martes, 2 de diciembre de 2008

León, Nicolás Framel y la alquimia

Es seguro la existencia en el Castro de los Judíos de una importante comunidad erudita que, tras la destrucción del asentamiento en 1196 por castellanos y aragoneses, se traslada a la zona sur de la ciudad de León, contribuyendo así a que, durante los siglos XII y XIII, la ciudad fuera, calladamente, uno de los más importantes focos de espiritualidad y sabiduría occidental.


Como es lógico, en el éxodo hebreo del Castro a la ciudad, se llevan con ellos todos sus libros y documentos. Como cuenta Abraham Zacut en su obra Séfer Yuhasin, "El Libro de los Linajes", la importancia de los manuscritos y documentos custodiados en el Castro era asombrosa; según referencia del propio autor, algunos de los libros tenían más de seiscientos años y eran considerados textos únicos: “eran los libros perfectos que corregían todos los libros”.


Prueba irrefutable de esa hegemonía intelectual, es que León fue la ciudad en donde se gestó la obra mística que, en cierta manera, forma parte de la base del pensamiento universal, el Séfer ha-Zohar, el “Libro del Esplendor”. Su autor, un leonés, un rabino nacido en el seno de la comunidad judía leonesa y del que hemos hablado en distintas entradas: Moshe´ben Sem Tob, conocido universalmente como Moisés de León.


Es también el tiempo en el que, bajo la advocación de Santa María, se construye la Catedral que surgirá en la ciudad de León como una obra extraordinaria, sobrenatural, que aún hoy se encuentra envuelta, como el Séfer ha-Zohar, en halo de asombro, hechizo y misterio.


Parte de la magia de Santa María es su espacio traslúcido, el abandono de sus muros a la luz, que filtran sus vitrales con maravilloso prodigio, trasformando y creando en el interior del templo un clima, un ambiente sorprendente. Esa virtud de los vidrios, es consecuencia de una técnica oculta, de un proceso exclusivo y excepcional en su fabricación que, a pesar de los medios y la tecnología actual, resultan imposibles de imitar. Según se dice, son el resultado de un proceso alquímico.


El hombre se inicia en la práctica de la alquimia, inducido por la codicia y la ambición que le lleva a perseguir unos objetivos utópicos, a los que algunos dedicarán por entero toda su vida a pesar de las prohibiciones y persecuciones de la Iglesia, que no permitirá más estudios científicos que los límites que marca la Teología.



Los primeros estudios sobre la alquimia ya se encontraban en la biblioteca de Alejandría. Entre estos primitivos escritos, se incluían tratados sobre la química práctica y mística, conocidos como "el arte egipcio", o khemeia, que contenía, entre otros temas, la manera de cambiar el color de los metales. El emperador romano Diocleciano llegó a prohibir esta práctica alegando la falsedad de sus teorías, medida que resultó muy desfavorable para el avance y progreso de la química.



Algo de este saber se preservó después de la caída del Imperio Romano. Una parte por las comunidades occidentales monásticas cristianas que realizaron un gran trabajo de compilación y sistematización del conocimiento y pensamiento, tanto teológico como ajeno, figurando dentro de este último, aunque escasamente, algo sobre el conocimiento químico antiguo.


Por otra parte, cuando Egipto, y por supuesto Alejandría, fue dominado en el s. VII por los árabes, el saber clásico que allí se albergaba se trasfirió a la cultura islámica, y los conocimientos sobre la khemeia fueron asimilados como Al-chemeia o alquimia, palabra que tiene en sí una connotación diferente a la de la química, al hacer referencia a lo trascendental, a lo espiritual.


Los árabes, sin embargo, utilizaron mucho más ese conocimiento, pero derivado hacia el área de la medicina y la química medicinal. Todos los químicos árabes más significativos fueron excelente médicos: Yabir, Razes, Avicena, etc.


Uno de los objetivos fundamentales que persigue la alquimia, es la búsqueda permanente de la inmortalidad y la denominada “panacea universal”, una sustancia o elixir que pudiera curar todas las enfermedades, acabando con las plagas, las dolencias y los males que conducían inevitablemente a la muerte. Otro de los anhelos de los alquimistas, seguramente el más divulgado y conocido, es la búsqueda de la trasformación de los metales en oro y plata. De esta manera, la producción y posesión de metales preciosos sin apenas coste, implicaba obtener la riqueza suficiente para poder adquirir o conseguir todo lo soñado.



Al final, todo se resumía en la búsqueda de la "piedra filosofal", considerada como la única sustancia capaz de lograr la transmutación, la panacea universal y la inmortalidad. La creencia más extendida afirmaba que esta sustancia, puesta en un metal innoble como el hierro y mediante un proceso de fusión, se transformaría en oro.


