sábado, 25 de julio de 2020

Santiago, Capitán General de las Españas


“Hundí, efectivamente, la mano en el guante de piedra que otras manos habían abierto. Era, por el roce, más alabastro que mármol: un tobogán exiguo y resbaladizo para que los dedos palpasen la ultratumba. Desde la metafísica del fuste, pero sin modificar su yerta superficie, me trepaba un calor que imaginé energía allí acumulada por los peregrinos. ... Pero conozco y jamás olvidaré el diáfano desenlace de la aventura. Mejor dicho: lo que entonces recibí, lo que aquellos minutos me restituyeron. Algo que tal vez nunca tuve: señas de identidad. No he vuelto a perderlas.” (Fernando Sánchez Dragó, “Gárgoris y Habidis”). 

Hoy día de Santiago Apóstol, debemos recordar el ritual obligado como final al largo tránsito de la aventura que supone recorrer cualquiera de las rutas hacia Santiago de Compostela. Allí los peregrinos funden su mano en la piedra, entierran sus dedos en el parteluz del Pórtico de la Gloria de la Catedral de Santiago, en el Árbol de Jesé, dejando allí parte de la esencia del viaje y recogiendo el testimonio de millones de caminantes que, en aquellos cinco huecos, han dejado desde antiguo parte de su espíritu. 

Muchos kilómetros atrás, en la ciudad de León, los viajeros del Camino, en ceremonia semejante, aunque más sencilla y poco conocida, remedan la misma escena. En la jamba central izquierda de la Portada del Juicio Final, en el Pórtico Occidental de nuestra catedral, entre San Juan y San Pedro, se encontraba la talla del Apóstol Santiago antes de su traslado al interior del templo para su restauración. 

La figura del Apóstol de España no se representa con la cruz abacial de doble travesaño, como primer arzobispo de España; ni con la espada envainada, en memoria de su martirio, como en Reims, Chartres y Amiens, o desnuda, como en Nôtre Dame de París. En la catedral de León, Santiago es peregrino y cubre su cabeza con el sombrero de fieltro y ala ancha, adornado con venera, que se recoge con cordón y que era usado con habitualidad en el Medievo. De aspecto amable y bondadoso, sostenía en su mano derecha el bordón de romero, de peregrino, que el tiempo y el hombre han hecho desaparecer; de su lado izquierdo cuelga un pequeño y típico zurrón, con venera. 

Este discreto lugar, actualmente poco o nada frecuentado, ha sido durante siglos punto de referencia de miles de peregrinos que en su camino se han acercado a la catedral, y han dejando su huella visible en el desgaste del pilar, del fuste central que sostiene al Apóstol. Con el paso del tiempo, la pequeña columna ha ido moldeándose por las caricias de muchas manos y el roce piadoso de medallas, cruces y objetos queridos, que buscaban y buscan la energía, la tradición, el aliento del santo, el poder y la magia que emerge de la catedral o, tal vez, el vigor y el ánimo de viajeros anteriores. 


Esta costumbre, aparentemente simple, forma parte de los cuantiosos mitos, prácticas y tradiciones que conforman el Camino de Santiago, peregrinación cuya existencia no hay que buscarla en la tumba del Apóstol ni en la ciudad donde se encuentra, sino en los mismos orígenes de la religiosidad humana: Sol y Tierra. El caminar hacia el oeste es una marcha constante hacia la puesta del Sol; hacia el lugar donde el Sol, fuente de vida, muere. Es el encuentro personal con la muerte en una tierra en donde aún persiste una atmósfera atemporal. 

La magia, la atracción, la esencia de lo que es y simboliza la Ruta Jacobea, el Camino de Santiago Apóstol, hay que buscarla en el significado de su origen primitivo, en su afán ancestral de la búsqueda de identidad, del conocimiento. Hay que buscarla en el contacto permanente y directo con la tierra, en los caminos que se transitan, en los parajes, pueblos y ciudades que se cruzan, en sus gentes, en sus templos; en los pequeños ritos y costumbres ancestrales que, como la caricia del fuste que sostiene a Santiago Peregrino en la catedral de León, se suceden a lo largo del trayecto.

El Reino de León protagonista de esta tradición. El 1 de agosto de 1170, con el patrocinio del rey leonés Fernando II, se funda la Orden de Santiago, en principio con el fin de defender la frontera de la extremadura del Reino leonés frente a las posibles incursiones musulmanas. 

Las conquistas leonesas, entre las que se encontraban la ciudad de Cáceres (Qasrish), son confiadas a la Orden que desde el 31 de enero de 1171 se sitúa bajo la advocación y patrocinio del apóstol Santiago que, a pesar de que actualmente se pretende vincular exclusivamente a un ámbito extremadamente localista, su culto y promoción fue desde sus inicios obra de los reyes asturianos y, más tarde, de sus herederos los monarcas del Reino de León, que protegieron y divulgaron la devoción al santo por toda la Península, que llegará a ser Patrón y Capitán General de las Españas. 

El Reino de León, y la Orden Militar de Santiago que implanta, protege y difunde por toda España, tendrán un protagonismo especial durante toda la Reconquista, llegando hasta el episodio que pone fin a la invasión y expansionismo musulmán iniciado en el siglo VIII desde el norte de África: la rendición de Granada. Pero eso es otra historia.


                                                  San Marcos (León) - (foto Artehistoria)