lunes, 23 de febrero de 2009

El general Pavía y su caballo. Fin de la I República




Hoy se cumplen 28 años del intento de golpe de estado que protagonizó Tejero y una caterva de militares golpistas. No hay ninguna duda de lo ocurrido aquel 23 de febrero, ya que la “hazaña” se pudo observar y seguir casi en directo por televisión, no existiendo año que, por estas mismas fechas, los medios de comunicación lo recuerden mediante la difusión reiterativa del vergonzoso vídeo del suceso.


Las imágenes dejan bien claro como y quienes entraron en el Congreso de los Diputados, cual fue su actuación, y, prácticamente, todo lo sucedido en las largas horas que duró el intento de cambiar el régimen democrático existente.


Pero no siempre han estado las cosas tan claras; y si no que se lo pregunten al general Pavía que, junto a su caballo, tiene la desventura de haber entrado “virtualmente” en el Congreso de los Diputados el 3 de enero de 1874, llegando, según algunas "crónicas", a golpe de sable y a lomos de su equino, nada menos que al centro del hemiciclo, desalojando a todos los diputados que en aquel momento se encontraban en el lugar y poniendo de esta manera fin a la corta aventura de la I República.


La situación política española en aquel momento era catastrófica; la República había derivado a una situación federal caótica, agravada con una guerra carlista y el intento de independencia cubana. Emilio Castelar, presidente del gobierno en aquel momento, informa, en aquella sesión del día 2 de enero iniciada a las tres de la tarde, de la existencia de grandes dificultades en todos los rincones de España, generadas principalmente por el desconcierto y la peligrosa derivación del federalismo republicano, a un cantonalismo absurdo y calamitoso.


Se suceden los informes y los discursos, hasta que finalmente se realizan dos propuestas, una de apoyo y otra de censura al gobierno de Castelar. A las cinco de la mañana, catorce horas después del inicio de la sesión, se vota, y Emilio Castelar obtiene un resultado adverso. Inmediatamente el presidente del gobierno presenta la dimisión y solicita que no se levante el pleno hasta que se constituya un nuevo gobierno.


Después de un breve descanso, la sesión se reanuda a las siete de la mañana, ya estamos por supuesto en el día 3 de enero, y antes del comienzo de las votaciones para elegir nuevo presidente del ejecutivo entre las dos opciones propuestas: Castelar y el republicano exaltado Eduardo Palanca, el presidente del Congreso, Nicolás Salmerón, anuncia que ha recibido una “orden” del capitán general de Madrid, el general Manuel Pavía, para que se desaloje el Congreso de inmediato, enviando a las Cortes dos compañías de infantería, una batería de montaña y otras dos compañías de la guardia civil.


Los diputados se exaltan, se enfurecen, se envalentonan, se gritan ¡vivas! a la República, a la soberanía nacional, … Piden armas para defenderse, destituyen al general Pavía privándole de sus condecoraciones, y se animan para permanecer hasta la muerte en su escaño de diputado con el fin de defender la República Federal.


Los guardias civiles entran en el edificio indicando que, según ordena el capitán general de Madrid, se desaloje de inmediato el edificio del Congreso. Nuevamente, los diputados se enaltecen, vociferan, vuelven los ¡vivas!, increpan a los guardias. Se oyen los primeros disparos … Los valientes diputados dejan a la carrera sus escaños y huyen por todos los rincones, saltando por las ventanas que utilizaron también los guardias civiles en el 23-F. El salón de sesiones, el hemiciclo del Congreso de los Diputados, queda desierto en el acto.


Mientras esto ocurría en el Congreso, el general Manuel Pavía no se había movido de su despacho en el Ministerio del Ejército, y su caballo, del que se llegó asegurar que era blanco, permaneció en todo momento en los establos.


