sábado, 21 de marzo de 2009

La Olmeda de Javier Cortés

"Recuerdo el día y la hora. Fue el 5 de julio de 1968, a las siete y cuarto de la tarde. Después del trabajo, estábamos Avelino Palacios, que falleció hace tiempo, y yo rebajando un terreno para ponerlo en regadío y apareció un bloque de piedra que resultó ser parte de un muro; bajamos con una azadilla por uno de los lados de ese bloque y a medio metro de profundidad encontramos algo que parecía una piedra. En un primer momento no sabíamos qué era porque estaba ennegrecida, pero Avelino se fijó en unas rayitas y en unos dibujos en forma de arco. Al día siguiente, por la mañana, volvimos con un cuchillo para raspar la supuesta piedra y descubrimos un mosaico". (Artículo de José María Pérez –Peridis-, en El País de fecha 05/03/09).

Así contaba Javier Cortés el descubrimiento del que, según dicen, es uno de los mosaicos policromados más grandiosos del mundo, y que apareció el verano de 1968 en una finca agrícola de su propiedad, situada en el paraje de La Olmeda, término municipal de Pedrosa de la Vega, en la provincia de Palencia.

El yacimiento pertenece a una mansión o villa romana dedicada a la explotación agrícola y ganadera durante los siglos IV y V. De planta cuadrangular con patio interior, dos torres octogonales al sur y otras dos cuadradas al norte, la villa romana de La Olmeda sorprende por el conjunto y la diversidad de sus mosaicos, colmados de figuras humanas, animales, motivos florales, figurativos y geométricos, que reflejan el esplendor de la época y el exquisito y refinado gusto de sus dueños hispanos.

Esta gran variedad de mosaicos de gran colorido y en excelente estado de conservación, ocupa una gran parte de la villa, aproximadamente la mitad de sus 3.000 metros de superficie, repartidos por la mayor parte de las estancias.

Desde el hallazgo hasta su fallecimiento el pasado 3 de marzo, Javier Cortés dedicó por completo su vida a excavar, recuperar y dar a conocer el yacimiento, sufragando personalmente muchos de los trabajos y creando en la iglesia de San Pedro, con los objetos encontrados en la excavación, el maravilloso Museo Arqueológico de Saldaña.

En 1980, donó a la Diputación Provincial de Palencia los terrenos que ocupa la villa y cedió, asimismo, la gestión del yacimiento a un Patronato que se constituyó en aquel momento para este objetivo y del que será su vicepresidente.

En las veces que visité La Olmeda, la primera vez hace ya más de veinte años, Javier nos acompañó en el recorrido. Siempre humilde, bondadoso, de una caballerosidad extraordinaria, mostraba la excavación a cualquiera de los innumerables visitantes con una modestia y cortesía sin límites. Alguien ha comentado que Javier Cortés vivió sin hacer demasiado ruido, que siempre quiso pasar desapercibido, y así fue. Muchos de los visitantes que pasaron por La Olmeda, no supieron nunca que aquel hombre tranquilo, amable, que les guió magníficamente por toda la villa, era en realidad su descubridor y el verdadero protagonista y valedor del hallazgo.

Según se ha anunciado, tras un periodo de más de tres años en el que se ha realizado un importante y ambicioso proyecto de remodelación, La Olmeda volverá a abrir sus puertas el próximo día 3 de abril. La nueva construcción de un edificio protegerá el yacimiento y tendrá funciones de auténtico museo, con todas las prestaciones y servicios propios de un establecimiento de estas características.

Javier Cortés ya no podrá contemplar esta esperada reapertura, pero su memoria y recuerdo quedarán para siempre unidos a La Olmeda y a su querido mosaico de Aquiles, que preside el gran salón de la villa romana. Sirva este breve recuerdo y el comentario del magnífico mosaico, como modesto homenaje al hombre de La Olmeda.

