sábado, 28 de junio de 2008

La custodia de las águilas y emblemas de la legión: los principia


En el interior de los campamentos romanos, las insignias, emblemas y distintivos de la legión, los signa militaria, se custodiaban en el aedes signorum, lugar sagrado de los principa, que es la construcción campamental que alberga el cuartel general de la legión, además de ser el centro jurídico-administrativo y religioso.

El edificio de los principia seguía unos patrones definidos, tanto en tamaño, como en estructura y ubicación en el interior de los campamentos permanente romanos (castra stativa). Su arquitectura mostraba siempre una disposición triple: un patio interior, un espacio porticado sostenido por columnas y en el que se abrían las distintas estancias administrativas, y una basílica o nave elevada al fondo del recinto en cuyo interior se encontraba el lugar sagrado, el aedes, donde no se podía entrar armado o empleando la fuerza. En el edificio se formalizaban las funciones religiosas, administrativas, pero también judiciales, y se erigían altares y estatuas a los emperadores, además de contener la caja de la legión.

Por lo general, los principia ocupaban una extensión entre 6.000 u 8.000 m2, de los aproximadamente 200.000 m2 con que contaba el interior de los perímetros amurallados que albergaban una legión al completo. Su ubicación en el interior del campamento era en el cruce de las dos vías principales, generalmente a la izquierda del praetorium o residencia del comandante de la legión, y normalmente su portada se abría hacia la porta praetoria. Podía disponer en su frente de un espacio lo suficientemente extenso para que pudiera realizarse una pequeña parada militar o para que el comandante pudiera dirigirse a las tropas.

En el aedes del principia y sobre un podio o estrado, como se ha comprobado en las excavaciones de algún campamento de Inglaterra (Risingham y Collen), se situaba el águila de la legión y todos los emblemas e insignias de la misma, como se observa en la reconstrucción del aedes del principia de Noviomagus (Holanda): el vexillum de la legión en el centro, el águila a su izquierda y un asta a la derecha; a ambos lados, como pueden verse en la reproducción, los signum de las diferentes centurias.

En una estela de mármol, prácticamente ilegible, hallada en Priaranza de Valduerna (León), aparece tallada un águila con sus alas desplegadas dentro de una hornacina o edículo formado por columnas y frontón triangular; a su lado, se puede apreciar lo que parece un vexillum. Es, sin duda, la representación simple del aedes de un principia.




sábado, 21 de junio de 2008

El Águila de Decio Junio Bruto

En el 137 aC., el cónsul Decius Junius Brutus "Gallaicus" al mando de dos legiones avanza desde el sur después de enfrentarse y vencer cerca del Duero a más 50.000 galaicos. Pero delante de su ejército está el río Limia, curso que nace en la sierra de San Mamed (Orense) y desemboca en el mar por Viana do Castelo.

Por entonces, los romanos calificaban al río Limia como un Lethes, un Río del Olvido. Cruzarlo, tocar sus aguas, significaba perder la memoria y, más tarde, la muerte. Esta creencia, junto con la del Sol que es devorado al atardecer por el horizonte, por el Océano en el caso del oeste peninsular, son una constante entre los mitos de la geografía clásica antigua: era peligroso, mortal, cruzar o traspasar ciertos límites, eran lugares donde se enclavaban toda clase sucesos mágicos y prodigiosos.

En el año 1866 el escritor Benito Vicetto describe de esta portentosa manera el suceso (o la leyenda) (1):

"Al llegar a este río Decio Junio Bruto con sus legiones, es de presumir que tratara de salvarlo por el punto más vadeable, y por lo mismo consideramos como tal el territorio en que aun el Limia no recibe las aguas del Salas y del Olelas.

El cónsul llegó, pues, a este punto, y dio la orden de vadear el Limia.

Pero las legiones se detuvieron, inmóviles, petrificadas por el pánico.