Empleando la fuerza, el general Pavía disolvió de facto las Cortes Constituyentes y con ello puso fin a la I República, pero no estuvo presente en el golpe de estado. Ni él ni su caballo entraron en ningún momento en el hemiciclo del Congreso para desalojar a los diputados, como popularmente se aseguró, pero todavía hoy, después de más de cien años, se cita el hecho "inexistente" como ejemplo para indicar la rotundidad y lo basto de un acto.



Escena parlamentaria en el salón de sesiones (s. XIX).
Eugenio Lucas Velázquez.
General Manuel Pavía y Rodríguez de Alburquerque.
Emilio Castelar Ripoll. Joaquin Sorolla.
Nicolás Salmerón Alonso. Federico Madrazo.
Presencia guardias civiles en el Congreso.
El Coronel Iglesias, a las órdenes de Pavía, desaloja el Congreso.
Huida de los diputados.


sábado, 14 de febrero de 2009

La imagen de doña Juana I

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Hoy, 14 de febrero de 2009, se celebra la tradicional fiesta de San Valentín, el sacerdote romano que fue ejecutado ese mismo día del año 270. Valentín, según la tradición, casaba a escondidas a las parejas según los cánones de la religión cristiana que, todavía en aquella época, era perseguida en el Imperio Romano..


Es el mejor día, el momento más adecuado, para comentar acerca de la imagen de doña Juana I, Reina de León, de Castilla, de Aragón, de las dos Sicilias, de Navarra, de Granada, de Sevilla, de Cerdeña, de Córdoba, de Córcega, de Jerusalén… Una mujer frágil, una reina enamorada, que enloqueció totalmente tras la muerte de su esposo, y que es principalmente inmortalizada por su “locura de amor”.


Juan de Flandes, pintor de Corte de origen flamenco al servicio de Isabel La Católica, realizó dos retratos de Juana que, a pesar de no ser hermosa, resultaba visiblemente atractiva por su rostro ovalado, su largo y pelirrojo cabello y unos ojos grandes, claros y rasgados.


El cuadro, que actualmente pertenece a la colección Thyssen-Bornemisza, es anterior a su matrimonio en 1496 con Felipe de Austria, a la edad de 17 años. La obra de Juan de Flandes muestra una jovencita con una pequeña flor en la mano, posiblemente como símbolo de su juventud, y con el pelo recogido en trenza. Representada de frente, dirige su mirada ligeramente hacia su derecha desde donde parece que recoge o entrega la flor. Viste un recatado y parco vestido sin ningún adorno corporal, reflejo del sobrio ambiente de la corte española.


El otro retrato, que actualmente se encuentra en el Museo Histórico de Viena, se ejecutó durante la estancia de Juana en Flandes, después de su boda con Felipe. Este cuadro descubre una nueva imagen de doña Juana, que se mueve ahora en un entorno más liberal como era en aquel momento la corte de Borgoña; ejemplo de ello, es el corte y adornos del vestido y su generoso escote. Se muestra en una postura menos envarada que la anterior, con el cabello recogido en trenza y el cuerpo ligeramente vuelto a su izquierda, mientras mira hacia la derecha y con el dedo índice de su mano parece insinuar o advertir de algo.


Puede que la obra más difundida realizada en vida, sea un retrato de estilo flamenco, cuya autoría se atribuye al Maestro Michel y realizado en óleo sobre tabla sobre el año 1500, antes de la primera venida del matrimonio real a España. La Reina lleva un hermoso tocado y un brillante traje rojo, sobresaliendo la gran gema que luce al cuello. Está representada de medio lado y su fisonomía ha cambiado, mostrando un rostro más fino, menos ovalado, pero los mismos ojos rasgados. Parece apesadumbrada, con las manos juntas y la mirada baja, infundiendo una ligera sensación de tristeza.


Atribuido al Maestro de la Abadía de Afflihgem, cerca de Brabante en los Países Bajos, existe un cuadro de doña Juana bastante divulgado. Se presenta de cuerpo entero y viste un tocado parecido al que porta en la anterior obra y, seguramente, la misma joya en el cuello. El traje pone de manifiesto su embarazo, atestiguado igualmente por la posición de las manos.


