jueves, 24 de septiembre de 2009

El Filandón leonés


El próximo día 29 de septiembre el presidente del Bureau Internacional de Capitales Culturales, el IBOCC, realizará oficialmente la entrega a la ciudad de León de la credencial que confirma la elección del Filandón leonés como “Tesoro del Patrimonio Inmaterial de España”, después de una votación ciudadana por internet, que le permitió acabar en segunda posición entre las diez candidaturas propuestas.


Esta elección popular representa el primer paso antes de instar oficialmente la candidatura para que el Filandón de León, sea declarado por la UNESCO, Patrimonio Inmaterial de la Humanidad.


Para estas designaciones, el Organismo Internacional fija una serie de requisitos y precisiones, como el sentimiento de identidad de una comunidad y la trasmisión entre generaciones como forma de expresión, uso o representación de las sociedades y como parte integrante de su patrimonio cultural. Su manifestación debe encontrarse dentro del ámbito de las tradiciones y afirmaciones orales, pero también de espectáculos, como el teatro, la música o la danza, o de tradicionales industrias o técnicas artesanales.


Era costumbre en las largas noches de invierno, que los vecinos de pueblos o aldeas aisladas de la montaña leonesa, una vez finalizados sus quehaceres diarios, se reunieran en casa de una familia en torno al fuego del llar o la lareira, sobre la que, con seguridad, colgaba y se calentaba un pote con caldo, sostenido por las cadenas o pregancias, con el fin de entretenerse, relacionarse o, simplemente, calentarse alrededor de la lumbre.


Sentados en los viejos escaños en torno al fuego, que escasamente iluminaba la estancia principal de la casa que hacía las veces de cocina, sala, comedor y, a veces, dormitorio, se charla, se cuentan y comentan las últimos sucesos del pueblo. Es el momento idóneo para relatar las viejas historias, leyendas, cuentos o sucedidos, viejos romances, relatos de aparecidos; se entonan las rimas y canciones tradicionales o se hace sonar una simple dulzaina o una gaita, que se acompañará con el golpear rítmico de un mortero de bronce o el socorrido raspado en la botella de anís.


Mientras las historias, los cuentos, la música, se trasmiten de padres a hijos, las mujeres realizan alguna tarea rutinaria, siendo habitual el hilar o filar la lana, trabajo o labor que da nombre a esta antigua costumbre: Filandón, de etimología latina (filum = hilo).


No faltará en estas tradicionales reuniones el juego de cartas, el cortejo, la danza o la lectura de libros, como tampoco un trago de vino para acompañar a unas sopas de pan duro elaboradas con el caldo del pote, o unos tragos de orujo con algún dulce casero.


Sin nombre específico, con el mismo u otro nombre, de manera parecida o semejante, la costumbre de reunirse para contarse unos a otros antiguas leyendas o historias, o cantar antiguas rimas o romances, se ha producido en todos los pueblos aislados. Sin embargo, son más notorios en León y en los territorios de confluencia con Asturias y Lugo, apareciendo filandones tradicionales en zonas de influencia leonesa, que deben su expansión y presencia a las acciones de reconquista y repoblación posterior hacia el sur peninsular.



Pote sobre el llar.
Filandón en Turienzo Castañero.
Filandón. Luís Álvarez Catalá (1872).

jueves, 10 de septiembre de 2009

La espuma de la vida


Nuevamente una de las imágenes del verano y principal protagonista de las terrazas veraniegas, a pesar de la crisis, es una jarra de espumosa cerveza que, a la vez que ayuda a combatir el calor, se ha convertido en un “utensilio” inevitable para fomentar las relaciones personales.


España ocupa el doceavo puesto entre las naciones consumidoras de cerveza, por delante de países como EE.UU, Francia o Italia. La cerveza supera la condición social o económica; tampoco entiende de costumbres o credos, y en nuestro país la cultura de la cerveza, más bien la cultura de la “cerveza y la tapa”, se ha arraigado de una manera espectacular, y la “caña”, apelativo con el que es conocida la cerveza de barril, nombre tal vez procedente de la caña o carrizo que se usaba antiguamente para beber directamente de la barrica con el fin de evitar el movimiento de los posos, llega a ser una ceremonia, un rito, una excusa, un acto de convivencia para los aficionados que disfrutan de su consumo y de una agradable tertulia o reunión con amigos. Pero esto no ha sido siempre así.


