lunes, 14 de diciembre de 2020

Los orígenes del "Belén"


La estampa del nacimiento de Jesús y los sucesos que lo rodean, como puede ser la "Adoración de los Magos" o el "Anuncio a los Pastores", son historias que están siempre presentes en los belenes. La base para la construcción de estas y otras escenas se encuentra en dos de los llamados Evangelios Sinópticos o Canónicos, los de Lucas y Mateo, pero también en los textos no reconocidos por la Iglesia, los denominados Evangelios Apócrifos, que son más pródigos en pinceladas y detalles que aportan una mayor simpatía y ternura al suceso.


Se considera a Francisco de Asís el creador y precursor del belén, por la representación que realizó en el año 1223 en la localidad italiana de Greccio, a medio camino entre Asís y Roma. Su presencia en ese lugar cuenta con una curiosa leyenda. Francisco visitaba la aldea periódicamente para predicar, lo que supuso que, con el tiempo, sus habitantes le pidieran que permaneciera junto a ellos. Giovanni Velita, señor de Greccio, decidió edificar una casa para Francisco y sus hermanos.

El Santo receló del ofrecimiento, temiendo que el contacto permanente con la población, les hiciera olvidar y perder sus prácticas eremíticas, pero al final cedió con la condición de que el convento fuera construido, al menos, a un tiro de piedra. El señor de Greccio, que era ya anciano y se desplazaba con dificultad, eligió a un niño para que lanzara un tizón encendido lo más lejos posible y, para sorpresa de todos, el proyectil describió una inmensa parábola estrellándose contra un monte rocoso a más de dos kilómetros de distancia. En aquél pedregal se excavaron algunas grutas acondicionándolas para vivienda de todos los hermanos; de esta manera, Francisco y sus seguidores consiguieron permanecer suficientemente alejados de la población.



"Qué miran en la tierra, qué contemplan? a Aquél, entorno al cual los astros giran, gran Astro del amor, del regazo santísimo escurrirse, y de Francisco, en brazos, dormirse acunado sobre su corazón"  (Jacinto Verdaguer)

Y allí, en Greccio, en el valle de Rieti, se produjo la primera representación viviente del nacimiento de Jesús el día de Navidad de 1223. A pesar de que el Papa Inocencio III había prohibido en 1207, solo dieciséis años antes, las teatralizaciones sagradas, Francisco consiguió de su sucesor Honorio III, una dispensa para realizar dicha celebración.


Con varios días de antelación hizo preparar en una de las cuevas cercana al monasterio un pesebre con heno, y dispuso que se trajera al lugar una mula y un buey. A medianoche acudieron a la cueva para celebrar la misa todos los hermanos, además de los vecinos de Greccio y los campesinos de las aldeas vecinas, que iluminaron el recinto y sus alrededores con antorchas.



Francisco celebró la misa sobre el pesebre y en la lectura del Evangelio, en el momento que llegó al pasaje: “Gloria a Dios en las alturas, paz en la tierra a los hombres de buena voluntad”, una luz azul iluminó la cuna y todos pudieron ver a Francisco inclinarse y después incorporarse con un recién nacido en los brazos. El niño, sonriendo y agitando sus menudos pies, tendió sus brazos y acarició la barba y mejillas de Francisco, mientras este lo alzó gritando: “¡Hermanos, éste es el Salvador del mundo!"


Si bien puede resultar excesivo asegurar que aquella noche de Greccio fue el origen de las representaciones del Nacimiento, sin embargo, está justificado considerar el suceso como el punto de partida de un fenómeno con una difusión posterior extraordinaria en todo el mundo. Los franciscanos, a ejemplo de su fundador, se convirtieron en los pioneros del "Belén" en las iglesias y conventos que abrieron por toda Europa. Por ello, desde 1986, San Francisco de Asís es considerado el patrón universal del belenismo.




- Natividad. John Singleton.
- Greccio. Italia.
- La Navidad de San Francisco. Giotto.
- Cueva de Greccio.


sábado, 21 de noviembre de 2020

La campana más antigua de España: La Laurentina

              

LAS VELAS (sobre Cantiga de Santa María nº 180) - Empleo "carrillón de martillo"

Desde hace unos meses han desaparecido, inexplicablemente, centenares de fotografías de mis entradas, que de esta manera han quedado sin referencias importantes sobre su contenido. Una vez revisadas he creído necesario rehacer y actualizar la mayoría de las que hacen referencia al arte, patrimonio e historia de León.


Una de las entradas que considero más interesante y que sin fotografías carece prácticamente de sentido, es la relativa a la existencia en la Real Basílica de San Isidoro de León de la campana denominada La Laurentina.


