domingo, 25 de enero de 2015

Colonia Cornelia Veneria Pompeyaanorum: POMPEYA



“Había llegado a ese punto de emoción en el que se encuentran las sensaciones celestes dadas por las Bellas Artes y los sentimientos apasionados. Saliendo de Santa Croce, me latía el corazón, la vida estaba agotada en mí, andaba con miedo a caerme”.

Estas fueron las palabras del escritor francés del XIX, Stendhal, seudónimo artístico de Henri-Marie Beyle, al describir el fenómeno que experimentó en su visita a la Basílica de la Santa Cruz de Florencia, durante en el viaje que realizó a Italia en 1817.

Palpitaciones, vértigos, temblores, confusión, … todos o alguno de ellos, conforman los síntomas de una enfermedad psicosomática denominada Síndrome de Florencia o Síndrome de Stendhal, que pueden producirse, en mayor o menor medida, ante la deseada presencia de obras de arte o la anhelada observación de paisajes o lugares singulares por su historia o belleza.

Carl Gustav Jung, psiquiatra, psicólogo y ensayista suizo, figura clave en los inicios del psicoanálisis, describe de esta manera las emociones del alma humana, de su propia “ánima”, como él la describe, ante la posibilidad de descubrir y poder contemplar, integrarse y confundirse en lugares exuberantes de arte e historia:

"El ánima del hombre tiene un carácter eminentemente histórico. Como personificación del inconsciente está impregnada de historia y prehistoria. Incluye el contenido del pasado y sustituye en el hombre lo que éste debería saber de su prehistoria. Todo lo que es vida que existió y que está viva todavía en él, es el ánima.

La experiencia en el baptisterio de Ravena me dejó una profunda impresión. Desde entonces sé que algo interior puede parecer algo exterior, como lo inverso. Los verdaderos muros del baptisterio que debían ver mis ojos físicos estaban recubiertos y transformados por una visión que fue tan real como la invariable pila bautismal. ¿Qué fue real en aquel momento? ... He viajado mucho en mi vida y hubiera ido a Roma con agrado, pero no me sentía todavía a la altura de la impresión de esa ciudad.

Ya Pompeya me resultó demasiado, las impresiones casi sobrepasan mi capacidad de captación... Me encontraba en la borda del barco cuando recorrimos la costa en la latitud de Roma. Allí se encontraba el foco todavía ardiente y humeante de viejas culturas... Allí estaba todavía viva la antigüedad en toda su magnificencia e iniquidad... Ciertamente se puede gozar estéticamente de una ciudad, pero cuando se siente uno afectado por el espíritu que ha imperado aquí por todas partes... entonces es otra cosa. Ya en Pompeya supe de cosas indescriptibles y se me plantearon preguntas para las cuales mis capacidades no estaban a su altura. Cuando en 1949, ya de avanzada edad, quise recuperar lo perdido, sufrí un desmayo al comprar los billetes para ir allí...".


Pompeya atrae como pocos yacimientos arqueológicos, porque permite algo que difícilmente se puede conseguir en otros: hacer que el visitante se traslade en el tiempo, justo al momento en que la erupción del Vesubio detuvo la vida de la ciudad; es más, se tiene la sensación de que sus habitantes acaban de abandonarla.

Nada más atravesar la 
Porta Stabia, una de las entradas a Pompeya desde el sur, sufrimos instantáneamente la turbación y el vértigo que origina encontrarse en un lugar en el que siempre has deseado estar, conocer y disfrutar. Quedan atrás lecturas, fotografías, reportajes, artículos, novelas, películas, … Las obras de Robert Harris, Primo Levi, Téophile Gautier o Pascual Quignard y, sobre todo, la clásica novela romántica del IX: “Los últimos días de Pompeya”, de Edward Bulwer Lytton, y su adaptación al cine con el mismo título en 1959.

La realidad sobrepasa lo esperado y las emociones se acumulan. Resulta apasionante pasear y cruzar las emblemáticas calles, tal como eran; observar y detenerse ante las viviendas, negocios, talleres, tabernas, … turbarse ante el sorprendente foro y templos, curiosear los cientos de grafitis, sorprenderse en los burdeles o recorrer sus murallas. Y siempre el monte Vesubio recortándose en el horizonte. Son imágenes y estampas mil veces vistas, pero que, como protagonista y espectador en el propio lugar te dejan sin aliento, sin palabras. Las sensaciones no cejan en cada cruce, en cada rincón, en cada casa, hasta abandonar la ciudad por Porta Marina.


La ciudad realmente impresiona por su extensión: 66 hectáreas rodeadas por una muralla de 3 kilómetros, unos 120 campos de fútbol, (la nueva medida, tan recurrida), superficie de la que se ha excavado menos del 50%.

