viernes, 27 de diciembre de 2013

Hispania: el año comienza en enero


Saturnalia-Saturnales El joven Baco de William Adolphe Bpuguereau
Parece ser que la primera constancia de la celebración de la llegada del AÑO NUEVO, ocurrió en Mesopotamia 2000 años a C. Se celebraba coincidiendo con el llamado punto Aries o punto vernal, el punto de la elíptica a partir del cual el Sol pasa del hemisferio sur al hemisferio norte, lo que ocurre en el equinoccio de primavera, alrededor del 21 de marzo. En ese momento, se inicia la primavera en el hemisferio norte y el otoño en el hemisferio sur.

Equinoccio_vernal
En la actualidad los años y también los días, tienen su fundamento en los dos movimientos de la Tierra: sobre sí misma y alrededor del Sol. Es el calendario solar. No obstante, los meses se conforman con el movimiento lunar, formando la base de los llamados calendarios lunares.

Roma continuó, en principio, con la antigua tradición lunar de iniciar el año el 1 de marzo, martius, en honor al dios de la guerra: Marte. El año contaba únicamente con diez meses: el ya referido marcius, aprilis (aperire, abrir, brotar), maius (por la diosa Maia), junius (por el dios Juno), quintilis (mes quinto), sextilis (mes sexto), september (mes séptimo), october (mes octavo), november (mes noveno), y december (mes décimo). Como vemos, aun permanecen varios nombres de aquella primera denominación.

La ninfa Egeria dictando a Numa Pompilio las leyes de Roma de Ulpiano Checa.
El rey Numa Pompilio, s. VII a C., reformará el calendario y añadirá dos meses finales más a los ya existentes: ianuarius y februarius. De esta manera, el año tendrá 12 meses, con 355 días. Los meses poseerán 29 o 31 días y cada dos años se añadirá un mes. Toda esta reglamentación quedará en Roma en mano de los pontífices.

Se iniciaba el año el primer día de marzo (calendas, de ahí calendario), bajo los auspicios de Marte, el dios de la guerra. Esta era la fecha que señalaba el comienzo de las campañas militares y la designación de cónsules, pero también el inicio de la actividad agrícola que suponía para aquella sociedad la supervivencia.

Tras la denominada primera guerra celtíbera, del 181 al 179 aC, se firmó un tratado entre Roma y las tribus celtíberas hispanas, en el que éstos se comprometían a no fundar nuevas ciudades focalendariortificadas. Sin embargo, los pobladores de la ciudad de Segeda, de la tribu celtíbera de los belos, muy cerca de la actual Calatayud, realizaron una importante ampliación y restauración de su recinto defensivo, cuyo perímetro llegó a tener cerca de 8 kilómetros.

Tras conocer la situación, en el año 154 aC. el gobierno romano toma cartas en el asunto, ya que este “incumplimiento” chocaba son sus futuros planes expansionistas, y trata de preparar rápidamente una expedición militar que frenase urgentemente la reparación y construcción de las defensas celtíberas. Esta será el causus belli que servirá a Roma para su segunda intervención en Hispania.

Los preparativos bélicos chocan con un gran inconveniente. Se encontraban todavía en pleno invierno, faltando varios meses para las calendas de marzo, fecha, como hemos señalado, en la que se decidían los principales asuntos de Estado para el nuevo año, entre ellos las campañas militares. Si esperaban a marzo, los largos preparativos del ejército, su avituallamiento y su traslado a Hispania, significaría que las tropas no estarían prestas para el combate hasta septiembre u octubre, con un nuevo invierno por delante en Hispania, nada deseable para una campaña militar.

Numancia. Alejo Vera

Esta situación motivó que Roma adelantara el “comienzo del año” a todos los efectos, dos meses para así aprovechar la época estival, decidiendo que el año comenzase en el mes de enero (ianuarius), mes dedicado al dios Jano, el dios de las puertas, y a continuación febrero (februarius) dedicado a Plutón, dios de las ceremonias de purificación. Los dos últimos meses del año, se convirtieron de esta manera y por el conflicto con los celtíberos de Hispania, en los dos meses primeros del año.

¿Cómo finalizó aquel asunto? Roma nombró cónsul a Quinto Fulvio Nobilor que se trasladó de inmediato a Hispania con un ejército de 30.000Enero hombres. De poco sirvió a Roma en aquella campaña el cambio de fechas, que dura hasta la actualidad. La tribu de los belos, pobladores de Segeda, se aliaron con otra de las tribus celtibéricas más poderosas, los arévacos, cuya ciudad más importante era Numancia.

Las fuerzas combinadas celtíberas detuvieron primero el ataque del cónsul Fulvio Nobilor contra Segeda y luego lo rechazaron frente a Numancia. En aquel enfrentamiento, ocurrido el 23 de agosto del 153 a C., que motivó que, actualmente, más de 2.000 años después, el año comience en el mes de enero y no en marzo, perecieron más de 6.000 soldados romanos. El desastre militar de Roma fue tan grave, que posteriormente ningún general romano luchará en ese día a menos que fuera obligado.

Calendario agrícola del Panteón Real de San Isidoro. S. XII

- Saturnalia. Willian A. Burguereau.
- Punto Aries o punto vernal.
- La ninfa Egeria dictando a Numa Pompilio las leyes de Roma. Ulpiano Checa.
- Calendario romano en piedra.
- Numancia. Alejo Vera.
- Mes de enero. Calendario románico de San Isidoro de León.
- Reprodución del calendario agrícola del Panteón Real de San Isidoro de León.









martes, 17 de diciembre de 2013

Feliz Navidad !



YOUTUBE: jovenessustentables: "El mundo es maravilloso" 
(David Attenborough, naturalista)

sábado, 30 de noviembre de 2013

Ramo leonés de Navidad


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Existe una antiquísima leyenda que narra la existencia de un gallo en el Portal de Belén en el momento del nacimiento de Jesús. Se cuenta, que fue él quien dio el primer testimonio del acontecimiento, primero a los pastores y después a la gente que vivía en los alrededores del lugar. Es por lo que se dice que la venida al mundo de Cristo fue anunciada “ad galli cantus”, es decir, “al canto del gallo”.

Esta historia es una de las tantas que existen sobre el origen de la denominación de la Misa del Gallo, celebración que, en teoría, marca el paso del Adviento, de un tiempo antiguo, a uno nuevo de alegría y celebraciones. A partir de ese momento se activan las tradiciones navideñas plagadas, entre otras, de manifestaciones y actividades teatrales.