La campana de San Lorenzo o Laurentina es prácticamente desconocida, a pesar de ser considerada la campana más antigua de España que ha llegado a nuestros días y una de las más antiguas de Europa, si bien hay que señalar que se trata de una campana inutilizada para su uso y no instalada en campanario. Existe otra pieza en el Museo de Córdoba de fecha anterior (año 930), pero se trata de una pequeña campanilla votiva mozárabe (21 x 30 cm.) donada al Monasterio de San Sebastián del Monte, en plena sierra cordobesa, por el abad Samsón.

Sin embargo, la campana de San Lorenzo, fundida en 1086, el mismo año en el que Alfonso VI de León es derrotado en Sagrajas por las tropas almorávides de Yusuf, es ya una campana de significativas medidas para la época: 57 cm de diámetro, 1,75 metros de circunferencia y aproximadamente 80 kg. 

En una época (finales del XI) de construcción-remodelación de la iglesia y su Panteón Real, su destino sería la torre del templo con el objeto de ser oída en toda la ciudad y no simplemente para ser utilizada en los actos litúrgicos del interior. Esta última, sería la función de la pieza cordobesa que, curiosamente, es idéntica a la que porta uno de los ovinos reflejados en la "Anunciación a los pastores" del propio Panteón Real de San Isidoro.



La utilización de las campanas para comunicar cualquier tipo de acontecimiento viene de antiguo, pero en las iglesias cristianas comenzaron a usarse tardíamente. En los primeros siglos, los anuncios y las llamadas se hacían de puerta en puerta por medio de los “cursores”, diáconos dispuestos para esta ocupación. Más adelante, se usaron objetos de madera o platillos de metal, que se golpeaban unos con otros, pero también trompas y bocinas.



En sus inicios las campanas son denominadas “signum” (en el epígrafe de la campana leonesa se la designa así), comenzando a fundirse las de mejor calidad y tamaño en la región italiana de Campania en el siglo VII, de ahí el origen posterior de su nombre. También se las conocen con el nombre de “nolas”, debido a que la ciudad de Nola es la capital de la Campania, si bien este apelativo queda con el tiempo para designar las de pequeño tamaño: campanilla, esquila, codón, etc., que se utilizaban en el coro, refectorios, instrumentos o actos litúrgicos. 


En las iglesias antiguas y en las de nueva construcción, se impone la edificación de torres con el fin de instalar las campanas para que su sonido, gracias a la altura, llegara lo más lejos posible, convirtiéndose, de alguna manera, en el medio de comunicación tradicional que el pueblo escucha y sabe interpretar. Marcan el tiempo de la colectividad e identifica el lugar donde suceden asuntos importantes, tanto religiosos como civiles.


Estas torres imitan en altura a los minaretes de las mezquitas, y las campanas a la voz del almuédano convocando al pueblo a la oración. Pero los musulmanes siempre fueron contrarios a su uso al pensar que su tañido asusta a los espíritus vagabundos e interrumpe el descanso de las almas. 


Los árabes en su expansión militar, hicieron enmudecer las campanas que había en los territorios ocupados, bajándolas de las torres y utilizándolas como lámparas o adornos en sus mezquitas y palacios. Conocida es la historia de las campanas de Santiago de Compostela que, desmontadas por Almanzor en la invasión del año 997, las trasladó a la mezquita de Córdoba a hombros de esclavos cristianos. Fernando III las recuperó en su conquista de 1236, y las devolvió, esta vez a hombros de musulmanes, a la catedral de Santiago.


Según va avanzando la Reconquista las campanas se multiplican en la España cristiana, y entre los siglos XV y XVI se funden las mejores campanas de bronce (80% de cobre y 20% de estaño), muchas de las cuales aun siguen sonando espléndidamente. Actualmente, y siguiendo al experto valenciano Frances Llop, existen 150.000 campanas censadas en la Península, de las que 1077 están ancladas en las 94 catedrales españolas. 

Como curiosidades, Llop señala que la más antigua en funcionamiento es la “Wamba”, que suena en la catedral de San Salvador de Oviedo nada menos que desde 1219; la segunda más antigua es “María Caterina”, que está ubicada y funcionando desde el año 1305 en la torre del Miguelete de la catedral de Valencia. La catedral que posee más campanas es la de Málaga, con 37 piezas, y la más grande, con 2,90 metros de diámetro y 7500 kg. de peso, es “La Gorda” en la catedral de Toledo, fundida en 1753; según se decía, su potente tañido hacía abortar a las embarazadas y, en algunos días, podía oírse desde Madrid. 

Pero existen otras anécdotas, como la condena a muerte que sufrió "
Honorata", la campana de la Catedral de Barcelona, que en 1714 tras el sitio de la ciudad, fue sentenciada por Felipe V ordenando que fuera ajusticiada por haber  tocado a rebato contra su ejército. Fue bajada de la torre, destrozada públicamente y fundida para hacer cañones.

En la catedral de Murcia se encuentra desde 1383, “La Mora”, llamada también de “Los Conjuros”. Era costumbre que, desde mayo a septiembre, sonara todos los días a las 5 de la tarde con el fin de ahuyentar de la ciudad todo tipo de males: riadas, epidemias, tormentas, etc. También se decía que su tañido servía para "conjurar" a las nubes y hacer que descargaran su lluvia, siempre muy escasa en la zona.