Era la caída de la tarde, de una tarde dulcísima de primavera, de una tarde de oro y rosa: había suavidad en la atmósfera, azul y plata en el cielo, frescura en la enramadas, aroma en las flores que cerraban sus corolas, y sonoridad en los cantos de las aves que agitaban sus alas de colores en las florestas.

Nada había que no fuera grato y apacible en el cielo y en la tierra a aquellas horas; nada había en fin que impusiera en la naturaleza; y, sin embargo, las legiones no pasaban el Limia.

Decio Junio Bruto espolea su corcel y se adelanta hasta las primeras centurias formadas en el orden más completo.

Avanza el cónsul hasta las márgenes del Limia, mira a su frente, la orilla opuesta, para ver si descubre a las huestes galaicas que se empeñasen en disputar el paso del río a sus tropas; pero nada, nada descubre su vívida mirada.

Reflexiona el cónsul; comprende la causa de aquel pánico que petrificaba a sus soldados, educados con las fábulas de los griegos; y mandando formar el cuadro a las legiones, se coloca en el medio, y la perora con animoso esfuerzo, haciéndole ver cuan errónea era su creencia respecto a tocar las aguas de aquel río.

En seguida manda deshacer el cuadro, y formar las cohortes en buen orden de marcha para vadear el Limia; pero al dar la señal de avanzar, nota en ellas la misma inmovilidad, el mismo pánico, la misma petrificación.

Entonces fue cuando, apeándose de su caballo, corre junto al alquilifer, le arrebata el águila, y lanzándose sobre las aguas del Limia, lo vadea animosa y denodadamente.

El ejército, sin embargo a pesar de este gran rasgo de su general, proseguía inmóvil, sobrecogido de un pavor supersticioso, clavado en fin en su puesto.

Decio Junio Bruto desde la orilla opuesta, vuelve la vista centelleante para aquella gran masa de hombres, y les habla; y al hablarles con elocuencia, llama a los centuriones por sus nombres, les hace patente que él ha tocado el cristal móvil del Limia y que no había perdido la memoria, por lo que era una preocupación, tan solo una preocupación, la idea de que tenían sus cohortes sobre la cualidad fantástica de aquellas aguas.

La atmósfera era purísima y amante; las arboledas alzaban por donde quiera sus ramas de anchas hojas de esmeralda; las montañas dibujaban sus curvas en el fondo del horizonte, confundiendo su azul oscuro con el azul pálido de los cielos; el Limia extendía a la vista su animada corriente, rizándose en ondas de perlas al chocar en los peñascos; y las aves parecían saludar a la legión con sus redoblados trinos de amor.

Todo era poético en el cielo y en la tierra.

La voz del cónsul, vigorosa y persuasiva, rompía las ondas de luz, arremolinándolas sobre la masa silenciosa de sus tropas; las legiones titubean al escucharla; algo de verdad, de sentimiento y de honra penetra en aquellos corazones acobardados, que les obliga a bajar la vista; los mas bravos de una centuria se mueven por fin a su frente, y se arrojan al río atraídos por las razones que modulaba aquella voz; en pos de ellos siguieron centurias completas rápidamente; y por último, y con igual rapidez, una cohorte, que arrastró a todo el ejército."


(1) El hecho lo describe Tito Livio en su libro
, "Desde la fundación de la ciudad" (Liber LV Periocha)
Imágenes: Río Limia (Orense). Xinzo de Limia (Rio do Esquecemento)




sábado, 7 de junio de 2008

La entrega de las Águilas









"Ve y anuncia al pueblo romano que es decisión y voluntad de los dioses, que Roma sea la capital del mundo. Por tanto, deberán practicar el arte militar y que conozcan, y que así se lo comuniquen a sus descendientes, que no habrá pueblo ni poder humano capaz de resistir las armas romanas”.

