sábado, 2 de marzo de 2019

EL VINO DEL ASESINO


Mi mujer está muerta, ¡soy libre!
Puedo, pues, beber hasta el hartazgo.
Cuando regresaba sin un sueldo,
Sus gritos me desgarraban los nervios.

Tanto como un rey soy dichoso;
El aire es puro, el cielo admirable...
¡Teníamos un verano semejante
Cuando me enamoré!

La horrible sed que me desgarra
Tendría necesidad para saciarse
De tanto vino como puede contener
Su tumba; — lo que no es poco decir:

La he echado al fondo de un pozo,
Y hasta he arrojado sobre ella
todas las piedras del brocal.
—¡La olvidaré si puedo!

En nombre de los juramentos de ternura,
De los que nadie nos puede desligar,
Y para reconciliarnos
Como en los buenos tiempos de nuestra embriaguez,

Le imploré una cita,
Por la noche, en un camino oscuro.
¡Ella acudió! —¡loca criatura!
¡Somos todos más o menos locos!

Estaba todavía bonita,
¡Si bien muy cansada! Y yo,
¡Yo la quería mucho! He aquí porque
Le dije: ¡Deja esta existencia!

Nadie puede comprenderme. Uno solo
Entre estos borrachos estúpidos
¿Pensó en sus noches morbosas
Hacer del vino una mortaja?

Esta crápula invulnerable
Como las máquinas de hierro
Jamás, ni en verano ni en invierno,
Ha conocido el amor verdadero,

¡Con sus negros encantos,
Su cortejo infernal de clamores,
Sus frascos de veneno, sus lágrimas,
Su estrépito de cadena y de osamentas!

—¡Heme aquí, libre y solitario!
Estaré esta noche borracho perdido;
Entonces, sin miedo y sin remordimiento,
Me echaré en el suelo,

¡Y dormiré como un perro!
El carretón de pesadas ruedas
Cargado de piedras y de barro,
El vagón desenfrenado puede quizá

Aplastar mi cabeza culpable
O cortarme por la mitad,
¡Yo me río, tanto como de Dios,
Del Diablo o de la Santa Mesa!


Este es uno de los poemas más descarnados y trágicos del francés Charles Baudelaire, considerado como el poeta maldito. Será la embriaguez y el vino temas recurrentes en toda su obra. En su conocido poemario Las flores del mal, el vino se encuentran muy presente, pero también las drogas, el juego, la delincuencia y la prostitución, que hacen del título de la obra una descripción perfecta del mísero y marginal contenido que nos regala el poeta y que vivió en primera persona.

En Las flores del mal Baudelaire dedica una buena parte del libro al vino. Cinco son los textos: dos sonetos El vino de los amantes y El vino del solitario; y cinco poemas: El alma del vino, El vino de los traperos y el texto reproducido El vino del asesino (Le Vin de l´assassin). En su apología siniestra del vino Baudelaire llegó a comentar: Quien sólo bebe agua, oculta algún secreto a quienes le rodean.

El vino forma parte de nuestra tradición, de nuestra cultura. Desde las civilizaciones griega y romana pasando por la Edad Media y hasta la actualidad, la importancia del vino en la sociedad occidental es considerable. Esta trascendencia desde su origen llega hasta la propia religión cristiana que, en el momento cumbre de su ritual, como es la consagración, “transforma” el vino en sangre, siendo siempre ésta el elemento común en la mayoría de los sacrificios realizados por el hombre.

Ya desde la antigüedad son continuos los poemas que se dedican al vino: para el griego Homero o el romano Ovidio el vino era el néctar, la bebida de los dioses. España, como país occidental, cristiano y mediterráneo, no es ajeno a la exaltación del vino en la poesía. Uno de las rimas más conocidas es de Gonzalo de Berceo escrito en el s. XIII:

… Quiero fer una prosa en román paladino,
en cual suele el pueblo fablar con so vezino;
ca non so tan letrado por fer otro latino.
Bien valdrá, como creo, un vaso de bon vino ...

Como curiosidad, reproducimos dos de los sonetos contemporáneos sobre el vino más bellos, cuyo autor fue Luís López de Anglada, escritor y miliar que vivió en León, colaboró con Crémer en Espadaña y fundó y dirigió la emisora la Voz de León:

La Bodega 
Bajé, contigo, amor, a la bodega 
y me acerqué al tonel que allí dormía 
por ver si era verdad que en él crecía 
la flor del vino, diminuta y ciega.

Y para poder ver lo que trasiega
el vino al corazón, pensé que unía, 
para jugar, tu boca con la mía, 
porque el amor no sabe a lo que juega.

Uniendo así en tus labios vino y mieles 
le dimos a la flor de los toneles 
como vaso tu labio femenino.

Y todo fue tan dulce y abundante
que nunca la bodega vio otro amante
ebrio de tanto amor y tanto vino.




















Noche de Vendimia
Era de tanto amor la noche aquella
que hasta el alba rompió su compromiso
de clausurar las sombras y no quiso
partir la noche y apagar la estrella.