Hasta aquí, las imágenes de doña Juana que deben de ajustarse a la realidad por estar ejecutadas en vida de la Reina. Con posterioridad a su muerte, se elaboran varias obras entre las que sobresale el retrato de Juan Pantoja de la Cruz, realizado en el siglo XVI, en el que doña Juana luce un bello tocado y un traje oscuro muy elegante, con significativo escote y, por primera vez, varias joyas que cobran en esta pintura un importante protagonismo. La obra adolece de una fisonomía realista, de un rostro definido, con una cara más alargada y los ojos exageradamente más rasgados.


Como entresacada de un melodrama romántico, la vida de doña Juana estuvo marcada por el amor, la traición, la muerte, el encierro y la locura, resultando un tema muy atractivo a los pintores españoles del denominado romanticismo histórico del siglo XIX.


Fueron varios los artistas de la época que realizaron obras sobre el tema de amor y muerte de la Reina: Ibo de la Cortina, Carlos Giner, Gabriel Maureta, Lorenzo Vallés … Pero sin duda, el cuadro histórico más conocido, es el que realizó Francisco Pradilla en 1877, en plena ebullición romántica, que, por supuesto, no muestra su aspecto real, pero si su actitud enfermiza. Pradilla retrata un instante del episodio más difundido de la vida de la Reina, como fue un descanso en el lóbrego y errante traslado del cuerpo de su esposo Felipe, fallecido en Burgos en septiembre de 1506, a la ciudad de Granada.


Desde niña, Juana mostró un carácter muy extremo en sus costumbres, en parte por la educación piadosa que recibió, llegando a dormir en el suelo como penitencia, o a autolesionarse flagelándose. Con el paso de los años, ese extremismo llevado a su existencia cotidiana y complicado con los celos que le originaba su matrimonio, llegó a producirle graves alteraciones psicológicas de esquizofrenia paranoide.


Tras la muerte de su esposo, los trastornos se hicieron más notorios y duraderos. Cuentan, que la Reina estuvo presente mientras embalsamaron el cuerpo, no permitiendo en ningún momento la presencia de mujeres junto al ataúd. Tampoco consintió el enterramiento y ordenó que trasladaran el cadáver a la Cartuja de Miraflores, por ser monasterio solo de hombres, y allí, en una sala privada, le visitaba frecuentemente abriendo el féretro con una llave que llevaba siempre colgada del cuello.


El 20 de diciembre, 3 meses después del fallecimiento, doña Juana accedió a trasladar el cuerpo de su esposo a la ciudad de Granada para ser enterrado, junto a su madre Isabel, en el Panteón Real de la Catedral. Envío la Corte por delante, y ella personalmente acompañó el cortejo fúnebre compuesto únicamente por frailes, media docena de criadas ancianas, que debían ir siempre alejadas del féretro, los porteadores y soldados fuertemente armados, que evitaban que ninguna mujer de los pueblos o aldeas por los que atravesaban pudiera acercarse al ataúd.


Hacía marchas muy cortas, viajando solamente de noche a la luz de las antorchas que portaban los soldados. Se detenían en algún pueblo al amanecer y en su iglesia se introducía el féretro de don Felipe, al que durante todo el día se le decían misas, celebrando una y otra vez el oficio de difuntos. La propia Juana viajaba en carruaje y, a veces, a caballo para poder acercarse hasta el cadáver que era trasportado en andas, y cuyos portadores eran relevados con frecuencia debido al hedor insoportable que, por motivo de un mal embalsamamiento, despedía el cuerpo.


En una de las paradas habituales al clarear el día, se introdujo el cadáver en un monasterio del lugar. Al percatarse la reina de que se trataba de un claustro de monjas, ordenó inmediatamente que se sacara el féretro de allí y se acampara en pleno campo. Ese es el momento que idealiza Francisco Pradilla en la célebre obra romántica: “Doña Juana la Loca”.


