En varias ocasiones se comentó la posibilidad de
acercarse a la vecina provincia de Palencia con el fin de visitar Las Tuerces,
un peculiar enclave paisajístico resultado de un largo proceso kárstico que
forma un auténtico laberinto de grandes bloques rocosos con formas caprichosas.
Este espacio se encuentra en la parte nororiental de la provincia palentina, encajado en el denominado “Geoparque de Las Loras” que se encuentra a la espera de que la UNESCO lo incluya en la red mundial de geoparques, territorios que cuentan con una trama de lugares de gran importancia geológica, además de etnográfica y cultural.
Si bien el Monumento Natural de Las Tuerces sería el principal objetivo de la visita, el viaje se completará con un recorrido por el Cañón de la Horadada, un desfiladero formado por el curso del río Pisuerga al penetrar por los páramos calizos en los que se abrirá paso a lo largo del tiempo, creando un recorrido sinuoso y encajonado entre roquedos y del que forma parte la meseta donde se asientan Las Tuerces.
Aprovechando también el desplazamiento a esa zona de Palencia y muy cerca de estos dos milagros geológicos, se visitarán dos muestras excepcionales de la arquitectura medieval: la iglesia románica de Santa María de Mave, que fue parte integrante de un monasterio benedictino, y el eremitorio rupestre de los Santos Justo y Pastor.
Animados por el tiempo espléndido de los últimos días del invierno, el sábado 25 de marzo, recién estrenada la primavera, nos dirigimos a primera hora de la mañana desde León hacia Palencia. Después de un café en carretera, el primer destino será la localidad de Santa María de Mave, donde se ubica la iglesia dedicada a Santa María.
Esta pequeña localidad se encuentra en la margen izquierda del Pisuerga. El pequeño caserío nos recibe con un día gris y ligera nevada (nada de lo esperado). Allí se asienta el antiguo Monasterio Benedictino de Santa María la Real de Mave, declarado Monumento Histórico Artístico en 1931.
Aún se conserva gran parte del edificio monacal, hoy convertido en hotel (Hotel El Convento de Mave), que no es posible visitar al no haber comenzado aún la temporada turística. Sin embargo, la iglesia románica es visitable gracias a que existe un encargado de abrir el templo a los visitantes que, previo pago, lo soliciten.
La iglesia, de inicios del s. XIII, no se encuentra exenta. Forma, junto con el cuerpo principal del monasterio (Hotel) y otras dependencias ahora de utilización exclusiva de la hospedería, un gran conjunto rectangular. En su lado norte se abre una entrada o atrio que conduce directamente a la que fue el primitivo acceso a la iglesia. Sobre esa portada se sitúa el hastial con ventana geminada y espadaña rectangular con dos vanos ojivales para las campanas. Esta entrada se cerró al exterior en el s. XVI, lo que supuso que la erosión actuara vigorosamente durante cuatro siglos ocultando la parte baja de la portada, como vemos en alguna fotografía antigua.
La excavación realizada para descubrir el zócalo donde se apoyan las dieciséis columnillas, supuso descubrir la completa belleza de la portada, ligeramente apuntada y adelantada al muro, con cuatro arquivoltas que se apean en cuatro parejas de columnas con capiteles vegetales. De las cuatro arquivoltas, la interior y la tercera presentan unas originales líneas de dientes de sierra. Esta decoración, de origen normando, tan presente en las portadas de nuestro románico, encierra, según algunos expertos, un valor simbólico. Los zigzagueados y dientes de sierra, sugerirían la fuerza purificadora de las aguas y los altibajos continuos que supone la progresión espiritual.
En el atrio se encuentran expuestas varias rejas con volutas dobles contrapuestas. Es un tipo de forja muy difundido en los templos románicos del Camino de Santiago. Las que se exponen en Mave son prácticamente idénticas a las que adornan las ventanas de la portada de la Iglesia de Nuestra Señora del Mercado de León que datan del s. XII. Las de Santa María de Mave, con seguridad del mismo siglo, cubrieron posiblemente los vanos de los tres ábsides que posee la cabecera de la iglesia.
En la desnudez de las tres naves con las que cuenta el templo, destaca la bella talla de un crucificado, datado en el siglo XVI, y una hermosa escultura de pequeño tamaño de una Virgen sedente con el Niño en el regazo.
No vamos a detallar los pormenores arquitectónicos del templo que se encuentran en multitud de publicaciones. Sólo señalar, a título personal, que Santa María de Mave posee un románico auténtico que sorprende por los colores de sus grandes sillares de arenisca que cuentan con unas sorprendentes tonalidades rojizas, amarillentas y grises. Estos vivos colores combinan espléndidamente con las pesadas y mágicas formas del románico, produciendo un estallido visual único que hermana espléndidamente la espiritualidad y el arte.