Mosaico de Aquiles en Skyros

El mosaico de 175 m2 viene a representar un ideal educativo, un ejemplo a tener en cuenta, una fábula con su moraleja final. El episodio de Aquiles en Skyros, significa la renuncia de la felicidad, del bienestar, por el sacrificio hacia los demás, por un deber que puede llevar a la muerte; en definitiva, Aquiles simboliza el ímpetu de la juventud y personifica el ideal de la amistad. Esto nos da idea de la personalidad del dueño o fundador de villa, que sitúa un importante tema social y moral en el centro o sala principal de su mansión.

Aquiles, hijo de Peleo, rey de los mirmidores de Tesalia, y de la ninfa marina Tetis, fue bañado en el río Estigia por su madre con el fin de hacerlo inmortal, aunque resultará vulnerable en el talón, lugar por donde su madre lo sostuvo mientras lo sumergía. A pesar de esto, una profecía auguró a Tetis que el joven moriría ante los muros de Troya.

Para tratar de evitarlo, a los 9 años su madre lo disfrazó de muchacha y, bajo el nombre de Pirra, "la Pelirroja", lo ocultó en el gineceo del palacio de la isla de Skyros, donde reinaba Licomedes, junto a Deidamía, la hija del rey, sus hermanas y damas, permaneciendo de esta manera oculto durante años.

El adivino Calcas vaticinó a los griegos que Troya no sería nunca conquistada, si Aquiles no formaba parte del contingente armado. Informados del lugar donde se ocultaba, el aqueo Diomedes y el jonio Ulises se dirigieron a Skyros disfrazados de mercaderes, para ofrecer y vender joyas, vestidos y armas.

Una vez en Skyros como falsos mercaderes, Ulises y Diomedes ofrecieron sus productos a las mujeres del gineceo, observando como Deidamía, ya amante de Aquiles, y el resto de mujeres se centraban en los vestidos y en las joyas. Todas menos una, que ignora los objetos y se interesa más por las armas que le muestran. Resultaba claro que aquella muchacha era el propio Aquiles.

Para poder desenmascararlo definitivamente, Ulises ordenó hacer sonar las trompas de guerra, con acompañamiento de ruidos y griterío, imitando un ataque enemigo. Aquiles, sospechando que eran agredidos, se deshizo de su vestido de mujer y cogiendo las armas se prestó a la defensa. Tras ser descubierto, y a pesar de conocer que iba a morir, Aquiles prometió su colaboración al lado de los griegos en el ataque a Troya. Allí acudió junto a sus soldados, los mirmidones (guerreros hormigas), y allí murió a manos de Paris.

En el mosaico de La Olmeda la escena viene representada de manera teatral, desarrollándose en el mismo gineceo. Una puerta con cortinas simboliza el lugar. Entre las cortinas, la esposa del rey Licomedes, la reina Rea, a la que entregan unuso para hilar, está representada como dueña del lugar.

En el centro del conjunto, aunque continua con ropas femeninas, Aquiles sostiene lanza y escudo sorprendido por el toque de la tromba de guerra de un soldado que figura en el ángulo superior derecho, descubriendo de esta manera su identidad ante los falsos mercaderes, en este caso a Ulises, la figura de la derecha.

La farsa de Ulises deja atónitas a las hijas de Licomedes, que tratan de impedir la marcha de Aquiles, sobre todo Deidamía, conocedora de la identidad de Aquiles, que trata de impedirlo sujetándolo por la cintura, y a la que claramente se distingue por sus ricos ornamentos en joyas y peinado.

Son numerosas las representaciones existentes de esta escena mitológica: como mosaico, en Zeugma (Turquía) o como pintura en los muros de Pompeya. Del mismo modo, son varios los pintores flamencos y barrocos que escogen como tema este suceso de la vida de Aquiles.


Pompeya


Aquiles descubierto por Ulises. Rubens y Van Dick


El descubrimiento de Aquiles entre las hijas de Licomedes. Jan de Bray


Aquiles descubierto por Ulises. Rubens


domingo, 8 de marzo de 2009

El gallo de San Isidoro de León (II) - Saqueo leonés de Medina Azahara


¿Cómo llegó el gallo a la capital del Reino, a León?