Pero la campana más conocida por el suceso ampliamente divulgado en literatura, teatro y pintura, es la legendaria “campana” de Huesca, aquella en la que en el año 1136 el rey aragonés Ramiro II mandó colgar como escarmiento las cabezas de los nobles rebeldes de la ciudad, siguiendo los consejos del abad de San Juan de la Peña.



Como ya hemos comentado, la campana leonesa de San Lorenzo mide de 57 cm. de diámetro y pesa unos 80 kg.; tiene una bella forma de tulipán y su corona posee tres anillas, más grande y potente la central, y dos pequeñas foraminas triangulares, llamadas "oídos": dos orificios para modificar y mejorar su sonoridad. No obstante, una grieta importante impide su utilización a pesar de los vastos intentos de soldadura que, en su momento, se realizaron para solucionar su estado. A pesar del fracaso en el intento de rehabilitación, no debe darse por perdida ya que las técnicas actuales permiten su restauración, pudiéndose recuperar totalmente sus valores culturales, sonoros y sus toques tradicionales.

En el círculo o anillo sonoro posee, muy bien grabada en escritura visigótica, una inscripción de aproximadamente 3 cm. de altura entre dos franjas con dos cordones incisos; se trata de una roboratio, denominada así porque da noticia significativa del donante que ofrece el objeto votivo:


+ INNME DNI OBHoNOREM SCI LªVRENTi ARCE DCNI RVDERICVS GVNDISaLBIZ HoC SiGNUM FiERI ISSIT INERA CXXIIII P T S


+ EN NOMBRE DEL SEÑOR. EN HONOR A SAN LORENZO EL ARCEDIANO RODRIGO GONZÁLEZ MANDÓ QUE SE HICIERA ESTA CAMPANA EN LA ERA DE 1124.



Hay que tener en cuenta en relación con la datación de la inscripción, que la “era hispánica” llevaba 38 años de adelanto (fecha de referencia de la “pacificación romana": 1 de enero del 38 a.C), usándose con normalidad este calendario en documentos e inscripciones del s. III al s. XV en España y sur de Francia. Teniendo en cuenta esta práctica, la leyenda de la campana que hace mención a “Era Centesima vigesima quarta post millesima” (INERA CXXIIII P T S), corresponde realmente al año 1086.


Como señala la inscripción, la campana fue donada a finales del siglo XI por un arcediano, principal dignatario del cabildo, en honor a San Lorenzo. El arcediano Rodrigo González sería con seguridad el "padrino" en la consagración y bautizo de su campana.

El cáliz y las campanas son los únicos utensilios litúrgicos que se consagran, los demás únicamente se bendicen. La ceremonia de consagración de las campanas, llena de simbolismo, se realiza en un bello ceremonial protagonizado, generalmente, por el obispo.


La campana se suspendía sobre el suelo en un acto solemne, donde participaban los fieles y el clero. El padrino y la madrina, en su caso, se situaban junto al obispo que rociaba la campana con agua bendita con el fin de ahuyentar los demonios, alimañas, granizo, los rayos, etc. Los diáconos la lavaban por dentro y por fuera también con agua bendita y luego era cuidadosamente secada mientras se entonaban salmos.


El obispo se ponía debajo con el incensario inundando todo su interior, mientras era uncida por dentro y fuera con los óleos sagrados. Los padrinos debían elegir un nombre, por lo general correspondiente a un santo, en este caso San Lorenzo, y el obispo se dirigiría de esta manera a la campana:

"En honor de San Lorenzo, que la paz sea contigo de ahora en adelante, querida campana".


¿Porqué San Lorenzo? Los arcedianos, como en este caso el donante Rodrigo González, se encargaban, entre otras misiones, de las obras de caridad y la administración de los bienes de la diócesis; San Lorenzo, mártir en el siglo III, es nombrado por el Papa Sixto para administrar los bienes de la Iglesia y el cuidado de los pobres, por lo que es considerado el primer "tesorero" de la Iglesia. Seguramente el arcediano leonés quería rendir tributo al primer diácono que, como él, se encargaba de gestionar y gobernar el patrimonio eclesiástico.



Actualmente, la campana de San Lorenzo está colgada de uno de los muros de la Capilla de los Vacas, una de las salas-capillas del claustro de la Colegiata de San Isidoro dedicadas al enterramiento de importantes familias leonesas. Junto a ella, en el centro de la sala y dentro de una vitrina, el "Gallo de San Isidoro" que posee sus correspondientes, aunque bastante simples, paneles explicativos. La Laurentina simplemente tiene una escueta referencia: "Campana mozárabe. 1086". La campana más antigua de España, no muestra más reseñas.