A lo largo de los siglos, la Navidad leonesa ha sido pródiga y original en cuanto a los actos, expresiones y dramaturgia navideña. Todavía persisten las pastoradas, los tradicionales villancicos y los autos de reyes; otras, como el “cantico de la Sibila”, que ya comentamos en otra entrada (http://www.fonsado.com/2010/05/la-sibila-eritrea_30.html), han desaparecido. Sin embargo, una de las tradiciones navideñas leonesas que ha estado a punto de eclipsarse, pero que está teniendo actualmente un auge y seguimiento sorprendentes, es la instalación en las casas del ramo leonés, posiblemente, una de las costumbres con más arraigo en la Provincia.

No obstante, al ser poco conocido fuera de León, se sigue pensando que la existencia del popular árbol de navidad es una tradición genuina de los países del centro y norte de Europa, y que desde allí fue exportado a todo el mundo. En León, en el territorio del Reino de León, ya existía esta costumbre tiene sus raíces en época prerromana, como veremos.

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La tradición del ramo navideño es eminentemente rural, pero ha tenido un potente eco en la sociedad urbana, que aunque no era totalmente ajena a ello, ha estado y está ávida en la búsqueda de identidad y tradiciones propias que identifique a sus individuos y que, a la vez, los diferencien de costumbres vecinas. Gracias a esto, este entrañable uso tiene el futuro asegurado.

En su origen el ramo leonés era una simple rama de árbol de hoja perenne, de ahí procede su denominación, muy anterior a la romanización. Formaría parte del ancestral culto a la vegetación y serviría como ofrenda o tributo de fecundidad y prosperidad para el nuevo año. Con el tiempo, esta práctica se integraría en las fiestas o celebraciones paganas del solsticio de invierno, para más adelante convivir con los inicios del cristianismo, adaptándose a los nuevos tiempos, pero conservando parte de sus creencias antiguas. La Edad Media sería el momento de introducir en la tradición textos y cantos, junto con las ofrendas y tributos obligados, pero ahora integrados plenamente en las celebraciones religiosas cristianas de la Navidad.
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El ramo leonés no solo es su estructura física, la costumbre del ramo es una manifestación de la cultura tradicional leonesa, formado por un conjunto de valores en el que, por supuesto, su armazón y los objetos simbólicos que contiene forman parte de ello, pero también su texto o copla, la música y la teatralidad, todo al servicio de la religiosidad popular.

Generalmente, la estructura material está constituida por un varal que se incrusta en un cuerpo, ordinariamente también de madera, de distintas formas: triangular, la más común, pero también cuadrada, redonda o romboide. Se adorna (“vestir el ramo”) con velas (12 que representan los meses del nuevo año), puntillas, cintas, labores de bordados, etc., todo de colores vivos. Lo complementan, recordando sus orígenes, formas vegetales tales como acebo, laurel, muérdago, hiedra, laurel, o cualquier rama perenne del lugar. No puede faltar la presencia de los productos típicos de la estación o dulces tradicionales, que formaría parte de la ofrenda o impuesto religioso: manzanas, nueces, bollos, rosquillas, etc. Se apoya en una peana, pero cuenta con la posibilidad de trasladarlo a modo de trofeo y así poder ser observado por el pueblo.

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Esta tradición evolucionó desde la simple rama votiva arrancada y preparada de un árbol, a la estructura de madera descrita, que guarda parecidas formas con el tenebrario, existente en todas las iglesias, y del que ya se tiene noticias en el siglo VII. Los tenebrarios son candelabros triangulares que se sitúan en el presbiterio. Poseen quince velas que se van apagando durante el oficio de tinieblas de Semana Santa, en la que se cantaban los salmos y lamentaciones de Jeremías. Simboliza el día de la muerte de Cristo en la cruz, y sus quince velas las personas que supuestamente le acompañaron: los once apóstoles, las tres Marías y la Virgen María. El parecido con la estructura del ramo leones es evidente.

Tras la procesión de rigor, portado por hombres, en la que se exhibe el ramo leonés con sus “adornos y ofrendas”, se realiza la ofrenda y la plegaria correspondiente en el interior del templo, normalmente al finalizar la Misa del Gallo. La plegaria cantada es realizada siempre por las mujeres del pueblo con melodías propias de la zona, que recuerdan sonidos medievales y gregorianos. Aunque los temas giran casi siempre alrededor del nacimiento de Jesús, la plegaria y la ofrenda van dirigidas a la Virgen María, usándose episodios de las leyendas religiosas o de los Apócrifos.

Los cánticos suelen llevar un orden: permiso para entrar en la iglesia, estrofas de entrada, narración de las escenas evangélicas citadas, la ofrenda del ramo, petición de aguinaldo, despedida, felicitación de las fiestas y deseo de volver a verse en un año ... En algunos lugares, se intercalan los sucesos ocurridos en el pueblo durante el año.

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Se han llegado a catalogar más 200 antecedentes de ramo leonés en distintos pueblos de la Provincia. Es de desear que esta costumbre tan leonesa, arraigue y se consolide todo los años en estas fechas.


- Ramo leonés de Valcecillo.
- Video: "Ramo de Navidad", La Banzaca.
- Canto del ramo.Plaza San Marcelo. León.
- Canto del ramo en Valdevimbre.
- Tenebrario.
- Ramo del blog Sisters and Dresses.



miércoles, 30 de octubre de 2013

Día de difuntos




El primer concilio que se celebró en Hispania por la iglesia cristiana, fue el Concilio de Elvira (o de Llíberis), ciudad cercana a la actual Granada entre el 300 y el 324 dC. En aquel primer concilio, al que asistieron 19 obispos y veintiséis presbíteros de toda la Península, se trató de numerosos temas y se establecieron 81 Cánones, alguno tan trascendente como el del celibato.

Uno de los Cánones habla ampliamente de los “cementerios” y entre sus recomendaciones y prohibiciones se encuentra la siguiente: “Las mujeres no deben trasnochar en los cementerios, porque algunas veces con el pretexto de orar comenten maldades”.

Raban Maurus (derecha) presenta su trabajo en Gregorio IV (en el centro). Ilustración de la Laude Crucis , en torno a 831-840

Esta prohibición, a comienzos del s. IV, demuestra lo arraigadas que se encontraban las fiestas o celebraciones de difuntos, que en un inicio se celebraban en primavera para festejar la muerte de la Virgen, pero también la de los apóstoles y de múltiples mártires y justos.

Jean-Joseph Dassy
En el s. IX, concretamente en el 835, el papa Gregorio IV introdujo para toda la cristiandad la fiesta de difuntos en otoño. Sin embargo, fue su contemporáneo, el hijo y sucesor de Carlomagno, el emperador Luis I el Piadoso (Ludovico Pio), quien fijo el 1 de noviembre para honrar a todas las almas bienaventuradas. El abad de Cluny, San Odilón, a finales del s. X, promovió prolongar la fiesta al día siguiente, con el fin de rezar por el resto de las almas fallecidas que aun se encontraban purificándose en el Purgatorio.