La figura de doña Juana se encuentra en el centro de la composición, mirando con ojos enfermizos el catafalco de su esposo adornado con las armas imperiales: en el paño sobre el ataúd aparecen bellamente los bordados del Águila Imperial Exployada y el León de Brabante. Sobre las andas, estampados sobre el lienzo blanco, los cuarteles del Reino de León, el Águila Imperial Bicéfala, Flandes y Tirol y Castilla; tras el candelero, el cuartel de Granada, el Águila de Sicilia, el de Aragón y el Borgoña.


La Reina viste un amplio y grueso traje negro de terciopelo que pone de manifiesto su avanzado estado gestación, apreciándose claramente en su mano izquierda las dos alianzas. Se intuye el frío de la mañana del invierno de la Meseta, en la fuerte ráfaga de viento que cruza la obra empujando mágicamente el humo de la hoguera, la llama de los velones y el manto de la Reina. A la derecha, el monasterio del que doña Juana ordenó sacar el féretro de su marido.


Mientras los varones de la comitiva permanecen de pie, las mujeres son representadas sentadas y concentradas en la misma visión de doña Juana. Al fondo, algunos personajes masculinos se ausentan de la escena formando corros de conversación. Otro de los temas a destacar del cuadro, además de la soledad de la Reina, que parece introvertida en su desgracia, es el silencio que se adivina en la escena. La obra da la sensación de ausencia total de ruido.


Doña Juana no llegó hasta Granada. La lentitud del cortejo fúnebre, la peste, el alumbramiento a su hija Catalina en Torquemada, las entrevistas con su padre Fernando, originaron que, al final, la Reina cediese a trasladarse desde la localidad de Arcos hasta Tordesillas en febrero de 1509, dos años después de su salida de Burgos. Los restos de don Felipe fueron depositados en el convento de Santa Clara de la misma localidad, hasta que en 1525, su hijo Carlos I, ordenará su traslado definitivo a la Catedral de Granada.


Doña Juana permanecerá retenida y custodiada en Tordesillas 46 años, desde su llegada con 29 años hasta su muerte en 1555, fecha en la que contaba 75 años de edad. Curiosamente, su hijo Carlos abdicará seis meses después de la muerte de la Reina. Esos serán los únicos seis meses en los que legalmente será Rey de España.



Elegía a doña Juana la Loca

Federico García Lorca


Princesa enamorada sin ser correspondida.
Clavel rojo en un valle profundo y desolado.
La tumba que te guarda rezuma tu tristeza
a través de los ojos que ha abierto sobre el mármol.

Eras una paloma con alma gigantesca
cuyo nido fue sangre del suelo castellano,
derramaste tu fuego sobre un cáliz de nieve
y al querer alentarlo tus alas se troncharon.

Soñabas que tu amor fuera como el infante
que te sigue sumiso recogiendo tu manto.
Y en vez de flores, versos y collares de perlas,
te dio la Muerte rosas marchitas en un ramo.

Tenías en el pecho la formidable aurora
de Isabel de Segura. Melibea. Tu canto,
como alondra que mira quebrarse el horizonte,
se torna de repente monótono y amargo.

Y tu grito estremece los cimientos de Burgos.
Y oprime la salmodia del coro cartujano.
Y choca con los ecos de las lentas campanas
perdiéndose en la sombra tembloroso y rasgado.

Tenías la pasión que da el cielo de España.
La pasión del puñal, de la ojera y el llanto.
¡Oh princesa divina de crepúsculo rojo,
con la rueca de hierro y de acero lo hilado!

Nunca tuviste el nido, ni el madrigal doliente,
ni el laúd juglaresco que solloza lejano.
Tu juglar fue un mancebo con escamas de plata
y un eco de trompeta su acento enamorado.

Y, sin embargo, estabas para el amor formada,
hecha para el suspiro, el mimo y el desmayo,
para llorar tristeza sobre el pecho querido
deshojando una rosa de olor entre los labios.