(“Desde la fundación de la ciudad". Tito Livio)







El hombre es el único ser de la creación capacitado para crear símbolos y signos, siendo por ello el único capaz de implantar una cultura propia que, en definitiva, es un complejo método y sistema de figuras y códigos. El pueblo romano, creador de una civilización de la que aún somos herederos, fue extremadamente rico en simbología y su ejército el transmisor de esa cultura por todo el Mediterráneo.

El propio ejército romano ostentaba toda una gama de signos, emblemas y figuras, que reforzaban su estructura y conciencia de grupo compacto. Se conoce que desde sus inicios, las primitivas fuerzas de infantería romana trasportaban como enseñas astas con haces de mieses en el extremo, sustituidas con posterioridad por la loba capitolina y por otras figuras en metal que podían representar, caballos, jabalíes, etc. Del mismo modo, las primeras unidades de caballería seguían a un pequeño estandarte rojo que mostraba el símbolo del grupo.

A finales del s. II aC., las necesidades y las dificultades para conseguir tropas ante los grandes problemas y retos fronterizos, llevan a Cayo Mario, cónsul de Roma, a realizar una importante y profunda reforma en el ejército. Emprendió inteligentes innovaciones de carácter técnico y táctico, modificó el equipo militar, los entrenamientos y ordenanzas, creó nuevas unidades, perfeccionó la caballería, etc. Tales cambios revolucionaron el arte de la guerra y confirió a las legiones romanas una superioridad táctica soberbia. El nuevo soldado, “miles romanus” al que, por lo completo y pesado de su impedimenta se llamó irónicamente, “mulus marianus”, fue encuadrado en una unidad dotada de un contexto nuevo de cara a la profesionalización legionaria, con un nombre y culto propio, con absoluta fidelidad al general a su mando y con símbolos y enseñas que eran protegidas y veneradas por los soldados.

Entre ellas, sobresalían las águilas, enseñas que eran entregadas a la legión mediante una significativa ceremonia religiosa en el momento de su formación como unidad de combate, celebrándose cada año el aniversario de la creación, fecha considerada sagrada, con solemnes rituales. Era el día festivo denominado, “dies natalis aquilae”, en el que se renovaban los juramentos sagrados de fidelidad.

El águila, símbolo arcaico vinculado a IOM, Iuppiter Optimo Maximo, dios supremo y protector del pueblo y ejército romano, fue el emblema más importante de la legión, mostrándose en lo alto de un mástil, siempre con las alas desplegadas y rayos en sus garras. Estaba al cuidado de la primera centuria de la primera cohorte, y era portada por el que se consideraba el legionario más esforzado y curtido de toda la legión, al que se denominaba alquilifer. Antes de entrar en combate eran perfumadas y la ceremonia se repetía si lograban la victoria, adornándose con flores y laurel. En los desplazamientos marchaba al frente de la legión, sin embargo, cuando la unidad militar entraba en combate, se situaba siempre detrás de la primera cohorte.

Era tan importante su significado, que la pérdida durante la batalla se consideraba un deshonor para la legión, pero también para Roma, significando este hecho un verdadero infortunio entre el pueblo romano. Tal es así, que la derrota de Craso en el norte de Siria en el año 53 aC., que supuso la pérdida de siete legiones y la captura de sus siete águilas, no fue nunca borrada de la memoria romana, hasta que Augusto, tras años de negociaciones, consiguió la devolución de la enseñas, celebrándose en Roma como una gran victoria. Del mismo modo, la derrota de Quintilio Varo en Teotoburgo, supuso un duro golpe con la desaparición de tres legiones y la captura de sus tres águilas por los pueblos germanos. Fueron constantes los intentos de recuperación, hasta que al cabo de los años fueron rescatadas dos de ellas por Germánico.

