Miles de años antes al nacimiento de Cristo las sociedades primitivas celebraban el solsticio de invierno, la victoria de la luz sobre las tinieblas. Era la noche en que se anunciaba el nuevo nacimiento de la luz, pero también el cambio del ciclo productivo que predecía una nueva primavera y, con ella, la continuación y el resurgir de la vida.

¿Por qué el 25 de diciembre? Los romanos celebraban las fiestas en honor a Saturno, Saturnalia, dios de la agricultura y la cosecha. Entre el 17 y el 24 de diciembre el ciclo climatológico cambiaba dando lugar al inicio de un nuevo periodo agrícola. En esos días la sociedad romana celebraba banquetes, se bebía y bailaba, adornaban las casas con planta de las denominadas siempreverdes: muérdago, acebo, etc., y se entregaban regalos. El día 25, la fiesta era denominada Brumalia y conmemoraba el día más corto del año (calendario juliano) y un “nuevo Sol”. Era la fiesta del Natalis Solis Invicti, el “Nacimiento del Sol Invicto”.

No se deben obviar como antecedentes de la Navidad, los ritos solsticiales que se celebraban en Egipto, donde la triada Isis-Osiris-Horus eran los protagonistas y el 25 de diciembre era precisamente la fiesta de Isis, un verdadero trasunto de María. Del mismo modo, Buda, Tammuz en Babilonia, el dios frigio Attis, Dionisio en Grecia, Frey, hijo de Odín entre los vikingos y Krishna en la India, todos muy anteriores a Cristo, poseen múltiples coincidencias en lo referido a su nacimiento y su celebración alrededor del 25 de diciembre. Todos son hijos de una madre virgen, aparecen estrellas, hay pastores, el alumbramiento en pesebre o cueva, presencia de magos, ofrendas, rumiantes, etc.
Especial comentario merece el culto a Mitra, que enlaza fuertemente con las fiestas romanas que hemos citado. Las primeras noticias sobre el dios Mitra aparecen ya 3.500 antes de Cristo en la India donde es considerado como dios de la luz, del amanecer y del Sol, extendiéndose su influencia hacia el oeste y absorbiendo también usos y prácticas de todos los pueblos de la zona.

El culto a Mitra se extendió por todo el Imperio Romano llevado por las legiones, que lo adoptaron en masa después de su paso por Asia Menor. La práctica religiosa resultaba muy atractiva a los soldados romanos que admiraban y seguían sus ceremonias machistas, que acentuaban y reforzaban sus lazos masculinos, resultando una práctica necesaria y positiva entre los guerreros afianzándoles como grupo.
Fue una religión mistérica, es decir, celebraba las ceremonias en secreto, sólo para grupos reducidos de iniciados que practicaban un culto exotérico del que se apartaba a las mujeres. Se realizaba en templos denominados mitreos, espacios que en un principio eran cuevas naturales y, más adelante, construcciones que imitaban las cavernas oscuras con capacidad limitada para grupos inferiores a cincuenta personas. Es seguro que algunas de las criptas bajo las iglesias cristianas fueron en su momento mitreos.
A finales del siglo III se fundió la religión mitraica con el culto al Sol, cristalizando en la nueva religión del "Sol Invictus". El emperador Aureliano la hizo oficial en el año 274 y cada 25 de diciembre se celebraba el festival del Natalis Solis Invicti (el Nacimiento del Sol Invencible).
Los emperadores del s. III fueron protectores del mitraismo, en parte porque su estructura, fuertemente jerarquizada, les servía para afianzar su autoridad y poder, si bien el poder político de la época resultó permisivo en cuento a prácticas religiosas mientras no amenazara el orden vigente.

En el Concilio de Nicea, convocado por el propio Constantino en el año 325, nace el cristianismo más o menos como lo conocemos hoy, apropiándose, retocando y adoptando fechas y hechos de la religión mitraica, copiando además su estructura clerical e iniciando a la vez un acoso hacia esta última. El culto a Mitra queda definitivamente proscrito con el edicto imperial de Tesalónica firmado por Teodosio en el 380, que supone su persecución, el derribo de templos, la quema de libros, etc., hasta su completa desaparición.
Todas estas consideraciones expuestas sobre los orígenes de las celebraciones navideñas, han servido siempre como argumento para desvirtuar, cambiar o tergiversar esta antigua conmemoración. Por una parte, se emplean estas evidencias para señalar las “eternas mentiras” de la Iglesia Católica, pero también, los grupos más ortodoxos abogan por abandonar esta celebración que, según ellos, conmemora, con un empalagoso envoltorio cristiano, las fiestas paganas del culto al Sol.
Todas estas consideraciones expuestas sobre los orígenes de las celebraciones navideñas, han servido siempre como argumento para desvirtuar, cambiar o tergiversar esta antigua conmemoración. Por una parte, se emplean estas evidencias para señalar las “eternas mentiras” de la Iglesia Católica, pero también, los grupos más ortodoxos abogan por abandonar esta celebración que, según ellos, conmemora, con un empalagoso envoltorio cristiano, las fiestas paganas del culto al Sol.
Los hay que reniegan de estas celebraciones por el salvaje y progresivo consumismo que todo lo envuelve, o se quejan de una perenne obsesión por la apología del amor fraterno en estos días, mientras el resto del año se abandona o se pierde por completo esta práctica. En definitiva, estas fiestas son un auténtico abanico de opiniones: desde los que disfrutan plenamente de ellas, hasta los que verdaderamente las aborrecen.
Sin embargo, a pesar de la festividad religiosa, la alegría infantil, la confraternidad exacerbada, etc., nadie declara o defiende públicamente que en el fondo, lo que verdaderamente nos entusiasma en estos día, es el cambio, el triunfo de la luz sobre la oscuridad. Y es que, desde el origen del mundo, la naturaleza del hombre persigue y anhela la renovación que se produce con el "triunfo del día sobre la noche", que significa un nuevo florecimiento y resurgir de la vida iniciándose en estos días con el solsticio de invierno y eso hay que celebrarlo.
¡Feliz solsticio de invierno! ¡Io, bona, Saturnalia! ¡Feliz Navidad!
La juventud de Baco. William-Adolphe Bouguereau.
L´hiver ou les Saturnales. Antonio Callet.
Adoración de los pastores. Jan Victors.
La adoración de los magos. Rembrandt.
Orgía romana. Henryk Iemiradki.
Mitra, como Sol Invicto. Museos Vaticanos.
El sueño de Constantino. Piero della Francesca.
Fiestas Saturnalias. Thomas Couture.
Bacanal. Alma Tadema.