No es el propósito de esta entrada comentar el origen de la cerveza, que, como se conoce, tiene una antigua y atrayente historia que comienza en la antigua Mesopotamia, pero si explicar su lenta y costosa introducción en los gustos y costumbres de la sociedad española.


Mientras la manteca y la cerveza representan al centro y norte de Europa, el aceite y el vino son los símbolos de los países mediterráneos, por lo que resulta difícil encontrar referencias a la cerveza en los textos medievales hispanos. Las referencias más antiguas sobre la elaboración de una bebida parecida a la cerveza, se encuentran en las Etimologías de San Isidoro de Sevilla, donde se menciona que en Hispania, concretamente en las regiones, “cuyos campos no son feraces para la producción de vino”, se fabrica la caelia, una bebida elaborada a partir del jugo de trigo que estimulado mediante el fuego y una vez puesto a secar, se le mezcla con un vino suave. Una vez fermentada la mezcla, “adquiere un sabor áspero y un calor que produce embriaguez”.


Salvo una referencia en el s. XIII en la Historia Natural de Juan Gil de Zamora, fraile franciscano, en la que se menciona a la cerveza como uno de los ingredientes para un fármaco que alivia las hemorroides, la fabricación y consumo de cerveza pasó prácticamente inadvertida en la Península hasta la llegada de Carlos I y su corte de nobles flamencos, que trajeron consigo un gran número de maestros cerveceros y la costumbre del consumo de cerveza, que se elaborada con profusión en los Países Bajos ante la falta de viñedos.

Estos caballeros, expertos en la elaboración artesanal de esta bebida, acompañaron al Emperador en su empeño por trasladar a nuestro país el gusto por la cerveza que imperaba en Flandes, dejando una estela de espuma allí por donde pasaban. Sin embargo, la afición por la cerveza no enraizó entre los españoles, tardando todavía más de 50 años en iniciar la elaboración industrial de cerveza.

Luís Lobera de Ávila, médico personal de Carlos I, en su libro “El banquete de los nobles caballeros”, reconoce algunas de las virtudes y cualidades de la cerveza:

“Aumenta las fuerzas, es de gran mantenimiento, aumenta la sangre, provoca orina y ayuda a hacer cámara, laxando el vientre”. Y añade: “Cualquiera que hubiere de beber cerveza ha de ser de la buena y a principio de la comida o cena”.

A principios del siglo XVII funcionaban ya algunas fábricas de cerveza en Madrid, siendo sus promotores ciudadanos alemanes o flamencos, mientras la población española continuaba con su clara preferencia hacia el consumo de vino. Así se evidencia en la obra, “La pobreza no es vileza”, comedia escrita en 1625 por Lope de Vega, que en un momento determinado, hace decir a uno de los protagonistas, el soldado Panduro lo siguiente:

Es mi apellido, Panduro,

y el nombre de pila Juan,

que da fortuna el pan

a unos tierno, y a otros duro.

Esta es la historia, el camino,

los nombres y la pobreza,

voy a probar la cerveza

a falta de vino español.

Aunque con mejores ganas

tomara una purga yo,

pues pienso que la orinó

algún rocín con tercianas.


El soldado equipara la cerveza a la orina de un equino con fiebres, lo que pone de manifiesto la opinión que la sociedad hispana de la época mantenía sobre el consumo de cerveza. Con el tiempo, Juan Panduro no mejora su opinión sobre el rubio líquido y, en cierto modo, maldice el momento en el que la probó, pues parece ser que la fuerte costumbre flamenca de beber cerveza, afemina y “aclara” los bigotes, no como el vino que, por el contrario, ennegrece la barba, síntoma inequívoco de hombría:



Aquí fue donde bebí

cerveza la primera vez

mal agüero, o el peor;

pues desde entonces acá

traigo bigotes ya

a lo flandesco, señor.

¿Cuándo beberé con nombre

más claro que el mismo sol

aquel vinazo español

que hace barbinegro a un hombre?