Pero no solo su antigüedad la hace interesante. La Laurentina no estaba situada en un templo o ciudad cualquiera de la Península, se ubicaba en un lugar privilegiado y trascendental de la España que iniciaba el segundo milenio. Se hallaba en la capital del Reino que hacía frente al poder musulmán, y concretamente en el templo emblemático de la ciudad en el que los reyes leoneses eligieron como lugar de enterramiento. Pero también sobre el Camino de Santiago, en la torre del templo que controlaba la Puerta de Renueva de la muralla defensiva leonesa, la salida natural de la ciudad hacia el Oeste, hacia Compostela.

Desde su otero en la torre de la Basílica, la campana de San Lorenzo llamaría a prelados, nobles y reyes, convocaría Concilios y Cortes, sería testigo de grandes hechos y empresas, de excelsos enterramientos, celebraría hazañas, revelaría a los leoneses peligros y riesgos, fijaría la liturgia y marcaría las horas de la vida en la ciudad. Pero a la vez, sería testigo del paso de generaciones y generaciones de peregrinos que, desde los comienzos de la ruta ancestral, pasarían por la ciudad de León, la capital del Reino, en dirección a Finis Terrae mientras escuchaban sus solemnes tañidos.


Ahora, desde el vacío claustro de San Isidoro y cerca de cumplir 1000 años, solo puede esperar mejores tiempos y escapar de la condena de olvido y de silencio obligado.




- La Laurentina. Capilla de Los Vacas, Claustro de San Isidoro de León. 
- Campanilla votiva del abad Samson. Museo de Córdoba. 
"Anuncio a los pastores". Panteón Real de San Isidoro. 
"Los campaneros". Alexandre Gabriel Decamps. 
- Traslado campanas de Santiago a Córdoba. Catedral de Santiago de Compostela. 
- Grabado del regreso de las campanas a Compostela. 
"Wamba". Catedral del Salvador. Oviedo. 
"La Gorda". Catedral de Toledo. 
"La Mora". Museo, antes Catedral de Murcia. 
"La Campana de Huesca". José Casado de Alisal. 
- Grieta en la Laurentina. - Inscripción "San Lorenzo". 
- Beato de Tábara (siglo X). Imagen campanario primitivo con dos campanas y campanero. 
- Carrillón diatónico. Cantigas, siglo XIII. 
- Claustro y torre de la Real Colegiata de San Isidoro de León.
 - Carrillón martillo. Cantigas, siglo XIII. - La Laurentina en su ubicación.



domingo, 15 de noviembre de 2020

Los gallos de San Isidoro de León


Hace unos pocos años pudimos admirar en la localidad francesa de Bayeux, una de las obras más impresionantes de la Edad Media fechada en el s. XI: el Tapiz de Bayeux (La Tapisserie de Bayeux), también conocido como el "Tapiz de la reina Matilda"(http://www.fonsado.com/2011/09/bayeux-centro-de-dos-invasiones.html).

Se trata de un gran lienzo bordado de 70 metros que narra la conquista de Inglaterra por el normando Guillermo el Conquistador. En uno de los apartados historiados se narra la muerte y el entierro del último rey sajón, Eduardo “el confesor”. Las imágenes del entierro muestran como los restos del monarca inglés son llevados a hombros por sus fieles a la Abadía de Westminster en Londres, donde fue enterrado. 


Sobre el tejado del templo se puede observar como un personaje instala en lo alto de la torre un gallo, dejando constancia y notoriedad de la importancia que ostentaba la conocida abadía al encontrarse bajo la advocación de San Pedro. Como sabemos, la presencia del gallo entre los cristianos rememora el episodio bíblico de la traición, de la negación por tres veces de Pedro en los momentos previos a la Pasión, cuando el gallo, cantando dos veces, recuerda al apóstol que Jesús le había profetizado su acto de cobardía (Mc 14,30) (En los Evangelios de Mt. 26,34, Lc. 22,34 y J. 13,38, Pedro niega a Jesús tres veces, antes de que cante el gallo una vez). 

A partir del s. IX el gallo se convirtió en la imagen recurrente de la mayoría de las iglesias. El papa Nicolás I implantó la costumbre de situar sobre las veletas existentes en lo alto de las Iglesias un gallo que simbolizase la resurrección de Cristo, pero también con la finalidad de alejar al demonio, por la vinculación del gallo con San Pedro, personificado éste como germen y cimiento de la Iglesia: “Sobre esta piedra edificaré mi iglesia, y las puertas del infierno no prevalecerán contra ella”.

Esta simbología de "resurrección y defensa del mal", aparece significativamente en la Real Colegiata Basílica de San Isidoro de León en tres lugares emblemáticos: 

-Dibujado en el más bello y completo de todos los beatos, el Beato de San Isidoro, también conocido como Beato de los reyes Fernando I y Dª Sancha.

- Coronando altivamente la veleta de la formidable torre románica, desde donde vigila desde hace siglos el devenir de la ciudad.