Los orígenes del asentamiento pompeyano son discutidos. Los restos arqueológicos más antiguos corresponden a un poblamiento del s. IX aC. ocupado por los oscos, pueblo de la Italia central. Parece ser que griegos en el s. VIII y etruscos en el s. VII, tuvieron una relativa, pero importante, influencia en la zona, ocupando alternativamente la ciudad hasta la conquista de toda la Campania por los samnitas a finales del s. V aC.


Pompeya entra en la Historia a raíz de la mal llamada Guerra Social, es decir, un enfrentamiento entre los socii (aliados itálicos contra Roma). Es en el año 91 aC, cuando se forma esta alianza liderada por los samnitas, con el fin de desligarse de las imposiciones romanas que exigían constantes tropas auxiliares para sus guerras de conquista y negaban los derechos, de los que disfrutaban los ciudadanos romanos. En sus inicios, la alianza alcanzó algunos éxitos, pero al año siguiente Roma aprobó una ley que concedía la ciudadanía a los aliados fieles y a las poblaciones que abandonaran la alianza y se rindieran.

No fue éste, en principio, el caso de Pompeya, que integrada en la alianza contra Roma, fue atacada en el 89 por el general romano, Lucio Cornelio Sila. La rendición evitó su saqueo, pero no el castigo, que consistió en confiscaciones de tierras, repartidas y entregadas a los soldados vencedores. La ciudad fue refundada por Roma y denominada Colonia Cornelia Veneria Pompeyaanorum, en honor a su conquistador Lucio Cornelio Sila y su diosa protectora: Venus. Perdió su autonomía y fue trasformada en municipio romano.

Pero Pompeya no destaca por los sucesos históricos, que no resultan desdeñables, ni por su arquitectura y urbanismo, bien diseñado, ni por su puerto, que se abría a la bahía y tenía cierta entidad; tampoco por su población, que se calcula entre 12.000 y 20.000 habitantes. Pompeya es universalmente conocida por el desastre natural que la destruyó y, a la vez, la conservó durante siglos. Es, prácticamente, el único lugar arqueológico en el mundo que “cuenta” la vida cotidiana de hace dos mil años, permitiendo conocer el día a día, las costumbres y hábitos de su población, además del arte, las modas, la religión, la industria, el comercio, el urbanismo, etc., de la sociedad italo-romana del s. I dC.

La experiencia de conocer y pasear por Pompeya ha resultado inigualable. Difícil de describir la sensación de recorrer las calles de una ciudad de hace 2000 años, aunque se hace siempre presente la tragedia natural, considerada la más grande de la antigüedad, que la sepultó en unas pocas horas. Pero no es el momento de volver sobre aquel terrible suceso ya explicado y comentado mil veces en estudios, artículos, reportajes o en el cine, sino el instante de adentrarse en otra perspectiva distinta, como la que cuenta el paleontólogo italiano y divulgador científico, Alberto Angela en su obra “I tre giorni di Pompei” (Los tres días de Pompeya). Mientras recorremos las calles y nos paramos ante edificios singulares, imaginamos algunas de estas historias, y el miedo y la desesperación que acompañaría a esa gente.

El autor nos descubre las pequeñas historias de siete supervivientes históricos, que comienzan en la mañana del 23 de octubre, 50 horas antes de la erupción, y a los que “persigue” por la ciudad y sus alrededores hasta el día después de la catástrofe, todo esto contado hora a hora. El principal protagonista es Cayo Plinio Cecilio Segundo, conocido como Plinio el Joven, que describió la erupción en dos famosas cartas dirigidas a su amigo Tácito.


También se cita a Rectina, esposa de Tascius Pomponiano, perteneciente a la élite romana y amigo de Plinio el Viejo. Otro de los supervivientes que se mueve por Pompeya en esos días es
Tito Suedio Clemente, tribuno enviado a la ciudad por el emperador Vespasiano.

Asimismo, conoceremos al joven Aulio Furio Saturnino, perteneciente a una de las más conocidas familias de Pompeya, que realizaba algún que otro negocio con Rectina. Del desastre se salvará también Flavio Cresto, un liberto aficionado a jugar a los dados en las casas de juego de la ciudad.

No podía faltar el propietario de una casa de huéspedes, llamado Cossio Libano, que al observar las primeras explosiones y humaredas, entendió enseguida la dimensión de la tragedia que se avecinaba y dispuso con tiempo varios carros en los que huyó junto a su familia y bienes. Le llegó a ofrecer un puesto al conocido poeta Cesio Basso, que lo rechazó para morir a las pocas horas.