Tanto si el gallo-veleta de la torre de San Isidoro fue realizado en el al-Andalus, como si se fabricó en algún taller oriental y posteriormente exportado al sur peninsular, lo cierto es que, probablemente, la obra llega a León como tributo o como botín de guerra arrebatado a los musulmanes.


En principio, no parece ser una pieza adecuada o utilizada como pago de un impuesto aunque tampoco se debe descartar con rotundidad; más bien, nos inclinamos a pensar que nos encontramos ante un objeto valioso, inhabitual y interesante para los cristianos, removido de su lugar de origen como consecuencia de una acción de rapiña, muy usual en la época, que llega a la ciudad con señales de haber sido arrancado de su emplazamiento original, al faltarle las extremidades inferiores.


Planteada esta circunstancia, el gallo de San Isidoro pudo haber sido traído por Alfonso VI como parte de los saqueos realizados en 1072-1075 a los alrededores de Córdoba, en apoyo a su aliado, el rey de Toledo, Al-Mamún; o es posible que su procedencia sea la ciudad de Valencia, como parte del botín obtenido también por Alfonso VI, por los impagos del musulmán Al-Qadir como resultado de la ayuda del rey leonés para recuperar el trono valenciano en 1081.


La indiscutible procedencia palatina de la obra, también la hace protagonista, supuestamente, de alguno de los palacios que Al-Mamún tenía en Toledo, y que, tras la conquista de la ciudad en 1085, Alfonso VI pudo trasladar como trofeo para adornar la torre del Pateón Real de San Isidoro de León, tumba de sus padres Fernando I y Sancha.


Existe un texto árabe del cronista Ibn Hayyan, en el que narra las maravillas de uno de los palacios reales de Al-Mamún en Toledo, en las que describe dos estanques con surtidores en forma de animales y piletas de mármol en las que: “ … había figuras de animales, pájaros y árboles …” .


Sin embargo, hay que tener en cuenta que el gallo de la torre, tuvo que llegar a la ciudad de León con anterioridad a la cronología de la leyenda que figura en el cono de sujeción y que, según se propone en las Jornadas Isidorianas, parece corresponder al año 1074. Todas las posibles conjeturas que se realicen con posterioridad a dicha fecha, pueden resultar inexactas.


Entre las hipótesis que se barajan sobre la llegada de esta pieza a León, existe una que resulta especialmente curiosa y, a la vez, apasionante. Es un hecho armado, poco divulgado y desarrollado, ocurrido a comienzos del siglo XI entre el Reino de León y el Califato de Córdoba, que llama poderosamente la atención y en el que podría estar implicada esta fascinante obra.


El siglo X resultó militarmente nefasto para el Reino leonés, que sufrió las terribles embestidas militares islámicas. El Califato de Córdoba había llegado a su máximo esplendor con sus dos primeros califas, Abd al-Rahman III y su hijo al-Hákam II, pero a partir de Hisham II comienzan los desordenes y la confusión, iniciándose un periodo de inseguridad a pesar de que el primer ministro o hayib, el denominado por los nos cristianos Almanzor, ejercerá y concentrará férreamente todo el poder de decisión que correspondía al débil Califa.


Las campañas de Almanzor resultaron devastadoras. En once años de poder efectivo, realizó nada menos que 25 aceifas contra los reinos cristianos. A su muerte, su hijo y heredero, Abd al-Malik, continuó con los ataques militares hacia el norte hasta el 1008, año en el que muere en plena campaña ofensiva.


Su hermano, el nuevo heredero amirí, Abd al-Rahman, conocido por los cristianos como “Sanchuelo”, descendiente de la dinastía navarra y pariente de Alfonso V de León, apoyado por leoneses, beréberes y eslavos, se hace proclamar heredero por el califa Hisham II, lo que origina el estallido del Califato, la guerra civil, la fitna.


Surgen las figuras de Al-Mahadi, biznieto de Abd al-Rahaman III, al que apoya la plebe cordobesa, y de Sulayman, también descendiente del fundador del Califato, que cuenta con el apoyo de los beréberes, mercenarios llamados por Almanzor, y más tarde por los leoneses. Ambos pretendientes disputarán el trono a Sanchuelo, que resultará derrotado y muerto en la batalla de Guadalmellato.