- En las extraordinarias pinturas románicas del Panteón Real, en las que no aparece una sino dos veces. 

Fechado en 1047 el Beato de San Isidoro permaneció en la Colegiata hasta el siglo XVI-XVII, en las que pasó a manos de los marqueses de Mondéjar. Felipe V, tras la guerra de Sucesión, incautó la biblioteca de los marqueses y el Beato pasó a la Biblioteca Real y de ahí a la Biblioteca Nacional, en la que actualmente se encuentra.

El gallo del Beato de San Isidoro se halla dentro de una de las 98 miniaturas que contiene, conocida como el Arca de Noé. La ilustración nos muestra el Arca en forma de casa, con un tejado a dos aguas que cobija cinco estancias, cuatro de animales y la superior reservada a Noé, su mujer y sus tres hijos y esposas. 

Hay que señalar que desde antiguo el Arca de Noé se usaba normalmente para representar a la Iglesia, identificándola como la “casa de salvación”. Bajo la representación de Noé y su familia, en la miniatura se muestran las cuatro estancias llenas de animales. En la primera o más baja, se representan los grandes mamíferos: elefante, camello, jirafa, … En la segunda aparecen animales mitológicos y fantásticos que, por supuesto, nunca “estuvieron” en el Arca, aunque se encontraban presentes en la mente del hombre medieval. La tercera estancia corresponde a los grandes depredadores y en la cuarta aparecen los animales “domésticos” entre los que destaca y se define claramente un gallo amarillo con cresta y carúncula roja que, sobre el fondo negro, es el animal que más fácil resulta de identificar en la bella miniatura. 


Desde el año 2002 se expone en el Museo de la Real Colegiata de San Isidoro de León el gallo-veleta, uno de los emblemas de la ciudad, que desde hacía casi mil años coronaba la torre campanario de la Basílica, acompañando así el quehacer cotidiano de la ciudad y que ahora ha sido sustituido por una magnífica réplica fundida en bronce dorado.


Esta pieza excepcional ha permanecido imperturbable cientos de años en lo alto de la torre, desde la que ha sobrevivido a mil circunstancias adversas, sobre todo a los acontecimientos del convulso siglo XIX, en el que San Isidoro pasó por delicados momentos de supervivencia, como los graves sucesos provocados por la entrada, ocupación y saqueo de las tropas francesas, durante los cuales algún soldado gabacho consiguió hacer impacto en la pieza con su mosquetón.

Pero también resistió a los complicados períodos de la Desamortización de mediados de siglo, además de sobrevivir a las revueltas y asaltos de la revolución de 1868 y a las tristes incautaciones gubernamentales de los años 1868-69 que se sucedieron en la Basílica, que supusieron el traslado a Madrid de varias piezas únicas que ahora se exhiben en el MAN http://www.fonsado.com/2013/01/la-incautacion-de-obras-de-san-isidoro.html

Su localización en lo alto de la torre debió de tener con seguridad una doble función. En primer lugar, su ubicación debe dirigirse a una funcionalidad simbólica, como símbolo solar que anuncia la salida del sol, el triunfo de la luz contra las tinieblas; pero también, como emblema particular de Cristo poniendo particularmente de relieve su simbolismo solar: luz y resurrección. 

Gracias a la importante restauración de la torre románica en el año 2001, se produjo el desmontaje y posterior restauración de la excepcional pieza, permitiendo también una serie de actuaciones que implicaron estudios artísticos, históricos, entomológicos, palinológicos, además de un profundo análisis metalográfico y hasta paleográfico, cuyos resultados se dieron a conocer públicamente en el 2004 mediante las actas de las “Jornadas Isidorianas sobre el gallo de la torre”, espléndidamente publicadas por la Cátedra de San Isidoro. 


En principio, no hay ninguna duda de que el gallo es una pieza de metalistería islámica con un claro destino palatino. Pero, ¿cuál puede ser su verdadera procedencia, su ubicación en la Península? No existe una respuesta definitiva al respecto, pero durante el siglo XI existe una curiosa e interesante línea de conexión entre la ciudad de León, capital del Reino, con el al-Ándalus. En esta conexión o vínculo, que se concreta en una serie de sucesos armados, podría haber tenido lugar el traslado a la ciudad de esta sugestiva obra.

Se desconoce el momento concreto en el que el gallo se situó en el campanario. Su instalación va unida a la construcción del segundo cuerpo o campanario de la torre, si bien, en la pieza cónica ajena a la figura del gallo que protege el vástago o eje central permitiendo la movilidad de la veleta, existe una inscripción cuya grafía, según los estudios realizados, corresponde a finales del siglo XI o inicios del XII. 