Entre las novelas picarescas encontramos una extraordinaria obra anónima fechada en 1646, “La vida y hechos de Estebanillo González, hombre de buen humor”. Inspirándose en el texto de Lope, el autor hace decir a Estebanillo durante su estancia en Flandes:


… Desbautizábase (irritábase) él en ver que yo visitaba por instantes la pipa del vino, que a la de la cerveza siempre guardé respeto porque me pareció orines de rocín con tercianas.


Del mismo modo, imitando la obra de Lope de Vega, una de las estrofas de la “Sátira contra los monsiures de Francia”, ridiculiza a los flamencos por su gran afición a la cerveza, señalando que no son capaces de cantar solo rebuznar por ingerir abundante orina de burra (cerveza):


La cabalina es cerveza,

que es orines de las burras,

y ansí las musas flamencas

no cantan sino rebuznan.


A mediados del siglo XIX Madrid dispone ya de seis fábricas de cerveza, iniciándose también por estas fechas el cultivo del lúpulo peninsular a gran escala. Pero la resistencia a beber cerveza seguía siendo notoria. El genial santanderino y gran erudito Marcelino Menéndez y Pelayo, arremete contra el “vino de cebada” comentando que el beber mucho de este líquido embota por completo el espíritu:

donde el fermento de insípida cebada en la cabeza sombras y pesadez va derramando.

El cordobés Juan Valera, escritor y diplomático, escribe en 1886 desde Ostende a su amigo Menéndez y Pelayo en estos términos:

Aquí me aburro todo cuanto yo puedo aburrirme. Estando yo bien de salud, leyendo, soñando y escribiendo me paso la vida, sin echar nada de menos; pero esto no quita el que yo reconozca que lo pasaría mejor si tuviera amigos y otras criaturas racionales con quien hablar. Aquí estoy en el más completo aislamiento. Con la vanidad francesa, con la pesadez alemana y con la indigestión de la insípida cerveza de que se atracan, estos belgas son insufribles, y declaro que el gran Duque de Alba me parece ahora archibenigno.

A finales del siglo XIX la producción ronda ya los 15 millones de litros. A partir de ahí, el consumo de la cerveza en España evolucionó lentamente de forma positiva entorno a 1900 cuando aparecen las grandes compañías cerveceras españolas, como la empresa Mahou en 1890, Águila en 1900, Cruz Campo en 1904 y Damm en 1910, que todavía hoy en día son grandes productoras de cerveza de nuestro país.

La tendencia de expansión se interrumpe en los primeros años de la postguerra, como consecuencia de la escasez de materias primas y el bajo poder adquisitivo de la población. Pero a partir de la década de los sesenta el consumo se dispara, y durante los setenta su avance es imparable coincidiendo con las fuertes transformaciones políticas culturales y económicas de la sociedad española.

El continuo incremento en la fabricación y consumo de cerveza llega hasta actualidad, en la que, como hemos mencionado al inicio, una fría y espumosa caña, junto con su indispensable tapa, se ha convertido en una estampa cotidiana de nuestra vida social.




- Cerveza de barril.
- Terrazas verano. Barrio Húmedo, León.
- Felipe II en el Banquete de los Monarcas. Sánchez Coello, 1596. Curiosa representación de la mesa de los Austrias. Sentados, de
izquierda a derecha: Carlos I, Isabel de Portugal, Felipe II y su cuarta esposa Ana de Austria, el Archiduque Alberto de Austria, la Infanta Isabel Clara Eugenia, el Duque de Saboya y la Infanta Catalina Micaela de espaldas.
- Carlos I y su banquero Fugger. Autor desconocido. Enorme jarra alemana de cerveza con tapa a la derecha del cuadro. Las tapas en los recipientes de comida y bebida, se imponen por ley en Centroeuropa a raíz de fuertes epidemias e invasiones de insectos.
- Fiesta popular. David Teniers.
- Tercios españoles en la toma de Aire Sur La Lys. Pieter Snayers.
- Tres campesinos en una posada. Adriaen Brouwer.
- Dama Mahou.
- Cervezas de barril.