monasterio de San Miguel de Escalada, manifestando a sus acompañantes, entre ellos la alcaldesa de Gradefes y el pedáneo de Escalada, que la iluminación del Monasterio no resulta prioritaria y que, simplemente, es un tema "para una postal".

Como el ingenioso Director General no estuvo el día que iluminamos San Miguel, le mostramos algunas "postales" por si las quiere incluir en algún panel de sus próximas ocurrencias.




martes, 16 de diciembre de 2008

La fiesta del solsticio de invierno: la Navidad

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Miles de años antes al nacimiento de Cristo, las sociedades primitivas celebraban el solsticio de invierno, la victoria de la luz sobre las tinieblas, la noche en que se anunciaba un nuevo nacimiento de la luz, el cambio del ciclo productivo que predecía una nueva primavera y, con ella, la continuación de la vida.

En los inicios de la era cristiana se ignoraba por completo la fecha en la que había nacido Jesús. Se especuló con distintos momentos: en los inicios de la primavera, también en otoño, hasta que en el año 350, el Papa Julio I dictaminó que Jesús fue alumbrado el 25 de diciembre.

¿Por qué el 25 de diciembre? Los romanos celebraban la fiesta en honor a Saturno, Saturnalia, dios de la agricultura y la cosecha, entre el 17 y el 24 de diciembre, tiempo en el que el ciclo climatológico cambiaba dando lugar al inicio de un nuevo periodo agrícola. En esos días la sociedad romana celebraba banquetes, se bebía y bailaba, adornaban las casas con siempreverdes: muérdago, acebo, etc., y se entregaban regalos. El día 25, la fiesta era denominada Brumalia y conmemoraba el día más corto del año (calendario juliano) y un “nuevo Sol”, era la fiesta del Natalis Solis Invicti, el “Nacimiento del Sol Invicto”.

Los nuevos cristianos vieron con agrado la decisión de Julio I de conmemorar el nacimiento de Jesús en esas mismas fechas, y continuar así con las celebraciones ancestrales que se encontraban muy arraigadas en las costumbres populares. De esta manera, la Navidad (del latín nativitatem, nacimiento) o Christmas, (en lengua inglesa, “misa de Cristo”), se introdujo en nuestro mundo occidental como continuación o remedo de las mismas fiestas paganas del culto al Sol.

No se deben obviar como antecedentes de la Navidad, los ritos solsticiales que se celebraban en Egipto, donde la triada Isis-Osiris-Horus eran los protagonistas y el 25 de diciembre era precisamente la fiesta de Isis, un verdadero trasunto de María. Del mismo modo, Buda, Tammuz en Babilonia, el dios frigio Attis, Dionisio en Grecia, entre los vikingos, Frey, hijo de Odín, y Krishna en la India, todos muy anteriores a Cristo, poseen múltiples coincidencias en lo referido a su nacimiento: celebración el 25 de diciembre, hijos de una madre virgen, aparición de estrellas, pastores, alumbramiento en pesebre o cueva, magos, ofrendas, presencia de rumiantes, etc.

Especial referencia merece el culto a Mitra, que enlaza fuertemente con las fiestas romanas que hemos citado. Las primeras noticias sobre el dios Mitra aparecen ya 3.500 antes de Cristo en la India como dios del la luz, del amanecer y del Sol, extendiéndose su influencia hacia el oeste y absorbiendo también usos y prácticas de todos los pueblos de la zona.

Mitra, llamado El Salvador, hijo de madre virgen, nació el día 25 de diciembre en una gruta en donde, curiosamente, también se hallaban una mula y un buey. Avisados por las estrellas y una luz resplandeciente, fueron a adorarle pastores y unos magos que le obsequiaron con ofrendas ... Dejaremos aquí las comparaciones con el nacimiento de Jesús, porque son múltiples y variadas, tanto en el alumbramiento, vida y obra, como en la liturgia y el culto posterior a su muerte .

El culto a Mitra se extendió por todo el Imperio Romano llevado por las legiones, que la adoptaron en masa después de su paso por Asia Menor. La práctica religiosa resultaba muy atractiva a los soldados romanos que admiraban y seguían sus ceremonias machistas, acentuando y reforzaban sus lazos masculinos, resultando una práctica necesaria y positiva entre los guerreros que les afianzaba como grupo compacto.