Los beréberes se vieron arrinconados y solicitaron ayuda a los leoneses, que cedieron su ayuda a cambio ciudades de frontera. Un importante contingente de 600 jinetes leoneses, al mando del conde García Gómez, parte desde Medinacelli en apoyo del pretendiente Sulayman, ahora al frente de las fuerzas beréberes.


A comienzos del mes de noviembre del año 1009, las tropas de Sulayman y los leoneses cruzan el Gualdalquivir, atacan los arrabales de Córdoba y siembran el terror entre sus habitantes. Toda la campiña cordobesa sufre los asaltos de beréberes y leoneses, que se dedican al pillaje de una parte importante de las riquezas del Califato, llegando a entrar, destruir y saquear Medina Zaira, Alamiria y el palacio califal de Medina Azahara, sucesos en los que se cuenta que los leoneses: “saquean y roban sin orden”.


Podemos sospechar como entrarían los jinetes leoneses en Medina Azahara. Hombres curtidos en la guerra y forjados durante años en los continuos combates contra las tropas de Almanzor, los guerreros leoneses, tras asaltar las potentes murallas y eliminar la resistencia armada, se encontraron en pleno corazón del arte y poder musulmán, en un espacio palaciego seis veces mayor que la ciudad de León, 112 hectáreas repletas de riquezas y tesoros artísticos, nunca vistos en tierras cristianas.



Los leoneses se dedicarían a un saqueo y pillaje extremo, en el que no quedaría nada de valor que pudieran trasportar: lámparas, tapices, mobiliario, provisiones y todo tipo de utensilios y enseres, destruyendo todo lo que no consiguieran llevarse y matando o esclavizando a sus moradores.


Resultaría ingente el botín de objetos valiosos arrebatados y traídos al norte por el contingente leonés, entre ellos pudiera encontrarse el gallo de San Isidoro, arrancado de una de las fuentes del palacio califal y que, en su momento, se ubicó como veleta en la torre campanario del Panteón Real de la Colegiata de San Isidoro, el edifico religioso más emblemático del Reino de León.


Un lugar especial para una obra excepcional, que permanecerá casi mil años contemplado, desde lo alto de la torre, la vida cotidiana de la ciudad de León.



Interior de la Mezquita de Córdoba. Edwin Lord Weeks.
El gallo como veleta en su emplazamiento en lo alto de la torre.
Tropas musulmanas parten a la guerra. Grabado del siglo XI.
Embajada de Juan de Garze a Abd al-Rahman III. José Mª Rodríguez Losada.
Guerreros. Beato de Fernando I.
Salón Rico de Medina Azahara.
Guerreros leoneses. Beato de San Miguel de Escalada.
Torre del gallo del Panteón Real de San Isidoro de León.



domingo, 1 de marzo de 2009

El gallo de la torre románica de San Isidoro de León (I)


Desde el año 2002 se expone en el Museo de la Real Colegiata de San Isidoro de León, el gallo-veleta, uno de los emblemas de la ciudad, que desde hacía casi mil años coronaba la torre campanario del Panteón Real de la Basílica, acompañando así el quehacer cotidiano de la ciudad, y que ahora ha sido sustituido por una magnífica réplica fundida en bronce y dorada.


Esta pieza excepcional ha permanecido imperturbable cientos de años en lo alto de la torre, desde la que ha sobrevivido a mil circunstancias adversas, sobre todo, a los acontecimientos del convulso siglo XIX, en el que la Colegiata de San Isidoro pasó por delicados momentos de subsistencia, como los graves sucesos provocados por la entrada, ocupación y saqueo de las tropas francesas, durante la que algún soldado gabacho consiguió hacer impacto con su mosquetón en la veleta.