Estas celebraciones religiosas otoñales, aprovechaban un tiempo de cierto ocio en las sociedades aimage002grícolas medievales una vez finalizadas las faenas de recolección, aunándose con conmemoraciones profanas donde imperaba la fiesta, los cánticos, el baile y la comida abundante. Concretamente en León sobresalen dos: el magosto o calbote y la matanza o sanmartino. El cerdo y la castaña son protagonistas de estas festividades, donde la gente se reúne junto al fuego, a veces toda la noche, se asan castañas, se bebe abundante orujo y, sobre todo, se narran cuentos e historias.

A pesar del cambio continuo de fechas en las celebraciones de difuntos, siempre promovido por el poder o la Iglesia, la tradición y creencias populares no desaparecieron. Muchas de ellas continuaron a través de los siglos, como la antigua creencia egipcia que aún se mantiene en algunos lugares, de que las almas de los difuntos visitan su antiguo domicilio una noche al año, dando lugar a que dejaran comida a sus seres queridos y lamparillas o candiles encendidos al lado del sepulcro, para guiarles hasta allí.

30 0ctbre 1901 LA NOCHE DE DIFUNTOSDIBUJO DE M. POY DALMAU

En España, con múltiples peculiaridades locales antiguas y actuales, cuando el cementerio no se encontraba dentro de las iglesias, parroquias, conventos u hospitales, era costumbre pasar la tarde y la noche del 1 de noviembre, fiesta de Todos los Santos, al 2 de noviembre, día de los Fieles Difuntos, velando la tumba del ser querido, además de visitar a otras familias que hacían lo propio sus familiares. Previamente, los días anteriores se acudía al cementerio con el fin de asear y adornar con esmero el sepulcro.

El día de los muertos (1859) por William-Adolphe Bouguereau.El cementerio se llenaba de antorchas, palmatorias o lamparillas de aceite que alumbraban los distintos corros de familias que se formaban alrededor de la sepultura, y de soniquetes monótonos producidos por los rezos de letanías y rosarios. A veces, se encendían hogueras y se contaban sucesos excepcionales ocurridos en otros años en el mismo lugar, mientras el frio del otoño hacía que corriera profusamente el orujo entre la gente, sobre todo al final de la velada.

Los cada vez más continuados excesos en las celebraciones, hicieron que las autoridades prohibieron estas veladas al final del XVIII. La costumbre continuó pero limitándose a visitar los días de difuntos los cementerios, adecentando y llenando de flores las sepulturas de los seres queridos.

Actualmente, las tradicionales  fiestas de difuntos y santos en España se reducen a una corta visita familiar al cementerio, donde se colocan ramos de flores sobre los sepulcros de los seres queridos, y fuera de ellos, en el consumo de los dulces del momento, como los huesos de santo y los buñuelos de viento.

Sin embargo, las costumbres parece que ahora cambian más rápidamente. Hasta hace pocos años, no se concebía la fiesta de Todos los Santos sin la representación teatral o televisiva de Don Juan Tenorio, el conquistador sevillano que pretendía burlarse de la muerte. En cambio, la mascarada norteamericana de Halloween, que se encuentra con profusión en series de televisión y películas, pero que tiene un origen celta, adquiere un auge inusitado entre los jóvenes urbanos de nuestro país.


Ahora se ha desbordado, pero en origen, los niños estadounidenses cubiertos con sábanas y portando calabazas vaciadas con velas en el interior, recorrían los vecindarios para pedir donativos la noche del 31 de octubre. Sin embargo en Huesca y en pueblos de Madrid, mucho antes que EE.UU., los niños pedían monedas y dulces llevando también calabazas (es la época) vacías e iluminadas con velas, que después abandonaban en lugares especiales con el fin de asustar a las mujeres del lugar.

- Día de Difuntos. M Friant.
- Gregorio IV. Laude Crucis.
- Luis I, el Piadoso. Jean-J. Dassy.
- San Odilon, Abad de Cluny.
- La noche de difuntos. M. Poy Dalmau.
- El día de los muertos. Willian Adolphe Bouguereau.
- Estudio 1, 1966. Paco Rabal y Concha Velasco. Don Juan Tenorio. 



sábado, 14 de septiembre de 2013

D. Blas de Lezo y “Los Manolos”



Tras ordenar “picar” zafarrancho de combate al teniente Mowett, el capitán Jack Aubrey y el cirujano y naturalista Stephen Maturin se enredan en un fantástico dúo de cuerda en la cámara del capitán, bajo el castillo de popa del navío Surprise.

Así finaliza la película de aventuras Master and Commander: Al otro lado del Mundo (2003), que se desarrolla en el año 1805, cuando Napoleón ya ha ocupado el trono de Francia e Inglaterra se defiende gracias a la potente flota que posee. La estrategia de Napoleón es realizar una guerra de desgaste contra la armada inglesa, además de tratar de estrangular su comercio marítimo imponiendo un “bloqueo continental”.


En esta situación histórica se enmarca la película mencionada, donde la fragata inglesa Surprise de 28 cañones, al mando de Jack Aubrey, es uno de tantos barcos ingleses en guerra abierta con Francia. El Surprise navega cerca de las costas brasileñas en busca de objetivos, cuando tropieza con el Acheron, un navío de línea francés, más moderno y con mucha más potencia de fuego, ya que alojaba bajo su cubierta 44 cañones. En su enfrentamiento y persecución del navío francés, el Surprise bordeará el terrible Cabo de Hornos y llegará hasta las Islas Galápagos, donde terminará derrotándolo y capturándolo.

La película está basada en las conocidas novelas de escritor Patrick O´Brian. Una serie de veinte novelas de aventuras sobre el capitán de navío Jack Aubrey y el médico y naturalista Stephen Maturin, ambos aficionados a la música clásica, música que no faltará en la película a base de una mezcla de fragmentos populares marineros, la propia banda del film y piezas de música clásica, que luego veremos. El guión de la película se inspira en parte del primer libro, titulado Capitán de Mar y Guerra, y del décimo, La costa más lejana del mundo.

Sin embargo, la película tiene “oculta” una parte española muy importante. La persecución y derrota del barco francés Acheron, más poderoso que el Surprise, parece que está inspirada en el suceso histórico que enfrentó en el Atlántico, durante la guerra de Sucesión española y con un importante mar de fondo, a la fragata Valeur de 40 cañones al mando de D. Blas de Lezo y Olavarrieta, y al navío británico de 80 cañones Stanhope, que capitaneaba John Combs, que finalmente fue derrotado y apresado por el marino español.


Como hemos mencionado al inicio, la película finaliza con una nueva persecución al Acheron para luego poder escoltarlo hasta el puerto chileno de Valparaíso, y los dos protagonistas, capitán y cirujano, mientras el barco se prepara para otro posible combate, se enfrascan en la interpretación de un dúo de cuerda conocido como “Los Manolos” de Luigi Boccherini.