Fue una religión mistérica, es decir, celebraba las ceremonias en secreto sólo para grupos reducidos de iniciados que practicaban un culto exotérico del que se apartaba a las mujeres. Se realizaba en templos denominados mitreos, espacios que en un principio eran cuevas naturales y, más adelante, construcciones que imitaban las cavernas oscuras, con capacidad limitada para grupos inferiores a cincuenta personas. Es seguro que algunas de las criptas bajo las iglesias cristianas fueron en su momento mitreos.

A finales del siglo III se fundió la religión mitraica con el culto al Sol, cristalizando en la nueva religión del "Sol Invictus". El emperador Aureliano la hizo oficial en el año 274 y cada 25 de diciembre se celebraba el festival del Natalis Solis Invicti (el Nacimiento del Sol Invencible).

Los emperadores del s. III fueron protectores del mitraismo, en parte porque su estructura, fuertemente jerarquizada, les servía para afianzar su autoridad y poder, si bien, el poder político de la época resultó permisivo en cuento a prácticas religiosas mientras no amenazara el orden vigente.

Cristianismo y mitraismo convivieron hasta la llegada de Constantino en el 306. Constantino el Grande proclamado emperador por las legiones, seguidor de Mitra y político pragmático, no dudó en aprovechar la ocasión para intervenir y elegir como opción preferida, a pesar de las leyendas surgidas alrededor sobre una intervención divina, el cristianismo para reforzar su posición política y declararla religión oficial del Imperio con el fin de mantenerlo unido.

En el Concilio de Nicea, convocado por el propio Constantino en el año 325, "nace" el cristianismo más o menos como lo conocemos hoy, apropiándose, retocando y adoptando fechas y hechos de la religión mitraica, copiando además su estructura clerical e iniciando a la vez un acoso hacia esta última. El culto a Mitra queda definitivamente proscrito con el edicto imperial de Tesalónica firmado por Teodosio en el 380, que supone su persecución, el derribo de templos, la quema de libros, etc., hasta su completa desaparición.

Todas estas consideraciones expuestas sobre los orígenes de las celebraciones navideñas, han servido siempre como argumento para desvirtuar, cambiar o tergiversar esta antigua conmemoración. Por una parte, se emplean estas evidencias para señalar las “eternas mentiras” de la Iglesia Católica, pero también, los grupos más ortodoxos abogan por abandonar este celebración que, según ellos, conmemora, con un empalagoso envoltorio cristiano, las fiestas paganas del culto al Sol.

Los hay que reniegan de estas celebraciones por el salvaje y progresivo consumismo que todo lo envuelve, o se quejan de una perenne obsesión por la apología del amor fraterno en estos días, mientras el resto del año se abandona o se pierde por completo esta práctica. En definitiva, estas fiestas son un auténtico abanico de opiniones: desde los que disfrutan plenamente de ellas, hasta los que verdaderamente las aborrecen.

Sin embargo, a pesar de la festividad religiosa, la alegría infantil, la confraternidad exacerbada, etc., nadie declara o defiende públicamente que, a la mayoría, en el fondo, lo que verdaderamente nos entusiasma en estos días es el cambio, el triunfo del día sobre la noche. Y es que, desde el origen del mundo, la naturaleza del hombre persigue y anhela la renovación que se produce con el "triunfo de la luz sobre la oscuridad", con el nuevo florecer y resurgir de la vida que comienza con el solsticio de invierno.


¡Feliz solsticio de invierno! ¡Io, bona, Saturnalia! ¡Feliz Navidad!



La adoración de los magos
. Pedro de Campaña (Catedral de León)
L´hiver ou les Saturnales. Antonio Callet.
Adoración de los pastores. Jan Victors.
La adoración de los magos. Rembrandt.
Arco de Trajano en Benevento. Fragmento.
Mitra, como Sol Invicto. Museos Vaticanos.
El sueño de Constantino. Piero della Francesca.
La juventud de Baco. William-Adolphe Bouguereau

lunes, 15 de diciembre de 2008

Vuelve la nieve ...