La mayoría de los pompeyanos dudaron o decidieron esperar a que el Vesubio se calmara. Ninguno esperaba la magnitud de la catástrofe y, cuando lo comprendieron, resultó demasiado tarde. 
La diferencia entre la vida y la muerte, constituyó un breve periodo de tiempo. Quienes eligieron la huida en las primeras horas tuvieron la posibilidad de escapar y salvarse; por el contrario, los que dudaron y decidieron quedarse, perecieron sin remedio.

Goethe, en su visita a Pompeya dejó escrito: “Desde que el mundo es mundo siempre ha habido desgracias y catástrofes, pero pocas que hayan cautivado a la humanidad como la sucedida en esa ciudad. No se me ocurre ninguna otra que haya suscitado tanto interés”. 

Angela, siguiendo los pasos de estos supervivientes, nos descubre una ciudad habitada por patricios, pero también por mercaderes, nuevos ricos y antiguos esclavos, que habían encontrado en las oportunidades que ofrecía Pompeya en aquellos años de bonanza, un nuevo status social y económico gracias al boyante comercio de una ciudad asomada al Mediterráneo y en una época muy próspera del Imperio. Esta situación económica implicaba también una ciudad de excesos, con casi una treintena burdeles, numerosas tabernas y varias salas de juegos.


Otro de los asuntos que muestra Angela en su reciente obra, es que el culpable de la aniquilación de Pompeya no fue el Vesubio que conocemos, ya que la montaña que hoy observamos no existía con anterioridad a la erupción. Ésta se produjo en otro volcán que se encontraba contiguo al actual, hoy parte del monte Somma, y que tendría otra altura y forma, otro perfil distinto al existente. Y es que la explosión y destrucción fue tan enorme, que la energía térmica y mecánica liberada equivaldría, según los expertos vulcanólogos, a 50.000 bombas atómicas iguales a la que se lanzó sobre Hiroshima.

Por último y en nuevas revisiones actuales del desastre, se viene señalando otra fecha distinta del suceso. Hasta ahora se conocía como fecha de la catástrofe el 24 de agosto del año 79 aC. Angela es de los expertos que sugiere otra fecha basándose en importantes indicios encontrados: las víctimas halladas no vestían ropas de verano y en algunas de las viviendas se encontraron braseros en las estancias; del mismo modo, se encontraron en las casas frutos típicos del otoño: nueces, castañas o granadas, productos más típicos del otoño y que normalmente se recolectan anualmente entre septiembre y octubre. Igualmente se ha comprobado que en los campos limítrofes ya se había realizado la vendimia. Todo esto hace pensar que la erupción no se produjo en el mes de agosto, sino en octubre de ese mismo año: 24 de octubre del 79 dC., y que la fecha tradicional probablemente se trata de errores en las transcripciones medievales.



- Pinturas. Pompeya. Villa de los Misterios.
Henri-Marie Beyle, Stendhal.
Carl Gustav Jung.
- Pompeya. Porta Stabia.
- Cartel: Los últimos días de Pompeya.
- Enamorados en Pompeya. Ulpiano Checa.
- Pompeya: tumba semicircular en exedra de la sadortisa Mamia/Exedra, L. Alma-Tadema.
- Lucio Cornelio Sila.
Alberto Angela: “I tre giorni di Pompei” .
- Plinio el Joven y su madre en Miseno. Angelica Kauffmann.
- Pompeya: Safo o la Gioconda de Pompeya.
- Paquio Próculo y su esposa. Pompeya
- Mujer de Pompeya. Guillaume Seignac.
- La erupción del Vesubio desde Pacini. Carlo Sanquirico.
- Vesubio y Pompeya, reconstrucción.
- Baco y el Vesubio. Pompeya.








domingo, 4 de enero de 2015

HISPANIA marca el comienzo del año en enero


Saturnalia-Saturnales El joven Baco de William Adolphe Bpuguereau

La primera constancia de la celebración de la llegada del AÑO NUEVO, ocurrió en Mesopotamia 2000 años a C. Se celebró coincidiendo con el llamado punto Aries o punto vernal, que es el punto de la elíptica a partir del cual el Sol pasa del hemisferio sur al hemisferio norte, lo que ocurre en el equinoccio de primavera, alrededor del 21 de marzo. En ese momento, se inicia la primavera en el hemisferio norte y el otoño en el hemisferio sur, como se puede ver claramente en la reprodución.

Equinoccio_vernal
En la actualidad los años y también los días, tienen su fundamento en los dos movimientos de la Tierra: sobre sí misma y alrededor del Sol. Es el calendario solar. No obstante, los meses se conforman con el movimiento lunar, formando la base de los llamados calendarios lunares.