Para mirar la luna bordada sobre el río
y sentir la nostalgia que en sí lleva el rebaño
y mirar los eternos jardines de la sombra,
¡oh princesa morena que duermes bajo el mármol!

¿Tienes los ojos negros abiertos a la luz?
O se enredan serpientes a tus senos exhaustos...
¿Dónde fueron tus besos lanzados a los vientos?
¿Dónde fue la tristeza de tu amor desgraciado?

En el cofre de plomo, dentro de tu esqueleto,
tendrás el corazón partido en mil pedazos.
Y Granada te guarda como santa reliquia,
¡oh princesa morena que duermes bajo el mármol!

Eloisa y Julieta fueron dos margaritas,
pero tú fuiste un rojo clavel ensangrentado
que vino de la tierra dorada de Castilla
a dormir entre nieve y ciprerales castos.

Granada era tu lecho de muerte, Doña Juana,
los cipreses, tus cirios; la sierra, tu retablo.
Un retablo de nieve que mitigue tus ansias,
¡con el agua que pasa junto a ti! ¡La del Dauro!

Granada era tu lecho de muerte, Doña Juana,
la de las torres viejas y del jardín callado,
la de la yedra muerta sobre los muros rojos,
la de la niebla azul y el arrayán romántico.

Princesa enamorada y mal correspondida.
Clavel rojo en un valle profundo y desolado.
La tumba que te guarda rezuma tu tristeza
a través de los ojos que ha abierto sobre el mármol.


Doña Juana I. Juan de Flandes.

Doña Juana I. Juan de Flandes.

Doña Juana I. Maestro Michel.

Doña Juana I. Maestro de Afflighem.

Doña Juana I (detalle). Maestro de Afflighem.

Doña Juana I de León y Castilla. Juan Pantoja de la Cruz.

Doña Juana la Loca. Francisco Pradilla.

La demencia de doña Juana. Lorenzo Vallés.

La demencia de doña Juana (fragmento). Lorenzo Vallés.

La Reina doña Juana, recluida en Tordesillas con su hija, la Infanta doña Catalina. Francisco Pradilla.

Doña Juana en Tordesillas. Francisco Pradilla.





viernes, 13 de febrero de 2009

14 de febrero ...






Año de producción: 1959

Dirección: Fernando Palacios

Intérpretes: George Rigaud, Tony Leblanc, Ángel Aranda, Katia Loritz, Concha Velasco, Mabel Karr, Manuel Monroy, María Mahor, Antonio Casal, Manolo Gómez Bur, María Vico, Manuel Zarzo.

Guión: Pedro Masó, Rafael J. Salvia, Antonio Vich

Música: Augusto Algueró


Video: vanyanni

miércoles, 4 de febrero de 2009

Trofeos de guerra. Tetuán, febrero de 1860

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Forma parte del curioso e inexplicable comportamiento humano, trasladar a territorio propio los objetos o elementos emblemáticos de otra cultura o pueblo al que se ha vencido militarmente, exaltando el hecho, creando y dedicando monumentos conmemorativos, calles, etc., y exhibiendo mediante fiestas, celebraciones y grandes desfiles, las piezas u objetos arrebatados al enemigo.


La sociedad española, por supuesto, no ha sido ajena a este comportamiento. Quién no conoce, tras el saqueo de Santiago de Compostela por Almanzor, el traslado de las campanas de la catedral compostelana a Córdoba para su trasformación en lámparas votivas para su mezquita, suceso que quedó grabado con fuerza en el orgullo y la memoria peninsular, hasta que en 1236, casi trescientos años después, y tras la toma de Córdoba por Fernando III el Santo, las campanas fueron devueltas a Santiago. Del mimo modo, la espada del derrotado Francisco I en Pavía que Carlos V depositó en El Escorial, y que, durante la Guerra de la Independencia, hábilmente robó el general francés Murat y devolvió a París en 1808.