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La nieve, niños, la nieve,
baja la nieve.
Por Quintanar de la Sierra
danzando viene.
Temblando la nieve viene,
flor de diciembre.
Ángeles hilan copos,
ruecas celestes.

Colmen niños vuestras manos
trapos de nieve.

La nieve, mozas, la nieve
vuelve la nieve, vuelve la nieve,
a besar vuestras mejillas,
manzana y leche, manzana y leche.
Ya viene sobre los pinos,
ya nada es verde.

Nieva sobre las palomas,
nadie se mueve.
Ay qué silencio tan hondo,
callan las fuentes.
Si no fuera por el río,
callar de muerte.
Ya nieva la nieve nueva
sobre la nieve.

La nieve, viejos, la nieve,
que fría viene.

Ya mide más de una vara,
por las paredes.
Caperuza de la torre,
nata en copete.
Qué bien arde la carrasca.
La noche crece.

Y nieva la nieve fuera
sobre la nieve.

. Gerardo Diego





martes, 2 de diciembre de 2008

León, Nicolás Framel y la alquimia

Es seguro la existencia en el Castro de los Judíos de una importante comunidad erudita que, tras la destrucción del asentamiento en 1196 por castellanos y aragoneses, se traslada a la zona sur de la ciudad de León, contribuyendo así a que, durante los siglos XII y XIII, la ciudad fuera, calladamente, uno de los más importantes focos de espiritualidad y sabiduría occidental.


Como es lógico, en el éxodo hebreo del Castro a la ciudad, se llevan con ellos todos sus libros y documentos. Como cuenta Abraham Zacut en su obra Séfer Yuhasin, "El Libro de los Linajes", la importancia de los manuscritos y documentos custodiados en el Castro era asombrosa; según referencia del propio autor, algunos de los libros tenían más de seiscientos años y eran considerados textos únicos: “eran los libros perfectos que corregían todos los libros”.


Prueba irrefutable de esa hegemonía intelectual, es que León fue la ciudad en donde se gestó la obra mística que, en cierta manera, forma parte de la base del pensamiento universal, el Séfer ha-Zohar, el “Libro del Esplendor”. Su autor, un leonés, un rabino nacido en el seno de la comunidad judía leonesa y del que hemos hablado en distintas entradas: Moshe´ben Sem Tob, conocido universalmente como Moisés de León.


Es también el tiempo en el que, bajo la advocación de Santa María, se construye la Catedral que surgirá en la ciudad de León como una obra extraordinaria, sobrenatural, que aún hoy se encuentra envuelta, como el Séfer ha-Zohar, en halo de asombro, hechizo y misterio.


Parte de la magia de Santa María es su espacio traslúcido, el abandono de sus muros a la luz, que filtran sus vitrales con maravilloso prodigio, trasformando y creando en el interior del templo un clima, un ambiente sorprendente. Esa virtud de los vidrios, es consecuencia de una técnica oculta, de un proceso exclusivo y excepcional en su fabricación que, a pesar de los medios y la tecnología actual, resultan imposibles de imitar. Según se dice, son el resultado de un proceso alquímico.


El hombre se inicia en la práctica de la alquimia, inducido por la codicia y la ambición que le lleva a perseguir unos objetivos utópicos, a los que algunos dedicarán por entero toda su vida a pesar de las prohibiciones y persecuciones de la Iglesia, que no permitirá más estudios científicos que los límites que marca la Teología.



Los primeros estudios sobre la alquimia ya se encontraban en la biblioteca de Alejandría. Entre estos primitivos escritos, se incluían tratados sobre la química práctica y mística, conocidos como "el arte egipcio", o khemeia, que contenía, entre otros temas, la manera de cambiar el color de los metales. El emperador romano Diocleciano llegó a prohibir esta práctica alegando la falsedad de sus teorías, medida que resultó muy desfavorable para el avance y progreso de la química.



Algo de este saber se preservó después de la caída del Imperio Romano. Una parte por las comunidades occidentales monásticas cristianas que realizaron un gran trabajo de compilación y sistematización del conocimiento y pensamiento, tanto teológico como ajeno, figurando dentro de este último, aunque escasamente, algo sobre el conocimiento químico antiguo.


