jueves, 14 de agosto de 2008

El incendio de 1966

.

Hace unas semanas y en plena noche, sonaron las alarmas. Una fuerte humareda surgía de la fachada meridional de la Catedral y a los pocos minutos, ambulancias, vehículos policiales y de bomberos llenaron la Plaza de Regla.

Uno de los equipos de bomberos accedió al triforio exterior sur, bajo el rosetón, logrando de inmediato sofocar el conato de incendio que, al parecer, tuvo su origen en el calor generado por uno de los focos en contacto con un elemento combustible, aun sin identificar, posiblemente olvidado por los obreros que ensamblaron la estructura metálica utilizada para los actuales trabajos de restauración.

Este pequeño incidente, nos hizo revivir el tremendo incendio del año 1966 en el que el fuego arrasó por completo la cubierta de la Catedral. La magnitud del suceso fue de tal envergadura e impacto social, que todos los leoneses que lo vivieron no pudieron entender como fue posible que el edificio se salvara de un inevitable y casi presagiado derrumbe, a la vista de la intensidad y virulencia de las llamas.

Esa respuesta la tuve de primera mano hace un par de años, curiosamente a raíz de la última y polémica restauración de San Miguel de Escalada, donde conocí a Santiago Seoane Abuín, escultor, restaurador e hijo del también restaurador y gran maestro de la talla, Andrés Seoane Otero. Santiago Seoane, entre otras cuestiones, me contó la extraordinaria trayectoria profesional de su padre y su indiscutible protagonismo en aquel tremendo e inesperado incendio.

El buen hacer de Andrés Seoane, todavía se puede apreciar en una serie de obras realizadas en la ciudad, entre otras, la réplica en piedra de San Jorge sobre la puerta principal de la Casa de Botines, que realizó en 1953 ante el deterioro del original; pero sobre todas, destaca la copia de la Virgen Blanca para su ubicación en el parteluz de la Catedral y que aun hoy permanece espléndida presidiendo todo el conjunto escultórico de la portada occidental, mientras el original se trasladó al interior para su preservación.

Estos y otros extraordinarios trabajos, suponen que D. Luis Menéndez Pidal, por aquellos años responsable del Patrimonio Artístico Nacional, proponga a Andrés Seoane como encargado general de las obras de la primera zona del Servicio de Defensa del Patrimonio Artístico Nacional que comprendía las provincias de Asturias, León y Zamora.

Como he comentado, Santiago, su hijo, que por aquel entonces aprendía y colaboraba con él, me detalló la fundamental e inapreciable actuación de su padre en aquella trágica tarde-noche del 27 de mayo del año 1966 en nuestra ciudad.

Aquella tarde de primavera, se produjo una fuerte tormenta en la ciudad con abundante aparato eléctrico. Casualmente, uno de aquellos rayos, con una potencia extraordinaria, cayó sobre uno de los pararrayos de la Catedral. En una situación normal, este tipo de descargas eléctricas eran conducidas de los pararrayos mediante tirantes de metal a unos fosos en la Carretera de los Cubos; pero una de las descargas fue tan enorme y de tanta intensidad que no pudo ser absorbida, produciéndose un retroceso de la carga eléctrica que puso incandescente el hierro conductor por el que circulaba, rebotando y llegando hasta la cubierta de la fábrica realizada en madera de pinotea en el s. XIX. Esta madera, en contacto con el hierro incandescente, comenzó a arder muy rápidamente y con gran intensidad.

La actuación de los bomberos de León fue inmediata pero, ante la espectacularidad y magnitud del incendio, se decidió también avisar a los cuerpos de bomberos de Oviedo, Gijón y Zamora. Como encargado del Patrimonio y ante la petición expresa del Gobernador Civil de la ciudad, Andrés Seone se hizo cargo del siniestro y desde un primer momento coordinó los trabajos de extinción.