Si bien parece que en la actualidad los desfiles y las exhibiciones públicas han dejado de realizarse, todavía no se ha erradicado el saqueo de museos o la eliminación, ante la imposibilidad material de traslado, de lugares, edificios o monumentos emblemáticos que forman parte de las señas de identidad del enemigo, como ha ocurrido recientemente en el conflicto de los Balcanes, con la destrucción por parte del ejército serbio de la extraordinaria Biblioteca Nacional de Sarajevo, llamada Vjecnica, símbolo de la cultura bosnia, o las bellas iglesias croatas.


El pintor conquense Joaquín Sigüenza y Chavarrieta, realizó una impresionante “fotografía” de, con toda seguridad, el último gran desfile militar español en el que se exhiben los objetos capturados al enemigo, concretamente a Marruecos en la batalla de Tetúan de 1860, en una obra titulada, “Los gloriosos trofeos ganados a los marroquíes en la toma de Tetuán por el bravo ejército español, paseados triunfalmente en presencia de SS.MM y AA.RR. el 14 de febrero de 1860”.


Los objetos apresados resultaron ser las banderas enemigas, la tienda de campaña de Muley-Abbas, hermano del Sultán, que se montó a lo largo de los años en diversos eventos, y los ocho cañones del campamento marroquí que, con posterioridad y tras su fundición en Sevilla, se materializaron en los leones que actualmente flanquean la entrada del Congreso de los Diputados.


La Guerra de África de 1859-1860, es considerada una maniobra del gobierno de la época para tratar de disimular o paliar la grave crisis interna española y que, a pesar de la victoria militar conseguida, no se deben obviar las más de 7.000 bajas, las penurias pasadas por los soldados a causa de los deficientes suministros, un escaso beneficio económico y territorial, y la pésima planificación militar de la campaña.


Los antecedentes se remontan a mediados del año 1859, cuando los ataques a la frontera española de Ceuta y Melilla eran cada vez más frecuentes por parte de combatientes irregulares que procedían y estaban alentados por el Sultanato de Marruecos. Estos golpes de mano resultaban difíciles de contestar por el ejército español debido a la rapidez de los atacantes.


Contando con el apoyo internacional y, sobre todo, con el entusiasmo de la sociedad española, el 22 de octubre de 1859 el Congreso firmó el acta de declaración formal de guerra. Se constituyó un ejército expedicionario de 36.000 hombres al mando del propio general O´Donnell, presidente del gobierno en aquellos momentos, y los generales Zavala, Ros, Echagüe y Prim.


En las Navidades de 1859, las tropas españolas formadas por tres cuerpos de ejército estaban ya en territorio africano con sus posiciones perfectamente asentadas, para marchar hacia Tetuán, uno de los objetivos de la campaña.


Entre los días 4 y 5 de febrero de 1860, se sucedieron los combates decisivos. La superioridad de las tropas africanas era notoria en el número de efectivos, además de contar con la extraordinaria ventaja del conocimiento del terreno. El avance español, aunque un tanto imprudente según las crónicas, no fue detenido por los marroquíes llegando incluso al salto de las trincheras cargando a la bayoneta, con el objetivo de ocupar el campamento enemigo. El día 6 de febrero, hace ahora 149 años, se izó la bandera española en la alcazaba de Tetúan.


Los objetos capturados a los rifeños desfilaron el 14 de febrero de 1860 desde su ubicación en el Ministerio de la Guerra, situado en la calle Alcalá, pasando por la Puerta del Sol y la calle Mayor, hasta la Plaza de Armas del Palacio Real, en cuyos balcones se hallaba la familia real para presenciar el desfile, momento que recoge la sorprendente obra de Joaquín Sigüenza.


La brillante comitiva fue acompañada en todo su recorrido por un gran gentío en donde destacaban los estudiantes madrileños de los Institutos y de la Universidad, según las fuentes más de doce mil, que salieron a la calle con sus respectivos distintivos y banderines, portando también las banderas que el cardenal Cisneros tomó a los norteafricanos en 1509 durante la conquista de Orán y que a su vuelta regaló a la Universidad.


