lunes, 24 de enero de 2011

El interior de las iglesias



En la monumental y conocida obra de Parcerisa de mediados del XIX, Recuerdos y Bellezas de España”, se puede admirar un grabado del interior de la catedral de Santa María realizado por el artista en el año 1855. Francisco Javier Parcerisa, pintor y litógrafo barcelonés, realizó siempre sus trabajos con un criterio muy personal, crítico y con gran detalle, sobresaliendo en sus creaciones una especial libertad y peculiaridad en cuanto al tratamiento de la luz.

El grabado de la catedral capta parte del espacio que une la nave principal con el brazo sur del crucero, iluminado por la impetuosa luz que penetra por la puerta meridional izquierda del templo, la denominada “Heráldica”. Como curiosidades en el dibujo de Parcerisa observamos: el bello sepulcro (sin la reja frontal actual) situado en el brazo sur del crucero que corresponde al obispo Don Martín III Fernández, iniciador y formidable impulsor de las obras de la catedral; sobre el sepulcro, en las ventanas bajas, las pinturas de reyes de escasa calidad que ocupaban los vanos tapiados y que fueron repintadas y arruinadas por el pintor Neira, para más tarde ser sustituidas por vidrieras una vez abiertos los oportunos vanos.



Dos mujeres de la ciudad, una de pie y otra arrodillada sobre el suelo de la nave, cubiertas con típicos mantones, rezan piadosamente en un espacio desprovisto por completo de cualquier mobiliario. El artista ejecuta una realista y bella visión de la zona salvo por la posición de las dos figuras, seguramente elaboradas con posterioridad, que dirigen sus rezos hacia un lugar en el que no existe ni altar ni imagen ni capilla ni retablo, sencillamente se orientan y envían sus oraciones hacia la formidable columna del centro del crucero y al interior de la doble puerta central del lado meridional del templo.

De la misma manera, en otra de las recreaciones de Parcerisa también con el interior de la catedral de León como protagonista, podemos admirar una vista de la nave central en dirección oeste, hacia el coro, sin ningún tipo de amueblamiento, con el bello rosetón occidental al fondo y la mágica desintegración de la luz del mediodía al atravesar las vidrieras. Dos de las figuras principales que aparecen en el grabado, una mujer y un joven arrodillado, dirigen sus oraciones de espaldas al altar mayor.


Pero ni la “desorientación” de los fieles devotos ni las obras de Francisco Javier Parcerisa sobre la catedral de León son el objeto de esta entrada, más bien, son un pequeño ejemplo para iniciar y tratar brevemente sobre la desnudez de las naves, las prácticas y usos de los antiguos devotos, su comportamiento y el mobiliario existente en los desnudos templos.

El interior de las catedrales, basílicas, iglesias o ermitas permaneció en la antigüedad exento de cualquier tipo de amueblamiento. En los primeros siglos los fieles ni siquiera se sentaban para la predicación y cuando lo hacían, siempre por indicación del sacerdote o ministro, se sentaban en el suelo. En esta tesitura era posible y frecuente el movimiento o “traslado” de los fieles durante la celebración, asunto impensable en la actualidad donde el sacerdote se ha convertido en el único actor de la “representación”, mientras los asistentes se sitúan estáticos en el puesto elegido y siempre con la vista fija en el celebrante.


En los primeros siglos, las mujeres y hombres solían estar separados. Según una antiquísima tradición, las mujeres se situaban al norte y al oeste mientras los hombres lo hacían al este y sur. Para el hombre medieval, que suponía que el Infierno se encontraba al oeste y que el norte era la tierra del paganismo, esta posición simbólica asignaba a las mujeres de la ciudad o aldea, consideradas más fuertes moralmente, la tarea de proteger a “los menos santos y más débiles” de la comunidad de las grandes tentaciones y pecados.


A partir de los siglos XIII y XIV se introducen lentamente en algunas iglesias bancos corridos. Esta costumbre se impondrá más generosamente en los templos protestantes con el fin de que los fieles pudieran sentarse durante los sermones que, a veces, duraban horas. La práctica irá adueñándose paulatinamente de las iglesias católicas, sobre todo después de la Contrarreforma (siglos XVI-XVII) que dará gran importancia a la proclamación de la Palabra. 


partir del XVII-XVIII comienzan a imponerse los grandes bancos fijos con reclinatorio y respaldo alto, aunque en España, todavía en el siglo XIX, la mayoría de las iglesias permanecerán sin ningún tipo de amueblamiento, salvo algún que otro confesionario o los cada vez más impresionantes retablos que se sitúan principalmente en el altar mayor, para después ocupar las capillas laterales y, más adelante, cualquier punto de los lienzos laterales de la fábrica.


Los pintores románticos españoles del XIX plasmaron magníficamente el interior de iglesias y catedrales, pero también rincones e íntimas ceremonias en los pequeños templos. Unas y otras “fotografías” delatan el ambiente y las costumbres de los fieles españoles: entierros, la oración, el sermón, la misa, etc. No hay como “acercarse” al cuadro y observar minuciosamente las escenas para desentrañar la actitud y el hacer de los fieles.


En alguna de estas representaciones se puede diferenciar las distintas clases sociales, su vestimenta, el fervor religioso, la presencia de inválidos, de vendedoras o amas de casa que acuden con su cesta, la actitud de los niños, … hasta la tranquila presencia de algún que otro perro en aquellas inmensas naves que, vagabundo o acompañando a su dueño (Iglesia San Isidro de Madrid de Pérez Villamil), asiste a misa.



La condesa de D´Aulnoy en su obra “Un viaje por España en 1679”, hace referencia de esta manera al comportamiento de las mujeres de la clase alta madrileña en el interior de las iglesias de la capital:

"Las mujeres que frecuentan las iglesias acostumbran oír dos, tres y hasta una docena de misas; pero tan distraídamente que muestran bien a las claras estar pensando en otra cosa. Llevan manguitos de a media vara, hechos con la mejor marta cebellina, que no habrán costado menos de cuatrocientos o quinientos escudos; y los han de subir para sacar las puntas de los dedos. Usan también abanicos, tanto en verano como en invierno, y ni aun durante el santo sacrificio cesan de darse aire con ellos. Se sientan sobre las piernas y toman incesantemente rapé, pero sin mancharse, porque en esto, como en lo demás, son sus maneras correctas y pulcras. Durante la elevación de la sagrada forma, hombres y mujeres se golpean el pecho hasta una veintena de veces, con tanto estrépito que parece armada una riña. Los galanes se apresuran a rodear la pila de agua bendita apenas termina el oficio, para ofrecerla a las damas de su agrado, con algún piropo suplementario, al que saben ellas corresponder sobria y discretamente. El nuncio del Papa acaba de prohibir esa costumbre, conminando a los infractores con pena de excomunión."





- Catedral de Santa María de León (crucero sur). Francisco Javier Parcerisa.
- Catedral de Santa María de León (nave central). Francisco Javier Parcerisa.
- San Juan de los Reyes (Toledo). Jenaro Pérez Villamil.
- La confesión. Pietro Longhi.
- Misa de parida. Anónimo.
- Procesión del Corpus en la Catedral de Sevilla. Jenaro Pérez Villamil.
- Interior de San Isidro (Madrid). Jenaro Pérez Villamil.
- El sermón. Eugenio Lucas Velázquez.
- Pórtico de la Gloria (Santiago Compostela). Jenaro Pérez Villamil. 
- Video YOUTUBE - Belarmo: "Con amores, la mi madre". Juan de Anchieta.