Contemporáneo de Mozart, Luigi Boccherini (Luca 1743 – Madrid 1805), gran compositor y violonchelista, llegó a Madrid en 1769 bajo la protección del hermano menor de Carlos III, el infante Luis Antonio de Borbón y Farnesio. En 1780, compuso una obra que pretendía evocar los sonidos que se podían escuchar al caer la noche en las calles de Madrid, un acercamiento a, en aquellos momentos, una de las ciudades más ruidosa y vital de toda Europa: “La Música Notturna delle strade di Madrid”, Op. 30 Nº 6 (G.324) (Podría traducirse como “Serenata en las calles de Madrid”).


Aunque para Boccherini fue una obra menor, la composición se hizo muy popular. Tan característica de Madrid resultó, que el propio compositor llegó a manifestar que resultaría inútil y ridícula fuera de España, porque el público no podría entender su verdadero significado ni los intérpretes captarían su verdadero espíritu español y madrileño para poder interpretarla debidamente.


La obra está formada por estos movimientos:
1. Le campane de l’Ave Maria (La campana del Ave María): la iglesia principal llama a los fieles para la oración del Ave María.
2. Il tamburo dei Soldati (El tambor de los soldados).
3. Minuetto dei Ciechi (Minueto de los mendigos ciegos): Boccherini indicó a los violonchelistas para que colocaran sus instrumentos sobres sus rodillas y los rasgaran como guitarras.
4. Il Rosario (El Rosario).
5. Passa calle (Pasacalle), conocido como Los Manolos, personajes bocazas de clase baja; no es un pasacalle en realidad, sino que imita su canto. En España, el pasacalle indica «pasar a través de la calle», que es cantado como diversión.
6. Il tamburo (El tambor).
7. Ritirata (Retiro): retirada de los militares de las calles de Madrid de su vigilia nocturna; la patrulla anuncia el toque de queda y cierra las puertas durante la noche.

El quinto movimiento es una de las piezas más emblemáticas y, sin duda, la más conocida: el Pasacalle de los Manolos. En aquella época, finales del XVIII, principios del XIX, los Manolos se podrían considerar como una “tribu urbana” de aquel momento. 

Esta denominación se originó por su lugar de residencia, en el barrio de Lavapiés, barrio donde vivieron los judíos conversos que se asentaron en Madrid. Enmanuel era nombre obligado para los primogénitos de los conversos, de ahí el nombre posterior de “manolos” a los originarios del barrio. Esta “tribu” madrileña, se caracterizaba por ser extremadamente orgullosos, valientes y exagerados, haciéndoles también merecedores del título de “chulos”, que derivará en el chulapo y chulapón, típicos personajes que serán protagonistas de varias zarzuelas en el XIX. Poco a poco, la “manolería” se extendería por los barrios limítrofes, como La Latina (El Rastro).


Curiosamente, los Manolos no son habitualmente los personajes retratados por su contemporáneo Goya. Éste, sin embargo, no dejará de plasmar en sus cuadros otra “tribu” madrileña del momento: los Majos. Los Majos, en un primer momento, proceden de Malasaña (antes barrio de Maravillas), eran hombres más tranquilos, la mayoría pequeños artesanos: carpinteros, zapateros, alfareros, comerciantes, etc. Éstos, gustaban de cortejar y engalanarse de manera diferente a la élite, por aquella época afrancesada, para acudir a todas las fiestas, donde, inevitablemente, surgían sangrientas peleas con los Manolos, en las que salían a relucir las grandes navajas que se ocultaban en las anchas fajas.


Y con el castizo pasacalle madrileño de los Manolos como fondo, en pleno Pacifico, el navío inglés Surprise pone rumbo hacia el sur, hacia Valparaíso, nuevamente tras el desconcertante buque de línea francés Acheron.


                        “La Música Notturna delle strade di Madrid”, Op. 30 Nº 6. Luigi Boccherini.


- Cartel anunciador de la película Master and Commander: Al otro lado del Mundo (2003).
- Video final película.
- Almirante D. Blas de Lezo y Olavarrieta.
- Combate y apresamiento del Stanhope, por D. Blas de Lezo.
- La familia del infante D. Luis Antonio de Borbón y Farnesio. Francisco de Goya.
- Figuras de Madrid. Francisco Javier Ortego y Vereda.
- Jugadores de Brisca. Francisco Javier Ortego y Vereda.
- Baile a la orilla del Manzanares. Francisco de Goya.
- Video: La Música Notturna delle strade di Madrid Op. 30 Nº 6, 1780 - Luigi Boccherini.



viernes, 30 de agosto de 2013

La Legio VII Gemina en el cine

     

La Legio VII Gemina, formada íntegramente por legionarios hispanos, es la fuerza militar que, a partir del año 74 o poco tiempo después, se estableció en el mismo lugar donde años antes se había acantonado la Legio VI Victrix. Este asentamiento militar permanente y prácticamente único en Hispania hasta la caída del Imperio, dará origen a la ciudad de León, capital que disfrutó de un gran protagonismo peninsular durante la Edad Antigua y Media.


Ya hemos comentado en otra entrada, lo inusual que resulta saber la fecha oficial de la formación de la Legio VII, en concreto de la “entrega de las águilas”, caso que no es conocido de ninguna otra fuerza militar romana. Esto es así, gracias a unas lápidas con inscripciones procedentes de la localidad leonesa de Villalís, fechadas en los años 163 y 184 dC, en las que se conmemora el natalicio de la legión, es decir el “natalico de las águilas”, el “ob natalem aquilae”, la fecha en que la unidad militar recibió sus insignias, sus águilas: el 10 de junio del año 68. Estas dos inscripciones se pueden contemplar actualmente en el Museo de la Basílica de San Isidoro de León.


La inscripción lápida izquierda del 163, dice así:


Las “águilas” eran otorgadas a la legión mediante una significativa ceremonia religiosa en el momento de su formación como unidad de combate, celebrándose cada año el aniversario de la creación. Era el día festivo denominado, “dies natalis aquilae”, en el que se renovaban los juramentos sagrados de fidelidad.

                                               

El águila, símbolo arcaico vinculado a IOM, Iuppiter Optimo Maximo, dios supremo y protector del pueblo y ejército romano, fue el emblema más importante de la legión, mostrándose en lo alto de un mástil, siempre con las alas desplegadas y rayos en sus garras. Estaba al cuidado de la primera centuria de la primera cohorte, y era portada por el que se consideraba el legionario más esforzado y curtido de toda la legión, al que se denominaba alquilifer. Antes de entrar en combate eran perfumadas y la ceremonia se repetía si lograban la victoria, adornándose con flores y laurel. Cuando la unidad militar entraba en combate, se situaba siempre detrás de la primera cohorte, sin embargo, en los desplazamientos marchaba al frente de la legión.