Los combates en África continuaron hasta la batalla de Wad-Ras, que obligó al Sultán a solicitar la paz en abril de 1860, y aunque se dio por finalizada la guerra, la opinión general deseaba que España hubiese continuado su expansión hacia el sur, como venían haciendo principalmente Francia o Inglaterra. Sin embargo, el ejército africano volvió a España y se instaló al norte de Madrid, en un descampado llamado Dehesa de Amaniel, con el fin de que O´Donnell realizara una entrada triunfante en la capital, suceso que nunca ocurrió. Su estancia en la capital de España permitió que los vecinos de la ciudad “disfrutaran” de la presencia y organización de una importante fuerza militar: realizaban maniobras, simulacros de avances y ataques, se disparaban salvas, desfilaban… En en el lugar donde se instaló el campamento, surgieron tabernas, burdeles y todo tipo comerciantes y negocios en los que un soldado ocioso pudiera gastarse su paga.


Aquel asentamiento militar primitivo fue pasando de provisional a permanente, dando lugar con el tiempo al actual distrito madrileño de Tetuán de las Victorias, que cuenta ya con seis barrios entre los que destacan por conocidos Cuatro Caminos o Bella Vista.




Regreso triunfal campaña de Palestina. Arco de Tito.
Regreso de las campanas de Córdoba a Santiago de Compostela. Grabado de J.G. Mencia.
"Los gloriosos trofeos ... ". Joaquín Sigüenza y Chavarrieta.
General O´Donell. Diosio Fierro Álvarez.
Altar portátil con trofeos de la guerra marroquí.
Desembarco del Cardenal Cisneros. Juan de Borgoña, Catedral de Toledo.



lunes, 2 de febrero de 2009

Las Candelas y San Miguel de Escalada

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Hoy, día 2 de febrero, se celebra la Fiesta de las Candelas, La Fiesta de las Luces, en la que según la tradición popular, prácticamente desaparecida, finaliza la Navidad, se bendicen las velas, las candelas, que se utilizarán en el hogar durante el año. También se cantaban los últimos villancicos ante el Belén, que en ese mismo día se retiraba, y se comían los restos de dulces y turrones.


Es también la Fiesta de la Presentación, en la que se conmemora la presencia de Jesús en el Templo ante el anciano Simeón, hombre piadoso y justo de Jerusalén, del que se decía que el Espíritu Santo habitaba en él, y al que se le había anunciado que no moriría sin ver al Mesías. En ese acto Simeón habla de Cristo como "la luz para iluminar las naciones ...", de ahí la ceremonia de las candelas.


Hace dos años, el 2 de febrero de 2007, el rito de las candelas, de los cirios, se escenificó junto al Monasterio de San Miguel de Escalada, iluminando mágicamente la fábrica mozárabe, como reprobación a la actitud irresponsable de la Junta de Castilla y León con el Monasterio. San Miguel de Escalada, en aquella noche fría de luna llena, surgió imponente entre los montes de Valdabasta, y todos los allí presente pedimos al cielo que la luz llegara definitivamente al Monasterio con el propósito, además, que guiara e iluminara a sus grises responsables. Pero no se ha conseguido.


Nicolás Miñambres en la publicación "Todos los Caminos llevan a Santiago" (El Búho Viajero. León, 2004) comenta:

"Las columnas de San Miguel de Escalada hunden sus basas y sus arcos en la noche de los tiempos. Entre lomas y cerros polvorientos, el monasterio mantiene su brillo contra los embates de la desidia y la estulticia. En el primor de su factura la decrepitud ha dejado una marca imborrable. Cuándo entenderán los hombres la existencia de la belleza tan al alcance de sus ojos ...".


De momento, algunos siguen sin entenderlo o puede que no quieran.