jueves, 28 de febrero de 2013

Un papa del noroeste hispano



Son múltiples las curiosidades y tradiciones que rodean la elección de un nuevo papa. Benedicto XVI con su renuncia, ha obligado a replantear alguna ellas y a tomar decisiones que, hasta ahora, resultaban innecesarias, y que se discuten y comentan en los centenares de artículos y entrevistas que inundan los medios de comunicación.

Benedicto XVI retomó, entre otras, una tradición “olvidada” desde finales del siglo XIX por sus antecesores, y que tiene un fuerte contenido simbólico. Desde el s. XIII (mención más antigua conocida), los papas portaban un anillo de oro con la imagen grabada de San Pedro (considerado el primer papa), sobre una barca como pescador, además del nombre del pontífice en latín. Este anillo-sello se utilizaba antiguamente para autentificar toda la correspondencia privada del pontífice, estampando el anillo sobre el tradicional lacre o cera roja.


El cardenal camarlengo, que gestiona la Iglesia en el periodo en el que no existe papa, es, según la tradición, el encargado de destruir el Anillo del Pescador para evitar posibles falsificaciones documentales. Es la persona comisionada para comprobar el óbito del papa y retirar el anillo del cadáver. Después golpeará el sello con un martillo de plata hasta que se deforme la imagen del “pescador”, significando que el pontificado ha finalizado. 

Según un portavoz del Vaticano, esta norma habitual se mantendrá, pero será el propio Benedicto XVI quien entregará su anillo para la destrucción. Sin embargo, parece que el anillo será "indultado" y solo se dañará la imagen del sello, para después pasar a formar parte de algún museo Vaticano.

En esta vuelta a las tradiciones y al respeto y cuidado de las costumbres y de la Historia, destacamos la figura de otro papa: Dámaso I. Curiosamente será en el espléndido Patio de San Dámaso del Palacio Apostólico del Vaticano, obra de Bramante y Rafael, el lugar elegido por Benedicto XVI para despedirse de sus más íntimos colaboradores.


Está en boca de todos, cuál será la nacionalidad del nuevo pontífice, siendo innumerables las especulaciones sobre ello. La posibilidad de un papa español es ínfima y, a pesar de la influencia y el peso de la sociedad hispana a lo largo de la existencia de la Iglesia, solo han existido cuatro papas españoles. El primero, casualmente, será el pontífice que hemos citado: Dámaso I.

No vamos a narrar su biografía, para eso está el Liber Pontificalis, pero si resaltar algunos aspectos de su figura que muestran una importante cercanía a la realidad actual, como su interés por conservar la memoria de la Iglesia, que le llevó a no olvidar las tradiciones ni a los mártires y a rehabilitar templos, como San Lorenzo Extramuros. Pero, sobre todo, a restaurar las catacumbas que, posiblemente, deban su existencia actual a este pontífice. Debido a este trabajo de recuperación, hoy el papa Dámaso I es el patrono de la arqueología.

San Dámaso nació en el noroeste peninsular en el año 304/5: en la Gallaecia, territorio hispano al norte del Duero que comprendía Asturias, Galicia, León, Zamora y norte de Portugal. En esta división territorial romana, Asturica Augusta (Astorga), Bracara Augusta (Braga) y Legio (León), serán los principales núcleos urbanos del siglo IV, siendo éste último el que contaba con una fuerza militar permanente al mando de un legatus legionis, con amplia influencia en la totalidad de la provincia romana. No resulta extraño, que el joven Dámaso residiera o conociese alguna de estas ciudades.


Dámaso se trasladará a Roma y es elegido papa con 62 años, en el 366. Su pontificado dura hasta su muerte en el 384, ocupando prácticamente el último tercio del s. IV. Es un periodo histórico marcado por una fuerte influencia hispana: Dámaso en la Iglesia, Teodosio en el Imperio y Prudencio en las letras.