En relación con la ciudad de León y la alquimia, surge la figura enigmática del francés Framel. Cuentan que en París en el año 1357, un escriba llamado Nicolás Framel, recibió o compró, con el propósito que ni él mismo logró entender nunca, un misterioso e incomprensible libro que, según sus propias manifestaciones, cambiará por completo su vida.


Según su relato, la obra no estaba realizada en papel o pergamino, sino elaborada de cortezas de arbustos protegidas con unas bellas tapas de cobre. Su contenido se encontraba repleto de figuras, números, dibujos, textos cabalísticos y mitología griega, que no conseguía comprender ni descifrar.


Estuvo años tratando de entender o adivinar su contenido, sin ningún resultado positivo. Recurrió a expertos y buscó infortunadamente entre sus vecinos a sabios hebreos que, perseguidos por la monarquía francesa, habían huido o se habían convertido para, posteriormente, perderse en el anonimato.


Pasado el tiempo, realizó algunas copias sobre fragmentos del libro y, encomendándose a Santiago, dirigió sus pasos hacia España como peregrino y con el sueño de encontrar, en alguna de las sinagogas de las abundantes aljamas de la Península, al experto o maestro judío que pudiera ayudarle a interpretar el manuscrito.


Después de cumplir con el voto a Santiago y ya de vuelta de su peregrinación, se detuvo en León para contactar con los grandes expertos de la Cábala. Allí conoce a un sabio converso, el maestro Canches (posiblemente Sánchez), que reside en la ciudad. Framel entabla amistad con él y le muestra algunas de las copias que había realizado de algunas partes del texto. El judío leonés reconoce e identifica en las copias que le muestra el galo, la obra que creía perdida de Abraham el Judío, Aesch Mezareph, libro inspirado en las claves de la Cábala y basado en el Sepher Yetzirah, texto atribuido al profeta Abraham, del que se dice que lo recibió en el Monte Sinaí y que era la clave que permitía interpretar las Sagradas Escrituras.


El maestro Canches será la llave para desvelar el misterio. Lentamente comenzó a descifrar los enigmas y a ilustrar a Framel sobre los entresijos de la obra. Llegado el momento, se impuso el viaje a París con el fin de observar el tratado original y completar la interpretación de la totalidad del texto.


Buscando el viaje más rápido posible, parten desde León hacia Oviedo, para desde allí, en barco, llegar a la costa francesa. El destino quiso que en territorio francés el maestro Canches cayera muy enfermo y muriera a los pocos días, dejando a Nicolás Framel solo en su empresa.


De vuelta en París, Framel reconoce y describe en las anotaciones que realizó sobre su vida, que, a pesar de la desaparición del maestro Canches, con las indicaciones y premisas que había adquirido, tras muchos errores y casi tres años de trabajo, consiguió y obtuvo el fruto perseguido, logrando obtener plata y oro con una base de mercurio, y hay quien asegura, que llegó a conseguir la inmortalidad.


Pero entre los objetivos del franco no estaba la persecución de la riqueza, y en esto coinciden los grandes personajes y conocedores de la alquimia a lo largo del tiempo. La búsqueda del proceso alquímico requiere de quien lo practica una trasformación interior, de una “muerte y una resurrección”; pero sobre todo que el alma, el espíritu del alquimista, se encuentre imbuido de caridad además de una sincera generosidad y una total falta de ambición en cuanto a bienes materiales. Actualmente se sostiene que la denominada "piedra filosofal", capaz de transmutar los metales en oro, era sólo un símbolo que los antiguos tomaban para representar la transformación del hombre de "hierro" en hombre de "oro", gracias a la permanente búsqueda del conocimiento.


Como vemos, en León, durante los primeros siglos del segundo milenio, confluyen una serie de situaciones y acontecimientos que rayan lo extraordinario. Por entonces, la ciudad, capital y enseña del Reino de León, lleva el peso de la lucha contra la invasión musulmana; es el lugar más importante de la ruta a Santiago de Compostela, vía que promueve y protege, llegando a decir Aymerid Picaud, autor del Codex Calixtinus, al referirse a León: "la ciudad llena de todo tipo de felicidades".


Curiosamente, esta ruta es el camino ancestral que conducía hasta el mar, a la costa atlántica, al lugar más occidental de Europa, donde los peregrinos, los caminantes atávicos con anterioridad al descubrimiento de la tumba del “Apóstol”, mucho antes de su simbolismo cristiano, recorrían en busca de una nostalgia, de un encuentro, de una memoria remota que se perdía en el tiempo y que les arrastraba hacia allí, hacia el Sol poniente, hacia el fin de la tierra, en busca del conocimiento y de una vida renovada. ¿No es lo mismo que perseguían los alquimistas en su búsqueda de la "piedra filosofal"?