Tras la visita del templo románico, nos trasladamos en autobús hasta la cercana localidad de Mave. Durante el corto viaje, llama nuestra atención cuatro construcciones cúbicas con tejado prácticamente plano, y situadas irregularmente muy cerca de la carretera. Parecen cuatro torres de defensa realizadas con cantos rodados cementados y pequeños sillares en las esquinas, con puerta y ventana en un lateral. Después conocimos que se trataba de edificaciones destinadas a instalar molinos de viento, construidas por el Marqués de Huidobro con el fin de trasladar el agua del cercano Pisuerga a sus propiedades.
Mave nos recibe con una débil pero constante nevada. Será desde allí desde donde iniciaremos una pequeña marcha de 7 kilómetros hasta Las Tuerces. Atravesamos su caserío siguiendo las indicaciones de la ruta y, tras cruzar una carretera secundaria que conduce a La Rebolleda, se continua por una pista que deja a la izquierda el río Pisuerga, rio que nace varios kilómetros más al norte, en plena montaña palentina. La senda, flanqueada por una alta chopera, conduce en pocos metros a los edificios de una antigua fábrica de harina construida en el s. XIX que aprovechaba la energía producida por un salto de agua cimentado sobre el río. Esta fábrica harinera se convirtió a principios del siglo XX en la empresa “Hidroeléctrica de La Horadada, S.A.”, que proporcionó energía eléctrica a varios pueblos de la zona.
Dejando a la izquierda las instalaciones industriales, bordeamos su pequeña valla rústica de color verde que ofrece una imagen curiosa al mostrarse plenamente colonizada por el parásito conocido como barbas de capuchino. Un poco más adelante, la humedad convierte el lugar en una zona donde gobierna la hiedra que invade completamente los cercados de piedra seca, en donde el abundante musgo hace “florecer” las piedras.
El camino se va estrechando según ascendemos y nos acercamos a las paredes calizas, único camino accesible, ya que el cañón queda ahora únicamente reservado al Pisuerga y a la vía del tren. Hay que ceñirse al farallón rocoso por una estrecha senda que cuenta con un par de vueltas labradas artificialmente en la roca, hasta llegar al túnel de La Horadada, verdadero capricho geológico, conocido como Cueva del Gitano, que permite salvar cómodamente la muralla rocosa que permite el paso hacia el páramo.
Desde la entrada y la salida de la galería se tienen magníficas panorámicas del encajamiento fluvial del río Pisuerga, aunque la constante nieve quite la nitidez necesaria para contemplar con detalle las vistas. Desde allí se observa como el río se ha encajonado al encontrar en su recorrido materiales resistentes a la erosión, excavando, a través de miles de años, un cañón de aproximadamente 3 Km, conformando enormes farallones verticales en sus riberas.
Aunque la temperatura no resulta desagradable, la nieve nos sigue acompañando por la ruta que, poco a poco, deja atrás el cañón y se adentra por el páramo, donde se aprecian algunas zonas de cultivo dominadas por la elevada meseta de Las Tuerces que, a nuestra derecha, se muestra difuminada por la nevada.
La senda, ahora desprotegida de vegetación y roca, se vuelve más complicada por la nieve que no cesa de caer. Los pequeños copos de nieve se enredan en los arbustos, aun descarnados, transformándose en pequeñas gotas de agua que cuelgan en permanente equilibrio en muchas de sus ramas. Un solitario y pequeño arbusto de jara, con su incipiente floración blanca cubierta de agua y hielo, destaca en medio del macilento páramo.
El sendero se trasforma en pista agrícola, que lleva directamente a Villaescusa de las Torres, localidad prácticamente a los pies de Las Tuerces. La nieve convierte el camino en un auténtico barrizal, mientras lentamente nos acercamos a la población donde un cartel anunciador, situado junto a la Fuente de San Pedro, señala la subida hacia lo alto de la meseta. La ascensión, aunque algo costosa por la fuerte pendiente y la permanente nevada, discurre por lugares verdaderamente curiosos.
Estos escasos 200 m de desnivel, conocidos como “la escalera del tiempo”, nos sitúan en cada tramo a unas distancias geológicas difícilmente comprensibles. Son 30 minutos de subida pero millones de años los que ha constado conformar todo este paisaje espectacular que nos rodea hasta llegar a lo alto de la meseta, a Las Tuerces. James Hutton, geólogo ingles del s. XVII, en su obra Teoría de la Tierra, indicaba: “Desde la cima de las montañas, hasta el fondo del mar, cada cosa está en constante cambio. En la Tierra, algunas cosas crecen y otras decaen. En alguna parte del mundo se destruye y en otras se construye. ¿Cuál es el factor por el que no lo percibimos? Es el tiempo.”