La importancia de este papa nacido en la Gallaecia ha sido extraordinaria. No solo es el patrono de la arqueología moderna por su protección de los restos antiguos, sino que su influencia ha sido trascendental para el destino de la Iglesia, gracias a su compromiso y defensa a los ataques del paganismo, el arrianismo y todo tipo de herejías que surgieron en una época convulsa. Pero también como responsable e impulsor de la traducción latina que realizó San Jerónimo de la Biblia, la polémica y conocida Vulgata, que adquiere su aprobación definitiva más de 1000 años después, en el Concilio de Trento.

Su mayor batalla dogmática la libró contra Prisciliano, obispo de Ávila, también natural de la Gallaecia. Este obispo comenzó a predicar otra nueva manera de entender el cristianismo: promovía la pobreza, el celibato, la participación de esclavos y mujeres, y denunciaba los lujos y excesos de la curia, pero, sobre todo, impulsaba las celebraciones exotéricas, con rezos y danzas en la naturaleza: ríos, montes, bosques, … El “rebelde” Prisciliano fue decapitado por herejía tras la muerte de Dámaso.

Los restos de Prisciliano volvieron a Hispania, a su lugar de nacimiento. Muchos son los que piensan que es el hereje el que está enterrado en la catedral de Santiago, y que la constante peregrinación a su tumba fue acallada con la leyenda del Apóstol Santiago, una forma de convertir en ortodoxo un culto que resultaba muy incomodo para la Iglesia.


Dámaso I, un papa del s. IV, un pontífice de estas tierras, que resulta muy cercano a la actualidad por sus inquietudes. Pero también, y a pesar de los siglos transcurridos, la figura de este pontífice hispano sigue permanentemente presente (aunque pocos lo sepan) en los oficios religiosos, ya que suya es la conocidísima doxología: “Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo, como era en un principio, ahora y siempre por los siglos de los siglos, amén.”. Igualmente, es el introductor de la voz hebraica: “Aleluya”, como término para alabar y dar gracias a Dios, tan actual y constante en el vocabulario de casi todas las religiones y cultos.


- San Dámaso.
- Benedicto XVI.
- "Anillo del Pescador" de Benedicto XVI.
- Patio de San Dámaso. Vaticano.
- Catacumbas de Roma.
- Basílica de San Lorenzo Extramuros. Piranesi.
- San Dámaso dicta la Vulgata a San Jerónimo.
- Tumba de San Dámaso. Roma, iglesia de San Dámaso.

domingo, 17 de febrero de 2013

La Plaza de España de Roma


La Piazza di Spagna se encuentra en la base del monte Pincio, al norte del Quirinal, fuera del primer recinto amurallado de la ciudad que integraban las legendarias siete colinas, pero en el interior de la muralla aureliana, construida entre el 270 y el 273 d.C. Desde la antigüedad, fue considerado un lugar especial (Colina de los Jardines), donde proliferaban huertos, florestas, y plantíos, y en el que se construyeron importantes mansiones de patricios romanos. Ahora, espléndido ejemplo de la arquitectura y urbanismo barroco romano, atrae a miles de turistas por su belleza y teatralidad. 

La Plaza de España, recibe su nombre por encontrarse allí desde 1647 el Palacio de España, antes Palacio Monaldeschi. Es la sede de la embajada española ante la Santa Sede (debería decirse “cerca de …“), considerada la delegación o embajada más antigua del mundo, al establecer en 1475 las Coronas de León, Castilla y Aragón, por deseo expreso de Isabel y Fernando, una delegación diplomática con el Estado Pontificio a cargo del “emisario” D. Gonzalo Fernández de Heredia. Pero será el caballero de la Orden de Santiago, D. Gonzalo de Beteta en el año 1480, el que se haga cargo por primera vez y de manera permanente, de los asuntos de los reinos hispanos con el Vaticano.