Roma continuó, en principio, con la antigua tradición lunar de iniciar el año el día primero de marzo, llamado martius, en honor al dios de la guerra: Marte. El año en auqel momento contaba únicamente con diez meses: el ya referido marcius, después aprilis (aperire, abrir, brotar), luego maius (por la diosa Maia), junius (por el dios Juno), quintilis (mes quinto), sextilis (mes sexto), september (mes séptimo), october (mes octavo), november (mes noveno) y december (mes décimo). Como vemos, aun permanecen varios de aquellos nombres de la primera denominación.

calendario romano

El rey romano Numa Pompilio, s. VII a C., reformará el calendario y añadirá dos meses finales más a los ya existentes: ianuarius y februarius (enero y febrero). De esta manera, el año romano tendrá 12 meses de 355 días. Estos meses La ninfa Egeria dictando a Numa Pompilio las leyes de Roma de Ulpiano Checa.poseerán 29 o 31 días y cada dos años se añadirá un mes. Toda estas reglamentaciones y modificaciones quedará en la república romana en mano de los pontífices.

Resumiendo, se iniciaba el año el primer día de marzo (calendas, de ahí calendario), bajo los auspicios de Marte, el dios de la guerra. Esta era la fecha que señalaba el comienzo de las campañas militares y la designación de cónsules, pero también el inicio de la actividad agrícola que suponía para aquella sociedad la supervivencia.

Tras la denominada primera guerra celtíbera, del 181 al 179 aC, se firmó un tratado entre Roma y las tribus celtíberas hispanas, por el que éstos se comprometían a no fundar nuevas ciudades fortificadas.

Sin embargo, los pobladores de la ciudad de Segeda, de la tribu celtíbera de los belos, muy cerca de la actual Calatayud, realizaron una importante ampliación y restauración de su recinto defensivo, cuyo perímetro calendariollegó a tener cerca de 8 kilómetros.

Tras conocer la situación, en el año 154 aC. la república romana toma cartas en el asunto, ya que este “incumplimiento” trastocaba sus futuros planes expansionistas. Los romanos tratan de preparar rápidamente una expedición militar que frenase urgentemente la reparación y construcción de las defensas celtíberas. Este será el causus belli que servirá a Roma para su segunda intervención en Hispania.

Pero los preparativos bélicos chocan con un gran inconveniente. Se encontraban todavía en pleno invierno y faltaban varios meses para las calendas de marzo, fecha, como hemos señalado, en la que se decidían los principales asuntos As de Segedade Estado para el nuevo año, entre ellos las campañas militares. 

Si esperaban al mes de marzo, los costosos y largos preparativos del ejército, su avituallamiento y su traslado a Hispania, significaría que las tropas no estarían prestas para el combate hasta septiembre u octubre, con un nuevo invierno por delante en Hispania, lo que resultaba nada deseable para una campaña militar.

Esta situación motivó que Roma adelantara el “comienzo del año”, a todos los efectos, dos meses para así aprovechar la época estival. De esta manera, decidieron que el año comenzase en el mes de enero (ianuarius), mes dedicado al dios Jano, el dios de las puertas, y a continuación febrero (februarius) dedicado a Plutón, dios de las ceremonias de purificación. Los dos últimos meses del año hasta ahora, se convirtieron de esta manera y por el conflicto con los celtíberos de Hispania, en los dos meses primeros del año.

Numancia. Alejo Vera

¿Cómo finalizó aquel asunto? Roma nombró cónsul a Quinto Fulvio Nobilor que se trasladó de inmediato a Hispania con un ejército de 30.000 hombres. De poco le sirvió a Roma en aquella campaña el cambio de fechas, que dura hasta la actualidad. La tribu de los belos, pobladores de Segeda, seEnero aliaron con otra de las tribus celtibéricas más poderosas, los arévacos, cuya ciudad más importante era Numancia.

Las fuerzas combinadas celtíberas detuvieron primero el ataque del cónsul Fulvio Nobilor contra Segeda y luego lo rechazaron frente a Numancia. Aquel enfrentamiento, ocurrido el 23 de agosto del 153 aC., motivó que, actualmente, más de 2.000 años después, el año comience en el mes de enero y no en marzo.

La derrota romana fue tremenda, pereciendo más de 6.000 legionarios. El desastre militar de Roma fue tan grave, que posteriormente ningún general romano luchará en ese día de agosto a menos que fuera obligado.

Calendario agrícola del Panteón Real de San Isidoro. S. XII

- Saturnalia. Willian A. Burguereau.
- Punto Aries o punto vernal.
- Primitivo calendario de Roma.
- La ninfa Egeria dictando a Numa Pompilio las leyes de Roma. Ulpiano Checa.
- Calendario romano en piedra.
- As de la ciudad celtibera de Segeda.
- Numancia. Alejo Vera.
- Mes de enero. Calendario románico de San Isidoro de León.
- Reproducción del calendario agrícola del Panteón Real de San Isidoro de León.