Y así, en escasos segundos, vemos desfilar a la Legio VII en la clásica película Quo Vadis (1951). Tras los correspondientes timbales, cornus y tubas, y la biga tirada por caballos blancos sobre la que se encuentra el “joven” nuevo emperador Servio Sulpicio Galba, que en realidad tenía 72 años, se puede apreciar las enseñas y el águila al frente de las tropas, a punto de realizar su primera entrada en Roma a mediados de octubre del año 68.


Curiosamente, la Legio VII recibe las águilas el día 10 de junio, el día siguiente del asesinato de Nerón, episodio distinto al que se muestra el film Quo Vadis, ya que en realidad se produjo a manos de su secretario Epafrodito  el día 9. Desde su creación, la legión hispana tardó únicamente 4 meses en entrar en Roma acompañando a su legati legionis y ahora emperador: Galba.

Entre el 68 y 70, la Legio VII es fiel protagonista de la convulsa historia del Imperio. Ese mismo año, en el 68, es enviada a Pannonia, la actual Hungría, cerca de la actual ciudad de Viena. Tras el asesinato de Galba en el conocido Lago Curitus del Foro, ocurrido el 15 de enero del 69, la legión se unió a la causa de Otón y se dirigió a Italia para enfrentarse al pretendiente Vitelio. Cerca de Cremona, en octubre del 69, se enfrentó a las legiones de Vitelio y en una sangrienta batalla nocturna, sufrió gravísimas pérdidas, aunque según cuenta Tácito, alcanzó en aquel momento la gloria:

 “… la Legio VII, formada por Galba pocos años antes (1 año) pasó grandes apuros. Muertos seis centuriones de los primi ordines y habiendo perdido algunas insignias, Atilio Varo, centurión primpilo, con gran desgaste del enemigo, pudo conservar el águila hasta su muerte”.

Parece probable que tras esta batalla adquiera el conocido epíteto de Gemina (doble, acoplada, gemela), al sufrir una importante pérdida de legionarios, que dio lugar a reestructurarla con hombres de otras unidades.

A los pocos meses entra de nuevo en Roma bajo el nuevo emperador Vitelio, para volver durante el año 70, probablemente, a su campamento de Pannonia. Hasta el 74 se encuentra combatiendo en Germania, para seguidamente, como ya hemos señalado, trasladarse definitivamente a su campamento en León.

Sin embargo, hasta la fecha estimada de su desaparición en el 422, donde los últimos integrantes de la legión al mando de Castinus son derrotados en la Bética por los vándalos, varias unidades son enviadas a combatir en distintos momentos a numerosos puntos del Imperio. Pero eso es otra historia.



- Servio Sulpicio Galba, alfrente de la Legio VII. Fotograma Quo Vadis.
- Quo Vadis (1951).
- Aras de Villalís (León).
- Águilas y enseñas romanas. Columna de Trajano.
- La muerte de Nerón. Vasily Smirnov.
- Galba. Museo Pío-Clementino (M. Vaticanos).
. Construyendo muralla romana. William Bell Scott.






jueves, 11 de julio de 2013

Francisco de Quevedo en León



En diciembre de 1639, a los 61 años de edad, Francisco de Quevedo llega a León para ser encarcelado en el Convento Real de San Marcos (hoy Parador Nacional). La decisión de encarcelar a Quevedo en dicho Convento se debió, probablemente, a dos circunstancias: la importante distancia que le separaba de Madrid y ser el claustro leonés feudo de la Orden Militar de Santiago cuyo hábito vestía Quevedo desde 1617, honor otorgado por Felipe III junto con una pensión de cuatrocientos ducados, por los servicios prestados en Italia a las ordenes del duque de Osuna, virrey de Nápoles.

El siete de diciembre de 1639, Francisco de Quevedo y Villegas era detenido en Madrid mientras dormía en el palacio de su amigo el duque de Medinaceli, y trasladado de inmediato a León fuertemente custodiado por varios alguaciles. El propio Quevedo, en su obra póstuma “Libro del Sol”, describe el pasaje de su detención y prisión de la manera siguiente:
«Estando huésped de un gran señor (el duque de Medinaceli), me prendieron dos alcaldes de corte, con más de veinte ministros, y sin dejarme cosa alguna, tomándome las llaves de todo, sin una camisa, ni capa, ni criado, en ayunas, a las diez y media de la noche, el día siete de diciembre, y en un coche con uno de los alcaldes y dos alguaciles de corte y cuatro guardias, me trajeron más con apariencia de ajusticiado que de preso, en el rigor del invierno, sin saber a qué, ni porqué, ni adonde, caminando cincuenta y cinco leguas (de 5 a 7 km. por legua) al convento Real de San Marcos de León, de la Orden de Santiago, donde llegué desnudo y sin un cuarto, y donde estuve seis meses solo en un aposento y cerrado por defuera con llave, y adonde sin salir del convento he estado dos años, que son prosiguiendo desde siete de diciembre de treinta y nueve, hasta los veinte de octubre de cuarenta y uno».


En un pasaje de la obra publicada en 1644, “Vida de San Pablo”, Quevedo hace esta reflexión sobre su arresto y traslado a León:
Fui preso con tan grande rigor a las once de la noche, 7 de diciembre, y llevado con tal desabrigo en mi edad, que, de lástima, el ministro que me llevaba, tan piadoso como recto, me dio un ferreruelo de bayeta (pequeña capa) y dos camisas de limosna, y uno de los alguaciles de corte, unas medias de paño. Estuve preso cuatro años, los dos como fiera, cerrado solo en un aposento, sin comercio humano, donde muriera de hambre y desnudez, si la caridad y grandeza del duque de Medinaceli, mi señor, no me fuera seguro y largo patrimonio hasta el día de hoy”.

También dejó escrito su penoso escenario en la cárcel leonesa de San Marcos en un breve texto del Memorial ofrecido a la consideración del conde-duque de Olivares:
‘‘Señor: Un año y diez meses ha que se ejecutó mi prisión a 7 de diciembre, víspera de la Concepción de Nuestra Señora, a las diez y media de la noche. Fui traído en el rigor del invierno sin capa y sin camisa, de sesenta y un años, a este convento Real de San Marcos, donde he estado todo este tiempo en rigurosísima prisión, enfermo con tres heridas, que con los fríos y la vecindad de un río que tengo a la cabecera, se me han cancerado y por falta de cirujano, no sin piedad me las han visto cauterizar con mis manos; tan pobre que de limosna me han abrigado y entretenido la vida. El horror de mis trabajos ha espantado a todos ...”