Por otra parte, cuando Egipto, y por supuesto Alejandría, fue dominado en el s. VII por los árabes, el saber clásico que allí se albergaba se trasfirió a la cultura islámica, y los conocimientos sobre la khemeia fueron asimilados como Al-chemeia o alquimia, palabra que tiene en sí una connotación diferente a la de la química, al hacer referencia a lo trascendental, a lo espiritual.


Los árabes, sin embargo, utilizaron mucho más ese conocimiento, pero derivado hacia el área de la medicina y la química medicinal. Todos los químicos árabes más significativos fueron excelente médicos: Yabir, Razes, Avicena, etc.


Uno de los objetivos fundamentales que persigue la alquimia, es la búsqueda permanente de la inmortalidad y la denominada “panacea universal”, una sustancia o elixir que pudiera curar todas las enfermedades, acabando con las plagas, las dolencias y los males que conducían inevitablemente a la muerte. Otro de los anhelos de los alquimistas, seguramente el más divulgado y conocido, es la búsqueda de la trasformación de los metales en oro y plata. De esta manera, la producción y posesión de metales preciosos sin apenas coste, implicaba obtener la riqueza suficiente para poder adquirir o conseguir todo lo soñado.



Al final, todo se resumía en la búsqueda de la "piedra filosofal", considerada como la única sustancia capaz de lograr la transmutación, la panacea universal y la inmortalidad. La creencia más extendida afirmaba que esta sustancia, puesta en un metal innoble como el hierro y mediante un proceso de fusión, se transformaría en oro.


En relación con la ciudad de León y la alquimia, surge la figura enigmática del francés Framel. Cuentan que en París en el año 1357, un escriba llamado Nicolás Framel, recibió o compró, con el propósito que ni él mismo logró entender nunca, un misterioso e incomprensible libro que, según sus propias manifestaciones, cambiará por completo su vida.


Según su relato, la obra no estaba realizada en papel o pergamino, sino elaborada de cortezas de arbustos protegidas con unas bellas tapas de cobre. Su contenido se encontraba repleto de figuras, números, dibujos, textos cabalísticos y mitología griega, que no conseguía comprender ni descifrar.


Estuvo años tratando de entender o adivinar su contenido, sin ningún resultado positivo. Recurrió a expertos y buscó infortunadamente entre sus vecinos a sabios hebreos que, perseguidos por la monarquía francesa, habían huido o se habían convertido para, posteriormente, perderse en el anonimato.


Pasado el tiempo, realizó algunas copias sobre fragmentos del libro y, encomendándose a Santiago, dirigió sus pasos hacia España como peregrino y con el sueño de encontrar, en alguna de las sinagogas de las abundantes aljamas de la Península, al experto o maestro judío que pudiera ayudarle a interpretar el manuscrito.


Después de cumplir con el voto a Santiago y ya de vuelta de su peregrinación, se detuvo en León para contactar con los grandes expertos de la Cábala. Allí conoce a un sabio converso, el maestro Canches (posiblemente Sánchez), que reside en la ciudad. Framel entabla amistad con él y le muestra algunas de las copias que había realizado de algunas partes del texto. El judío leonés reconoce e identifica en las copias que le muestra el galo, la obra que creía perdida de Abraham el Judío, Aesch Mezareph, libro inspirado en las claves de la Cábala y basado en el Sepher Yetzirah, texto atribuido al profeta Abraham, del que se dice que lo recibió en el Monte Sinaí y que era la clave que permitía interpretar las Sagradas Escrituras.


El maestro Canches será la llave para desvelar el misterio. Lentamente comenzó a descifrar los enigmas y a ilustrar a Framel sobre los entresijos de la obra. Llegado el momento, se impuso el viaje a París con el fin de observar el tratado original y completar la interpretación de la totalidad del texto.


Buscando el viaje más rápido posible, parten desde León hacia Oviedo, para desde allí, en barco, llegar a la costa francesa. El destino quiso que en territorio francés el maestro Canches cayera muy enfermo y muriera a los pocos días, dejando a Nicolás Framel solo en su empresa.