Aunque los islamitas de la Península eran expertos metalistas, como lo demuestran los importantes talleres y las obras que han llegado hasta nosotros, los análisis terrígenos realizados al gallo por el Departamento de Biología Vegetal de la Universidad de León, demuestran la presencia de pólenes de especies vegetales distintas a las que existen en la cubierta de la torre donde estaba anclado, al tener éstos un origen oriental, concretamente pertenecen a especies propias de la cuenca del Golfo Pérsico. De esta manera, fácilmente puede tratarse de una obra artística más de la frecuente importación de materiales o piezas de arte que los andalusíes se hacían traer de Oriente.

A pesar de ello, la hipótesis expuesta de que nos encontramos ante una obra posiblemente importada de Oriente, no desvirtúa la posibilidad de su llegada al Reino de León desde el al-Ándalus, como adquisición, tributo o acción militar. 

Esta última opción es probablemente la más factible debido a las incursiones militares leonesas en esa época, como la ocurrida en 1009 donde tropas leonesas saquearon el palacio califal de Medina Azahara, o pudo haber sido traído por Alfonso VI como parte de los saqueos realizados en 1072-1075 en los alrededores de Córdoba en apoyo a su aliado Al-Mamún, rey de Toledo. Tampoco se puede descartar su origen valenciano como parte del botín obtenido por Alfonso VI, motivado por  los impagos del musulmán Al-Qadir, o también, proceder de alguno de los palacios que el propio Al-Mamún tenía en Toledo y que, tras la conquista de la ciudad en  1085 por Alfonso VI, pudo haber sido trasladado a la capital leonesa para adornar la torre del Panteón Real de San Isidoro de León, tumba de sus padres Fernando I y Sancha. (http://www.fonsado.com/2009/03/el-gallo-de-san-isidoro-de-leon-ii.html).


El Panteón Real de San Isidoro es una pequeña estancia cuadrada abovedada de unos 65 m2 que se encuentra a los pies de la Basílica, con la que esta comunicada, y que ya pertenecía al anterior templo dedicado a San Juan Bautista. 

Dos corpulentas columnas parten el recinto en tres naves y junto con los arcos formeros y los arcos fajones forman seis bóvedas de crucería muy planas, que contienen un extraordinario y único ciclo de pintura románica realizado sobre una base de estuco blanco alrededor del año 1170, año en que todavía está vigente la liturgia mozárabe en el Reino leonés. 

Para su realización se utilizaron preferentemente colores como el ocre, amarillo, rojo y gris, todos ellos en diferentes matices; además se incorporan inscripciones que tratan de explicar las escenas que se muestran. Algunas de las paredes laterales también revelan pinturas con distintos hechos: “Crucifixión”, “Cordero de Dios” y “Natividad”, en el lado este (puerta de entrada a la iglesia); “Visitación y Anunciación” y “Epifanía y Huida a Egipto” en el paramento sur (la actual entrada). 


Las bóvedas se distribuyen de este a oeste: frente de la “Crucifixión” se localizan “Cristo Apocalíptico” y “La Pasión”; en el centro, frente a la representación del “Cordero”, las bóvedas del “Pantocrátor” y la “Santa Cena”; por último, frente a las imagines de la "Natividad", están las bóvedas del “Anuncio a los Pastores” y la “Matanza de los Inocentes”.


En una de las enjutas de la bóveda de la “Santa Cena” aparece en un lugar destacado un expresivo gallo que mira hacia la derecha, realizado en color negro salvo alas, cresta y carúncula que se muestran rojizas. Se localiza en un lugar destacad0 del conjunto apoyado en roleos vegetales y con su cartela identificativa: GALLVS.

Su presencia en la escena de la “Santa Cena”, considerada la escena principal del Panteón, confirma la importancia que para la tradición cristiana representaba el ave, como protagonista de la profecía en la que Jesús señalará la cobardía de Pedro al negarle tres veces: "Antes de que el gallo cante dos veces tú me negarás tres". Este triste episodio del Apóstol servirá para convertirle en pilar, base y sustento inmutable de la Iglesia, y el gallo pasará con el tiempo a ser símbolo de resurrección y firme protección ante el mal, como ya hemos citado.


Este gallo es una de las imágenes más conocida, divulgada y representada del Panteón Real y su parecido con la figura del gallo de la torre románica es patente. Colas, carúnculas, picos y sobre todo las crestas, son prácticamente semejantes. 

Pero no es la única imagen de ave del Panteón Real. La bóveda denominada de la “La Pasión” cuenta con una serie de escenas: Cirineo portando la cruz, Pedro cortando la oreja a Malco, Pilatos lavándose las manos, y varios soldados. En otra de las escenas, una sirvienta (MVLIER ANCILLA) afirma ante Pedro que él era uno de los seguidores de Jesús, a lo que este lo niega rotundamente como muestra la representación del Apóstol rechazando la afirmación con las dos manos alzadas. Al lado, se muestra otro gallo (figura poco conocida) que parece mirar la escena desde la percha en la que está apoyado, estira su cuello y con el pico abierto emite por segunda vez su canto (o primera, según Evangelios), cumpliéndose así el vaticinio de la negación por tres veces de Jesús por parte de Pedro: 


… Y enseguida cantó por segunda vez un gallo, y se acordó Pedro de la palabra que Jesús le había dicho: “antes de que el gallo cante dos veces me negarás tres”. Y recordándolo, lloraba. Cantó el gallo y Pedro volvió en sí. Jesús sale entonces de la casa de Anás a la de Caifás, y en el revuelo de la salida sus miradas se cruzan. Jesús le mira con compasión. Pedro se da cuenta de lo que ha hecho y "salió fuera y lloró amargamente" (Mc 14, 30). 