Junto al águila, cada legión llevaba un pequeño estandarte con su nombre y emblema llamado vexillum, trasportada por los denominados vexillarius. Las unidades de caballería y de infantería que prestaban servicio fuera de su legión, poseían otro con su identidad. Se desconoce el emblema que ostentaba la Legio VII Gemina, pero cabe la posibilidad de que el toro fuera su símbolo al haber contado con parte de las tropas de la aniquilada I Germánica, fundada por Julio César.

Lo que está comprobado, es que, en algunas ocasiones, el signo zodiacal del emperador o del cónsul creador de la legión, o el de la propia fecha de fundación de la unidad, influía en el emblema que ostentaba. De esta manera, la Legio VII podría haber tenido como símbolo: géminis, “los gemelos”, los Dióscuros, Cástor y Pólux, guerreros míticos que, curiosamente, están presentes en una de las lápidas de Villalís que certifican su institución. Pero también pudiera ser capricornio, signo del zodiaco al que pertenecía Galba, nacido el 24 de diciembre del 3 aC.

Además del águila y el vexillum, cada centuria poseía su propio estandarte denominado signum, trasportado por los soldados signifer. Existen dos variantes conocidos de signum, uno con una mano abierta en la punta del asta, y el otro terminado en punta de lanza. A lo largo del asta, se colocaba la identificación de la centuria y cohorte, así como las condecoraciones obtenidas por la unidad a lo largo del tiempo.

Durante el periodo imperial, las legiones portaban un pequeño busto del emperador llamado imago, llevado por el legionario imaginifer y que acompañaba al legado o general de la legión. Avanzado el Imperio, un nuevo estandarte llamado draco, de origen posiblemente dacio, fue adoptado por el ejército en tiempos de Trajano. Este estandarte estaba formado por una cabeza de dragón y cuerpo de tela ondeante, dotado de una lengüeta en su interior, que provocaría, al paso del viento, un inquietante y aterrador sonido. Solía haber uno por cohorte y su portador era llamado draconarius.

Todas estas enseñas y emblemas servían como referencia a la tropa, trasmitiendo órdenes a la vez que mantenían unido al grupo. Durante el acuartelamiento, se custodiaban en el aedes signorum, lugar central de los principia, que era cuartel general del campamento legionario y su centro neurálgico, haciendo también las veces de centro administrativo y religioso. Por lo general, conformaba una significativa construcción con entrada monumental y patio porticado. Era el espacio simbólico de la autoridad y del poder del emperador.


domingo, 1 de junio de 2008

El Natalicio de las Águilas (IIII idus iunias / 10 de junio del 68 dC)

Circunstancia inusual resulta conocer la fecha oficial de la fundación de una legión romana: la Legio VII Gemina. Unas inscripciones procedentes de la localidad de Villalís, población que se encuentra a 60 km. al suroeste de la capital leonesa, fechadas en los años 163 y 184 dC. y que se encontraban incrustadas en su iglesia parroquial, conmemoran en su texto el Natalicio de las Águilas”, el "ob natalem aquilae", la entrega de las enseñas militares a la nueva legión. El suceso, ocurrido en la ciudad de Clunia (Burgos), cuartel general del gobernador de Hispania Tarraconensis, Servio Sulpicio Galba, tuvo lugar el IIII idus iunias, el 10 de junio del 68 dC., hace ahora 1940 años.



A la izquierda, inscripción procedente de Villalís de fecha 10 de junio del año 163, en la que se celebra el aniversario del nacimiento de la legión VII Gémina. A la derecha, otra lápida de la misma localidad, ésta del año 184, donde figura la fecha de 10 de junio del año 68, como el día que se entregan las águilas a la nueva legión.







La Legio VII, en aquel momento con el sobrenombre de Galbiana y formada íntegramente con legionarios hispanos, se levanta en armas contra Nerón, y a las órdenes de Galba marcha sobre Roma en el año 68, consiguiendo imponer, aunque efímeramente, a su general como emperador del Imperio.