En esos primeros años no se mantuvo la sede en un edifico determinado. Se eligieron y alquilado distintos palacios privados de la ciudad: Orsini, Altemps, Aldobrandini, Doria Pamphili, Urbino, De Cuppis y por último, en 1622, el que será la definitiva y actual residencia: el antiguo Palacio Monaldeschi, conocido tras la compra en 1647 y rehabilitación posterior por el prestigioso arquitecto Borromini, como Palacio de España.

En estos primeros años de relaciones diplomáticas, se consuman objetivos tan significativos como el apoyo papal a la Guerra de Granada que pondrá fin a la Reconquista, se establecerá la partición de América entre Portugal y España, y se realizarán los primeros pasos para confirmar la Liga Santa, alianza que con el tiempo frenará la expansión turca por el Mediterráneo en Lepanto.

Pero esta denominación de la plaza no se hará efectiva hasta el papado de Alejandro VII, donde en un plano realizado por Rossi en 1665, ya se designa la parte de la plaza existente frente a la embajada como Forum Hispanicum, suponiendo que en aquellos momentos ya se asumía popularmente dicha toponimia.

Es una época en que los constantes conflictos jurisdiccionales con Francia relacionados con el llamado “franco”, “barrio” o “cuartel” (quartiere), territorio de la ciudad controlado por las embajadas extranjeras, se habían relajado y los galos se centraban en otra zona de Roma, hacia el sur, cerca del Tiber (espacio del Palacio Farnese, actual embajada francesa). Este desplazamiento francés se produce, tal vez, porque el dominio territorial español en el barrio del Pincio no tenía ya vuelta atrás.

Y es que este lugar de la ciudad de Roma, fue escenario de una pugna entre franceses y españoles por su posesión y hegemonía. En la primera mitad del s. XVII, la importancia de la monarquía hispana y el hecho de que se cuente con una sede diplomática permanente, permite a los representantes españoles extender y controlar la zona de influencia alrededor de la embajada, a pesar de la fuerte oposición del papado y, sobre todo, de los representantes de Francia.


Los franceses no cesaron de reivindicar la posesión de la ladera del monte Pincio, una fuerte pendiente con senderos arbolados que unía la “zona española” con la Iglesia de la Trinidad del Monte (Santissima Trinità dei Monti), construida a inicios del s. XVI por el rey de Francia, Luis XII, puesta bajo su protección y a cargo de los frailes mínimos (franciscanos). La posesión de esta ladera también preocupaba al papado que la codiciaba, pero sobre todo a los franceses, que tratan de impedir cualquier intervención papal o española mediante un proyecto de construcción de una gran escalinata para salvar el importante desnivel.

Los representantes españoles no cejaron en ampliar constantemente su cinturón de influencia y jurisdicción. Curiosamente, en 1678 el embajador español marqués del Carpio ya se jactaba de controlar una zona que, además del Palacio de España, incluía a su alrededor más de 800 casas, la iglesia de la Trinidad del Monte, de patrocinio francés, y la empinada y pretendida ladera boscosa que unía la iglesia con la embajada española.

La frontera o límite del barrio cuartel español, estaba señalizado por piedras blancas con las siglas ADS (Ambasciata di Spagna - Embajada de España). En aquel territorio el embajador ejercía plenamente su jurisdicción, como la prohibición de ejercer justicia sin su autorización expresa, la autorización de negocios, el juego, el derecho de poseer guardia propia, etc. Estas prerrogativas dieron lugar a múltiples altercados con el papado y los vecinos de Roma.


Inocencio XI (1676-1689) en 1683 consigue acabar momentáneamente con la mayoría de las jurisdicciones de las embajadas extranjeras, pero sus sucesores vuelven a ser permisibles y

permiten el resurgimiento de los “barrios” alrededor de las delegaciones diplomáticas, hasta su supresión definitiva por la República Romana en pleno siglo XIX, en 1849. Como prueba de la vuelta a las antiguas costumbres, en 1725, un plano de Antonio Canevari (Pianta della giurisdizione del Real Palazzo e Piazza di Spagna), detallaba el perímetro de la jurisdicción española en dicha fecha, en el que se incluye ya la magnífica y conocida escalinata, terminada de construir ese mismo año.