La primera orden que imparte es la retirada de los bomberos, dejando que el incendio, aunque controlado, se extinguiera de forma natural. Esta decisión, asombrosa en un principio, hizo que se salvara la Catedral de un derrumbe inminente.

Aquella sorprendente y valiente disposición tenía una explicación muy sencilla y Andrés Seoane, como buen profesional y experto en la fábrica del templo, la conocía. Debajo de la enorme techumbre de la Catedral construida con teja y madera, se encontraban las bóvedas de la fábrica (ver fotografías), realizadas y conformadas en piedra tova, material de origen volcánico, muy ligera y porosa, que se utiliza precisamente por su ligereza. Esta piedra, al recibir cantidades ingentes de agua, aumenta espectacularmente de peso, lo que hubiese originado toneladas y toneladas de sobrepeso en las bóvedas y su desplome inevitable.

La polémica decisión de Andrés Seoane Otero de retirar los bomberos en pleno incendio, salvó la Catedral de Santa María de un indudable derrumbe y, gracias a ello, todavía podemos seguir disfrutándola. Por este hecho, y aunque pocos leoneses lo conocen, Andrés Seoane fue reconocido a nivel nacional con la Encomienda de Alfonso X el Sabio.

Fotografías: El Mundo. es
Santiago Seoane



domingo, 3 de agosto de 2008

San Juan Bautista, San Pelayo y San Isidoro


Muy cerca del ángulo noroeste de la muralla del campamento romano, sobre el actual solar de la basílica de San Isidoro, se edificó un pequeño templo bajo la advocación de San Juan Bautista posiblemente bajo los reinados de Ordoño I o Alfonso III (856-910), un siglo antes de las primeras noticias documentadas sobre el templo en el 966.

No es extraño que en ese mismo lugar del interior del campamento, como bien indica D. Antonio Viñayo (1), existiera desde antiguo un templo dedicado a Mercurio, donde se encontrara un significativo manantial, presa o pozo de agua sagrada que diera lugar, con los primeros años del cristianismo, a consagrar ese espacio a San Juan Bautista considerado, lo mismo que el dios Mercurio entre los paganos, como el precursor, el enviado, el mensajero de Dios.

En esa zona, se tiene constancia desde el s. XII de la existencia de un importante curso de agua, conocido como presa de San Isidoro, que, partiendo de San Felíz de Torío, llegaba a León después de discurrir por Villanueva del Árbol, Villaquilambre y Navatejera, y atravesaba el lado norte-oeste del templo isidoriano. Todavía hoy en la calle La Abadía puede observarse un arco de piedra correspondiente al trazado del antiguo cauce.

Estimado como el príncipe del santoral, San Juan Bautista es el único santo del que se celebra su nacimiento y no su muerte, como es lo habitual. Mientras la celebración del nacimiento de Jesús ocupa el solsticio de invierno, una de las dos fiestas y ritos ancestrales anuales más extendidos, a San Juan Bautista se le asocia con la otra importante celebración, el solsticio de verano, la fiesta del Sol, que todavía se mantiene hoy como la festividad mayor leonesa.

Como hemos señalado al inicio, las primeras noticias documentadas acerca del solar de San Isidoro datan del 966 y hacen referencia a la construcción bajo el reinado de Sancho I el Craso (955-966), de un monasterio junto al antiguo templo dedicado a San Juan Bautista, con el objeto de albergar el cuerpo del querido y célebre mártir San Pelayo.

Con este fin, fueron necesarias arduas negociaciones con los musulmanes para lograr la entrega de los restos del joven mártir; finalmente, y gracias a las gestiones de Teresa, esposa de Sancho I y madre de Ramiro III, se consiguió del Califato de Córdoba que entregara el cuerpo de Pelayo al reino leonés.