La creación de la Legio VII, no debe confundirse con la fundación de la ciudad de León. El asentamiento debe su origen a otra fuerza militar, la Legio VI Victrix, que con posterioridad a las campañas contra los territorios norteños, será la fuerza militar romana que se instalará primero en el solar leonés. Tanto el campamento de la VI Victrix, como el posterior de la VII Gemina, tendrá un objetivo económico (control de la minería del oro), pero también cultural y de protección y construcción de obras publicas, con el fin de integrar y consolidar la zona noroeste de la Península como un verdadero territorio o provincia de Roma. La auténtica ciudad civil surgirá tras la desaparición de las fuerzas romanas en el s. IV-V, cuando la población que reside a extramuros del campamento, ocupe el espacio interior de la muralla.

Con enorme esfuerzo y hasta el año 2006, se vino impulsado desde la directiva de una asociación leonesa, la divulgación de este inusitado acontecimiento histórico, implicando lentamente y con gran esfuerzo a las instituciones locales. Durante el mes de junio de 2005 y 2006, se contó con la colaboración del grupo de reconstrucción histórica “Legio VIII Hispana”, que realizó diversas actividades por la ciudad, todas ellas ligadas a la actividad militar romana, instalando en el Jardín del Cid un campamento militar, realizando demostraciones de ejercicios militares y mostrando la vida cotidiana en los acantonamientos romanos. Del mismo modo, tuvo lugar una brillante exposición bajo el título de ARMAMENTARIUM, muestra sobre el equipamiento militar romano, e importantes ciclos de conferencias.

Por primera vez en esta conmemoración, se efectuó un homenaje a los legionarios de la Legio VII, depositando una corona de laurel en la columna Trajana. Este acto, tuvo como acompañantes a los miembros de la Legio VIIII Hispana, y contó con la presencia de autoridades, promotores y, en representación militar, el general de Brigada y Jefe del Regimiento de Artillería de Campaña nº 63 (MACA) de la Base Militar Conde de Gazola en el Ferral, Tomás Rivera.

Como hecho destacado, durante la celebración del Natalicio y teniendo por testigo y escolta un contubernia de legionarios romanos, se firmó en el Salón de Comisiones del Excmo. Ayuntamiento de León por parte del ex alcalde, Mario Amilivia y el Consejero de Fomento, Antonio Silván, el compromiso en virtud del cual la Junta de Castilla y León y el Ayuntamiento destinarían más de 7 millones de euros para la puesta en marcha del proyecto de acondicionamiento de los restos romanos de la ciudad, y el desarrollo de las infraestructuras necesarias que vertebrarán la Ruta romana, acuerdo que, hasta el momento, no ha dado los frutos que todos esperábamos.

Ante el patente fracaso del proyecto, un reciente artículo de la periodista Cristina Fanjul en el Diario de León, hace mención a un nuevo plan entre el Ayuntamiento leonés y La Junta de Castilla y León para fomentar los restos romanos, que deja fuera al anterior director científico del proyecto, el profesor de la Complutense, D. Ángel Morillo, considerado como uno de los más destacados expertos, si no el mejor, en los hallazgos leoneses, y que también prescinde, en principio, de otro de los pilares básicos en el conocimiento del León romano, como es el arqueólogo municipal, D. Victorino García Marcos.

En cuanto a la celebración del Natalicio de las Águilas, la ausencia durante estos dos últimos años de los que fueron principales promotores de la conmemoración, ha supuesto que, tanto instituciones como continuadores de aquellos, hayan languidecido en sus actividades y propuestas, logrando que la celebración del pasado año fuera inexistente y que en éste tímidamente se repitan otras actividades de años anteriores, sin iniciativas imaginativas ni renovadoras.

El Natalicio, una celebración de casi 2000 años, y la denominada Ruta Romana, muestra arqueológica de los restos romanos de la ciudad, duermen un año más a la espera de la reacción, por un lado, de inoperantes interesados y, por otro, de caprichos e intereses políticos. Así nos va.