La nevada arrecia. El suelo comienza tornarse blanco. En un pequeño cobijo aparecen algunos narcisos abatidos por el hielo que comienza a cubrirlos. Se llega a la meseta, directamente a un refugio que apenas permite un completo resguardo. Es el momento de cerrar paraguas, sacudir chubasqueros y reponer fuerzas, algunos con un milagroso chocolate caliente.
El conjunto de Las Tuerces, compuesto prácticamente de materiales de naturaleza calcárea, constituye un relieve amesetado que culmina en una superficie prácticamente plana. Es ahí donde se encuentra un caos de formas pétreas que forman una pequeña ciudad encantada: callejones, monolitos, cornisas, cárcavas, agujeros, puentes, etc… Algunas muy nombradas, como el Perro sentado, la Tuta, el Beso… La más representativa es la formación conocida como la Mesa, una “seta” monolítica y solitaria coronada por una cruz, que resulta ser el auténtico emblema del Monumento Natural.
El paseo por la meseta resultó breve. La nieve, cada vez más intensa, cubrió rápidamente el lugar. La búsqueda de una foto con un fantástico monolito de fondo, un menhir natural, supuso que no se encontrara fácilmente el camino de regreso al haberse cubierto por la nieve los senderos por donde habíamos llegado. Fueron momentos de ansiedad que, afortunadamente, no duraron demasiado.
El regreso a Villaescusa de las Torres resultó muy rápido. Desde allí un corto viaje en autobús hasta Aguilar de Campoo para comer en el Restaurante Valentín. Lugar recomendable por su rapidez y servicio.
Para completar el día, quedaba pendiente la visita a la cercana localidad de Olleros de Pisuerga, donde se encuentra la que es considerada la ermita rupestre más significativa de España: la iglesia de los Santos Justo y Pastor (se cree que son la cristianización de los paganos Cástor y Pólux). Excavada en un promontorio de arenisca alejado unos metros del núcleo de la localidad de Olleros, la iglesia se encuentra asociada a una necrópolis rupestre con sepulturas antropomórficas, manteniendo una torre campanario exenta y alejada.
Una moderna rampa nos lleva directamente al atrio de la iglesia. Desde allí se accede a un pórtico de forma cúbica con dos columnas donde se apoyan las vigas de madera que componen la cubierta. La portada actual realizada con sillares de arenisca adosados a la piedra presenta arco de medio punto. Rematando el conjunto existe una pequeña espadaña de factura moderna con una sola abertura para albergar una campaña.
Como relata el guía (Abel), que hace de entusiasmado “cicerone”, desde el s. VII menudeaban en la montaña palentina varios eremitorios rupestres. Con el tiempo algunos desaparecieron pero en otros casos, como en este de Olleros, el fervor popular construyó-excavó una auténtica “catedral rupestre” a base de horadar la roca arenisca.
El complejo de los Santos Justo y Pastor, trata de imitar los volúmenes típicos del románico. Sus dos naves con sus dos pequeñas capillas absidiales, poseen bóveda tallada en forma de cañón apuntado, simulando sostenerse por arcos fajones inexistentes tallados en la roca natural. Como elementos sustentantes se disponen cuatro soportes que dividen las dos naves, pero son meramente decorativos, igual que las bóvedas, porque la roca excavada se sostiene sola. A los pies, cercano al sencillo coro, un pilar labrado directamente en la roca; de las tres columnas restantes, dos de ellas insertadas, la que se encuentra en la cabecera está tallada en la misma piedra. Más que una obra de arquitectura, la iglesia es una escultura.
La iluminación de las naves se realiza mediante aberturas en la pared que da al exterior, inhabitualmente al este. En el lado de la Epístola se abre una estrecha galería, utilizada actualmente como sacristía. Al otro lado, en la parte del Evangelio, se descubrió en el pasado siglo otra estancia sin iluminación natural que parece ser fue la capilla principal en origen y lugar de enterramientos.
El mobiliario resulta escaso, pero muy interesante. Un retablo del s. XVI con las imágenes de los santos titulares; un Cristo crucificado del XVII sobre el altar mayor y un púlpito de madera policromada. Destaca en un pequeño arcosolio una figura de medio cuerpo del Padre Eterno, datada en el s. XVI.
Alejada de los espectaculares y más perceptibles edificios religiosos, la ermita rupestre de los Santos Justo y Pastor nos conduce a un tiempo muy anterior a los grandes constructores. El templo nos muestra un mundo distinto de religiosidad y penitencia. Un mundo impenetrable y enigmático capaz de ejecutar una joya arquitectónica como ésta, que rezuma misterio, arte y espiritualidad, al margen por completo de cualquier creencia.
Dejamos la ermita al caer la tarde. Ha dejado de nevar y se abren algunos claros en el cielo, pero es el momento de regresar.