El gallo de esta bóveda aunque se orienta hacia la izquierda, posee los mismos colores, trazos y parecido que el anterior, aunque se aprecia más realista a pesar de su peor conservación. Bajo la imagen, la inscripción TRISTATVS EST PETRVS (Pedro está triste), haciendo referencia a la tercera negación del Apóstol. En otra escena de la misma bóveda, se muestra a Pedro llorando, fiel descripción del texto del Evangelio de Mateo (PETRVS FLEVIT, “Pedro lloró”, dice la inscripción).







miércoles, 7 de octubre de 2020

7 de octubre: Lepanto

 

clip_image002

Hace unos pocos años, por estas fechas, cruzamos el Golfo de Corinto por el Puente de Rio-Antírio, cuyo nombre oficial es Charilaos Trioloupis, en honor a un antiguo primer ministro de Grecia. La excepcional obra de ingeniería une la península del Peloponeso con el resto de Grecia, cerca de las ciudades de Patras y Lepanto, respectivamente.


Puente Rio-Antírio

Mientras recorríamos los cerca de tres kilómetros de distancia entre las dos orillas en dirección a la Grecia continental, disfrutamos de las vistas del Golfo de Corinto a nuestra derecha y del Golfo de Patrás a la izquierda que se abre al Mar Jónico. Entre ambos, el pequeño Golfo de Lepanto, que recibe su nombre de la pequeña localidad de Lepanto, en griego Naupacto. Esta pequeña población dio su nombre a la mayor batalla naval de la Historia, a la gran victoria de España y sus aliados, a un trascendental triunfo de la sociedad cristiana sobre el Islam: "Lepanto".

800px-Lepanto_nafpaktos_port

6317469

6317573Grecia_ (16)
















En Lepanto se enfrentaron dos visiones completamente distintas del mundo, divergentes y opuestas en lo político, en el terreno militar, en lo económico, en las costumbres, etc. Las consecuencias de aquel enfrentamiento, de aquella victoria que terminó con el futuro sombrío de Occidente, llegan todavía hasta la actualidad.

20151005_160858

La población de Naupacto está situada a modo de un gran anfiteatro sobre la ladera de una colina, que alcanza el mar con un bello puerto en forma de bahía, protegido por murallas. Desde el alto del castillo, se tiene una extraordinaria vista desde la que se distingue la ciudad de Corinto al este. Enfrente, al otro lado del estrecho, las llanuras del Peloponeso y a la derecha la impresionante silueta del puente de Río-Antírio, que marca la divisoria con el Golfo de Patrás.

clip_image004Sobre las murallas medievales que conforman y protegen el pequeño puerto, encontramos la estatua de Cervantes, como marino en la batalla de Lepanto. Un homenaje de esta ciudad al que, posiblemente, sea el más universal de los combatientes en la gran batalla.

Concretamente hoy se conmemora el aniversario de la batalla naval de Lepanto, 7 de octubre de 1571. La trascendental derrota naval turca, significó el final del peligroso expansionismo militar del Imperio Otomano hacia Occidente, que se inicia con la toma de Constantinopla en 1453 por el sultán Mohamed II que, ante el asombro del mundo y consciente de la importancia de aquella ciudad en la historia como capital del Imperio Romano de Oriente, se declaró “Kayzer-i Rum” (César de Roma), además de impulsar como ideología política, el denominado “Nizam ul Alem” (el Orden Mundial), estrategia que se basaba en el concepto de conseguir el dominio político y miliar global.

Desde aquel momento, España asume la contención ante la embestida otomana, dando lugar a un choque brutal de culturas e intereses. Los turcos consideraron a los españoles como su gran oponente y rival y siempre siguieron muy de cerca las actividades españolas, no sólo en el Mediterráneo, sino también en el Océano Índico y en el norte de África. Cortaron y reprimieron cualquier relación española con países de su retaguardia, además de establecer delicadas alianzas con los enemigos cercanos a España, en aquel tiempo: Francia, Inglaterra y algunos principados alemanes.