León fue asimismo, la capital del Reino del monarca que será coronado emperador en 1135 en el mismo solar, en la pequeña colina de la ciudad, en la que pocos años después se alojará la actual Catedral de Santa María, considerada como el templo de la luz por excelencia que, como hemos señalado, guarda profundos secretos en sus vitrales y en su edificación. Se cuenta de la fábrica que, cuando se golpea convenientemente una de sus piedras directoras, se siente vibrar y estremecer la totalidad de edificio; de la misma manera, siempre ha resultado inquietante e inexplicable, las vibraciones y sensaciones que a veces se experimentan en medio del templo, en el centro del crucero, que muchos reconocen haber notado.


Del mismo modo, León será la ciudad de la Cábala, el lugar donde se generó uno de los libros místicos más importantes de la historia de la Humanidad, el Séfer ha-Zohar, el “Libro del Esplendor”, que influirá poderosamente en todo el pensamiento occidental posterior; pero también, como hemos visto, la ciudad que, en aquellos momentos, guardaba el saber y el conocimiento del proceso alquímico que el francés Nicolás Flamel se llevó de León hasta París. Allí, en su laboratorio subterráneo parisino, cuentan que había plasmados en las paredes extraños planos y dibujos de la Catedral de León.


* "Sabbat", Isidor Kaufmann * "Laboratorio de un alquimista", David Teniers el Joven * Interior Catedral de León * "Alquimista", David Ryckaert * "El alquimista", David Ryckaert * "El alquimista en busca de la piedra filosofal", Joseph Wright * "Alquimista en un laboratorio", David Ryckaert * Representación de Nicolás Framel * "Judío de Jaffa", Hermann Struck * "El laboratorio", Thomas Wyck * Biblia Románica de San Isidoro (León) * Vitral Catedral Santa María de Regla (León) * Edición del libro "Séfer ha-Zohar"




8 comentarios:

Anónimo dijo...

¿Como se podía pensar en estas "casualidades"? Curiosísimo.

Después de leer otras entradas, parece mentira el interés de nuestros políticos por la figura de Moisés de León, una auténtica cuadrilla de ... ¿Alguien sabe que fue del famoso museo de Puente Castro?

fonsado dijo...

El museo judío de Puente Castro debía realizarse durante el primer semestre de este año.
El 2008 se acaba y aún no sabemos nada.
Más de lo mismo. Saludos.

Anónimo dijo...

Ni museo ni murallas ni ruta ... ni nada.
Curioso, como en un momento determinado, coinciden en León hechos importantísimos que son completamente ignorados. Aquí no se ocupan de estos sucesos reales, importa más el "alzamiento" contra los franceses que nunca existió, un palacio de congresos faraónico o un tranvía ¿?; lo que se busca es el ego personal del político de turno, pero curiosamente financiado con nuestro dinero( no te j ....), mientras nuestro patrimonio y nuestra Historia se derrumba o se olvida.

Saludos

Leodegundia dijo...

Como siempre tengo que felicitarte por este extenso y completo artículo que no sólo explica ese tema tan complicado de la alquimia si no que vuelve, como otros de tus temas ya publicados, a mostrarnos la importancia de la ciudad de León.
Parece mentira que habiendo sido una ciudad de tal importancia, las personas encargadas de la cultura y patrimonio no se preocupen más de darla a conocer como se merece.
Por otra parte, yo también pienso que la piedra filosofal fuera más un símbolo que una búsqueda real de convertir en oro todo lo que se topaba, pero ya se sabe que el dinero, que además conlleva el poder, tira demasiado y logra que se olvide la parte más espiritual y se quede uno con la material.
Hiciste una buena colección de cuadros con el tema de la alquimia, son unos bellos cuadros.
Un saludo

Leodegundia dijo...

Me gustaría poder enviarte mi tarjeta de felicitación de Navidad, pero no veo tu correo por ninguna parte.
Un saludo

Anónimo dijo...

Sorprendentes coincidencias en esa época.
Siempre había oído la imposibilidad de realizar las vidrieras como las antiguas, puede que algo tenga que ver esa curiosa "mezcla" de: alquimia, judíos, Cábala, etc ...

América dijo...

Completo artículo al que no le falta nada,estupendo,un rato de lectura donde humildemente leo y aprendo o trato! creia que la piedra filosofal era solo un símbolo.....Siempre hay mas.

Unknown dijo...

Muchísimas gracias por tu artículo. Una joya.