En una de las cartas a su amigo Adán de la Parra, jurisconsulto sevillano, también preso en León por desavenencias con el conde-duque de Olivares, pero éste encerrado en la torre de la iglesia de San Isidoro, que servía de altozano en tiempos de guerra y cárcel en tiempos de paz, le cuenta como es su situación en la cárcel de San Marcos:
“Aunque al principio tuve mi prisión en una torre de esta santa casa, tan espaciosa como
clara y abrigada para la presente estación (invierno), a poco tiempo por orden superior, no diré nunca que por superior desorden, se me condujo a otra muchísimo más desacomodada que es donde permanezco.

Redúcese a una pieza subterránea, tan húmeda como un manantial, tan oscura que en ella es siempre de noche, y tan fría que nunca dejaba de parecer enero. Tiene sin comparación más traza de sepulcro que de cárcel ….

Tiene de latitud esta sepultura, donde enterrado vivo, veinte y cuatro pies escasos y diez y nueve de ancho (unos 30 m2). Su techumbre y paredes están por muchas partes desmoronados a fuerza de la humedad; y todo tan negro que más parece recogimiento de ladrones fugitivos que prisión de hombre honrado.

Para entrar en ella, hay que pasar por dos puertas que no se diferencian en lo fuerte. Una está al piso del convento, y otra al de mi cárcel, después de veintisiete escalones, que tienen traza de despeñadero. Las dos están continuamente cerradas, a excepción de los ratos que diré, en que, más por cortesía que por confianza, dejan la una abierta, pero la otra asegurada con doble cuidado.”


Según estas manifestaciones, parece que a su llegada, provisionalmente, se le instaló en una “celda” espaciosa, relativamente caldeada, con luz y ventilación. Esta situación debió durar pocos días, ya que, según cuenta a su amigo Adán de la Parra, llegaron duras instrucciones sobre su reprobación e inmediatamente fue trasladado a una pieza subterránea, a un “sepulcro” como él le denomina. Un habitáculo sin ventilación, pequeño, con poca luz, y donde la humedad y el frio era permanente, debido al clima extremo de León y la cercanía del lecho del río Bernesga. Según el escritor, dos puertas sellaban fuertemente la celda; una en la parte superior y la otra en la propia estancia, después de bajar veintisiete escalones (un “despeñadero”, como él le llama).

Causas del encierro.
Tras un primer encarcelamiento del que es liberado en 1623, trascurre para el escritor una etapa de esplendor en fortuna y fama, en la que elogia al conde-duque de Olivares, valido del Rey. Pero el acercamiento y la estima que surge entre Felipe IV y Quevedo, suscita de inmediato odio y envidia, dando lugar a que le lluevan críticas y ataques, a los que él contesta abiertamente con ingenio, ironía y, a veces, saña.

Son muchas las opciones que se barajaron sobre la causa de su prisión en León. La más divulgada fue la composición de una sátira en verso contra Olivares que el rey encontró bajo su servilleta: “Católica, sacra, y real majestad, …”. También se barajó la idea, creemos que con poco fundamento, sobre su firme oposición a la designación de Santa Teresa como
Patrona de España, opción que fomentaba y apoyaba abiertamente el conde-duque de Olivares. Quevedo sostuvo con firmeza la designación a favor del patronazgo para el Apóstol Santiago.

Sin embargo, desde hace años se conoce que lo que realmente le llevó a la cárcel fue la acusación de espionaje a favor de los franceses, y que tenía como interlocutor el propio cardenal Richelieu (ver el extraordinario trabajo “Realidad y Leyenda de la prisión de Quevedo en el Convento de San Marcos” por Pablo Jauralde Pou, publicado en Tierras de León en 1980). Parece ser que el protagonista de esta infundada acusación fue su “fiel amigo” el 7º Duque del Infantado, Rodrigo Gómez de Sandoval y Mendoza.

Pero si de verdad Quevedo odiaba a algún personaje extranjero, éste era el francés Richelieu. De él decía: “Richelieu, tirano mayor de Francia, escándalo de Italia, cisma de Alemania, cizaña de Holanda, incendio de su patria, llama de las extranjeras, ruina, estrago y destrozo del cristianismo entero. De este aborto fatal de la naturaleza, monstruo compuesto de hombre y fiera, no se pueden contar sus crueldades.”

El escenario de la cárcel
Francisco de Quevedo debió encontrarse en una penosa situación hasta “los veinte de octubre de cuarenta y uno”, como él señala. Un año y diez meses que debieron ser terribles para el escritor y en los que durante los seis primeros, posiblemente, estuvo solo y aislado. A partir de octubre de 1741, se le debió permitir salir de la celda y “pasear” por el convento, además de cambiar bastante las condiciones de su vida diaria. Así relata en la “Carta Moral e Instructiva”, escrita a su amigo Adán de la Parra su quehacer diario en León:
"En medio de la pieza está colocada una mesa, donde escribo, que es tan grande que admite sobre sí treinta o más libros, de que me proveen estos mis benditos hermanos (frailes). A la derecha, que mira al mediodía, tengo mi lecho, ni bien muy acomodado, ni bien sumamente indecente. Cerca de él está el de un criado que se me permite, de cuyo salario que deberá gozar aún no he formado concepto, creyendo no será ninguno suficiente para satisfacerle el mérito de una tan voluntaria como penosa prisión, que padece por el gusto de servirme...


Aunque regularmente estamos lo más del tiempo los dos solos en esta triste habitación (cuyos aparatos se componen de cuatro sillas, un brasero y un velón), no falta bastante ruido, pues el que mis grillos causan exceden a otros mayores, si no en el estruendo, en lo lastimoso. No hace muchos días tenía dos pares, pero logró orden para dejarme sólo uno (pretendía se quitasen ambos) un gran religioso de esta casa. Pesarán los que hoy tengo de ocho a nueve libras (aproximadamente 3,5 kg.); advirtiendo eran mucho mayores los que me quitaron. Y con ser tan grande el defecto de mi pierna, y mayor con el peso y sujeción de los grillos, ando con ellos como si no estuviera cojo. Dios ayuda al hombre perseguido como con superior atención; si da nieve también da lana, para que la una hiele, la otra abrigue...

A las siete de la mañana estoy ya vestido...Una hora empleo en contemplar, conforme puedo, no lo que soy, sino lo que tengo de ser. Poco tiempo es para tanto asunto, poco espacio para tanto empeño. Bien lo conozco, pero también que un solo instante de meditación en la muerte ha hecho infinitos santos...

A las ocho me da mi criado el desayuno, que es... un cáustico muy fino. Hecha esta diligencia me pongo a escribir hasta las diez en varios asuntos que tengo principiados, y quisiera antes del fin de mis días verlos concluidos. Cuando uno me molesta elijo otro; con cuyo modo, sin mudar de tarea, me parece encuentro alivio en el propio trabajo, a imitación de lo que acontece al caminante, que con mudar de un hombro a otro las alforjas le parece mudar de embarazo sin aligerar el peso.