IND132961 The naval battle of Lepanto between the Holy League and the Turks in 1571 (oil on canvas) (detail) by Brugada, Antonio de (d.1863); Museu Maritim Atarazanas, Barcelona, Catalunya, Spain; Index; Spanish,  out of copyright

Los primeros encuentros armados suceden durante el reinado de Fernando el Católico, a finales del s. XV, con motivo de las campañas militares turcas sobre Rodas y Otranto. Desde aquellos momentos, la situación de guerra fue permanente entre turcos y españoles.

andrea-micheli_naval-battle-of-lepanto
A principios del s. XVI, la presencia otomana en Occidente es constante y cada vez más peligrosa. Atacan las costas de Italia, invaden Hungría, llegando a las puertas de Viena, conquistan Túnez y Chipre, se apoderan de Trípoli, asedian Malta …

La oposición resultó escasa y débil. Una armada de cruzados organizada por Venecia fue derrotada en Prevence en el año 1538, y la campaña de Carlos V en Argelia resultó un desastre. La hegemonía en el Mediterráneo era indiscutiblemente para la flota turca.

Las costas e islas españolas no se libraron de la amenaza, sufriendo importantes ataques las poblaciones de Mallorca y Menorca. Ante este peligro, la sociedad española se movilizó. Se construyeron galeras y organizaron flotillas de barcos guardacostas; se formó una milicia ciudadana de defensa, se edificaron por todo el litoral torres de vigilancia que servían para avistar con prontitud de la presencia de navíos enemigos y de esta manera organizar de inmediato a los vecinos para la defensa. Muchos pueblos de la costa se retiraron a las alturas y la frase, ¡Moros en la costa!, es un recuerdo actual de aquel tiempo de peligro e inseguridad permanente en nuestro litoral.

batalla-lepanto

Ante esta insostenible situación, tarde o temprano tendría que producirse un gran enfrentamiento que implicara la definitiva caída de Occidente o el fin de la exclip_image006pansión turca. Y eso último fue lo que ocurrió el 7 de octubre de 1571, en la costa griega, en el Golfo de Lepanto.

clip_image009“Hijos, a morir hemos venido, o a vencer si el cielo lo dispone. No deis ocasión para que el enemigo os pregunte con arrogancia impía ¿dónde está vuestro Dios? Pelead en su santo nombre, porque muertos o victoriosos, habréis de alcanzar la inmortalidad”. Esas fueron las palabras que Don Juan de Austria, almirante de la fuerza aliada, dirigió a los españoles antes del encarnizado combate. A pesar de la aplastante superioridad turca en tropas y navíos, la victoria española no se debió a la disposición táctica cristiana, como se suele señalar, ni a las ingeniosas maniobras a lo largo de la batalla.

clip_image008Las naves españolas consiguieron la victoria gracias a su gran potencia de fuego, muy por encima de la turca, tanto en la artillería de los navíos, como en el fuego de las armas individuales de la infantería embarcada: los conocidos como Tercios Viejos (Nápoles y Sicilia).

El empleo de los Tercios, enrolados para esta gran ocasión, fue también decisivo en el combate, tal es así, que desde entonces el embarque de infantería fue habitual en los navíos de guerra, pasando a ser el abordaje la táctica favorita de los barcos españoles, por encima del combate artillero que se limitaba a desarbolar y paralizar al buque enemigo, para pasar después al abordaje.

Otra baza importante en el triunfo final español, fue el hacinamiento de combatientes en las naves turcas, motivado por las levas urgentes que se realizaron para la batalla. Este hecho, supuso que los disparos cristianos, tanto de arcabuz como de artillería, produjeran cuantiosas bajas en los puentes de las galeras turcas.

Batalla de Lepanto. Por Juan Luna Novicio 1887

Curiosamente, después de esta decisiva victoria, el Reino de España y el Imperio Otomano continuaron en una situación jurídica de beligerancia al no haber llegado a ningún acuerdo de paz posterior. No hubo interés por ninguna de las dos partes; mientras los turcos no priorizaron en las relaciones diplomáticas con los países europeos, los monarcas españoles siempre fueron reacios al establecimiento de relaciones pacíficas con los países musulmanes.


Actualmente, las relaciones entre el mundo musulmán y occidental están muy complicadas. Creemos que, mientras no evolucionen ciertas mentalidades medievales, buscar un cambio positivo en las relaciones entre dos sociedades tan dispares resultará imposible.
  

- Batalla de Lepanto (Anónimo).
- Puente Río-Antírio.
- Cuatro vistas del puerto de Lepanto.
- Golfo de Corinto.
- Entrada de Mohamed II en Constantinopla. Benjamín Constant.
- Batalla de Lepanto. Antonio de Brugada. 
- Batalla de Lepanto (detalle). Andrea Michelli.
- Mapa del lugar enfrentamiento (web oficial Luis Zueco).
- Don Juan de Austria (Anónimo). 
- (1) Fanal de La Loba, galera capitana de Don Álvaro de Bazán..
- (2) Fanal de la galera de Mohamet Bey, apresada por Bazán. 
- Batalla de Lepanto. Juan Luna Novicio.
- Galera La Real en Lepanto. José Ferre Clauzel.
- Estandarte insignia de la Santa Liga.