Pero también resistió a los complicados períodos de la Desamortización de mediados de siglo, y sobrevivió a las revueltas y saqueos de la revolución de 1868 y a las incautaciones gubernamentales de los años 1868-69, que supusieron el traslado a Madrid de varias piezas leonesas inigualables, como la asombrosa cruz de marfil de Fernando I y Sancha, verdadero tesoro actual del Museo Arqueológico Nacional, y varias cajas y arquetas, entre la que destacamos un admirable cofre de ágatas del s. XI, que actualmente forman parte de los fondos del citado Museo.


Su localización en lo alto de la torre debió de tener con seguridad una doble o triple función. En primer lugar, su ubicación debe dirigirse a una funcionalidad simbólica, como símbolo solar, al anunciar la salida del sol; también, como distintivo de generosidad, orgullo y bravura y, junto con el águila y el cordero, como emblema particular de Cristo poniendo particularmente de relieve su simbolismo solar: luz y resurrección.


Esta situación la armonizaría, gracias a su forma aquillada y a la posibilidad de giro debido a su vástago central, con su utilidad para determinar la dirección e intensidad del viento, prediciendo, rudimentariamente, los cambios climáticos que podían derivar en bonanza o posibilidad de lluvia, cambios tan importantes y esenciales en aquellos años en los que la vida del hombre se hallaba unida a la producción agrícola.


Otra posibilidad de su presencia en lo alto de la torre, pudiera ser su exhibición como símbolo o emblema del triunfo y hegemonía leonesa sobre el califato cordobés después del trágico siglo X, en el que el Reino de León padeció las devastadoras campañas de Almanzor, coronando, como hermoso trofeo arrebatado a los musulmanes, la torre del Panteón Real y Colegiata de San Isidoro, el edificio religioso más emblemático del Reino de León en aquellos momentos.


Al no existir constancia documental, se desconoce el momento en el que el gallo se situó en el campanario. Su instalación va unida a la construcción del segundo cuerpo o campanario de la torre, si bien, en la pieza cónica ajena a la figura del gallo, que protege el vástago o eje central permitiendo la movilidad de la veleta, existe una inscripción, cuya grafía, según el profesor García Lobo, corresponde a finales del siglo XI o inicios del XII.


Gracias a la importante restauración de la torre románica en el año 2001, se produce el desmontaje y posterior restauración de la excepcional pieza, que también permitió una serie de actuaciones que implicaron estudios artísticos, históricos, entomológicos, palinológicos, además de un profundo análisis metalográfico y hasta paleográfico, cuyos resultados se dieron a conocer públicamente en el 2004 mediante las actas de las “Jornadas Isidorianas sobre el gallo de la torre”, espléndidamente publicadas por la Cátedra de San Isidoro.


Los resultados han sido sorprendentes. En el conjunto formado por el gallo, la esfera y el cono, se distinguen claramente dos técnicas de fabricación muy distintas, y dos calidades en la materia prima, que implican claramente dos procedencias diferentes. Mientras esfera y cono se realizan mediante el golpeo de láminas metálicas de un metal de mediana pureza, en la figura del gallo se emplea la técnica de la cera perdida, y su composición es de un cobre muy puro.


En principio, no hay ninguna duda de que el gallo es una pieza de metalistería islámica, con un claro destino palatino. Pero, ¿cuál puede ser su verdadera procedencia, su origen? No existe una respuesta definitiva al respecto, pero durante el siglo XI existe una curiosa e interesante línea de conexión entre la ciudad de León, capital del Reino, con el al-Andalus. En esta conexión o vínculo, que se concreta en una serie de sucesos armados, podría haber tenido lugar el traslado a la ciudad de esta sugestiva obra.


Aunque los islamitas de la Península eran expertos metalistas, como lo demuestran los importantes talleres y las obras que han llegado hasta nosotros, los análisis terrígenos realizados al gallo de San Isidoro por el Departamento de Biología Vegetal de la Universidad de León, demuestran la presencia de pólenes de especies vegetales distintas a las que existen en la cubierta de la torre donde estaba anclado, que tienen un origen oriental, concretamente pertenecen a especies propias de la cuenca del Golfo Pérsico, pudiendo tratarse de una obra artística más, de la frecuente importación de materiales o piezas de arte que los andalusíes se hacían traer de Oriente.