Desde las diez a las once rezo algunas devociones, y desde esta hora a la de las doce leo en buenos y malos autores; porque no hay ningún libro, por despreciable que sea, que no tenga alguna cosa buena, como ni algún lunar el de la mejor nota Catulo tiene sus errores; Quintiliano, sus arrogancias; Cicerón, algún absurdo; Séneca, bastante confusión; y en fin Homero, sus cegueras, y el satírico Juvenal, sus desbarros; sin que le falten a Egecias algunos conceptos, a Sidonio medianas sutilezas, a Ennodio acierto en algunas comparaciones, y a Aristarco, con ser tan insulsísimo, propiedad en bastantes ejemplos. De unos y de otros procuro aprovecharme: de dos malos para no seguirlos, y de los buenos para procurar imitarlos...

Dadas las doce, se oye el ruido que causa el abrir la primera puerta de la prisión para bajar la comida, que la conduce un criado de la casa, siguiendo a un religioso benignísimo, el cual me hace compañía en la mesa por disposición del prelado, que me dispensa este y otros mayores beneficios, hijos de su religiosidad y virtud.


Advierto a vuesamerceed que así este como los demás alivios que experimento y diré, son originados de la piedad del prelado desta santa casa; pero se hacen con todo cuidado, para que no los penetre el que fomenta mi prisión, porque en el mismo instante que los supiera se acabaran...".

Resulta claro que la situación de Don Francisco de Quevedo cambia considerablemente en la segunda mitad de su reclusión, aunque no parece que sea por órdenes superiores, sino por la obra silenciosa de los religiosos de San Marcos y la intervención del obispo de León, que le facilitan algo de mobiliario, material para escribir, libros (al parecer existía una buena biblioteca muy nutrida de clásicos), la presencia de un criado que le atiende día y noche, charla y compañía durante las comidas y otras “comodidades”, como sustituirle los dos pares de grilletes por solamente uno y menos pesado. Así todo, a partir a primeros de 1642 y después de varias misivas a Olivares y Felipe IV, las condiciones de su prisión se relajan: recibe visitas, puede investigar en la biblioteca del Convento y es mayor la intensidad en el desarrollo de su obra.

La celda
“Una pieza subterránea, tan húmeda como un manantial, tan oscura que en ella es siempre de noche, y tan fría que nunca dejaba de parecer enero” ¿En qué parte del Convento de San Marcos fue encarcelado Quevedo? La creencia popular, y a ello contribuye algún texto y dibujo alusivo que circula por la red, es que el escritor estuvo encerrado en los sótanos de la torre oeste de la fachada, la que se encuentra más cercana al rio. Pero esto no es así. Esta parte del Convento no existía en aquellos momentos y puede que esta confusión surja de las propias manifestaciones del propio escritor: “… que con los fríos y la vecindad de un río que tengo a la cabecera, …”.

Brevemente señalar el origen de este edificio que se remonta al siglo XII, en tiempos del rey leonés Alfonso VII. Se construye sobre el Camino de Santiago, al oeste de la ciudad y antes del paso del río Bernesga, como Convento-Hospital de San Marcos, gracias a las donaciones de la infanta Sancha de Castilla. En 1152 el obispo de León, Albertino, encargó a sus clérigos la gestión del nuevo hospital. A los pocos años, este obispo cede la administración al caballero leonés, Don Suero Rodríguez, que con otros nobles leoneses formaron los “trece” que instauraron los “Hermanos de Cáceres”, cuando el rey de León Fernando II conquistó por primera vez Cáceres en 1170. Este fue el origen de la Orden de Santiago, a imitación de las Órdenes del Hospital y del Temple.

La construcción actual, situada a la derecha del Camino no tiene nada que ver con aquella del siglo XII. El Hospital se emplazaba a la izquierda, frente al convento y la iglesia y, por supuesto, era de dimensiones muy reducidas.

Cuatro siglos más tarde, en el XVI, la Orden de Santiago iniciará los trabajos para edificar un nuevo y portentoso edificio, símbolo y enseña de su poder, apoyada económicamente por el rey Fernando, si bien las obras no finalizan completamente hasta el s. XVIII, a pesar de que las torres proyectadas para la iglesia no llegaron a realizarse. Los arquitectos escogidos para esta espléndida obra fueron: Martín de Villarreal que realiza la fachada, Juan de Orozco la iglesia y Juan de Badajoz el Mozo el claustro y la sacristía.

En el actual conjunto, auténtica maravilla del plateresco español, hay que diferenciar la iglesia de estilo gótico hispano tardío, cuyas obras finalizaron en la primera mitad del siglo XVI, y parte de la fachada del Convento (hasta las dos columnas de la entrada al monasterio). El resto de la fachada y dependencias, desde la propia entrada hasta el rio, se levanta a comienzos del XVIII, siguiendo la misma línea constructiva y decorativa iniciada en el XVI. Evidentemente, Francisco de Quevedo nunca pudo estar en la torre oeste, ya que a comienzos del XVII no existía y tardaría casi otro siglo en finalizarse.

Hace unos meses apareció un artículo en la prensa local en el que se muestra, por medio de un trabajador del actual Parador Nacional, la “posible” estancia o dependencia en la que permaneció el escritor durante su encarcelamiento en San Marcos. Concretamente, señala el trascoro, en la parte este del conjunto. Según este trabajador, desde el claustro se accede a un estrecho pasadizo de diez metros, encajonado entre el muro del trascoro y el muro exterior de la iglesia. Una puerta da acceso a una angosta escalera realizada de una sola pieza que desciende a varias estancias. Una de ellas pudiera ser la que ocupó Quevedo durante casi cuatro años. Muchos de los relatos del escritor coinciden con este último lugar: “… orientada al mediodía …”; “Para entrar en ella, hay que pasar por dos puertas que no se diferencian en lo fuerte. Una está al piso del convento, y otra al de mi cárcel, después de veintisiete escalones, que tienen traza de despeñadero.”

El conocido sacerdote catalán Fidel Fita, que residió en León entre 1860 y 1866 y donde comenzó sus conocidas investigaciones arqueológicas, epigráficas e históricas, especula ya a mediados del XIX con el lugar exacto en el que pudiera haber estado encerrado Quevedo durante su estancia de San Marcos. El Padre Fita asegura que: “El aposento de la torre donde estuve Quevedo no puede ser otro que aquel en que se halla actualmente el reloj de la torre. El subterráneo coincidió probablemente con la parte inferior de la torre, a que esta anexa la cocina de la enfermería, y el gabinete de Física, por el cual acaso sería la entrada.”. En el plano vemos cual pudiera ser el lugar de encierro de Francisco de Quevedo, una estancia semi-subterránea por donde pasaría un poco de luz procedente del mediodía.