Subió a su boca el vino y puso en ella
tan breve y embriagante paraíso
que, robando a sus labios el permiso,
busqué su rastro y apuré su huella.

Tantas veces mezclamos vino y beso
que, al fin, el sueño la rindió, por eso
le sirvieron mis brazos como almohada.

Y cuando pudo el sol alzar el vuelo
estaba rojo, como el vino, el cielo
y azul, como sus ojos, la alborada.

Y así … Campoamor, Villaespesa, Panero, Miguel Hernández, Alberti, Cunqueiro, Rosalía de Casto …. realizan poemas sobre el vino. Hasta Federico García Lorca llegó a decir: Me gustaría ser todo vino y beberme yo mismo.

Pero volvamos sobre el título de la entrada: El vino del asesino.


Anochece. Una fina lluvia hace brillar el suelo y las fachadas de los hermosos edificios que rodean la bella Piazza del Duomo, en el centro de la Isla de Ortigia, el punto más elevado de la ciudad de Siracusa, núcleo del primer asentamiento corintio, hace ya 3000 años, y considerada una de las más hermosas plazas de Italia.

Ortigia es la joya de Siracusa. Es un pequeño islote de apenas un kilómetro unido a la ciudad por tres puentes. Accedemos a él por el Ponte Nuovo, desde donde nos contempla la efigie del gran siracusano: Arquímides, para, dejando atrás los restos del impresionante templo de Apolo, adentrarnos en el plano de Ortigia que mantiene el encanto de la ciudad medieval, heredera de la griega antigua. El trazado invita a pasear lentamente por sus bellas, estrechas y tortuosas calles que siempre se pierden en el mar.

Desde la citada Piazza del Duomo, caminamos hacia la costa hasta llegar a la gran terraza que rodea la mítica Fonte Aretusa, ligada mitológicamente al origen de la ciudad, en la que emerge la planta de papiro y se unen en eterno amor la ninfa Aretusa, transformada en manantial, y el dios Alfeo, convertido en río subterráneo. Desde allí  se puede contemplar la espectacular ensenada del Porto Grande de Siracusa.

Después del gran espectáculo visual, volvemos sobre nuestros pasos hacia el interior de Ortigia siguiendo la Vía Roma. A escasos metros del mar encontramos un discreto restaurante con un pequeño pero llamativo luminoso que muestra desafiante su nombre: Le Vin de L`assassin. Nombre un tanto “inquietante” para un lugar especial anclado en un paraje único.


Siracusa es “hija” de griegos. Y griegos son los que introducen el vino y sus virtudes en occidente a través de su comercio y sus numerosas colonias. El historiador heleno Tucídides ya en el s. V aC llegó a decir: Las gentes del Mediterráneo empezaron a emerger del barbarismo cuando aprendieron a cultivar el olivo y la vid.


Si acudimos a la mitología griega, la primigenia historia del vino se encuentra perfectamente detallada en ella. Y así tenemos a Dionisio, el antiguo dios mitológico griego del vino y la fertilidad. Dionisio es representado como navegante por el Mediterráneo portando una abundante planta de vid, plagada de racimos, que crece mágicamente del mástil de su navío. Esa bella imagen, como no podía ser de otra manera, se encuentra pintada en el fondo de un kílis, conocido como el Kílis de Exequias, (s. V aC), copa de cerámica de figuras negras que precisamente se usaba para servir y disfrutar del vino.


El bistro o pequeño restaurante siracusano que se anuncia con el título del trágico y descarnado poema de Baudelarie, se sitúa, como hemos dicho, en un lugar delicioso. En una estrecha calle entre palacetes de grandes sillares y a unos pocos pasos del Mediterráneo, casi “fondeado” en la gran bahía siracusana.

Resulta imposible no entrar. Más cuando comprobamos el apetitoso y variado menú expuesto en grandes pizarras, que alterna entre los típicos platos italo-sicilianos con los tradicionales franceses y europeos. Pero sobre todo, nos atrapó el nombre del establecimiento y su pequeña exposición de vinos que recuerda los actuales "wine bar" (bar de vinos), establecimientos que surgen y “pelean” en la actualidad con las típicas cervecerías, y que son la punta de lanza del contraataque de la cultura ancestral del vino ante las modernas opciones de consumo.

La cena resultó excelente, dejando atrás la “monotonía” de la comida italiana de los últimos días a la que no estamos tan acostumbrados. Un lugar muy atractivo y, como suponíamos, una carta con variedad de platos de la Sicilia mediterránea y centroeuropea. A esa excelencia contribuyó, y de qué manera, un vino rosso siciliano embotellado para la casa: Le vin de L´assassin, cuya degustación resultó mucho más agradable, más reconfortante y menos dramática que el contenido del poema de Charles Baudelaire.


- Charles Baudelaire.
- Luís lópez de Anglada.
Piazza del Duomo. Siracusa.
Fonte Aretusa. Siracusa.
Le Vin de l`assassin.
Kílis de Exequias, (s. V aC).
- Tumba del Nadador.  Paestum.
- Vía Roma. Siracusa.



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