A pesar de ello, la hipótesis expuesta de que nos encontramos ante una obra posiblemente importada de Oriente, no desvirtúa la posibilidad de su llegada al Reino de León desde el al-Andalus, como consecuencia de una acción militar, de un tributo o, el menos probable, de una adquisición.


Así todo, y a pesar de que todo apunta a que se trata de una obra oriental, el gallo de San Isidoro presenta una gran semejanza con las gacelas procedentes de Medina Azahara, pero sobre todo, con el “grifo” del Doumo de Pisa, muestras todas de la excelente práctica metalística andalusí. La semejanza del gallo de León con el “grifo” es enorme: en la forma y curvatura del pico, en la cabeza, en los ojos almendrados, pero especialmente, en las carúnculas, las carnosidades de color rojo que poseen los gallos bajo el pico, que no se aprecian en otras piezas, y que, como se puede comprobar, resultan prácticamente idénticas.


El “grifo” de Pisa, realizado también en bronce, es considerado como uno de los surtidores procedente de una de las múltiples fuentes de Medina Azahara. Existe una referencia concreta, realizada por el cronista Al-Maqqarî, a una de esas fuentes de la ciudad califal en la que se cita que en el Salón Oriental de Medina Azahara, el Máyalis al-Xarki, conocido como Almunis (Íntimo), fue colocada una enorme pila procedente de Siria realizada en mármol verde.


Por decisión califal fueron fabricadas para esa pila en los talleres reales de Medina Azahara, doce surtidores con figuras de animales realizadas en oro rojo, equivalente a metal dorado, y situadas alrededor de la grandiosa pila que arrojaban agua por sus picos y bocas. Las figuras de animales estaban situadas tres a cada lado de la fuente: antílope, león y cocodrilo; una gallina, un buitre y un gavilán; águila, dragón y paloma; halcón, pavo real y un gallo. Este será el mismo salón en el que Al-Hakam II recibe al destronado Ordoño IV de León en el año 962, pasaje reflejado en multitud de publicaciones.


El uso y empleo de animales-surtidores fue especialmente abundante en las fuentes de los palacios islámicos, y concretamente en al-Andalus. Las fuentes y estanques vertían sus aguas frecuentemente por las fauces de animales realizados en los materiales más diversos: mármol, piedra, plata, cobre, etc.


Algunas de estos surtidores han llegado hasta nosotros, constituyendo piezas de indudable valor por la riqueza de su tratamiento y la belleza de sus formas. Tales son, el pavo real y el loro del Museo del Louvre, los cervatillos de Medina Azahara, el grifo de Pisa, el caballo del Museo Bargello o la liebre de la colección Stoclet.


El gallo de la torre de San Isidoro, puede tratarse de un surtidor de esa fuente, de cualquier otra de los varios salones de la ciudad califal, o formar parte de la decoración de algún palacio de la campiña cordobesa. Lo que es claro, es que el gallo llegó a la ciudad con anterioridad a la fabricación de la esfera y el soporte cónico del conjunto, en un momento histórico próximo al año 1100, y que es traído desde el sur peninsular porque se trata de una pieza excepcional, no habitual en los reinos cristianos.


La mutilación de las dos patas para su instalación como veleta en lo alto de la torre, supone que su fabricación no guarda relación con su nueva función; el gallo de San Isidoro tenía, en el lugar de su procedencia, otra función distinta de la que ha ejercido en León durante casi mil años.


¿Cómo llegó el gallo a la capital del Reino, a León? …



El gallo de la torre de San Isidoro de León.
Crucifijo de marfil y azabache de don Fernando y doña Sancha de León.
El gallo como veleta en la torre del Panteón Real de San Isidoro.
Caballo-surtidor de Medina Azahara.
Ciervo-surtidor de Medina Azahara.
Cierva-surtidor de Medina Azahara.
La corte de Abderramán en Medina Azahara. Dionisio Baixeras.
"Grifo" del Doumo de Pisa. Surtidor de Medina Azahara.
Gallo de la torre sobre la esfera.
Claustro y torre de la Real Colegiata de San Isidoro de León.