De vuelta en París, Framel reconoce y describe en las anotaciones que realizó sobre su vida, que, a pesar de la desaparición del maestro Canches, con las indicaciones y premisas que había adquirido, tras muchos errores y casi tres años de trabajo, consiguió y obtuvo el fruto perseguido, logrando obtener plata y oro con una base de mercurio, y hay quien asegura, que llegó a conseguir la inmortalidad.


Pero entre los objetivos del franco no estaba la persecución de la riqueza, y en esto coinciden los grandes personajes y conocedores de la alquimia a lo largo del tiempo. La búsqueda del proceso alquímico requiere de quien lo practica una trasformación interior, de una “muerte y una resurrección”; pero sobre todo que el alma, el espíritu del alquimista, se encuentre imbuido de caridad además de una sincera generosidad y una total falta de ambición en cuanto a bienes materiales. Actualmente se sostiene que la denominada "piedra filosofal", capaz de transmutar los metales en oro, era sólo un símbolo que los antiguos tomaban para representar la transformación del hombre de "hierro" en hombre de "oro", gracias a la permanente búsqueda del conocimiento.


Como vemos, en León, durante los primeros siglos del segundo milenio, confluyen una serie de situaciones y acontecimientos que rayan lo extraordinario. Por entonces, la ciudad, capital y enseña del Reino de León, lleva el peso de la lucha contra la invasión musulmana; es el lugar más importante de la ruta a Santiago de Compostela, vía que promueve y protege, llegando a decir Aymerid Picaud, autor del Codex Calixtinus, al referirse a León: "la ciudad llena de todo tipo de felicidades".


Curiosamente, esta ruta es el camino ancestral que conducía hasta el mar, a la costa atlántica, al lugar más occidental de Europa, donde los peregrinos, los caminantes atávicos con anterioridad al descubrimiento de la tumba del “Apóstol”, mucho antes de su simbolismo cristiano, recorrían en busca de una nostalgia, de un encuentro, de una memoria remota que se perdía en el tiempo y que les arrastraba hacia allí, hacia el Sol poniente, hacia el fin de la tierra, en busca del conocimiento y de una vida renovada. ¿No es lo mismo que perseguían los alquimistas en su búsqueda de la "piedra filosofal"?


León fue asimismo, la capital del Reino del monarca que será coronado emperador en 1135 en el mismo solar, en la pequeña colina de la ciudad, en la que pocos años después se alojará la actual Catedral de Santa María, considerada como el templo de la luz por excelencia que, como hemos señalado, guarda profundos secretos en sus vitrales y en su edificación. Se cuenta de la fábrica que, cuando se golpea convenientemente una de sus piedras directoras, se siente vibrar y estremecer la totalidad de edificio; de la misma manera, siempre ha resultado inquietante e inexplicable, las vibraciones y sensaciones que a veces se experimentan en medio del templo, en el centro del crucero, que muchos reconocen haber notado.


Del mismo modo, León será la ciudad de la Cábala, el lugar donde se generó uno de los libros místicos más importantes de la historia de la Humanidad, el Séfer ha-Zohar, el “Libro del Esplendor”, que influirá poderosamente en todo el pensamiento occidental posterior; pero también, como hemos visto, la ciudad que, en aquellos momentos, guardaba el saber y el conocimiento del proceso alquímico que el francés Nicolás Flamel se llevó de León hasta París. Allí, en su laboratorio subterráneo parisino, cuentan que había plasmados en las paredes extraños planos y dibujos de la Catedral de León.


* "Sabbat", Isidor Kaufmann * "Laboratorio de un alquimista", David Teniers el Joven * Interior Catedral de León * "Alquimista", David Ryckaert * "El alquimista", David Ryckaert * "El alquimista en busca de la piedra filosofal", Joseph Wright * "Alquimista en un laboratorio", David Ryckaert * Representación de Nicolás Framel * "Judío de Jaffa", Hermann Struck * "El laboratorio", Thomas Wyck * Biblia Románica de San Isidoro (León) * Vitral Catedral Santa María de Regla (León) * Edición del libro "Séfer ha-Zohar"