Excarcelación y muerte
La edad y, sobre todo, las penalidades de la cárcel hacen mella en su salud. Estuvo encarcelado desde diciembre de 1639 hasta junio de 1643, casi 4 años que significarán que el escritor saldrá de San Marcos viejo y muy enfermo. Llegará a decir del Convento leonés: “… yo he pasado muchas veces los Alpes y los Pirineos, y no he padecido de tan profunda destemplanza de frío como en este lugar”.

Los que vivimos en la ciudad León y conocemos su clima, comprendemos las calamidades que debió sufrir Quevedo día tras día durante los inviernos, que aquí duran casi 8 meses, en una estancia subterránea a la que abría que añadir la fuerte humedad originada por la cercanía del río. El brasero del que pudo disponer, seguramente después de unos meses de reclusiópn, según cuenta, no lograría “caldear” la celda a más de 10 o 12 grados.

En sus escritos aparecen numerosas pruebas de sus dolencias. Cuenta que sufrió fiebres que se repiten al siguiente año y que le dejan tullido de “mayo a octubre”. En otro momento habla de que padeció tres heridas, que con el frio y la humedad de la celda se le habían “cancerado” y que por falta de cirujano, tuvo que cauterizarlas el mismo. En otro episodio cuenta el sufrimiento que le produjo una ceguera del ojo izquierdo, también de un absceso o tumor que supuró “mucha materia” y que “las condiciones poco salubres de San Marcos hacen que no llegue a curarse”.

Una vez excarcelado en mayo de 1643, llega a su Señorío de Torre de Juan Abad en Ciudad Real, con “más señales de difunto que de vivo”: “Me duele el habla y me pesa la sombra”, dirá. En enero de 1645 se traslada a Villanueva de los Infantes a casa de su amigo Bartolomé Ximénez a causa de un empeoramiento en su salud, y parece que allí, gracias a nuevos remedios de botica y a un “alojamiento muy abrigado”, mejora en sus dolencias. Pero el encierro insano de San Marcos le dejó deshechos los pulmones y una disentería crónica que no pudo superar. En abril viendo cerca la muerte abandona la casa de su amigo y se aloja en una celda del Convento de Santo Domingo de la misma localidad, donde muere el 8 de septiembre de 1645.

Imagen de Quevedo
La imagen física que nos queda de Francisco de Quevedo son tres copias de un original pintado por Velázquez que se ha perdido. Según Antonio Palomino, biógrafo del pintor, el retrato es unos años anterior a 1639. Palomino comentó lo siguiente sobre el proceso de creación del cuadro:
«Otro retrato hizo Velázquez de Don Francisco de Quevedo y Villegas, Caballero de la Orden de Santiago y Señor de la villa de la Torre de Juan Abad, de cuyo raro ingenio dan testimonio sus obras impresas, siendo en la poesía española divino Marcial, y en la prosa segundo Luciano … Pintóle (Velázquez) con los anteojos puestos, como acostumbraba de ordinario traer …”

El cuadro presenta de medio cuerpo a un Quevedo ya maduro. Se encuentra vestido de negro con golilla blanca y pequeña. Sobre el lado izquierdo de su pecho resalta bordada la cruz roja de la Orden de Santiago. Sus inteligentes ojos se ocultan tras unas antiparras, advirtiéndose un gesto divertido que se disimula con la particularísima perilla y bigote, lo mismo que su pelo ondulado y ya gris, que le otorgan una imagen atractiva y muy personal.

En arteiconografía.com se dice lo siguiente sobre el retrato: “El rostro concentra el máximo de luz, ofreciéndonos una cuidada sensación de verismo hiperrealista, detenida en las sombras de los ojos, el cabello largo y canoso, las arrugas e hinchazones de la piel, los surcos del entrecejo, etc. La mirada muestra algo de amargura resentida o de menosprecio, lo que confiere al personaje una interesante dimensión psicológica. Representa al hombre inadaptado del siglo XVII, escéptico, terriblemente sarcástico con el mundo en crisis que le ha tocado vivir. Muy distinto del otro retrato conocido de Quevedo, realizado por Francisco Pacheco para su “Libro de Descripción de Verdaderos Retratos de Ilustres y Memorables Varones”(1599), en el que el poeta aparecía como un césar glorioso coronado de laurel.”

Las copias del cuadro fueron realizadas por colaboradores cercanos al pintor. Dos de ellas incluyen en la parte superior la inscripción alusiva al nombre del retratado; una está en poder del Instituto de Valencia de Don Juan y la otra en el Wellington Museum de Londres. La tercera es propiedad de la familia Xabier de Salas y no lleva el nombre del escritor, pero si una “J”, resto de la firma del autor, que parece pudo haber sido realizado por Juan van der Hamen.

En la Biblioteca Nacional se encuentra un busto de Francisco de Quevedo realizado en terracota por el escultor granadino Alonso Cano. Lo curioso de este retrato es que muestra a Quevedo tal como era unos meses antes de entrar en la cárcel de León, ya que desde enero a diciembre de 1639 es el momento en que ambos, escritor y escultor coinciden en la corte madrileña. Así sería Francisco de Quevedo a su llegada a San Marcos.

Conocemos la fisonomía de Quevedo, gracias a las pinturas que nos facilitan Velázquez y Francisco Pacheco, y el busto ejecutado por Alonso Cano. Su actitud y personalidad la describen sus contemporáneos de esta manera: “Era de mediana estatura, pelo negro y encrespado, corto de vista, de modo que siempre usaba anteojos (los conocidos quevedos); nariz y miembros proporcionados de medio cuerpo arriba; pero cojo y lisiado de entrambos pies, que los tenía torcidos hacia dentro”.

Quevedo combatía estos importantes defectos físicos con un carácter violento e impulsivo que daba como resultado, “una mano pronta, una lengua larga y una espada floja”. Tras la imagen de gran espadachín, pendenciero y de insulto fácil y mordaz, se ocultaba un hombre tímido, misógino y sensible que, según se decía, “tenía que burlarse de sí mismo para soportarse”.


San Marcos. Parcerisa.
Pedro Tellez-Girón, duque de Osuna. Bartolomé González.
Francisco de Quevedo y Villegas. Copia Velázquez.
San Marcos. Grabado.
Conde-duque de Olivares. Velázquez
Felipe IV. Velázquez.
Cardenal Richelieu. Philippe de Champaine.
"Las nueve musas". Francisco de Quevedo.
Duque del Infantado. Anónimo
San Marcos de León.
Torre oeste de San Marcos.
Padre Fidel Fita. Anónimo.
Copias de Velázquez de Quevedo.
Francisco de Quevedo. Francisco Pacheco.
Busto de terracota de Quevedo. Alonso Cano.