Antes de su construcción, franceses y españoles escogen aquella ladera del monte Pincio, para realizar grandes celebraciones y festejos, entre ellos las fiestas en honor del Delfín Luis nacido en 1661 y, cómo no, el nacimiento del heredero de Felipe IV, el futuro Carlos II, también nacido a finales de 1661. El 2 de febrero del año siguiente, aprovechando el clima festivo del Carnaval, el embajador francés dejó con la boca abierta a los nobles y al pueblo de Roma, con una maravillosa escenografía de fuegos artificiales; dos semanas después y en la misma colina, el embajador español D. Luís Guzmán Ponce de León, montó una gran máquina de fuegos representando el "Carro del Sol".


Delante del Palacio de España, cuyos balcones estaban decorados con damascos rojos, telares pintados y dos grandes escudos, se realizó la fiesta popular, con una torre para fuegos artificiales y una fuente de vino. Este último episodio queda reflejado espléndidamente en una pintura del momento: “Festa per la nascita dell’Infante Don Carlo”, realizada en 1662 por autor anónimo.

En 1564 se realiza un primer proyecto de escalinata por el arquitecto Giacomo della Porta, con el fin de convertir en transitable aquella ladera que, en invierno y con las lluvias, se convertía en un lodazal. Los franceses se opusieron a éste y posteriores planes constructivos, tratando de imponer varias opciones suyas a partir del s. XVII, que contaban siempre con una colosal estatua del Luis XIV, pero la oposición del papado y España fue constante. A la muerte del monarca francés, se retoma el proyecto de construcción, con la aportación económica del diplomático francés Étiene Fueffer y la aceptación de los tradicionales opositores, al eliminarse cualquier opción de realzar la monarquía francesa en la importante obra.



Fue diseñada por Francesco de Sanctis y Alessandro Specchi y realizada entre los años 1723 a 1725. Ejecutada en mármol travertino, cuenta con 135 escalones y una serie de rampas divididas en tres partes. Un gran proyecto que, aunque lo parezca, no es simétrico, ya que la iglesia de la cima no está directamente afrontada con la plaza.

Los arquitectos tampoco se limitaron a construir un elemento aislado, la escalinata se encuentra integrada en el espacio urbano con una amplia perspectiva arquitectónica determinada por los diferentes planos y por los escalones, cuyo perímetro por momentos es cóncavo y en otros lugares convexo, lo que forma un juego de curvas perfectamente armónico, que simula las ondas que se dibujan en el agua cuando esta cae en cascada. Es un “río de escalones” que provoca la ilusión de brotar desde la iglesia que se sitúa en la parte más alta y que va deslizándose lentamente por la pendiente.


Desde la primera terraza, la escalinata se bifurca dejando en su centro un segundo descanso de menores dimensiones que el anterior. Como suele ocurrir en la naturaleza, la fuerza del "agua" busca una salida y se derrama con una fuerza mayor por los laterales, hasta llegar a la última terraza en la que el “agua”, en forma de escalones, brota en su totalidad hacia la Plaza de España. Inaugurada por Benedicto XIII en 1725, la que a veces es denominada “escalera española”, es la más amplia escalinata de Europa y, posiblemente, la más conocida. 



Dos obras realzan esta fantástica gradería: en la cima el obelisco Salustiano, situado frente a la iglesia de la Trinidad, y la Fontana della Barcaccia, enclavada a los pies de la escalinata.

Varios años después de la construcción de la escalera, el papa Pio VI ordenó trasladar e instalar en 1789 delante de la iglesia de la Trinidad del Monte, el obelisco de 14 metros conocido como Salustiano, por haber aparecido en los jardines denominados Horti Sallustiani.