A la edad de diez años, en el 921, Pelayo o Pelagio fue entregado como rehén por su padre, noble de la Gallaecia, al califa cordobés Abd-ar-Rahman III. A pesar del constante intercambio de rehenes, Pelayo permaneció prisionero tres años más, convirtiéndose, al decir de otros cautivos, en un apuesto joven. Según se cuenta, el califa se enamoró de él y quiso convertirlo en uno de sus amantes, pero Pelayo se resistió constantemente apelando a su servicio permanente a Cristo y a sus enseñanzas.

A pesar de las promesas primero y las amenazas después, Pelayo persistió fiel a su conciencia y a su fe. Fue torturado durante horas sin lograr rendir su voluntad, y posteriormente descuartizado, decapitado y arrojados sus restos al Guadalquivir.

Los cristianos de Córdoba recogieron su cadáver para enterrarlo piadosamente, siendo desde muy temprano venerado como santo y mártir por todo el occidente cristiano. Tal es así, que la afamada monja y escritora alemana Roswitha de Gandersheim, conmovida por la historia de su heroísmo, escribió un bello y famoso elogio: "Passio sancti Pelagii pretiosissimi martiris qui nostris temporibus en Corduba martirio coronatus est".

El sacrificio de Pelayo no fue vano. A la vez que insuflaba aires nuevos a la fe cristina occidental, proporcionó durante años parte de la energía espiritual a la Reconquista peninsular; es más, algunos estudiosos modernos reconocen en su ejemplo una pieza importante de un patrón que retrata la inferioridad de la moral islámica, frente a otros supuestos y teorías morales.

El ataque de Almanzor a la ciudad de León en el año 986, supuso la destrucción de todos los templos, entre ellos los de San Juan Bautista y San Pelayo. Sin embargo, ante la presión y el inminente peligro musulmán y con anterioridad a la irrupción, se pusieron a salvo las veneradas reliquias de San Pelayo trasladándolas a Asturias, donde continúan en la actualidad, concretamente en el Monasterio de San Pelayo de Oviedo (benedictinas de clausura, las “Pelayas”).

Como hemos dicho, el ataque de Almanzor a la ciudad supuso la ruina de los dos templos, si bien, la inscripción existente en una lápida del s. XI que actualmente se encuentra en el crucero, reconoce la existencia de una iglesia construida en tapial dedicada a San Juan Bautista, antes de la edificación en piedra por Fernando y Sancha del nuevo templo, lo que significa que, de alguna manera, la primitiva iglesia fue rehabilitada después del ataque cordobés.

La construcción en piedra del recinto por Fernando I (1035-1065) y su esposa Sancha, y el traslado desde Sevilla del cuerpo del obispo Isidoro (no fue canonizado hasta 1568), supuso el cambio de advocación del nuevo templo y el olvido del tradicional y anterior titular: San Juan Bautista. No obstante, el recuerdo de San Pelayo debió quedar presente durante algún tiempo, como lo manifiestan las dos tallas sedentes de San Isidoro y San Pelayo a ambos lados de la Portada del Cordero, en el lado sur, portada que debía estar situada hacia el norte en la primitiva iglesia.

Ambas tallas se muestran en posición frontal, estáticas, con ropaje de grandes pliegues verticales y con un enorme nimbo tras su cabeza. Aparecen sentadas, bendiciendo y con los pies apoyados sobre una repisa que representa un toro hincado con un león cruzado sobre el lomo que hace de reposapiés a los dos santos.

Con el paso del tiempo y en relación con el templo, el recuerdo de Pelayo debió también difuminarse en la sociedad leonesa del mismo modo que el de San Juan, ya que, en el remodelación y rehabilitación del templo realizada posiblemente en tiempos de Alfonso VII (1126-1157) u en otro momento posterior, al trasladar la portada norte al lado meridional del edificio, donde hoy se encuentra, se situó a la derecha la talla del joven Pelayo portando un libro, y a la izquierda la de San Isidoro, que tiene a su lado la figura de un soldado con espada, representación que debería mostrarse y estar situada al lado de Pelayo, pues es el motivo o atributo de su martirio.


(1)
“Panteón Real de San Isidoro”. Ed. Everest. León, 1971