El obelisco parece tiene su origen en el deseo del emperador Adriano de situarlo en la tumba de Antinoo en Tívoli. Se talló durante el siglo III en Egipto, cerca de Asuán, y sin haberse grabado los textos de rigor, fue trasladado por el emperador Heliogáblo a Roma para decorar la spina del Circo Variano. Cada una de sus caras lleva tres columnas de textos jeroglíficos copiados por los artistas romanos del obelisco existente en la Plaza del Popolo.

La fuente situada a los pies de la escalinata, también posee una historia interesante. La Fontana della Barcaccia, inaugurada en 1627 por el papa Urbano VIII, cien años antes de de la construcción de la gran escalera, fue realizada por Pietro Bernini y su hijo, el sorprendente Gian Lorenzo Bernini. Con su particular forma de barca que se hunde, la fuente recuerda la leyenda popular del desbordamiento histórico del río Tíber en 1598, que dio lugar a que un barco de pesca llegara hasta ese mismo punto arrastrado por la crecida del río.


Pero la realidad parece otra. La forma del barco que se hunde parece ser que se concibió por Bernini para resolver el problema de la baja presión del agua en ese punto. Al no ser posible la instalación de grifos, se construyó un vaso ligeramente más bajo del nivel del suelo para conseguir que el agua surgiera sin ningún problema.

A esta sucesión de monumentos que conforma la Plaza de España, se añade la Columna de la Inmaculada Concepción instalada frente al Palacio de la embajada de España. Cuando el 8 de diciembre de 1854 el papa Pío IX proclamó el Dogma de la Inmaculada Concepción, se pensó que no había lugar más apropiado en Roma para levantar un monumento que la Plaza de España, ya que era la nación en la que esta devoción se encontraba ya  profundamente arraigada.

El 8 de diciembre de 1857, Pio IX desde unos de los balcones de la embajada española, bendijo el monumento que se había erigido frente a ella, realizado por el arquitecto Poleti, con una imagen de la Inmaculada fundida en bronce y sobre una columna de mármol de Corinto, conocido por su color como “cebollino”, que había sido hallada en 1778 en el Campo de Marte. 

Cada 8 de diciembre, el Palacio de España engalana sus balcones y ventanas para celebrar la ofrenda florar a la Inmaculada Concepción, a la que puntualmente acude todos los años el papa.

Sobre el espléndido Palacio de España que da el nombre a esta zona de Roma, ya hemos comentado su compra en 1647. A partir de ese momento se inician las obras de mejora y acondicionamiento en las que interviene nada menos que el arquitecto Francisco Borromini, que diseñó la ampliación del palacio y trazó el vestíbulo y la fantástica escalera principal, que tantas aparece en los reportajes.

Puede que el fabuloso tirón turístico actual de ese espacio urbano de Roma, tenga su origen en los siglos XVII y XVIII, en el que el palacio español fue el centro de un mundo fastuoso y alegre de fiestas que animaban también la Plaza de España, escenario de los acontecimientos más brillantes de su tiempo, en los que se mezclaban con el pueblo de Roma artistas y personajes famosos. Esta situación histórica, no hay duda que influyó poderosamente para que desde la plaza española, partan actualmente las calles comerciales más interesantes y famosas de la Ciudad Eterna, entre ellas Vía Condotti.

                   

- Plaza de España. Roma (deviajeporitalia.com)
- Palacio de España. Embajada ante la Santa Sede. Giovanni Paolo Panini.
- Borrromini.
- Alejandro VII.
- Monte Pincio. Gaspar van Wittel.
- Iglesia de la Trinidad.
- Plano "barrio" de España, s. XVIII.
- Inocencio XI.
-Roma Moderna. Panini.
- Roma moderna (detalle Plaza de España). Panini.
- Plaza de España. Panini.
- Benedicto XIII.
- Obelisco Salustiano.
- Plaza de España.
- Monumento a la Inmaculada Concepción.
- Pio IX.
- Plaza de España. Piranesi.